lunes, 6 de agosto de 2012

¿Respeto a la diversidad o comodidad?

Días atrás escuchaba en la televisión a un hombre que estaba siendo procesado por haber ocasionado la muerte de un niño que necesitaba una transfusión de sangre. El hombre se defendía diciendo que en la religión que profesaba no estaban permitidas esas prácticas y que en ese marco se había producido la muerte, como efecto no buscado. Agregaba que en la democracia integral es norma el respeto a las culturas y a las costumbres diferentes de la propia y que, en consecuencia, no debía ser castigado por el sólo hecho de haber procedido según las costumbres de su religión.

El hecho suscitó una polémica en la opinión pública. En general la gente se inclinó a evaluar negativamente la conducta del padre. Por su parte, la Justicia le imputó el delito de abandono de persona, pero no recibió el beneplácito de todos los comunicadores sociales ni de toda la población.

El argumento del padre sonaba muy lógico y coherente con los valores democráticos, pero yo tenía la sensación de que ocultaba un malentendido, porque justificaba una conducta a mi juicio reprobable, amparándose en el principio de respeto a la diversidad. Mi parecer es naturalmente subjetivo y no tiene por qué ser norma de nada. Nada más quiero considerar el problema para ver si no estoy equivocado. Al respecto, consideraré sobre todo  el respeto a la diversidad al interior de los países y diré sólo alguna cosa sobre el tema de la multiculturalidad e interculturalidad, que tiene aspectos poco claros y sospechosos de ser solo una engañapichanga de los centros de poder para consumo de los países periféricos.

A primera vista me parece que respetar la diversidad, o al diferente, para ser más concreto, es dejarlo ser como es, evitando obstaculizarlo, o prejuzgarlo, o molestarlo, o perseguirlo, o rechazarlo a causa de su modo peculiar de vida o de sus condiciones especiales, tolerando aquellas formas diferentes que pueden desagradarnos, o que despreciamos, o que no aprobamos porque no coinciden con nuestros usos y costumbres e integrándolo a la convivencia con el común de la gente.

Hasta ahí, todo bien. Ahora la pregunta que me hago al respecto es ésta: ¿Hasta dónde hay que respetar los comportamientos divergentes del común? Parece claro que no tenemos obligación de respetar lo que diverge de la ley, salvo que la ley sea ostensiblemente discriminatoria. Pero ¿qué decir de los comportamientos ni prohibidos ni mandados por la ley pero que divergen de los usos y costumbres comunes en un país? Por ejemplo: ¿Hay que tolerar el “derecho de pernada” que aún subsiste en algunas zonas del nuestro país? ¿Hay que convivir en paz con los que ofrecen sexo en cualquier parte de la ciudad? ¿Frente a una escuela? ¿Frente a nuestra puerta a la vista de nuestros hijos?
¿Se debe ser intolerante con esos comportamientos, o tolerante, o permisivo?

Parece que lo mejor es ser tolerante, como si fuera un justo medio entre dos extremos, pero la cuestión es dónde poner el límite de lo tolerable y desde dónde no estamos dispuestos a dejar correr sin más formas de vida que no nos parecen aceptables.

Es evidente que el límite de lo tolerable dependerá de la idiosincrasia personal y de la cultura de una sociedad. Así como hay personas más tolerantes y comprensivas que otras, hay pueblos más liberales que otros. En otras palabras, el contenido de lo tolerable varía de persona a persona y de pueblo a pueblo. En esta cuestión reina el relativismo total. Por desgracia no hay todavía una ética civil mínima universal que sirva a todos los seres humanos como criterio para juzgar usos y costumbres. Sin embargo, a pesar de todas las objeciones que se le puedan enrostrar, la Declaración Universal de los Derechos Humanos puede servir como una guía provisoria.

Aparte de ello, de alguna otra pauta podemos disponer. Creo que no sería descabellado decir que dentro de un país se puede tolerar todo aquello que no infrinja la ley, siempre que esa ley no contradiga a los derechos humanos. Y con respecto a otras culturas, un buen criterio provisorio podría ser el respetar todo uso y costumbre que no contradiga a los mencionados derechos. En tal sentido, la infibulación creo que viola el derecho de las personas a su integridad física. Y aunque los derechos de los animales aún no están reconocidos, creo que la corrida de toros atropella su derecho a no padecer vejámenes y a conservar la vida. Creo que es una canallada hacer sufrir a un animal porque sí o, peor aún, por diversión. Otro tanto debo decir, para ser sincero, del aborto, al que considero sencillamente una salvajada y la peor de las discriminaciones que se perpetra contra un ser humano diferente indefenso, al que no se reconoce el derecho de los derechos: el derecho a la vida, sin el cual los demás derechos no tienen sentido. El derecho a la vida que tiene el niño por nacer es no sólo superior sino de otra entidad moral que el derecho de la madre a disponer de su propio cuerpo por la razón que fuera, amén de que el bebé no es una prótesis que la mamá se pueda quitar a voluntad, ni un órgano de su cuerpo, sino un ser humano diferente, que tiene tanta dignidad como la madre y que merece respeto como cualquier ser humano diferente y, en su caso, mucho más que sólo respeto. Escudarse en un supuesto derecho a disponer de su cuerpo conforma una actitud hipócrita e irresponsable que esconde la verdadera intención: librarse de un estorbo —¡pobre niño, que viene al mundo en medio de tanto desamor!

¿El respeto es acaso lo mejor que podemos hacer por los diferentes? ¿No es una actitud cómoda y mezquina? Por ejemplo: ¿Basta con integrar a los niños discapacitados a la escuela común y dejarlos librados a sus “capacidades diferentes”, eso sí, alentándolos con un fácil “se puede, se puede”? ¿Y si el niño, a pesar de contar con “capacidades diferentes”, no puede pasar de la tabla del dos mientras sus compañeritos ya saben sacar raíz cuadrada? ¿No es justo hacer mucho más por él? Las políticas neoliberales dirían que basta con el respeto y que cada uno se las arregle como pueda. “Tú puedes, tú puedes” —con estas palabras y una palmadita en la espalda dejarían al discapacitado a cargo de las almas caritativas—.Las políticas socializantes, en cambio, crearían un sistema solidario que se haría cargo del problema de los discapacitados en general. ¿Cuál de las dos actitudes es más humana? ¿La que propicia la libertad individual o la que alienta la corresponsabilidad?

El respeto a la diversidad es un deber de justicia para con los diferentes. En este sentido es lo mínimo que corresponde hacer para con ellos en tanto diferentes. Pero con el solo mínimo no basta. Aún siendo muy respetados —por ejemplo— en su cultura peculiar los indios tobas bien pueden morirse de hambre y ser despojados de sus tierras. No basta con respetarlos en su peculiaridad, porque tienen muchas necesidades que van más allá del mero dejarlos ser: Necesitan vivir una vida digna y eso no se consigue con sólo ser respetados. Creo que si la única actitud para con ciertos grupos o culturas diferentes se reduce a dejarlos ser como son, la solidaridad y, por lo tanto, la justicia social, brillarían por su ausencia.

Me atrevo a decir que es hipócrita la propaganda que promueve el respeto a las culturas diferentes y olvida u oculta el deber de solidaridad para con ellas. Al respecto me pregunto: ¿A qué obedece el interés del capitalismo por defender la diversidad cultural sin preocuparse por la suerte de los pueblos diferentes o, peor aún, manteniendo la opresión sobre ellos? ¿No es hipócrita realizar exposiciones de productos culturales de los mismos pueblos a los que se usa como ratas de laboratorio?

¿Nada se puede decir de otras culturas? ¿Todos sus usos y costumbres son absolutamente irreprochables desde el punto de vista de un consenso ético mínimo universal? No comparto este prejuicio estructuralista. Yo creo —francamente y sin ánimo de dogmatizar— que hay en todas las culturas costumbres indignas del ser humano que pueden ser juzgadas desde un punto de vista ético universal —que es superior al mero punto de vista culturalista— y que dejar correr esas costumbres sin siquiera intentar la corrección fraterna, es abandonar a la inhumanidad al que yerra sin saberlo. También es una injusticia.

Gracias por tu amable atención
                                                                                       Raúl Czejer

                                                                                                                                                


Te propongo la siguiente lectura, para pensar el tema de la tolerancia, independientemente del discurso políticamente correcto.

                                  La tolerancia bajo sospecha
Silvia Duschatzky :
Investigadora del Área de Educación.Flacso, Buenos Aires.
Carlos Skliar:
Profesor del Programa de Posgraduación en Educación.Universidad do Rio Grande do Sul. Brasil

¿La tolerancia es una necesidad, un punto de partida ineludible para la vida social, pero también una virtud?

La reivindicación de la tolerancia reaparece en el discurso posmoderno y no deja de mostrarse paradojal. Por un lado la tolerancia invita a admitir la existencia de diferencias pero en esa misma invitación residen la paradoja, ya que si se trata de aceptar lo diferente como principio también se tienen que aceptar los grupos cuyas marcas son los comportamientos antisociales u opresivos.

La Real Academia Española define la tolerancia como respeto y consideración hacia las opiniones de los demás, aunque repugnen a las nuestras. Si así fuera deberíamos tolerar los grupos que levantan las limpiezas étnicas en nombre de la pureza de la patria o también habría que tolerar las culturas que someten a la mujer a la oscuridad, el ostracismo y al sometimiento.

Geertz (1996), antropólogo norteamericano, rechaza el concepto de tolerancia basado en un relativismo: "la idea de que todo juicio remite a un modelo particular de entender las cosas tiene desagradables consecuencias: el hecho de poner límite a la posibilidad de examinar de un modo crítico las obras humanas nos desarma, nos deshumaniza, nos incapacita para tomar parte en una interacción comunicativa, hace imposible la crítica de cultura a cultura, y de cultura a subcultura al interior de ella misma".

Geertz señala con claridad que el miedo obsesivo al relativismo nos vuelve xenofóbicos, pero esto no quiere decir que se trate de seguir el lema “todo es según el color con que se mire”. Las culturas no son esencias, identidades cerradas que permanecen a través del tiempo sino que son lugares de sentido y de control que pueden alterarse y ampliarse en su interacción. La cuestión no es evitar el juicio de una cultura a otra o al interior de la misma, no es tampoco construir un juicio exento de interrogación sino unir el juicio a un examen de los contextos y situaciones concretas.

Ricardo Forster (1999) sospecha de la tolerancia por su tenor eufemístico. La tolerancia, señala, emerge como palabra blanda, nos exime de tomar posiciones y responsabilizarnos por ellas. La tolerancia debilita las diferencias discursivas y enmascara las desigualdades. Cuanto más polarizado se presenta el mundo y más proliferan todo tipo de bunkers, más resuena el discurso de la tolerancia y más se toleran formas inhumanas de vida.

La tolerancia consagra la ruptura de toda contaminación y convalida los guetos, ignorando los mecanismos a través de los cuales fueron construidos históricamente. -La tolerancia no pone en cuestión un modelo social de exclusión, como mucho se trata de ampliar las reglas de urbanidad con la recomendación de tolerar lo que resulta molesto.

La tolerancia tiene un fuerte aire de familia con la indiferencia. Corre el riesgo de tomarse mecanismo de olvido y llevar a sus portadores a eliminar de un plumazo las memorias del dolor. ¿Acaso las Madres de Plaza de Mayo fueron producto de la tolerancia ?

El discurso de la tolerancia corre el riesgo de transformarse en un pensamiento de la desmemoria, de la conciliación con el pasado ,en un pensamiento frágil, light, liviano, que no convoca a la interrogación y que intenta despejar todo malestar. Un pensamiento que no deja huellas, desapasionado, descomprometido. Un pensamiento desprovisto de toda negatividad, que subestima la confrontación por ineficaz.

La tolerancia puede materializar la muerte de todo diálogo y por lo tanto la muerte del vínculo social siempre conflictivo. La tolerancia, sin más, despoja a los sujetos de la responsabilidad ética frente a lo social y al Estado de la responsabilidad institucional de hacerse cargo de la realización de los derechos sociales. El discurso de la tolerancia de la mano de las políticas públicas bien podría ser el discurso de la delegación de las responsabilidades a las disponibilidades de las buenas voluntades individuales o locales.

¿Cómo juega la tolerancia en la educación? Es cierto que somos tolerantes cuando admitimos en la escuela pública a los hijos de las minorías étnicas, religiosas u otras, aunque esta aceptación material no suponga reconocimiento simbólico. Pero también somos tolerantes cuando naturalizamos los mandatos de la competitividad cómo únicas formas de integración social, cuando hacemos recaer en el voluntarismo individual toda esperanza de bienestar y reconocimiento, cuando hacemos un guiño conciliador a todo lo que emana de los centros de poder, cuando no disputamos con los significados que nos confiere identidades terminales. Somos tolerantes, cuando evitamos examinar los valores que dominan la cultura contemporánea, pero también somos tolerantes cuando eludimos polemizar con creencias y prejuicios de los llamados sectores subalternos y somos tolerantes cuando a toda costa evitamos contaminaciones, mezclas, disputas.

La tolerancia también es naturalización, indiferencia frente a lo extraño y excesiva comodidad frente a lo familiar. La tolerancia promueve los eufemismos, como por ejemplo llamar localismos, identidades particulares a las desigualdades materiales e institucionales que polarizan a las escuelas de los diferentes enclaves del país.

Retornemos al principio, para salir de allí: "el otro como fuente de todo mal" nos empuja a la xenofobia (al sexismo, la homofobia, al racismo, etc.). A su vez, el discurso multiculturalista corre el riesgo de fijar a los sujetos a únicos anclajes de identidad, que es igual a condenarlos a no ser otra cosa de la que se es y a abandonar la pretensión de todo lazo colectivo. Y por último, la tolerancia puede instalamos en la indiferencia y en el pensamiento débil.

¿Será imposible la tarea de educar en la diferencia? Afortunadamente es imposible educar si creemos que esto implica formatear por completo al otro, o regular sin resistencia alguna, el pensamiento y la sensibilidad. Pero parece atractivo, por lo menos para no pocos, imaginar el acto de educar como una puesta a disposición del otro de todo aquello que le posibilite ser distinto de lo que es en algún aspecto.

Una educación que apueste a recorrer un itinerario plural y creativo, sin patrón ni reglas rígidas que encorseten el trayecto y enfatice resultados excluyentes.




Inspiradora y bella música la de Ennio Morricone. La misión da sentido a la vida y plenitud al corazón






                                
                                     
                                                           


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