Una invitación a ver la vida con optimismo, responsabilidad y sentido trascendente -comoquiera se entienda esta palabra- a la vista de la realidad cotidiana:verdad y falsedad, justicia y opresión, encuentro y desencuentro.
sábado, 20 de julio de 2013
Al amigo desconocido
Me complace saludarte en este día, estimado amigo, y desearte que se cumplan tus mejores esperanzas.
Gracias por tu mable atención.
Raul Czejer
jueves, 20 de junio de 2013
Elegía de la seriedad
Decididamente
he de decir que la seriedad está fuera de moda. La onda es ser divertido en
todo momento y situación.
Hoy el
tipo serio pasa por aburrido y goza del menosprecio de la gente, porque,
según dicen, no sabe vivir en sociedad y parece no darse cuenta de que los demás no quieren oír de temas comprometedores, sino hablar de trivialidades o chacotear sobre
los asuntos más importantes, deslizándose sobre la superficie de las cosas,
nunca profundizando, Dios libre y guarde.“En las conversaciones no debes sacar temas de religión, de moral o de política”, reza el mandato social impuesto por la gente divertida.
Pero el tipo serio no hace caso de mandatos sociales que no comparte y se empecina en reiterar su manía de hablar de las patrañas de la democracia o de la intolerancia para con las hormigas, o de otros temas que él cree significativos para la vida humana, mientras la concurrencia está empeñada en filosofar sobre las hazañas que realiza con la pelota un tal Messi o sobre cuál será el color de falda preferido por las damas en el próximo verano.
El tipo serio toma las cosas en serio. Por ejemplo, llega a un velorio y se posiciona como quien asiste a una tragedia. “No somos nada”, dice compungido mirando la cara impávida del difunto homenajeado. Ante tal supuesta desubicación las gentes divertidas le tiran flit como a alimaña apestosa y se preguntan en un ataque de indignación:
—¿Cómo se atreve este individuo a arruinar el clima de este evento con expresiones tan bajoneras? ¿No sabe tomar las cosas en joda? ¿A quién se le ocurre asistir a un velorio con cara de aguafiestas? ¡Qué desubicado, che, ponerse a lamentar la muerte del difunto! Si quiere llorar que vaya a llorar a la cancha, cuando su cuadro pierde el campeonato, y llore a moco tendido, pero no aquí, que la estamos pasando requetedivertidos. Y si quiere filosofar, que piense esto: ¿Qué perdimos aquí? Nada más que a un tipo como hay millones semejantes. Festejemos que haya un comensal menos en la mesa. Total, nada vale la pena. Por cuatro días locos que vamos a vivir… lo mejor es pasarla bien y no hacerse problemas —sentencian los divertidos con suficiencia de gurú de Samarcanda.
Pero el tipo serio nació serio y no hay quien lo saque de su seriedad. Bien ubicado en que se trata de un velorio, insiste en propinar sus aforismos a los presentes, que chacotean sobre el baile del caño en el programa más visto de la televisión, entre risas apenas contenidas. “Así es la vida” — dice como replicando palabras agoreras de Casandra— “Unos van y otros vienen. Ninguno es necesario”.
Ante tal espécimen las gentes divertidas huyen despavoridas como alma que lleva el diablo, no sea que se les pegue un cachito de su seriedad como si fuera una sarna, condenándolos al ostracismo social, que sería para ellos el peor de los castigos.
Al tipo divertido no le vengan con pálidas ni con rollos existenciales. No le gusta que le hables de tu dolor de juanete, porque es cosa tuya, che. Arreglátelas como puedas y hablemos de cosas lindas. A propósito,¿viste el nuevo modelo de zapatilla que sacó Nike? —te espeta, ignorando que con tu dolor de juanete no podés ni calzar una pantufla.
No hay nada que hacer. El tipo serio no calza en la cultura jocosa y se siente como sapo de otro charco. Por eso se queda solo en medio de la multitud y remedia su soledad conversando consigo mismo. Cuando hasta sí mismo lo abandona, busca como Diógenes un hombre serio que sepa hablar de temas serios pero sólo encuentra tipos divertidos obedientes de las reglas de buena convivencia: “Serás divertido o no serás nada” “Ser o no ser divertido, he ahí la cuestión”. “Pálidas, go home”.
Debo reconocer con orgullo inveterado que yo soy un tipo serio, para mi bien o para mi mal. Pero, como el alacrán del cuento, no podía ir contra mi naturaleza y seguía inclaudicable en mi patético camino, como el caballero de la triste figura, empeñado en vencer a los molinos de viento y restaurar en el mundo los valores de antaño.
Hasta que un día dije ¡Basta!
Ante tal avalancha de incorregible divertimento que me rodeaba por todos lados y me intoxicaba de frivolidad, decidí poner distancia y refugiarme en la murtra de Catalonia, en medio de la nada, a dialogar con las piedras, que en su callado silencio son incapaces de tomar las cosas a la chacota.
Raul Czejer
Una pregunta que viene al caso:
¿Es
la frivolidad una virtud?
La
frivolidad es la gran virtud postmoderna. Consiste en no tomarse nada
excesivamente en serio, en evitar la confrontación dialéctica, en optar por
una cultura de la representación por contraposición a la autenticidad como
actitud vital. La frivolidad se relaciona íntimamente con la actitud
superficial y epidérmica, con la práctica generalizada de la broma y de la
boutade, en definitiva, es la antítesis a la profundidad de espíritu y a la
seriedad como actitudes vitales.
Algunos filósofos
postmodernos, apologistas del denominado pensiero debole, consideran
que es la gran virtud que debemos enseñar a los niños en las escuelas, que es
fundamental para evitar la caída en formas de fanatismos, intolerancias o
fundamentalismos, que se debe cultivar, para ello, un pensamiento frágil,
desprovisto de ideas fuertes, de sentimientos que tengan hondura o de
creencias excesivamente vividas. La frivolidad tiene que presidir la vida
pública, las instituciones educativas y, como no, los ámbitos de comunicación
de masas.
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Esta tesis, muy
extendida y muy practicada, se está imponiendo sutilmente en distintos
entornos, de tal modo que todo lo que tiene peso, sustancia, ideología, forma
de convicción o de creencia, o bien tenga la expresión de un sentimiento
intenso u hondo, debe ser ecualizado y tamizado por la virtud de la
frivolidad.
En ocasiones, se la
compara con la templanza, que es virtud cardinal en los tratados de moral
tradicional y que, junto a la justicia, la prudencia y la fortaleza se
consideraba uno de los cimientos de la construcción moral de la persona.
Pero, la frivolidad nada tiene que ver con la templanza, porque la frivolidad
es una elocuente expresión moral del relativismo y del permisivismo
postmoderno, mientras que la templanza es la capacidad de dominar y de
controlar la expresividad del pensamiento, de la vida emocional y del
lenguaje, considerando las consecuencias que ello tiene para uno mismo y para
el otro.
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La templaza nunca
jamás es una casualidad, sino que es el resultado de un esfuerzo articulado a
lo largo de tiempo, de un entrenamiento espiritual que debe mucho a la
tradición estoica de la tranquillitas animae. La templanza no se contrapone a
las creencias ni a las convicciones, sino que regula racionalmente la
expresión o manifestación de las mismas.
La apología de la
frivolidad es, sin embargo, contradictoria. Se explica por reacción al
fanatismo y a la barbarie, pero la solución a tales lacras sociales no pasa
por el cultivo de la frivolidad, que es su opuesto, sino, por el cultivo de
auténticas virtudes, entre ellas, la de la prudencia. Frente a tales
manifestaciones, no basta con la tibieza moral, no basta con una actitud
tímida y permisiva, sino que se debe adoptar una actitud beligerantemente
activa, pero, eso sí, sin sucumbir a ningún tipo de violencia, ni físico, ni
psíquico.
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Es evidente que las
convicciones pueden ser peligrosas y que un ser humano nutrido por
determinadas convicciones de orden político, social, religioso o económico
puede convertirse en un arma mortífera, pero no toda convicción es igualmente
peligrosa. Además, la sociedad abierta, el mundo civilizado, el Estado de
derecho, sólo pueden subsistir como tales si los ciudadanos que los integran
viven en su interioridad una constelación de convicciones fundamentales como
el respeto a la vida, a la libertad, a la igualdad, como el sentido de
tolerancia y de solidaridad para con los grupos más vulnerables del cuerpo
social.
La frivolidad no
puede ser considerada como una virtud, porque no es un hábito que perfeccione
al individuo, sino un mal hábito que, en ocasiones, tiene graves
consecuencias. Acaso, ¿Se puede frivolizar el valor de la vida humana? ¿O el
valor de la libertad de expresión, de pensamiento, de creencias o de
asociación? ¿Se puede frivolizar el deber de tolerar al otro? ¿Se puede
frivolizar o banalizar el mal del inocente, el sufrimiento de un ser humano?
¿Se puede banalizar la muerte de un ser amado?
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La frivolidad puede
tolerarse cuando lo que está en juego no afecta las estructuras, ni los ejes
fundamentales del tipo de sociedades que hemos construido, pero cuando uno se
ríe o banaliza determinados núcleos conceptuales o valores esenciales de la
vida democrática, la frivolidad se convierte en una pesadilla. Para el
frívolo no tiene sentido la diferencia entre lo esencial y lo accidental,
entre lo categórico y lo anecdótico, pues todo ello forma parte del mismo
universo insoportablemente leve. Y, sin embargo, no es así, pues no todo
tiene el mismo valor en la vida humana. Además, el frívolo incurre en una
contradicción lógica. Si es consecuente con su actitud, debe evitar de caer
en la defensa beligerante de la frivolidad; tiene que ser igualmente frívolo
y aceptar que otro pueda considerar frívolamente su frivolidad.
Paradójicamente, se desarrollan apologías de la frivolidad con una intensidad
y celo que no dejan de maravillarnos.
La
sociedad futura depende, esencialmente, de los procesos educativos que ahora
y aquí tienen lugar, en las familias y en las escuelas. No debemos permitir,
de ningún modo, la extensión de la frivolidad, ni la imposición de un
pensamiento débil a las generaciones venideras, sino que debemos comunicar
las convicciones elementales, los valores morales mínimos, debemos garantizar
su arraigo y su apropiación, pues sólo, de este modo, se puede esperar
razonablemente calidad social, moral y política para nuestras sociedades
futuras.
Francesc Torralba Roselló . www.forumlibertas.com |
jueves, 13 de junio de 2013
Una religión para los pobres.
Dios se levanta en la asamblea y juzga a los señores de la tierra:
"¿Hasta cuándo juzgarán injustamente
y favorecerán a los malvados?
¡Defiendan al desvalido y al huérfano,
hagan justicia al oprimido y al pobre;
libren al débil y al indigente,
rescátenlos del poder de los impíos!"
Biblia. Salmo 28
"La religión es el opio de los pueblos", sentenció Carlos Marx en un rapto de genialidad y de delirio. Sabía lo que decía e ignoraba lo que no decía. Tenía razón al denunciar a la religiones que inducen a los pobres a la resignación, pero estaba muy equivocado al suponer que toda religión les inculca esperar el cielo, donde se remediarían los males que padecen en la tierra.
"Hay muchas más cosas en el cielo y la tierra que las que supone tu filosofía", le diría a Marx, aún reconociendo la parte de verdad que descubre su sentencia. El hecho que él no supo percibir es que hay religiones y religiones. Las hay narcotizantes y evasivas y las hay solidarias con los pobres e involucradas en la lucha histórica por su reivindicación.
Yo creo que el cristianismo es de esta clase, en su versión para mí más auténtica: la que proclamó Jesús de Galilea cuando decía "el reino de Dios es anunciado a los pobres", queriendo significar que con su presencia se inauguraba un mundo a la medida de Dios,no del hombre, donde el pobre se vería rescatado de su miseria, y convocaba a todo persona de buena voluntad a tomar el arado y a trabajar por ese mundo, con fe y esperanza trascendente.
Desde entonces, muchas cosas han cambiado en la condición de los pobres gracias a la lenta pero constante aplicación al derecho y las costumbres de los valores e ideales impulsados por el cristianismo, aunque muchos de sus promotores no hayan sido concientes de la fuente de su inspiración. Hasta me animaría a decir que el mismísimo Carlos Marx coincide en lo esencial con las motivaciones más profundas del evangelio de Jesús. Lo mismo sucede con muchos marxistas que luchan por la justicia social: son buscadores del reino de Dios aunque renieguen de él, aunque muy posiblemente sólo renieguen de las organizaciones religiosas denominadas "cristianas", demasiado imbuídas del espíritu del mundo y solidarias con el poder que oprime a los pobres.
La religión bíblica nunca fue en su esencia una religión desentendida de la situación de los pobres, como lo atestigua el salmo 28 y muchos otros pasajes de sus textos religiosos. A modo de ejemplo, permíteme citarte otro muy significativo, tomado de los escritos proféticos.
“Y cuando me extendéis vuestras manos, aparto mis ojos de vosotros; y aunque multipliquéis las plegarias, no os escucho, pues vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, apartad vuestra maldad de delante de mis ojos, cesad de obrar mal, aprended a obrar bien, aspirad a la justicia y ayudad a los oprimidos ”.
Biblia. Isaías , capítulo 1
Así lo han entendido muchos cristianos, clérigos o laicos, en los largos dos milenios transcurridos desde que el maestro de Galilea lanzó su propuesta al mundo. Reconozco que no todos interpretan así al cristianismo y los respeto, pero creo que no hacen justicia al mensaje de Jesús.
Permíteme citar un ejemplo de religioso que entendió muy bien en qué consiste la vida cristiana y su misión de pastor. Lo he nombrado muchas veces, porque lo admiro como persona y como cura pobre para los pobres: Luis Orione. Si su ejemplo resultare para ti inspirador, aunque no compartes la fe cristiana, me daría por cumplido.
Lo que sigue fue publicado en la edición n° 47 de Revista Don Orione , junio de 2009
La poetisa Ada Negri, considerada por muchos como la
primera escritora italiana proveniente de la clase obrera, había escrito que en
los arrozales muere la poesía. Una de las tantas marcas de una sociedad
inhumana donde la tierra, lejos de pertenecer y dar vida a quienes la trabajan,
está enajenada, en manos de poderosos que la explotan y consumen de la misma
manera que a sus trabajadores. Porque nada puede detener al afán de acumulación
y enriquecimiento, nada, ni siquiera la muerte.
En la
Italia de la primera posguerra, gran cantidad de hombres, y
especialmente mujeres, eran llevados a trabajar a los arrozales. Lo hacían en
condiciones tan degradantes que, junto a las palabras poéticas, centenares de
mujeres por año dejaban de existir en aquellos campos rebosantes de arroz.
Semejante explotación y destrucción, no pasó por alto en
la vida de un religioso comprometido con los pobres, Luis Orione. Durante los primeros meses de 1919 se acercó a las
víctimas de aquella sufriente realidad. Buscó darles ánimo y fortaleza, aunque
no dejó de generar conciencia y denunciar el terrible atropello a un derecho
humano tan fundamental como ganarse el pan dignamente.
Fue así que, con coraje y claridad de ideas, Luis Orione
escribió una carta a modo de proclama, dirigida a los trabajadores de los
arrozales. También estaba destinada a todo aquel que quisiese escuchar su
pensamiento, verdadera llamada a una condición social más igualitaria.
Tal vez, no faltará quien se sorprenda al leer de puño y
letra de un sacerdote católico palabras como proletariado, reivindicación, medidas de
fuerza y varias, que suenan menos poéticas que tantas otras de sus expresiones.
Sin embargo, éstas manifiestan su compromiso espiritual y social, el que lo
llevó a rescatar niños de entre los escombros de los terremotos de Messina y La Mársica. El mismo
espíritu que lo llevó a crear diversas instituciones para acoger a los
más pobres de la sociedad, en quienes su fe le hacía ver el rostro de Dios.
Imaginando por un instante a Luis Orione viviendo hoy en
nuestro país, seguro tendría palabras semejantes para las actuales víctimas de
la explotación del sistema: las comunidades de pueblos originarios que deben
trabajar en las tierras que les han sido arrebatadas; los que sufren las
terribles consecuencias del uso de agrotóxicos; los empleados sometidos a
condiciones laborales injustas por empresas transnacionales… y la lista podría
continuar.
Si como dice la poetisa, en los arrozales muere la
poesía, en las palabras de Luis. Orione, nace una vez más la esperanza, capaz de
ponerse de pie ante las adversidades: “¡Trabajadores y trabajadoras de los
arrozales, llegó la hora de su reivindicación!”
¡Proletariado de los arrozales, de pie!
( 18 de mayo de 1919)
Se abre un horizonte nuevo; a la luz de la civilización
cristiana, que apuesta siempre al progreso, nace una nueva conciencia social,
como flor del Evangelio.
Trabajadores y trabajadoras de los arrozales, en nombre
de Cristo, que nació pobre, vivió pobre, murió pobre y entre pobres, que
trabajó como ustedes y que amó a los pobres y a los trabajadores, en nombre de
Cristo, ha llegado la hora de su reivindicación.
El trabajo debe ser limitado y adecuado a sus fuerzas y
sexo. El salario debe tener relación con su esfuerzo y con sus necesidades; las
condiciones de trabajo deben ser menos penosas, más humanas, más cristianas. Es
un derecho, ¡Su derecho!
Nosotros, como católicos y como ciudadanos,
emprenderemos éste año la batalla por las ocho horas en los arrozales.
No se dejen explotar por los capataces, no se dejen
intimidar por las amenazas de los patrones, no se presten a ciertas maniobras
que siempre terminan perjudicando al trabajador. Y si no hay más remedio, tomen
medidas de fuerza; dentro de la legalidad, claro, pero háganlo. Únanse contra
los rompehuelgas y no se dejen engañar por un horario que supere las ocho horas
en los arrozales.
Únanse y sean solidarios. Si todos los pueblos de la
diócesis que proporcionan trabajadores a los arrozales se unen en una red
organizada y firme, sólida y cristiana, los llevaremos a una victoria segura.
Por sus reivindicaciones, por la justicia intrínseca de
su santa causa, no nos quedaremos quietos. No, no dejaremos en paz, ni de noche
ni de día, a los explotadores de la gente pobre, que va a sacrificarse en los
inundados pantanos de los arrozales y en la malaria, que se ve obligada a
alejarse de la familia para ganarse el pan.
¡Hermanos! ¡Con la bendición de Dios y de la Iglesia , trabajaremos por
ustedes, y triunfaremos con ustedes!
Todos encontrarán trabajo, todos tendrán un salario
justo, y asistencia moral y religiosa; descanso en los días de fiesta; control
de sus derechos laborales (salarios, horarios, asistencia médica), alojamiento
digno. Los defenderemos en todo lo que sea justo: haremos realidad sus
legítimas aspiraciones y utilizando las leyes pertinentes vigilaremos,
acompañaremos, animaremos.
“¡La unión hace la fuerza!” Tenemos que romper toda
cadena que quita la libertad de hijos de Dios; tenemos que abolir toda
esclavitud: debe cesar toda servidumbre, y para siempre.
En nombre de Cristo debe suprimirse la explotación del
hombre por el hombre. La fuerza divina de éste nombre y su conducta honrada de
trabajadores cristianos, les ayudará a conquistar cada uno de sus derechos, así
como los llevará a cumplir sus deberes.
¡Proletariado de los arrozales, de pie! Abran los ojos y
vean la aurora brillante que ya se insinúa: ¡es para ti, es tu día!
¡Adelante proletariado, adelante, llevando contigo la
fuerza moral de tu fe y de tu trabajo, una era se abre: el mundo se renueva!
El Señor es tu Dios, está contigo: camina en la luz de
Dios y nadie podrá jamás detener tu marcha triunfal.
Por tu interés, por tu dignidad, por tu alma.
¡Proletariado de los arrozales! ¡De pie y adelante!
Luis Orione
Luis Orione
Gracias por tu amable atención
Raul Czejer
Raul Czejer
lunes, 6 de mayo de 2013
Bondad, justicia, caridad
José
Saramago: Fragmento
de “Cuadernos de Lanzarote “(1993-1995)
Sin ánimo de polemizar con don José Saramago, quisiera exponer a tu consideración mi parecer acerca de las ideas por él expuestas en el párrafo trascripto. No le des importancia al costado crítico, sino a algunas observaciones sobre el tema que me parece importante puntualizar. Si te resultaren útiles, me daré por bien pagado.
Verás
que mi punto de vista es distinto de l de Saramago: Ambos miramos el tema en
cuestión desde conceptos de caridad que
difieren diametralmente. A ver si puedo exponerlo
claramente.
La
beneficencia puede nacer de la caridad —y de hecho en muchas ocasiones nace de
corazones generosos—, pero también de otras motivaciones, como por ejemplo, el
afán de figurar o los cargos de conciencia. Esto no quiere decir que los que
realizan acciones benéficas lo hagan siempre por motivos espurios como lo
suponen los denostadores de la caridad.
Bondad
significa “inclinación natural a hacer el bien”. Saramago dice que la bondad, por sí sola, ya
dispensa la justicia y la caridad. Me parece que olvida algo: En todo ser
humano conviven un ángel y un demonio, por lo cual aun el hombre más bueno
puede caer en injusticia. Por eso no basta la bondad para que se obre con justicia, sino que hace
falta que la conciencia la exija como un
deber y que la autoridad la concrete en
leyes justas y controle su cumplimiento.
Al
menos así lo veo yo, aunque bien puede suceder que me equivoque.
Gracias
por tu amable atención
Raúl Czejer
viernes, 19 de abril de 2013
Todo es relativo, excepto lo que yo digo
¿Será verdad lo de Protágoras, Calderón y Vattimo? Se me ocurre
pensar que si ellos tienen razón, lo que dicen es falso.
Muchas veces he escuchado decir que sobre lo
bueno y lo malo hay una gran
dispersión de pareceres, pareceres que
son cambiantes y contradictorios entre sí. En otras palabras, lo que
para un sujeto es malo resulta que es bueno para otro; o lo que en una cultura
es visto como bueno en otra se lo juzga
como malo.
El hecho es innegable y conocido desde antiguo; ya Herodoto lo había señalado y los sofistas lo
tomaron apresuradamente como justificación de sus posiciones, escépticas, nihilistas o relativistas acerca del bien y del mal.
El escéptico es alguien que reconoce
la existencia de las normas morales, pero niega que puedan ser fundamentadas o
demostradas como justas, es decir, niega su validez, porque —dice— es
imposible distinguir entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, ni hallar un criterio para preferir una opción sobre otra ya que ninguna se puede
probar como mejor. El escéptico no cree que pueda demostrarse la verdad ni la
bondad de nada porque no es posible admitir ningún criterio válido que nos permita discernir entre lo verdadero
y lo falso, lo bueno y
lo malo, por lo cual se mantiene en la
duda como el burro de Buridán, suspende
el juicio y no tiene razones para emprender un curso de acción determinado con
preferencia sobre otros. Si en la vida práctica aplicara su filosofía, quedaría
paralizado como el burro de la leyenda y moriría de inanición. Por fortuna el
escéptico es intelectual, pero no bobo.
¡Apágate, apágate, corta vela! La
vida no es sino una sombra pasajera, un mal actor que se pavonea y que teme su
hora sobre el escenario. Y luego no se escucha más. Es un cuento contado por un idiota, lleno de
sonidos y furia, sin ningún significado
Heredera de esa tradición, en el siglo XX la filosofía analítica ha hecho resucitar la
idea de que las palabras y
enunciados morales no dicen nada sobre
la realidad objetiva sino que sólo expresan estados de ánimo del sujeto.
Si esto fuera así, se justificarían sus opiniones y seríamos unos ilusos lo que
creemos en los valores morales. Nos asiste el derecho de preguntarnos:¿Es así?
Veamos.
Antes que nada debo decir que no estoy de acuerdo
con el postulado de los sofistas. Mi propio postulado es que los juicios
morales se refieren a realidades
objetivas presentes en las personas y en sus acciones y que en consecuencia hay
juicios morales verdaderos y falsos. Y que como tales son válidos para todos,
aunque puede suceder que haya sujetos que no alcancen a verlo claramente.
Abusando de tu paciencia, voy a tratar de explicarlo.
Los actos humanos son acciones libres y concientes. Por experiencia interna y
externa nos consta que esta clase de acciones tienen existencia en la vida real.
Como somos nosotros mismos los que las producimos, y porque lo decidimos
libremente nos sabemos responsables de
implantarlos en la realidad y de las consecuencias que acarrean para los demás
y para nosotros mismos. La realidad se vuelve más penosa o más agradable en
mayor o menor medida gracias al tenor de nuestras acciones. No da lo mismo para
la vida humana en el planeta que todos arrojemos nuestros desechos a la calle contaminando
el ambiente y perjudicando a todo el mundo
o que los dirijamos a donde no perjudiquen a los demás. No es lo mismo
para la vida humana que todos nos dediquemos a la rapiña o que nos ganemos el
pan con el sudor de la frente. Quiero decir, las acciones humanas son cosas
reales y sus efectos benéficos o perjudiciales para la vida son también reales.
La realidad se ensucia y la vida se vuelve más corta y miserable.
La acción deliberada y dirigida a beneficiar la vida porta un valor que
cualquier ser humano reconoce y aplaude: el valor moral o, si se quiere, la
bondad. Así mismo, la acción humana que perjudica a la vida porta un antivalor
que todo el mundo reprueba: la inmoralidad o
la maldad.
El valor moral es tan real como la acción que
califica. Bondad o maldad de las acciones humanas no son entelequias o
fantasías: son realidades operantes en la vida real, tanto que crean un mundo
feliz o un mundo infernal.
Cuando falta la bondad en los seres humanos y sus
acciones, se siente su ausencia y se
sufre la presencia de la maldad. Cuando las acciones humanas están llenas de
maldad en todas sus formas, la vida se vuelve insoportable y se “clama al
cielo” por una liberación. Tanta es la consistencia del mal moral que hasta se
lo ha imaginado como un ángel de las tinieblas, como un semidiós que atribula a los hombres y busca su
desgracia. El horror que sentimos ante las acciones perversas no son más que la
confirmación de la cuasi sustantividad del mal moral.
El valor moral —como todas las clases de valores—
es una cualidad objetiva que se
manifiesta en el encuentro de la realidad con el sujeto. El ser humano no crea
el valor, sólo lo siente, como el ojo no crea la luz. No todos los seres
humanos tienen la misma capacidad de visión ni todos la misma sensibilidad para
los valores. Por eso se dan diversas opiniones frente al valor moral de las
acciones humanas y parece que fuera relativo El valor negativo de “matar” es
invariable; lo que varía es la conciencia de los hombres y la imputabilidad de
tal acción debido a las circunstancias. El ciego no ve no porque no exista la
luz, sino porque a él le falta sensibilidad. Creo que a escépticos, nihilistas
y relativistas les pasa algo semejante, con todo respeto.
Gracias por tu amable atención
Raul
Czejer
sábado, 30 de marzo de 2013
El discreto encanto del relativismo (Primera parte)
“¿Tu
verdad? No, la Verdad ,
/ y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela.”
Antonio
MachadoAlgo duro don Antonio. Sepamos comprenderlo: En su tiempo aún no habían cundido el pensamiento débil y la verdad relativa. Hoy sí, y no sé si celebrarlo o ponerme a llorar.
Verdades en pugna.
(Diálogo de sordos en el fin del
mundo)
El relativista: Ser relativista es muy piola, che. Intentálo. No hace falta que te hagás problema por averiguar si algo está bien o está mal en la realidad objetiva —que vaya uno a saber cuál es, si es que la hay—, sino si a vos te parece bien o no. Por ejemplo, si tenés ganas de violar a una mujer, basta que vos lo veas bien y ya está; estás habilitado. Nadie puede juzgarte, porque tu verdad es la que vale para vos.
El relativista: ¿Y por qué dañar al otro va a ser intrínsecamente malo? La bondad o maldad depende de la intención del sujeto y de la situación. Según las circunstancias, dañar a otro puede ser bueno. Un cirujano que corta la pierna gangrenada de un sujeto realiza un acto de bondad. Ya ves, la bondad es relativa a la situación.
El absolutista: Te concedo
que la realidad es lo que vemos, pero lo que vemos no es sólo su realidad
física, sino también la realidad ideal y la axiológica. Para ello estamos
dotados de sentidos, inteligencia y sensibilidad o intuición emocional. Por la
sensibilidad vemos los valores de las cosas, su hermosura, su bondad o su
maldad etc. Frente a los valores morales esa sensibilidad se llama conciencia moral.
Así como se cultiva la conciencia intelectual para que sepa ver la idealidad de
las cosas naturales, se puede y se debe cultivar la conciencia moral para que
sea más sensible a la calidad moral de las acciones humanas. La calidad moral
de las acciones es siempre la misma; lo que varía de sujeto a sujeto es la
capacidad de su conciencia. Sucede como con las matemáticas: sus teoremas son
inmutables y unívocos, pero la comprensión de tales teoremas varía de sujeto a
sujeto según la capacidad de su inteligencia.
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