sábado, 30 de marzo de 2013

El discreto encanto del relativismo (Primera parte)






“¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela.”
                                                                                                         Antonio Machado

Algo duro  don Antonio. Sepamos comprenderlo: En su tiempo aún no habían cundido el pensamiento débil y la verdad relativa. Hoy sí, y no sé si celebrarlo o ponerme a llorar.

                                                                                                         
Verdades en pugna.
 (Diálogo de sordos en el fin del mundo)

                                    
Dos filósofos del estaño discuten sobre cuál es la verdad verdadera, en un bar del fin del mundo. Han pasado unas cuantas horas y unas cuantas copas polemizando sobre la verdad, pero no logran ponerse de acuerdo. Uno cree que si la verdad es la verdad de todos, no es verdad; el otro, que si la verdad es sólo personal, no es verdad. Yo los escucho con curiosidad por saber si logran sacar algo en limpio.  Aquí te cuento lo que están diciendo. A uno llamaré “El relativista”; al otro, “El absolutista”.

El relativista: Ser relativista es muy piola, che. Intentálo. No hace falta que te hagás problema por averiguar  si algo    está bien o está mal en la realidad objetiva —que vaya uno a saber cuál es, si es que la hay—, sino si a vos te parece bien o no. Por ejemplo, si tenés ganas de violar a una mujer, basta que vos lo veas bien y ya está; estás habilitado. Nadie puede juzgarte,  porque tu verdad es la que vale para vos.

 El absolutista:  Pero che, todo el mundo condena la violación. Por algo debe ser.
 
El relativista: Los demás que piensen lo que quieran. Si creen que nunca deben violar a una mujer, pues que no lo hagan. Pero no por eso van a ser mejores que vos. Nada más serán distintos. Y entre diferentes lo que corresponde es la tolerancia, no la descalificación o la condena en nombre de no sé qué principio absoluto. ¿Por qué va a prevalecer  el criterio de los demás por sobre el tuyo, si no hay un criterio patrón con que medir los criterios de cada uno?

 El absolutista: ¿Te parece, che?  A mí me parece que una cosa es la realidad y otra cosa son las opiniones de cada uno. La violación es un mal real, no  una acción ni buena ni mala  cuya índole moral dependa de la mirada del sujeto. Las opiniones no pueden cambiar la realidad. Quien  no vea que la violación es un mal real, simplemente es un obtuso moral.

 El relativista: ¿Por qué va a ser la violación una realidad mala independientemente de quien la juzgue?  ¿En qué entidad real radica su maldad?

 El absolutista:  En que es un daño físico y psicológico que un individuo le hace a otro.

El relativista: ¿Y por qué dañar al otro va a ser intrínsecamente malo? La bondad o maldad depende de la intención del sujeto y de la situación. Según las circunstancias, dañar a otro puede ser bueno. Un cirujano que corta la pierna gangrenada de  un sujeto  realiza un acto de bondad. Ya ves, la bondad es relativa a la situación.

 El absolutista:  Admito que me expresé mal. Quise decir que la inmoralidad de nuestros actos consiste en destruir la subjetividad del otro. Por ejemplo, la violación significa tratar al otro como una cosa, como un útil para mi placer, agraviando su dignidad y su libertad.

 El relativista:  Mirá, yo creo que no hay realidades malas o buenas. La realidad es lo que vemos y ni yo ni nadie vemos la maldad ni la bondad de los actos humanos, sino sólo su realidad física. Los calificativos de bueno o malo son sólo expresión del agrado o desagrado que tales actos nos causan. Cada quien lo siente distinto, por eso la bondad o la maldad es relativa al sentir de cada sujeto.

El absolutista:  Te concedo que la realidad es lo que vemos, pero lo que vemos no es sólo su realidad física, sino también la realidad ideal y la axiológica. Para ello estamos dotados de sentidos, inteligencia y sensibilidad o intuición emocional. Por la sensibilidad vemos los valores de las cosas, su hermosura, su bondad o su maldad etc. Frente a los valores morales esa sensibilidad se llama conciencia moral. Así como se cultiva la conciencia intelectual para que sepa ver la idealidad de las cosas naturales, se puede y se debe cultivar la conciencia moral para que sea más sensible a la calidad moral de las acciones humanas. La calidad moral de las acciones es siempre la misma; lo que varía de sujeto a sujeto es la capacidad de su conciencia. Sucede como con las matemáticas: sus teoremas son inmutables y unívocos, pero la comprensión de tales teoremas varía de sujeto a sujeto según la capacidad de su inteligencia.

 El relativista: La sensibilidad no puede ver lo que no hay en las cosas. Es meramente una reacción afectiva de cada sujeto frente a situaciones de la vida. Nos gustan o no nos gustan ciertas cosas y, como dicen, sobre gustos no hay disputa

 El absolutista: Decíme, flaco, Hitler hizo matar a seis millones de judíos. ¿Cómo te impresiona a vos? ¿Lo sentís como agradable o como desagradable? ¿Te gusta o no te gusta?

 El relativista: Lo siento como horroroso, pero no tengo derecho a juzgar a Hitler porque no sé cómo lo sentía él. De hecho, hay quienes aplauden tal matanza.

 El absolutista: ¿Y por qué te parece que casi toda la humanidad la siente como horrorosa? ¿No será porque el hecho mismo de esa matanza es una realidad espantosa que causa  sentimientos de horror a quienquiera que tenga noticia de lo ocurrido?

 El relativista:  No todos lo sienten así. Ya te dije: Hay quienes levantarían un monumento en honor de Hitler. Quiere decir que la “espantosidad” de sus acciones no es una realidad tangible.

 El absolutista: Es que la percepción del bien o del mal de las acciones humanas requiere tener una conciencia cultivada, tanto o más cultivada que la conciencia intelectual. Si esos admiradores de Hitler reflexionaran tal vez verían la perversidad de la “limpieza étnica”.

 El relativista: ¿Ver la perversidad? Eso parece platónico. Como si la perversidad fuera una entidad fantasmal, un espectro, que podemos alcanzar a “ver”. ¿Quién ha visto alguna vez a la perversidad?

 El absolutista:  ¿Y quién ha visto alguna vez a la ley de gravitación? No la vemos, pero sabemos que es algo real ¿Alguien alguna vez vio las leyes de la estática? No. Pero si un constructor de puentes no las tuviera en cuenta, correría el riesgo de ver su puente derrumbado. Lo mismo sucede con los valores morales que califican a las personas. No los vemos ni los tocamos con los sentidos corporales, pero los vemos con los ojos de la sensibilidad, metafóricamente, con los ojos del corazón o intuición emocional. El corazón no crea el valor, sólo lo aprecia, como el ojo no crea la luz, sólo la ve. Porque tenemos corazón, sensibilidad, el mundo puede desplegar ante nosotros su concierto de valores, como la luz nos puede ofrecer su espectáculo de colores porque tenemos ojos para verlos. A la inversa,  porque el mundo es valioso  nosotros podemos sentir amor, aprecio, arrobamiento, éxtasis…

 El relativista: No es lo mismo. Las leyes físicas operan en el mundo físico, lo cual no sucede con las leyes morales,  que sólo operan en la conciencia de los sujetos. Las leyes físicas determinan a las cosas reales de modo inexorable, unívoco y universal;  las reglas morales, en cambio,  exigen a cada sujeto  de modo distinto, o exigen acá pero no exigen allá. Por eso cada uno tiene una opinión distinta de qué es perverso y en qué medida lo obliga.

 El absolutista: La obligación moral es una experiencia universal de los seres humanos; puede variar su contenido pero todo sujeto normal se siente obligado por algunas cosas que exigen ser respetadas. Esta universalidad ha de responder a algo real. Ha de haber algo en ciertas acciones que suscita el mismo rechazo en todos los seres humanos. Por ejemplo, ha de haber algo disvalioso objetivo   en el mentir que  motiva su rechazo universal. Es su valor moral, que es tan objetivo como su realidad física.
 
 
Continuará.....................................................................

 Te cuento: Los muchachos siguieron discutiendo hasta que el bar cerró y nos tuvimos que ir a casa, sin que los contendientes alcancen  el mínimo consenso. Quedaron en seguir la disputa otro día, para ver si logran  encontrar la quinta pata al gato.  Cuando suceda te cuento.

 Gracias por tu amable atención.
                                                                              Raul Czejer

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario