“¿Tu
verdad? No, la Verdad,
/ y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela.”
Antonio
Machado
Algo duro don Antonio. Sepamos comprenderlo: En su tiempo aún no habían cundido el pensamiento débil y la verdad relativa. Hoy sí, y no sé si celebrarlo o ponerme a llorar.
Verdades en pugna.
(Diálogo de sordos en el fin del
mundo)
Dos filósofos del estaño
discuten sobre cuál es la verdad verdadera, en un bar del fin del mundo. Han
pasado unas cuantas horas y unas cuantas copas polemizando sobre la verdad, pero
no logran ponerse de acuerdo. Uno cree que si la verdad es la verdad de todos,
no es verdad; el otro, que si la verdad es sólo personal, no es verdad. Yo los
escucho con curiosidad por saber si logran sacar algo en limpio. Aquí te cuento lo que están diciendo. A uno
llamaré “El relativista”; al otro, “El absolutista”.
El relativista: Ser relativista es muy piola, che. Intentálo. No hace
falta que te hagás problema por averiguar
si algo está
bien o está mal en la realidad objetiva —que vaya uno a saber cuál es, si es
que la hay—, sino si a vos te parece bien o no. Por ejemplo, si tenés ganas de
violar a una mujer, basta que vos lo veas bien y ya está; estás habilitado.
Nadie puede juzgarte, porque tu verdad
es la que vale para vos.
El absolutista: Pero che,
todo el mundo condena la violación. Por algo debe ser.
El relativista: Los demás que piensen lo que quieran. Si creen que
nunca deben violar a una mujer, pues que no lo hagan. Pero no por eso van a ser
mejores que vos. Nada más serán distintos. Y entre diferentes lo que
corresponde es la tolerancia, no la descalificación o la condena en nombre de
no sé qué principio absoluto. ¿Por qué va a prevalecer el criterio de los demás por sobre el tuyo, si
no hay un criterio patrón con que medir los criterios de cada uno?
El absolutista: ¿Te parece, che?
A mí me parece que una cosa es la realidad y otra cosa son las opiniones
de cada uno. La violación es un mal real, no una acción ni buena ni mala cuya índole moral dependa de la mirada del
sujeto. Las opiniones no pueden cambiar la realidad. Quien no vea que la violación es un mal real,
simplemente es un obtuso moral.
El relativista: ¿Por qué va a ser la violación una realidad mala
independientemente de quien la juzgue? ¿En
qué entidad real radica su maldad?
El absolutista: En que es un
daño físico y psicológico que un individuo le hace a otro.
El relativista: ¿Y por qué dañar al otro va a ser intrínsecamente
malo? La bondad o maldad depende de la intención del sujeto y de la situación.
Según las circunstancias, dañar a otro puede ser bueno. Un cirujano que corta
la pierna gangrenada de un sujeto realiza un acto de bondad. Ya ves, la bondad
es relativa a la situación.
El absolutista: Admito que me
expresé mal. Quise decir que la inmoralidad de nuestros actos consiste en
destruir la subjetividad del otro. Por ejemplo, la violación significa tratar
al otro como una cosa, como un útil para mi placer, agraviando su dignidad y su
libertad.
El relativista: Mirá, yo creo
que no hay realidades malas o buenas. La realidad es lo que vemos y ni yo ni
nadie vemos la maldad ni la bondad de los actos humanos, sino sólo su realidad
física. Los calificativos de bueno o malo son sólo expresión del agrado o
desagrado que tales actos nos causan. Cada quien lo siente distinto, por eso la
bondad o la maldad es relativa al sentir de cada sujeto.
El absolutista: Te concedo
que la realidad es lo que vemos, pero lo que vemos no es sólo su realidad
física, sino también la realidad ideal y la axiológica. Para ello estamos
dotados de sentidos, inteligencia y sensibilidad o intuición emocional. Por la
sensibilidad vemos los valores de las cosas, su hermosura, su bondad o su
maldad etc. Frente a los valores morales esa sensibilidad se llama conciencia moral.
Así como se cultiva la conciencia intelectual para que sepa ver la idealidad de
las cosas naturales, se puede y se debe cultivar la conciencia moral para que
sea más sensible a la calidad moral de las acciones humanas. La calidad moral
de las acciones es siempre la misma; lo que varía de sujeto a sujeto es la
capacidad de su conciencia. Sucede como con las matemáticas: sus teoremas son
inmutables y unívocos, pero la comprensión de tales teoremas varía de sujeto a
sujeto según la capacidad de su inteligencia.
El relativista: La sensibilidad no puede ver lo que no hay en las
cosas. Es meramente una reacción afectiva de cada sujeto frente a situaciones
de la vida. Nos gustan o no nos gustan ciertas cosas y, como dicen, sobre
gustos no hay disputa
El absolutista: Decíme, flaco, Hitler hizo matar a seis millones de
judíos. ¿Cómo te impresiona a vos? ¿Lo sentís como agradable o como
desagradable? ¿Te gusta o no te gusta?
El relativista: Lo siento como horroroso, pero no tengo derecho a
juzgar a Hitler porque no sé cómo lo sentía él. De hecho, hay quienes aplauden
tal matanza.
El absolutista: ¿Y por qué te parece que casi toda la humanidad la
siente como horrorosa? ¿No será porque el hecho mismo de esa matanza es una
realidad espantosa que causa sentimientos
de horror a quienquiera que tenga noticia de lo ocurrido?
El relativista: No todos lo
sienten así. Ya te dije: Hay quienes levantarían un monumento en honor de
Hitler. Quiere decir que la “espantosidad” de sus acciones no es una realidad
tangible.
El absolutista: Es que la percepción del bien o del mal de las
acciones humanas requiere tener una conciencia cultivada, tanto o más cultivada
que la conciencia intelectual. Si esos admiradores de Hitler reflexionaran tal
vez verían la perversidad de la “limpieza étnica”.
El relativista: ¿Ver la perversidad? Eso parece platónico. Como si
la perversidad fuera una entidad fantasmal, un espectro, que podemos alcanzar a
“ver”. ¿Quién ha visto alguna vez a la perversidad?
El absolutista: ¿Y quién ha
visto alguna vez a la ley de gravitación? No la vemos, pero sabemos que es algo
real ¿Alguien alguna vez vio las leyes de la estática? No. Pero si un
constructor de puentes no las tuviera en cuenta, correría el riesgo de ver su
puente derrumbado. Lo mismo sucede con los valores morales que califican a las
personas. No los vemos ni los tocamos con los sentidos corporales, pero los
vemos con los ojos de la sensibilidad, metafóricamente, con los ojos del
corazón o intuición emocional. El corazón no crea el valor, sólo lo aprecia,
como el ojo no crea la luz, sólo la ve. Porque tenemos corazón, sensibilidad,
el mundo puede desplegar ante nosotros su concierto de valores, como la luz nos
puede ofrecer su espectáculo de colores porque tenemos ojos para verlos. A la
inversa, porque el mundo es valioso nosotros podemos sentir amor, aprecio,
arrobamiento, éxtasis…
El relativista: No es lo mismo. Las leyes físicas operan en el mundo
físico, lo cual no sucede con las leyes morales, que sólo operan en la conciencia de los sujetos.
Las leyes físicas determinan a las cosas reales de modo inexorable, unívoco y
universal; las reglas morales, en
cambio, exigen a cada sujeto de modo distinto, o exigen acá pero no exigen
allá. Por eso cada uno tiene una opinión distinta de qué es perverso y en qué
medida lo obliga.
El absolutista: La obligación moral es una experiencia universal de
los seres humanos; puede variar su contenido pero todo sujeto normal se siente
obligado por algunas cosas que exigen ser respetadas. Esta universalidad ha de responder
a algo real. Ha de haber algo en ciertas acciones que suscita el mismo rechazo
en todos los seres humanos. Por ejemplo, ha de haber algo disvalioso
objetivo en el mentir que motiva su rechazo universal. Es su valor
moral, que es tan objetivo como su realidad física.
Continuará.....................................................................
Te cuento: Los muchachos
siguieron discutiendo hasta que el bar cerró y nos tuvimos que ir a casa, sin que
los contendientes alcancen el mínimo
consenso. Quedaron en seguir la disputa otro día, para ver si logran encontrar la quinta pata al gato. Cuando suceda te cuento.
Gracias por tu amable atención.
Raul Czejer
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