lunes, 12 de septiembre de 2011

Confianza en sí mismo

                                                           Abordaje
—Hoy tengo que abordarla —pensaba en el cuarto del hotel mientras  se afeitaba la barba crecida por varios días de abandono—. Al pan, pan, y al vino, vino. Basta ya de dilaciones y de medias tintas  —se dijo, sintiendo que había llegado el momento de afrontar la verdad.

Mientras seguía afeitándose cavilaba sobre cómo iba a encarar su discurso. ¿Iría directamente al grano o sería mejor dar un rodeo como para fundamentar su pretensión?

—Será mejor que lo escriba —pensó, después de imaginar variadas formas de encarar su propuesta—, así ordeno y aclaro mis ideas.

Se apresuró a terminar de afeitarse, tomó el cuaderno y el lápiz que siempre llevaba en su portafolios para anotar todo detalle sorprendente  que aconteciera en  las cosas cotidianas y se dispuso a componer su alocución, figurándose que la tenía presente allí, parapetada detrás de su computadora, enfundada en un tailleur gris que acentuaba la severidad de su persona y disimulando la  mirada inquisidora con unas grandes gafas multifocales.

Era un día de verano en Buenos Aires y un vaho de aire cálido y húmedo entraba por la ventana del cuarto. “Viento norte”, decía el pronosticador en la radio.

—¡Uf! ¡El viento de los locos! ¡Lindo día para inspirarse! —se lamentaba para sus adentros. Pero ya estaba decidido y no iba a permitir que un simple detalle climático frustrara su propósito. No había venido para repetir las ceremonias de un deseo secreto que nunca se había atrevido a revelar.

Pero nuevamente lo ganó la vacilación. ¿Qué clase de discurso sería el más apropiado?



—Tal vez me convenga un discurso poético, que cause impacto en sus sentimientos y ablande la dureza de su carácter, así estaría mejor dispuesta para responder positivamente a mi pedido —reflexionaba en voz alta, sin mucho convencimiento. Prontamente desechó la idea: la poesía no era su fuerte. Los intentos en ese terreno habían resultado prosaicos y demasiado intelectuales; hablaban a la cabeza más que al corazón. Además —pensaba— ella no se veía muy permeable a  sentimientos y emociones de modo que era muy difícil que por ese lado lograra el efecto deseado.



—Podría   relatarle una historia que le muestre el por qué de mi propuesta  —se decía, con más dudas que certezas, mientras evaluaba ventajas y desventajas de su idea.

Pero tampoco esta posibilidad le pareció conducente. La narrativa no era su fuerte. Había incursionado tímidamente en el género y escrito algunos relatos breves, pero allí no se sentía a gusto ni lograba decir lo que quería.



—Me parece que lo que me conviene es un discurso retórico, tipo ensayo —concluyó.

Pero debía componer un discurso muy bien fundamentado: Ella estaba  dotada de un pensamiento crítico  implacable, capaz de encontrar contradicciones y de sospechar propósitos inconfesables en las palabras más halagadoras. No sería fácil convencerla.



Mientras cavilaba de esta manera su mente iba entrando en un vértigo de palabras que, imaginaba,  debían entrar en el discurso para que fuera efectivo como el alegato de un buen abogado.

Escribió, escribió y reescribió innumerables páginas que inexorablemente fueron a parar al cesto de los papeles inservibles, mientras el tic-tac del reloj despertador que siempre lo acompañaba en sus viajes iba clausurando el tiempo segundo a segundo. En todos los discursos ensayados y pronto descartados,  un arroyo de palabras anhelantes surgidas de una mente afiebrada corría por las páginas. Ninguno, en su opinión, lograba expresar lo que él quería decirle.

Por fin, con muchas dudas, se decidió por uno.



—¡A la perinola! ¡Se me ha hecho tarde! —se dijo sobresaltado al mirar el reloj—. ¡Si pierdo esta oportunidad me corto las venas! —exageró—. La sabía muy estricta en el cumplimiento de horarios acordados, así que no  podía  permitirse una demora.

Recogió apresuradamente sus papeles, acabó de vestirse y se lanzó a la calle como alma que lleva el diablo. Durante el viaje en   ómnibus hacia el lugar convenido iría releyendo su discurso para aprenderlo casi de memoria. No era cosa de  tropezar en el momento decisivo —se decía.

Las calles con sus veredas, sus tiendas y su gente desfilaban ante sus ojos que miraban sin ver. Absorto en repasar su discurso lo repetía una y otra vez y cada vez que lo hacía encontraba nuevas fallas y debilidades argumentales que le hacían dudar de su eficacia y acrecentaban su inseguridad.

—Seguro que me va vapulear con su dialéctica de hierro y lo único que voy a lograr es que se ría de mí —se decía, mientras el ómnibus se acercaba inexorablemente a destino y crecían sus dudas esquina tras esquina.

Era un día complicado en Buenos Aires: Piquetes, manifestaciones, cortes de calles…todo bajo el sol infernal de un mediodía de enero.

—¡Maldito tránsito! —renegaba con impaciencia—. Así voy a llegar tarde.

De pronto, el ómnibus se detuvo. Como una tromba se adelantó hasta el chofer.

—¿Qué pasa, maestro? ¿Por qué se detiene? —inquirió casi con irritación.

—Sucede que hay un piquete de Quebracho que está cortando la avenida Callao —dijo con resignación el conductor—. Vamos a tener que dar un rodeo.

—¡Maldición! —exclamó con furia—. ¡Sólo esto me faltaba! ¡Me van a hacer llegar tarde!

Se encontraba a sólo cuatro cuadras del lugar del encuentro, de modo  que bajó casi corriendo del ómnibus y así recorrió el trayecto que restaba, jadeando y chorreando sudor a causa del intenso calor del día.

—Voy a llegar tarde, por culpa de esta ciudad  endemoniada, pero tal vez… —se decía, al tiempo que ingresaba al edificio.

Nuevamente lo asaltó la duda.

—¿Subo o no subo? —se preguntaba vacilante—. Mejor me vuelvo y  evito un momento bochornoso… ¡Voy a hacer el ridículo!

Ya estaba por desistir, pero casi por inercia subió al tercer piso. Levantó la mano para llamar a la puerta y en su reloj vio que habían pasado cinco minutos de la hora convenida

—¡Uuu! ¡Estoy llegando tarde! ¡Me va a mandar al carajo! Además estoy todo transpirado, ¿cómo me voy a presentar de esta manera?  ¡Maldito Quebracho!  ¡Justo hoy vienen a cortar la avenida! ¡Si no fuera por ellos habría llegado a tiempo! —protestaba en el colmo de la desesperación.

A pesar de sus temores se animó a entrar. En el recibidor del despacho lo saludó amablemente una señorita que seguramente oficiaría de secretaria.

—Buen día, señor. ¿En qué lo puedo servir?

—Tengo una entrevista con la doctora.

—Bien. En este momento está ocupada. Aguarde, por favor, un segundito.

No quiso sentarse en los cómodos sillones que amoblaban el salón. Estaba demasiado nervioso como para quedarse quieto. Simulando tranquilidad se paseaba por el recibidor observando  los cuadros que adornaban las paredes. Obsesionado en repasar mentalmente  su discurso no veía colores ni formas, mientras sentía que las manos se le humedecían y que la cara le ardía como un carbón encendido, que aumentaba su calor a medida que la aguja del reloj lo acercaba a la hora decisiva. Comenzó a sentir que le faltaba el aire, al tiempo que su corazón se aceleraba como un caballo desbocado. Lo invadió el pánico y acabó perdiendo la poca confianza que le quedaba. Salió sin saludar y se apresuró a  desandar las escaleras como temiendo arrepentirse.

No había llegado a la calle cuando en la puerta del despacho asomó una mujer joven, prolijamente enfundada en un tailleur gris, que preguntó a la secretaria

—Estoy esperando a  un señor que quedó en venir a una entrevista —dijo—. ¿No lo has visto por aquí?

—Sí; estuvo hace un ratito nomás, pero ya se retiró. No dijo por qué.

—¡Qué lástima! Parecía un hombre interesante. Tenía mucho interés en conversar con él…

                                                                                                   Raúl Czejer


"Para vencer un peligro,
salvar de cualquier abismo
-por esperencia lo afirmo-,
más que el sable y que la lanza
suele servir la confianza
que el hombre tiene en sí mismo."

                                                         José Hernández : "Martín Fierro"


             No te rindas

No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma
Aún hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
Porque lo has querido y porque te quiero
Porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron,
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar un canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas
E intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños
Porque cada día es un comienzo nuevo,
Porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.
Mario Benedetti
                                                      



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