martes, 14 de febrero de 2012

Estado y privilegio


                                           
                            Privilegio y discriminación institucional
Hola, amigo/a
Debo confesarte que me sentí discriminado como simple ciudadano y despojado de mi derecho de usar la vía pública en iguales condiciones que los demás cuando en Acassuso me encontré impedido de estacionar el auto en un amplio sector del pueblo —muy elegante, por cierto— porque la Comuna de San Isidro había dispuesto reservar esa posibilidad para sólo los habitantes del lugar.

 Me chocó el evidente privilegio otorgado por el poder público a un pequeño sector —pequeño pero muy influyente— de la comunidad y la notoria e intolerable discriminación para con todos los demás, quienes posiblemente no disponen de los fluidos contactos con los gobernantes de turno. Y más me molestó ver que tal discriminación estaba perpetrada por un gobierno de condición constitucionalmente republicana, para el que es obligación actuar respetando estrictamente el principio de igualdad ante la ley.

Me pareció patético que el mismo Estado que tiene en su estructura un organismo para la erradicación de la discriminación (Inadi) no dude en hacerlo cuando es cuestión de privilegiar a los amigos del poder. Aún más, me parece una hipocresía institucionalizada, porque se propicia  la antidiscriminación  mediante una ley promulgada con bombos y platillos y se la practica solapadamente mediante otra ley especial hecha a la medida de los amigos.

 Lamentablemente el caso que pude comprobar con mis propios ojos no es  el único ni el más grave. El país está plagado de privilegios otorgados por los poderes públicos, que significan otras tantas discriminaciones.

 Por citar otro caso cercano al lugar donde vivo: La costa del Río Luján, que recorre varios pueblos de Buenos Aires, está concedida por el gobierno a clubes náuticos para su uso privado de modo que la gente común no puede acceder a ella como debiera ser, teniendo en cuenta que la costa de los ríos es de dominio público. Evidentemente los socios de esos clubes están siendo privilegiados y la gente del pueblo discriminada.

 Me parece asombroso el grado de tolerancia que la ciudadanía tiene para con los gobernantes que privilegian a sus amigos y perjudican a todos los demás valiéndose del poder que les otorgó el pueblo. O tal vez es inconciencia: El privilegio  se ha hecho tan común que ya nadie lo ve, como si fuera tan natural como el agua y el aire. Todo el mundo habla de discriminación, pero parece no advertir la discriminación disimulada que supone todo privilegio, máxime cuando esos privilegios son concedidos por los que tienen que cuidar la igualdad ante la ley.

 Se entiende que hay personas que deben ser privilegiadas en razón de sus condiciones de discapacidad momentánea o permanente: los minusválidos, las embarazadas, los niños, los ancianos…Pero los privilegiados por el poder no son precisamente minusválidos ni indigentes, porque los pobres no tienen llegada a los despachos de los funcionarios.

Hubo en mi país un presidente que decía: “En la Argentina los únicos privilegiados son los niños”. Se quedó corto: se olvidó de decir que los amigos del poder son también privilegiados, y mucho más que los niños y sin la necesidad de protección que éstos tienen.

Sería curioso si no fuera hipócrita que el mismo Estado que obliga a los ciudadanos a evitar la discriminación sea el que más discrimina al conceder privilegios a amigos y parientes.  Te pongo un ejemplo: En mi país las escuelas privadas no tienen permitido seleccionar a los aspirantes a ingreso, bajo apercibimiento de perder el subsidio del Estado, el mismo Estado que solapadamente concede privilegios a allegados, discriminando al resto de la población.

 Las políticas socializantes propician medidas tendientes a obligar a los pobladores a ser equitativos. No me parece mal, porque hay que inducir a la gente a que corrija la mala costumbre de discriminar, si bien creo que antes que la imposición, el control y las sanciones sería más respetuoso de la libertad de los individuos la realización de  campañas de concientización, persuasión y reeducación.

 Dicen que el pescado comienza a podrirse desde la cabeza. Pero la pudrición no termina allí, sino que luego  invade todo el cuerpo. En las sociedades pasa algo parecido. Las mañas corruptas comienzan en las clases superiores y posteriormente se expanden a todo el cuerpo social.

Si es verdad que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, cabe sospechar que el pueblo argentino ha aprendido la lección de sus dirigentes y se ha hecho cómplice  del privilegio y la discriminación. Lamentablemente las observaciones sociológicas parecen confirmarlo. La “gauchada”, el acomodo, los contactos, las “coimas” son prácticas generalizadas en nuestra población —máxime la de clase alta—, todas con el propósito de conseguir prerrogativas especiales.

 Pero el problema mayor no está en la gente, sino en el gobierno: Cómo controlar y erradicar  las prácticas discriminatorias que ejercen los funcionarios, ya que son más disimuladas y difíciles de comprobar y, por otra parte, mucho más dañinas para el conjunto de la población y para la salud de la república.

 Las repúblicas tienen mecanismos de control de los actos de los funcionarios, pero los pícaros políticos postmodernos-neoliberales se han ocupado de volverlos inoperantes a fin de actuar con la seguridad de que sus bellaquerías no serán descubiertas. Nos quedaría recurrir al periodismo independiente, pero vemos que no basta con la investigación y la denuncia si los jueces no pueden, no saben o no quieren administrar justicia cuando el acusado es un funcionario o alguien vinculado con él.
¿Qué nos queda? La fe y la esperanza de que estas lacras alguna vez serán superadas, la honestidad de no sumarnos al privilegio y la discriminación, la lucha día a día contra los corruptos y el uso inteligente del sufragio.

 Gracias por tu amable atención
                                                                                       Raúl Czejer


La  música de Ennio Morricone y la poesía de Chiara Ferraú nos ayudan a tener fe en un mundo sin privilegios.

viernes, 3 de febrero de 2012

¿De cuál dignidad me están hablando?

                                                      



                                                 Dignidad a la carta            



Permíteme contarte un chiste. Cierta vez, hace ya muchos años, una gran reunión de notables de todo el mundo proclamó a los cuatro vientos que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Los dignatarios firmaron un solemne documento y se fueron a dormir satisfechos de haber prestado un gran servicio a la humanidad. Pero olvidaron que la gente no lee los documentos, menos si son solemnes, y que las palabras no cambian la realidad, apenas si crean una ficción. La gente siguió pensando y actuando como antes de la gran reunión, según lo que veía con sus ojos. ¿Y qué veía? Que la desigualdad y la sumisión reinaban por doquier, tanto que proclamar que todos somos libres e iguales en dignidad y derechos parecía una quimera propia de mentes afiebradas. ¿Cómo se les ocurría decir que todos somos iguales en dignidad? ¿Dónde ven la dignidad de un torturador? ¿Y de un delincuente?  La gran asamblea no se ocupó de explicitar qué entendía por dignidad del ser humano ni en fundamentar su concepto, para no entrar en metafísicas y menos en teologías, Dios libre y guarde, y así redujo tal  dignidad  a una palabra ambigua que cada uno interpretó a su manera y según sus intereses, reconociendo o retaceando dignidad humana a los demás  según las conveniencias del momento.



 Los varones dijeron y establecieron, haciendo uso de su poder, que ellos solamente tienen los atributos de la dignidad. Se sintieron así autorizados a decir que las mujeres no son seres humanos dignos “como uno” (por supuesto que quien dice esto es un varón, que piensa que la dignidad del ser humano cuelga entre las piernas). En consecuencia no tienen las mismas prerrogativas que los machos y deben encargarse de las tareas de segunda, subordinadas a ellos, por supuesto. Por fortuna algunas mujeres se están encargando de lavarles la cabeza, aunque otras, vergonzantes de su condición, se esfuerzan por mimetizarse con los varones, disimulando su humillante diferencia.



Otros, astutamente, decidieron pensar que la dignidad consistía en la piel blanca y en consecuencia redujeron a los negros a la condición de infrahumanos, de este modo podrían explotarlos como a animales y echarles la culpa de todo los males de la sociedad, sin cargos de conciencia, claro, porque uno tiene sus principios. Pero cuando un negro célebre se cambió el color de la piel, entraron en confusión y ataques de pánico: si un negro se puede transformar en blanco significa que un blanco se puede cambiar en negro, ¡horror! , y que la condición de ser humano viene a ser  como un traje que se quita y se pone: Me pongo la piel negra y ya no soy humano, no tengo dignidad ni derechos ni libertad; me pongo la blanca y ¡maravilla!, ya tengo categoría de persona. Para esto basta con tener unos cuantos mangos como para pagar a los cirujanos, así que la dignidad tan preciada se puede adquirir en el mercado como se compra un kilo de cebollas.



 Pero esta forma de pensar les pareció muy tosca y filistea a los sofisticados de las vanguardias culturales esnobistas y se dieron a buscar a quiénes endilgarles la condición de infrahumanos. Inteligentes y refinados como son, se dieron cuenta de que había personas que seguían pensando “a la antigua”. Los llamaron “dinosaurios”, denominación surrealista —el discurso llano no es digno de un vanguardista que se precie—para nombrar a quienes consideraban  como fósiles del pasado. Aplaudían a rabiar cuando un rockero cantaba con voz aguardentosa “los dinosaurios van a desaparecer”, sin advertir que los próximos dinosaurios serían ellos mismos. En la bolsa de los dinosaurios metieron a todos los que no compartían sus opiniones de avanzada con que, según su mente febril, avizoraban el porvenir. Convencieron a los popes de la industria cultural y al mandarinato universitario de que los dinosaurios  no debían tener prensa ni cátedra, por oscurantistas y estructurados, que pretendían conservar  valores tradicionales ¡qué osadía! No debía facilitarse la libertad de expresión a semejantes engendros. Cayeron así en la más flagrante contradicción: defensores de todas las libertades, aún las más jugadas, y enemigos de toda discriminación, despojaron a los dinosaurios de la oportunidad de expresarse, condenándolos al ostracismo intelectual.



Algunos memoriosos recurrieron al gran Aristóteles para dar lustre y fundamento a su teoría de que hay gente que nace para servir a los señores. Por supuesto, la dignidad es propiedad de los señores, esos que ostentan  gran estilo y tienen la libertad de derrochar fortunas en una timba; en cambio los servidores son  sólo cosas útiles. También trajeron en abono de sus ideas el aforismo que alguna vez leyeron en “Martín Fierro”: “Al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen”. En consecuencia —dijeron—es inútil gastar pólvora en chimango queriendo igualar a los de abajo con los de arriba. Hay que dejarlos ser lo que son, respetando su diferencia específica, y no forzar a la naturaleza. “La realidad es la única verdad”, dijo el Gran Maestro. Y la realidad muestra que somos desiguales. Hablar de dignidad igual para todos es una gran mentira —afirmaron con total convicción y sin ponerse colorados.



No faltó el guardiacárcel que aprovechó la volada y decretó para sí no darle bola a los garantistas de siempre que pretenden igualar a los delincuentes con la gente honesta como uno. “Para los malvivientes, ni la justicia”, dijo, remedando las palabras de un famoso general, y se dedicó a hacer sentir a los presos todo el peso de la ley.



Trascartón vinieron los políticos autocráticos, cínicos a morir, que vieron la oportunidad de vender gato por liebre a los desprevenidos ciudadanos y los convencieron de que los nuevos tiempos exigían dividir a la gente en dos clases: leales fanáticos y enemigos execrables y que los leales son los únicos que tienen dignidad humana mientras que los enemigos son ratas miserables a los que hay que tratar como tales. Con tranquilidad de conciencia los tirotearon a mansalva y a destajo, los privaron de la justicia, los encerraron en jaulas como a fieras salvajes o los tiraron al mar desde aviones sigilosos.  Todo, por supuesto, para defender al modelo o a la civilización occidental.



El chiste es que a sesenta años de la gran asamblea de notables, las cosas siguen como entonces y parecen hacer caso omiso de  palabras bienintencionadas pero ingenuas. La fraternidad universal que propiciaba se va perdiendo en el horizonte, mientras avanza la barbarie como jinete del apocalipsis, tal vez anunciando el gran harmagedón.



¿Por qué la realidad no se adapta a las buenas intenciones? Porque las buenas intenciones no se adaptan a la realidad integral del ser humano, que viene siendo ignorada desde hace tiempo por el discurso políticamente correcto, realidad que no se reduce a lo que se ve con los ojos sino que comprende también a lo que se intuye con el corazón y la inteligencia: Que el ser humano es también espíritu, persona que trasciende su máscara corporal. Es esta condición espiritual la que funda su dignidad y la hace una realidad intocable, como un lugar sagrado que hay que tratar con sumo respeto, descubierta la cabeza y los pies descalzos.

Gracias por tu amable atención

                                                                                                Raúl Czejer