sábado, 24 de septiembre de 2011

Certezas

                                                            La visión

—Nunca supe qué fue lo que ocurrió, pero aquella noche vi algo que no alcanzo a comprender —dijo Prudencio y guardó silencio, como para crear expectativa y concitar la atención de sus compañeros. Todos se callaron y lo miraron con interés, porque lo sabían un buen narrador de historias fantásticas, de las que se acostumbraba contar en las reuniones de gente de campo, cuando la televisión aún no había entrado en los hogares.
—Sucedió una noche, en la Pampa de Achala. —continuó Prudencio, una vez que toda la atención de sus compañeros estaba concentrada en él y el mate empezaba a correr de boca en boca.
—Arriábamos un rebaño de vacas desde Córdoba hacia San Luis y nos encontrábamos acampando en ese desierto de piedra y pasto duro que media entre el Valle de la Punilla y el pedemonte de Traslasierra. Me había tocado esa noche hacer la guardia, por si algún cuatrero o algún puma intentara robarnos algún animal. Las estrellas relumbraban en el cielo oscuro y sólo se escuchaba el canto rítmico de los grillos sobre el fondo de un silencio absoluto. Pasaban las horas y el sueño me iba venciendo poco a poco. De pronto, un resplandor fosforescente estalló en medio de la noche, tan calladamente que el ganado no dio muestras de inquietud; sólo los grillos dejaron de cantar y se hizo un silencio tal que podía oír los latidos en mi pecho. Fue como un disparo de luz que permaneció unos segundos en mis ojos impidiéndome toda visión. Cuando nuevamente pude entrever en la oscuridad, me llamó la atención que la llama del fogón estaba inmóvil, como congelada en el tiempo, y me pareció ver que el ganado se estaba moviendo en total silencio hacia una sombra, como un bulto enorme y más negro que la noche, que yo no alcanzaba a distinguir. El rebaño entero desapareció, engullida por esa sombra fantasmal. Yo me frotaba los ojos para ver mejor pero no podía siquiera vislumbrar qué era aquello. Un nuevo relámpago de luz relumbró en la oscuridad iluminando espectralmente el desierto y pude ver por un instante que en el corral improvisado ya no había vaca alguna. Enseguida sentí que los grillos volvieron a cantar y vi que la llama del fogón volvía a flamear bajo la pava. Noté que mis compañeros seguían durmiendo como si nada hubiera ocurrido y pensé que yo debía estar soñando y que lo que había visto o creído ver no podía haber sucedido. Me acerqué al corral para ver mejor y comprobé que efectivamente el ganado ya no estaba. Retorné junto a mis compañeros lo más rápido que me permitió la oscuridad e intenté despertarlos para ponerlos al tanto de lo que estaba sucediendo, pero no hubo forma: seguían roncando como benditos. Me acurruqué junto al fogón porque el frío del desierto se hacía sentir y me dispuse a esperar la mañana, mientras cavilaba sobre qué sería aquello que había visto. Debí quedarme dormido porque un compañero me despertó cuando ya el sol brillaba en el cielo. Me extrañó su tranquilidad. Me levanté de un salto y miré hacia el corral. Allí estaban las vacas, mugiendo como todos los días y arrancando los pocos pastos que encontraban entre las rocas. “No puede ser”, me dije. Conté a mis compañeros lo que había visto esa noche. Entre todos me convencieron de que lo había soñado, ya que allí estaban las vacas para demostrar que no habían sido secuestradas.

No pensé más en el asunto y viví tranquilo hasta que me enteré de que todas las vacas de aquel rebaño habían parido al mismo tiempo, justo a los nueve meses y medio de aquella travesía del desierto. Desde entonces ya no sé qué es verdad y qué es sueño en las cosas que vivimos —concluyó Prudencio.

Todos lo miraban en silencio, mezcla de intriga e incredulidad. Sin decir palabra, se levantó y salió de la casa, perdiéndose en la noche.
Cuentan que Prudencio ya no sabe decir ni hacer nada con seguridad. Siempre un “tal vez” un “quizá”, un “probablemente”. Y que desde entonces la incertidumbre signó su vida.

                                                                                        Raúl Czejer

Certezas no tenemos demasiadas. Pero nuestra vida no se arraiga en ellas, sino en lo que creemos. Sin esa fe que da sentido a la existencia y esperanzas al corazón, ¿qué sería de nosotros?

jueves, 22 de septiembre de 2011

Comunión



                                                   Solo de oboe


—Ayer, mientras tomaba mis acostumbrados mates mañaneros, estaba pensando en Antonio. ¿Te acordás de Antonio? Aunque vos  hace mucho que te fuiste, seguro recordás que era un hombre ya grande, muy bien conservado a fuerza de ejercicios y de practicar varios deportes. No se  perdía la maratón anual que se realiza en Palermo y aunque llegaba entre los últimos, siempre llegaba. ¿Te acordás  que vivía con su hija, que estaba casada y tenía dos hijos?  Bueno, resulta que un buen día Antonio desapareció del barrio y ya nadie supo más de él. Ni los vecinos ni la familia pudieron dar razones de su desaparición y aunque se hizo la denuncia, no hubo forma de ubicarlo y así pasó a engrosar la lista de personas desaparecidas. La hija mucho no se ocupó de buscarlo porque parece que no se llevaban bien. En el barrio se hicieron las más variadas conjeturas sobre qué podía haber ocurrido con él. Vos sabés cómo es la gente cuando se pone a imaginar. Las teorías fueron de lo más disparatadas. A vos te consta  que yo no me doy a habladurías y que no me gusta andar averiguando la vida de la gente, pero el caso de Antonio me tenía intrigado, así que me propuse realizar una investigación exhaustiva que me llevara a la verdad.

Hablé con los vecinos y con todos los que lo conocían para recabar información de aquí y de allá de modo de  hacerme una composición de lo sucedido, pero no lograba avanzar gran cosa. Vos me conocés,  yo soy perseverante, de modo que seguí averiguando y quiso mi buena estrella que  en esa pesquisa me encontrara al fin con una gente que dicen que lo vieron una vez en la playa de Claromecó, un día de frío y mucho viento. Casi no lo reconocieron, porque tenía la barba y el pelo muy crecidos y estaba vestido de un modo estrafalario, como si fuera un hippie redivivo. Lo vieron sentado en la cima de un médano tocando una melancólica melodía en lo que parecía un oboe, con los pelos y la barba agitados por el viento. Más que música les pareció una oración puesta en sonidos. Cuando acabó de tocar, se levantó y se dirigió a una cabaña, al parecer de madera, que se veía en la lejanía  entre los médanos.

 No supieron darme más precisiones sobre la ubicación de esa cabaña, pero con las señas del lugar donde lo vieron pensé que no me sería difícil encontrarla. Así que un buen día nos fuimos con mi mujer a Claromecó a ver si podíamos hablar con él y saber las causas de su insólita desaparición.

 Después de algunas recorridas por la playa encontramos la cabaña. Antonio no estaba en ese momento, así que lo esperamos sentados en la arena, disfrutando de la vista del mar, enorme y solitario. Al rato apareció, acompañado por un perro siberiano. Traía una ristra de peces de varias clases colgando de una mano y en la otra una caña de pescar. Se sorprendió al vernos y nos reconoció al instante. Nos recibió con buen humor y nos invitó a comer pescado a la parrilla que él mismo prepararía. Aceptamos y al rato ya estábamos  conversando de distintas cosas como buenos y viejos vecinos. Yo no me animaba a entrar en el tema que me había llevado hasta allí, por temor de que lo tomara a mal, pero con el  correr de la conversación y haciéndome el pavote deslicé una frase como para tantear su disposición a hablar de su historia personal.

 —En el barrio se lo hecha de menos, don Antonio —dije mirando como distraído el horizonte del mar.

—Me imagino que debe de haberlos sorprendido mi desaparición —contestó, demostrando que no tenía empacho en hablar del asunto

—Efectivamente. Usted se ha transformado en un misterio para todos los vecinos.

—Es bueno y halagador que a uno lo extrañen. Gracias.

—¿Qué es lo que pasó, don Antonio, si se puede saber?

—No hay problema. Mire, un hombre debe saber cuándo es conveniente  abandonar el escenario y dejarse de joder al prójimo

—No le entiendo, perdóneme

—Cuando murió mi mujer, mi hija, que no tenía casa propia, vino a vivir conmigo junto con su familia, el marido y dos hijos. Mientras los nietos fueron chicos, dormían en un solo cuarto, pero cuando se hicieron grandes necesitaron espacio propio cada uno. No había cómo crear otro cuarto en el departamento, así que estaba sobrando uno. Entendí que ese uno era yo, el más viejo, el que ya había vivido su vida,  y que había llegado el momento de dejar espacio a los más jóvenes. Yo siempre tuve buena salud y gusté de la vida al aire libre. Me encanta  el mar y como por suerte tengo una buena pensión, pensé que bien podía pasar los últimos años de mi vida aquí, sin molestar a mi familia, en esta playa hermosa que conocí cuando era  hippie.

—¿Pero por qué no avisó a nadie de su decisión, ni a su familia?

—Porque se habrían opuesto y yo habría seguido sintiendo que era un estorbo.

—¿Y no piensa volver alguna vez?

—No. Aquí estoy bien. Yo, mi perro, mi oboe, la playa y el mar. Les pido que respeten mi decisión y no digan que estoy viviendo aquí.

—Así será, don Antonio, no se preocupe.

Cuando acabamos con los pescados a la parrilla, Antonio se ofreció para interpretar  en nuestro honor algunas composiciones propias en su oboe. Te imaginarás que en ese marco de playa y mar, sol tibio y brisa marina, la música de Antonio nos pareció de otro mundo. Arrancó a su oboe sonidos que hablaban de cielos estrellados y amaneceres luminosos, noches de viento y aguacero y días de comunión con las olas. Te juro que nunca había vivido momentos de tanta exaltación espiritual.

—Vuelvan cuando quieran —nos dijo al despedirnos—.  Aquí siempre habrá un amigo, un pescado a la parrilla y un oboe para alegrarles el corazón.

 Nos fuimos con las ganas de volver a escuchar  la música de Antonio en un día diáfano a orillas del de mar.

Al año volvimos. Ya no encontramos a nadie. Sólo quedaba la cabaña solitaria, mudo testigo de que  allí  el alma de  Antonio fue feliz.
                                                                                                  Raúl Czejer

La música es  el arte en  que mejor se realiza la comunión entre el espíritu del mundo y el alma del hombre. En la música el encanto del mundo vuelve a renacer, aún en medio de los horrores que crea la ambición.




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lunes, 12 de septiembre de 2011

Confianza en sí mismo

                                                           Abordaje
—Hoy tengo que abordarla —pensaba en el cuarto del hotel mientras  se afeitaba la barba crecida por varios días de abandono—. Al pan, pan, y al vino, vino. Basta ya de dilaciones y de medias tintas  —se dijo, sintiendo que había llegado el momento de afrontar la verdad.

Mientras seguía afeitándose cavilaba sobre cómo iba a encarar su discurso. ¿Iría directamente al grano o sería mejor dar un rodeo como para fundamentar su pretensión?

—Será mejor que lo escriba —pensó, después de imaginar variadas formas de encarar su propuesta—, así ordeno y aclaro mis ideas.

Se apresuró a terminar de afeitarse, tomó el cuaderno y el lápiz que siempre llevaba en su portafolios para anotar todo detalle sorprendente  que aconteciera en  las cosas cotidianas y se dispuso a componer su alocución, figurándose que la tenía presente allí, parapetada detrás de su computadora, enfundada en un tailleur gris que acentuaba la severidad de su persona y disimulando la  mirada inquisidora con unas grandes gafas multifocales.

Era un día de verano en Buenos Aires y un vaho de aire cálido y húmedo entraba por la ventana del cuarto. “Viento norte”, decía el pronosticador en la radio.

—¡Uf! ¡El viento de los locos! ¡Lindo día para inspirarse! —se lamentaba para sus adentros. Pero ya estaba decidido y no iba a permitir que un simple detalle climático frustrara su propósito. No había venido para repetir las ceremonias de un deseo secreto que nunca se había atrevido a revelar.

Pero nuevamente lo ganó la vacilación. ¿Qué clase de discurso sería el más apropiado?



—Tal vez me convenga un discurso poético, que cause impacto en sus sentimientos y ablande la dureza de su carácter, así estaría mejor dispuesta para responder positivamente a mi pedido —reflexionaba en voz alta, sin mucho convencimiento. Prontamente desechó la idea: la poesía no era su fuerte. Los intentos en ese terreno habían resultado prosaicos y demasiado intelectuales; hablaban a la cabeza más que al corazón. Además —pensaba— ella no se veía muy permeable a  sentimientos y emociones de modo que era muy difícil que por ese lado lograra el efecto deseado.



—Podría   relatarle una historia que le muestre el por qué de mi propuesta  —se decía, con más dudas que certezas, mientras evaluaba ventajas y desventajas de su idea.

Pero tampoco esta posibilidad le pareció conducente. La narrativa no era su fuerte. Había incursionado tímidamente en el género y escrito algunos relatos breves, pero allí no se sentía a gusto ni lograba decir lo que quería.



—Me parece que lo que me conviene es un discurso retórico, tipo ensayo —concluyó.

Pero debía componer un discurso muy bien fundamentado: Ella estaba  dotada de un pensamiento crítico  implacable, capaz de encontrar contradicciones y de sospechar propósitos inconfesables en las palabras más halagadoras. No sería fácil convencerla.



Mientras cavilaba de esta manera su mente iba entrando en un vértigo de palabras que, imaginaba,  debían entrar en el discurso para que fuera efectivo como el alegato de un buen abogado.

Escribió, escribió y reescribió innumerables páginas que inexorablemente fueron a parar al cesto de los papeles inservibles, mientras el tic-tac del reloj despertador que siempre lo acompañaba en sus viajes iba clausurando el tiempo segundo a segundo. En todos los discursos ensayados y pronto descartados,  un arroyo de palabras anhelantes surgidas de una mente afiebrada corría por las páginas. Ninguno, en su opinión, lograba expresar lo que él quería decirle.

Por fin, con muchas dudas, se decidió por uno.



—¡A la perinola! ¡Se me ha hecho tarde! —se dijo sobresaltado al mirar el reloj—. ¡Si pierdo esta oportunidad me corto las venas! —exageró—. La sabía muy estricta en el cumplimiento de horarios acordados, así que no  podía  permitirse una demora.

Recogió apresuradamente sus papeles, acabó de vestirse y se lanzó a la calle como alma que lleva el diablo. Durante el viaje en   ómnibus hacia el lugar convenido iría releyendo su discurso para aprenderlo casi de memoria. No era cosa de  tropezar en el momento decisivo —se decía.

Las calles con sus veredas, sus tiendas y su gente desfilaban ante sus ojos que miraban sin ver. Absorto en repasar su discurso lo repetía una y otra vez y cada vez que lo hacía encontraba nuevas fallas y debilidades argumentales que le hacían dudar de su eficacia y acrecentaban su inseguridad.

—Seguro que me va vapulear con su dialéctica de hierro y lo único que voy a lograr es que se ría de mí —se decía, mientras el ómnibus se acercaba inexorablemente a destino y crecían sus dudas esquina tras esquina.

Era un día complicado en Buenos Aires: Piquetes, manifestaciones, cortes de calles…todo bajo el sol infernal de un mediodía de enero.

—¡Maldito tránsito! —renegaba con impaciencia—. Así voy a llegar tarde.

De pronto, el ómnibus se detuvo. Como una tromba se adelantó hasta el chofer.

—¿Qué pasa, maestro? ¿Por qué se detiene? —inquirió casi con irritación.

—Sucede que hay un piquete de Quebracho que está cortando la avenida Callao —dijo con resignación el conductor—. Vamos a tener que dar un rodeo.

—¡Maldición! —exclamó con furia—. ¡Sólo esto me faltaba! ¡Me van a hacer llegar tarde!

Se encontraba a sólo cuatro cuadras del lugar del encuentro, de modo  que bajó casi corriendo del ómnibus y así recorrió el trayecto que restaba, jadeando y chorreando sudor a causa del intenso calor del día.

—Voy a llegar tarde, por culpa de esta ciudad  endemoniada, pero tal vez… —se decía, al tiempo que ingresaba al edificio.

Nuevamente lo asaltó la duda.

—¿Subo o no subo? —se preguntaba vacilante—. Mejor me vuelvo y  evito un momento bochornoso… ¡Voy a hacer el ridículo!

Ya estaba por desistir, pero casi por inercia subió al tercer piso. Levantó la mano para llamar a la puerta y en su reloj vio que habían pasado cinco minutos de la hora convenida

—¡Uuu! ¡Estoy llegando tarde! ¡Me va a mandar al carajo! Además estoy todo transpirado, ¿cómo me voy a presentar de esta manera?  ¡Maldito Quebracho!  ¡Justo hoy vienen a cortar la avenida! ¡Si no fuera por ellos habría llegado a tiempo! —protestaba en el colmo de la desesperación.

A pesar de sus temores se animó a entrar. En el recibidor del despacho lo saludó amablemente una señorita que seguramente oficiaría de secretaria.

—Buen día, señor. ¿En qué lo puedo servir?

—Tengo una entrevista con la doctora.

—Bien. En este momento está ocupada. Aguarde, por favor, un segundito.

No quiso sentarse en los cómodos sillones que amoblaban el salón. Estaba demasiado nervioso como para quedarse quieto. Simulando tranquilidad se paseaba por el recibidor observando  los cuadros que adornaban las paredes. Obsesionado en repasar mentalmente  su discurso no veía colores ni formas, mientras sentía que las manos se le humedecían y que la cara le ardía como un carbón encendido, que aumentaba su calor a medida que la aguja del reloj lo acercaba a la hora decisiva. Comenzó a sentir que le faltaba el aire, al tiempo que su corazón se aceleraba como un caballo desbocado. Lo invadió el pánico y acabó perdiendo la poca confianza que le quedaba. Salió sin saludar y se apresuró a  desandar las escaleras como temiendo arrepentirse.

No había llegado a la calle cuando en la puerta del despacho asomó una mujer joven, prolijamente enfundada en un tailleur gris, que preguntó a la secretaria

—Estoy esperando a  un señor que quedó en venir a una entrevista —dijo—. ¿No lo has visto por aquí?

—Sí; estuvo hace un ratito nomás, pero ya se retiró. No dijo por qué.

—¡Qué lástima! Parecía un hombre interesante. Tenía mucho interés en conversar con él…

                                                                                                   Raúl Czejer


"Para vencer un peligro,
salvar de cualquier abismo
-por esperencia lo afirmo-,
más que el sable y que la lanza
suele servir la confianza
que el hombre tiene en sí mismo."

                                                         José Hernández : "Martín Fierro"


             No te rindas

No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma
Aún hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
Porque lo has querido y porque te quiero
Porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron,
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar un canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas
E intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños
Porque cada día es un comienzo nuevo,
Porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.
Mario Benedetti
                                                      



viernes, 9 de septiembre de 2011

Sonreír

 

A pesar de la crudeza de la realidad, sigo creyendo que aún queda oportunidad para la sonrisa.

 

risa-chaplin riendo-bienestar-sonrisa contagiosaEl verdadero alcance de la sonrisa.

Por: En Positivo

En el minuto en que alguien sonríe se activan 17 músculos del rostro, la sonrisa es un reflejo del ser humano que ha trascendido sin importar culturas ni generaciones.
Marianne LaFrance investigó con el fin de conocer cual es el verdadero alcance de la sonrisa.
La licenciada en psicología de la Universidad de Yale de Estados Unidos publicó el libro “ Lip Service: Smiles in life, death, trust, lies, work, memory, sex and politics” (Labios al Servicio: la sonrisa en la vida, muerte, verdad, mentira, trabajo, memoria, sexo y política) en donde intenta descubrir toda la verdad sobre este gesto facial.

La sonrisa es una expresión vital en términos de comunicación.

Según la autora sonreír “puede sacarnos de apuros si nuestro interlocutor nos está demandando algo perentoriamente e incluso, bajar el nivel de animosidad” por lo que, tiene un impacto social determinante para la convivencia. La psicóloga también revela que la sonrisa es un acto de dependencia localista, es decir, depende de la zona geográfica, no en todos los lugares del mundo son igual de propensos a la sonrisa, pero en todos los lugares es reconoce como un gesto de apertura al mundo externo.
El sonreír es el resultado de un conjunto de reacciones que producen bienestar, por ejemplo; La investigación de autora demostró que ver a alguien sonreír es contagioso, el buen ánimo se traspasa, esto se produce entre personas o también con fotografías. Por otra parte, se ha comprobado que el hombre puede fingir la sonrisa, esto nos permite ocultar sensaciones de temor, ira o tristeza. ¿Cómo saber si la sonrisa es genuina o no? Según la autora, por los ojos, los ojos y los músculos de su alrededor son vitales para reconocer una verdadera sonrisa. El movimiento y reacción de estos los ojos sumado a las contracciones musculares reflejan una verdadera sonrisa.
Es imposible replicar una sonrisa genuina, según la autora los cambios corporales, la energía del cuerpo y la secreción de hormonas no se pueden producir apropósito.
Una simple sonrisa ya no es una simple mueca, ahora sabemos que es una herramienta cultural y social que permite compartir sentimientos con el entorno y que puede ser descifrable ante los ojos de cualquier ser humano.
Paz Fonseca.
http://www.enpositivo.com/la-sonrisa-y-el-impacto-social


La sonrisa en nuestra vida


A veces, sonreír es la mejor forma de contribuir a cambiar el mundo. José Luis Cortés
Afortunado el hombre que se ríe de sí mismo, ya que nunca le faltará motivo de diversión. Autor desconocido
Aprende a sonreir a la vida que ella te sonreirá a ti. Autor desconocido
Cada vez que un hombre ríe, añade un par de días a su vida. Curzio Malaparte
Conviene reír sin esperar a ser dichoso, no vaya ser que la muerte nos sorprenda sin haber reído. Jean de La Bruyére
Crecerás el día en que verdaderamente te rías por primera vez de ti mismo. Ethel Barrymore
Cuando uno es joven, sonríe en el vigor de la edad y de la inocencia; cuando se es viejo, en la riqueza de la experiencia. Juan XXIII
¡Cuántos planes para la gloria de Dios han quedado en la nada por la falta de una sonrisa o de una mirada amistosa! Padre Faber
Dios habla y, desde el fondo de sus ojos, él sonríe sobre la tierra. Kahlil Khalil Gibran
Dios me ha hecho reír y todos los que se enteren se reirán también. Gn 21,6
El dar de mala gana es grosería. Nada cuesta añadir una sonrisa. Jean de La Bruyère
El día más irremediablemente perdido es aquel en que uno no se ríe. Nicolás Sebastien Roch Chamfort
El día más perdido de todos es aquel en el que no nos hemos reído. Nicolás Sebastien Roch Chamfort
El hombre que nos hace reir tiene más votos para su propósito que el hombre que nos exige pensar. Malcom de Chazall
El hombre incapaz de reír no solamente es apto para las traiciones, las estratagemas y los fraudes, sino que su vida entera ya es una traición y una estratagema. Thomas Carlyle
El día peor empleado es aquél en que no se ha reído. Nicolás-Sebastien Roch Chamfort
Encuentra el tiempo de pensar, encuentra el tiempo de rezar, encuentra el tiempo de reír. Madre Teresa de Calcuta
Es mejor olvidarse y sonreír que recordar y entristecerse. Cristina Rossetti
Hay sonrisas que hieren como puñales. William Shakespeare
Hay sonrisas que no son de felicidad, sino un modo de llorar con bondad. Gabriela Mistral
Hazles comprender que no tienen en el mundo otro deber que la alegría. Paul Claudel
Huye de los rostros graves y solemnes que jamás se distienden en una sonrisa. Huye de los espíritus susceptibles, que por todo se ofenden. Ricardo León
Irradia tu sonrisa: esa sonrisa tiene muchos trabajos que hacer, ponla al servicio de Dios. Padre Juan García Inza
La capacidad de reír juntos es el amor. Francoise Sagan
La luz de los justos alegremente luce, la lámpara de los malos se apaga. Pr 13, 9.
La persona que no sabe sonreír no debe abrir tienda. Proverbio chino
La raza humana tiene un arma verdaderamente eficaz: la risa. Mark Twain
La revolución del amor comienza con una sonrisa. Sonríe cinco veces al día a quien en realidad no quisieras sonreír. Debes hacerlo por la paz. Beata Madre Teresa de Calcuta
La risa cura, es la obra social más barata y efectiva del mundo. Roberto Pettinato
La risa es el trapo que limpia las telarañas del corazón. Mort Walker
La risa es esa divina merced que Dios sólo al hombre se ha dignado conceder. García Morente
La risa es la distancia más corta entre dos personas. Víctor Borge
La risa es el antídoto del enojo. Juan Francisco de La Harpe
La risa que brota de un corazón alegre tiene mucho más valor y significado que el sermón más largo y profundo. Adolfo Kolping
La risa es un verdadero desintoxicante moral capaz de curar o por lo menos atenuar la mayoría de nuestros males. Y además, no hay ningún peligro si se supera la dosis. Dr. Rubinstein
La risa sirve para poner distancia entre nosotros y algún suceso, lidiar con él y dar vuelta a la hoja. Bob Newhart
La santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con alegría. Madre Teresa de Calcuta
La sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz. Proverbio escocés
La sonrisa del corazón restablece a todo el cuerpo, porque brota del amor, la sanación de los miembros. Alicia Beatriz Angélica Araujo
La sonrisa enriquece a los que la reciben, sin empobrecer a los que la dan. Frank Irving
La sonrisa es como una gota pequeña, pero en esa gotica cabe el mar. Zenaida Bacardí de Argamasilla
La sonrisa es el idioma universal de los hombres inteligentes. Tomás de Iriarte
Lo que deseas conseguir, más fácilmente lo obtendrás con una sonrisa que con la punta de la espada. William Shakespeare
María lleva la sonrisa humana y la alegría celestial, aún allí donde ha entrado el dolor. Santiago Alberione
Más ilumina una sonrisa que mil bombillas. Saetilla carmelitana
Nada hace reír más que la seriedad de la gente seria. V. G. Rossi
No dejes de sonreír... Porque es muy poco el tiempo que te dan para la "alegría" Zenaida Bacardí de Argamasilla
No hay cosas de mayor necedad que la risa necia. Cátulo
No hay ninguna cosa seria que no pueda decirse con una sonrisa. Alejandro Casona.
No hay nada más difícil que saber cuándo uno debe reírse y de lo que se debe reír. Jacinto Benavente
No llores porque ya se terminó, sonríe porque sucedió. Autor desconocido
No permita que nadie venga a usted sin irse mejor y más feliz. Sea la expresión viviente de la bondad de Dios; bondad en su cara, bondad en sus ojos, bondad en su sonrisa. Beata Madre Teresa de Calcuta

No pierdas nunca la sonrisa. La sonrisa es ese algo luminoso con lo que nos asomamos a los demás. Zenaida Bacardí de Argamasilla
Piensa que la vida es un espejo, sonríela y te sonreirá. Autor desconocido
Quien no sabe sonreír, no debe hablar de los beneficios de la sonrisa. Eusebio Gómez Navarro
Quien no sabe sonreír, no es persona seria. Luis Orione
Quienes no saben llorar con todo el corazón, tampoco saben reír. Golda Meir
Quítame el pan, si quieres, quítame el aire, pero no me quites tu risa…Niégame el pan, el aire, la luz, la primavera, pero tu risa nunca porque moriría. Pablo Neruda
Reírse es olvidar. Santos Chocano
Ríe y el mundo reirá contigo; llora y llorarás sólo. Eli Wilcox
Sé constantemente risueño, en la abnegación y la inmolación y Jesús te sonreirá siempre más. San Pío de Pietrelcina
Si alguien está tan cansado que no pueda darte una sonrisa, dale la tuya. Proverbio chino
Si dicen mal de ti con fundamento, corrígete; de lo contrario, échate a reír. Epicteto de Frigia
Si no sabes sonreír, es que no sabes vivir. Phil Bosmans
Para conseguir lo que quieras te valdrá más la sonrisa que la espada. William Shakespeare
Sonreír es querer soñar dentro del otro. Zenaida Bacardí de Argamasilla
Sonríe, a pesar de todo. Steinberg
Sonríe aunque sólo sea una sonrisa triste, porque más triste que la sonrisa triste, es la tristeza de no saber sonreír. Autor desconocido
Sonríe que Jesús te ama, y ama que Jesús sonríe. Alicia Beatriz Angélica Araujo
Toda la gente sonríe en el mismo lenguaje. Morris Mandel
Tu sonrisa puede ser el camino para llevar las almas a la fe. Padre Juan García Inza
Tu sonrisa puede ser el primer paso que lleve al pecador hacia Dios. Padre Juan García Inza
Una gran sonrisa es un bello rostro de gigante. Charles Baudelaire
Una risa vale más que cien lamentos en cualquier parte del mundo. Charles Lamb
Una sonrisa cuesta menos que la corriente eléctrica y da mas luz a la vida. J. A. Razo
Una sonrisa es descanso para la persona cansada, ánimo para la abatida y consuelo para el corazón dolorido. G. Rudaz
Una sonrisa es la semilla que crece en el corazón y florece en los labios. Autor desconocido
Una sonrisa es más barata que la luz eléctrica, pero ilumina lo mismo. Abbé Pierre
Una sonrisa no cuesta nada, pero crea mucho. Enriquece a quien la recibe, sin empobrecer a quien la da. Autor desconocido
 





domingo, 4 de septiembre de 2011

Religión y terror 2

                                                 Dies irae (segunda parte)


La estación estaba ubicada en el centro de un pequeño caserío. En las cercanías del pueblo pastaban algunas vacas lecheras, señal de la presencia de algún tambo.

Más allá de las últimas casas se abría el campo inmenso, surcado por un solo y largo sendero: dos huellas que se perdían en el horizonte. Hacia allá se encaminó el zaino, a la orden de Calixto y sin necesidad de ninguna guía, ya que de todos modos no había otro camino para elegir.

Había llovido el día anterior, de modo que el barrizal que hacía de surco mejor funcionaba de pista de patinaje que de camino. Los cascos del caballo resbalaban cada tanto, lo que aumentaba la fatiga del animal. De pronto, una de las ruedas se encajó en un profundo bache y ya no bastó la buena voluntad del equino; por más que se esforzaba no lograba desatascarla.

—Hay que bajarse a ayudar —dijo Calixto. Se refería naturalmente a nosotros, ya que él permanecía impávido, sentado chicote en mano en el pescante: No correspondía a su condición de conductor bajarse a chapalear el barro —pensé.

—Abajo, muchacho —ordenó el padre Juan, al tiempo que se arremangaba la sotana y los pantalones.

Con el barro hasta los tobillos, uno a cada lado del carro, tirábamos de los rayos de las ruedas para hacerlas girar y salir del pozo en que se encontraban, al tiempo que Calixto azuzaba al caballo. Al cabo de varios intentos, las ruedas se desatascaron y pudimos retornar al charret. En tanto el zaino, que tal vez se había ilusionado con quedarse allí a descansar, no tuvo más remedio que seguir cinchando.

El pueblito con su estación ya se había perdido de vista a nuestras espaldas. Para los cuatro rumbos que se mirara, no se divisaba más que pampa y cielo. Un campo chato y parejo se extendía como un mar, tapizado de flechillas salvajes que se agitaban a impulsos del viento. La ondulación de los pastizales, que se desplazaba por la llanura y se perdía en la inmensidad, me sugerían una imagen de la vida humana, que llega de pronto, pasa y se diluye en la infinitud del tiempo. De carácter soñador, se me ocurrió pensar que ese viaje por la soledad de la pampa y bajo la bóveda del cielo era como una mágica aventura: Alcanzar el cielo transitando por la tierra. No sabía en ese entonces que tamaña empresa es imposible, a la vez que irrenunciable. Con el pasar de los años aprendí que la tierra jamás se junta con el cielo, pero uno, viajero ilusionado hacia la estrella más lejana, persiste, abriendo nuevos y mejores caminos para los que vendrán después a vivir la misma aventura y el mismo fracaso.

Primero fue apenas una sombra en el horizonte, que se fue agrandando a medida que el charret avanzaba por la huella. Poco a poco fue adquiriendo contornos más definidos y lo que a lo lejos parecía una sombra ahora era un bosque en medio de la inmensidad del desierto. Hacia él nos dirigíamos, al paso lento del zaino y en el silencio más absoluto, apenas quebrado por las pisadas del caballo y el crujir de las maderas del carruaje. Allí, en medio de la soledad de la pampa, la arboleda parecía estar fuera del mundo, como un espectro surgido de la nada.

La huella terminaba en un gran portón que hacía de entrada. Tras el portón seguía un sendero bordeado de altísimas casuarinas. El marco del portón era un gran arco en cuya parte superior se podía ver una leyenda que decía: “Deja atrás el mundo y muere a ti mismo, tú que entras”. No logré en ese momento entender su significado, pero me acordé de que Dante Alighieri había imaginado que en la puerta del infierno un cartel recordaba a los condenados: “Lasciate ogni speranza voi ch’intrate”. Me parecía que ambas advertencias tenían una relación que no alcanzaba a entender. Con el tiempo me di cuenta de que, en aquel portón, bien podía figurar la admonición de Dante, para memoria de la perpetua amenaza del castigo eterno.

Calixto nos dejó en la entrada. Según nos dijo, el carro no debía pasar el portón, así que debíamos caminar por la calle de las casuarinas hacia el interior del bosque. No sabía en ese momento a dónde nos conduciría el camino. Anduvimos unos quince minutos, hasta que el monte se abrió dejando ver un claro muy grande y en el centro un edificio. El lugar parecía desierto. A medida que nos acercábamos a la casa, comencé a escuchar una melodía extraña y luego algo así como un canto de ultratumba, en un tono grave y solemne, entonado por un coro de muchísimas voces, todas propias de varones, a juzgar por lo bajo del registro.

— Están cantando el “Dies irae”, en canto gregoriano —me dijo el Padre Juan, que debió ver mi cara de extrañeza—. Hoy es Miércoles de Ceniza —prosiguió—, y cantan esa canción para disponerse a cuarenta días de ayunos y penitencias. La canción les recuerda el día del Juicio Final cuando, con temor y temblor, deberán enfrentar la ira de la justicia de Dios. El “Dies irae” les advierte que deben ver y vivir su vida desde el mirador del Juicio Final; nosotros lo denominamos “de un modo escatológico”. Vivir escatológicamente es vivir como si ya estuviéramos muertos y ante el juicio de Dios.

Yo no alcanzaba a comprender qué tenía que ver la “mirada escatológica” con la vocación de servicio que me había conducido hasta allí. ¿Es que debía aprender a vivir como si estuviera muerto al mundo? ¿Qué podría significar semejante forma de vivir?

Las voces venían de la capilla. Una larga fila de jóvenes, todos varones, se dirigían hacia un sacerdote. Al llegar, éste les hacía una cruz en la frente con un polvo negro mientras les decía “Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris”. El Padre Juan, advirtiendo que yo no sabía aún latín, se encargó de traducírmelas: “Recuerda, hombre, que eres polvo y que al polvo volverás” En ese momento no entendí el significado de esas palabras, pero, por el ambiente de gravedad y hondo recogimiento en que resonaban una y otra vez, me figuré que debían significar algo muy serio. Con el tiempo, comprendí que era así y comencé a vivir escatológicamente, en la espiritualidad del “Dies irae”: con temor y temblor, a la vista de la muerte y del juicio de Dios. Sin saberlo había entrado a recorrer un camino de renuncia al mundo en vista de otro mundo. Me habría de costar mucho esfuerzo abandonar ese camino para encontrar la senda de la verdadera religión.

                                                                                  Raúl Czejer


 La verdadera religión es una relación de amor entre Dios y el hombre, que tiene una única mediación: el amor del hombre por el hombre. A Dios nadie lo ha visto nunca, pero su imagen está presente ante nuestros ojos en forma de ser humano. Religión sin amor a los hombres concretos y singulares es sólo mentira o ilusión.