viernes, 19 de abril de 2013

Todo es relativo, excepto lo que yo digo




 

                                      
“El hombre es la norma de todas las cosas”   Protágoras (Grecia, siglo 5° a.C.)
 “Nada es verdad ni es mentira. Toda cosa es del color del  cristal con que se mira”  Calderón de la Barca: “La vida es sueño”
 “No habiendo ninguna certidumbre meridiana, ningún "metarrelato" en pie, no hay sino discursos diversos y alternativos en un ámbito sumamente pluralista en el que el sujeto adquiere el protagonismo al tener que elegir entre opciones igualmente infundadas” Gianni Vattimo
 
¿Será verdad lo de Protágoras, Calderón y Vattimo? Se me ocurre pensar que si ellos tienen razón, lo que dicen es falso.
 
Muchas veces   he escuchado decir  que sobre lo  bueno y lo malo  hay una gran dispersión de pareceres, pareceres que  son cambiantes y contradictorios entre sí. En otras palabras, lo que para un sujeto es malo resulta que es bueno para otro; o lo que en una cultura es visto como bueno  en otra se lo juzga como malo.
El hecho es innegable y conocido desde antiguo; ya  Herodoto lo había señalado y los sofistas lo tomaron apresuradamente como justificación  de sus posiciones, escépticas, nihilistas  o relativistas acerca del bien y del mal.
 Permíteme desarrollar someramente las visiones de estos pensadores acerca de la moralidad.
El escéptico es alguien que reconoce la existencia de las normas morales, pero niega que puedan ser fundamentadas o demostradas como justas, es decir, niega su validez, porque —dice— es imposible distinguir entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto,  ni hallar un criterio para preferir  una opción sobre otra ya que ninguna se puede probar como mejor. El escéptico no cree que pueda demostrarse la verdad ni la bondad de nada porque no es posible admitir ningún criterio válido  que nos permita discernir entre lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, por lo cual  se mantiene en la duda como el burro de Buridán,  suspende el juicio y no tiene razones para emprender un curso de acción determinado con preferencia sobre otros. Si en la vida práctica aplicara su filosofía, quedaría paralizado como el burro de la leyenda y moriría de inanición. Por fortuna el escéptico es intelectual, pero no bobo.
 El nihilista, a su vez, extremando su escepticismo  niega la existencia de normas y valores morales. No cree en la bondad ni en el deber. El nihilismo ha sobrevivido al paso de los siglos como un rescoldo bajo las cenizas y en el presente ha resucitado para formar parte de la mentalidad postmoderna. Se habla de “muerte de Dios”, de “crepúsculo del deber”, de “pensamiento débil”, de  “muerte de los ideales”; se asiste al desprestigio de principios, instituciones, jerarquías y autoridades; “todo lo sólido se desvanece en el aire”, “caminante, no hay camino”— se dice—; se rescata del polvo a un pensador nihilista como Nietzsche y se lo venera como a un profeta…y, lo que es más preocupante, los principios morales no son tenidos en cuenta en la vida pública y privada: amoralismo práctico, adscribiéndose la gente a un cínico pragmatismo: Cultura de muerte y de vacío, como lo expresan estos textos:
 "El nihilismo tiene, a saber, literalmente una sola verdad que decir: que al final la nada prevalece y que el mundo no tiene significado." Helmut Thielicke: El Nihilismo: Su origen y naturaleza.
 El Macbeth de Shakespeare  resume elocuentemente la perspectiva existencial del nihilismo, desdeñando la vida:
¡Apágate, apágate, corta vela! La vida no es sino una sombra pasajera, un mal actor que se pavonea y que teme su hora sobre el escenario. Y luego no se escucha más.  Es un cuento contado por un idiota, lleno de sonidos y furia, sin ningún significado
 Por último, el relativista reduce la validez a la vigencia: son válidas para cada cultura —y sólo para ella—  las normas  que la mayoría  cree que deben cumplirse, aunque de hecho no las cumpla. No hay normas válidas universalmente.
 Escepticismo, relativismo y nihilismo son las musas inspiradoras  del ethos occidental postmoderno: cinismo desengañado y vacío espiritual.
 Si todo quedara en dar cuenta del hecho de la variedad de opiniones  o del ocaso de los valores morales, la cosa no sería preocupante, porque ni los hechos ni  las modas culturales crean la verdad y puede esperarse que algún día esos valores  vuelvan a ser respetados y considerados como válidos para el universo del género humano. Pero estas formas de pensar —afirman—no es meramente una cuestión de hecho, sino que obedece a la naturaleza de las cosas, más precisamente, al tenor de los juicios morales. Este es el punto crucial. Para estas personas lo esencial no es que de hecho asistimos al ocaso y la banalización de los valores morales, sino que no puede ser de otra manera. Por consiguiente, lo más sensato  —dicen— es adscribirse a un sano escepticismo o, por lo menos, a un lúcido relativismo, aunque suene paradójico.
 ¿En qué se fundamentan para afirmar  la coherencia de sus posturas?
 Ninguna de ellas representa una postura de avanzada, más bien significa  retroceder a una antigua manera de entender lo moral. En efecto, fueron los sofistas de la Grecia antigua los que inauguraron esta tradición. Desecharon la idea de que existan cualidades morales objetivas que califiquen  a las personas y que, por ende,  puedan ser objeto de conocimiento racional, como lo enseñaba Sócrates. Lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo son sólo productos del convencionalismo social y del parecer de cada uno.
Heredera de esa tradición, en el siglo XX  la filosofía analítica ha hecho resucitar la idea de que las palabras y enunciados  morales no dicen nada sobre la realidad objetiva sino que sólo expresan estados de ánimo del sujeto.   
 En consecuencia,  los juicios morales  no pueden ser  verdaderos ni falsos  —y por lo tanto válidos para todos— porque no son verificables. Sólo expresan sentimientos, actitudes y emociones del sujeto que emite el juicio, estados que están afectados por diversos factores, ninguno de los cuales es idéntico a los que afectan a otros sujetos.
 Por ejemplo, según esta postura el enunciado “matar es malo” no es  verdadero ni falso, sino un enunciado  que en boca de determinado individuo expresa el rechazo   que siente por la acción de matar. Puede pensarse con toda razón que debe de haber sujetos a quienes el matar le caiga fantástico sin que  implique para ellos algún problema de conciencia. Se sigue de esto que, si matar o no matar depende del sentimiento de cada uno, nadie puede ser juzgado por hacerlo o dejar de hacerlo ya que sobre gustos no hay disputa.
 Otro ejemplo: ¿Abortar es bueno o es malo?  Estas personas contestarían que no es ni bueno ni malo en sí o que es tanto bueno como malo, pero no objetivamente ni lo uno ni lo otro. Ninguna de las alternativas tiene fundamento, de modo que la mujer tiene que optar según su sensibilidad, a solas con su libertad  Que si la mujer que se lo plantea  lo siente como aceptable, abortar está bien para ella, es decir, concuerda con su sentido moral; si, en cambio, lo siente como detestable, abortar está mal. El planteo de si está bien objetivamente o no, no tiene sentido en esta manera de entender los juicios morales.  No hay hechos ni verdades morales. No hay personas malas ni buenas, ni acciones malas ni buenas. Sólo hay personas auténticas o inauténticas y que son juzgadas por otros sin razón como malas o como buenas según la sensibilidad de cada uno.
 Resumiendo: El argumento que sostiene la postura de escépticos, nihilistas y relativistas morales  es la tesis de que bondad y maldad no son valores objetivos de los actos humanos —los cuales serían moralmente indiferentes—, sino que bondad y maldad son valoraciones del sujeto acerca de las personas y sus acciones. Desde este punto de vista, el hecho de la dispersión de pareceres  es perfectamente lógico.
Si esto fuera así, se justificarían  sus opiniones y seríamos unos ilusos lo que creemos en los valores morales. Nos asiste el derecho de preguntarnos:¿Es así?
Veamos.
Antes que nada debo decir que no estoy de acuerdo con el postulado de los sofistas. Mi propio postulado es que los juicios morales se refieren a realidades objetivas presentes en las personas y en sus acciones y que en consecuencia hay juicios morales verdaderos y falsos. Y que como tales son válidos para todos, aunque puede suceder que haya sujetos que no alcancen  a verlo claramente.
Abusando de tu paciencia,  voy a tratar de explicarlo.
Los actos humanos son acciones  libres y concientes. Por experiencia interna y externa nos consta que esta clase de acciones tienen existencia en la vida real. Como somos nosotros mismos los que las producimos, y porque lo decidimos libremente nos sabemos  responsables de implantarlos en la realidad y de las consecuencias que acarrean para los demás y para nosotros mismos. La realidad se vuelve más penosa o más agradable en mayor o menor medida gracias al tenor de nuestras acciones. No da lo mismo para la vida humana en el planeta que todos arrojemos nuestros desechos a la calle contaminando el ambiente y perjudicando a todo el mundo  o que los dirijamos a donde no perjudiquen a los demás. No es lo mismo para la vida humana que todos nos dediquemos a la rapiña o que nos ganemos el pan con el sudor de la frente. Quiero decir, las acciones humanas son cosas reales y sus efectos benéficos o perjudiciales para la vida son también reales. La realidad se ensucia y la vida se vuelve más corta y miserable.
La acción deliberada y dirigida a  beneficiar la vida porta un valor que cualquier ser humano reconoce y aplaude: el valor moral o, si se quiere, la bondad. Así mismo, la acción humana que perjudica a la vida porta un antivalor que todo el mundo reprueba: la inmoralidad o  la maldad.
El valor moral es tan real como la acción que califica. Bondad o maldad de las acciones humanas no son entelequias o fantasías: son realidades operantes en la vida real, tanto que crean un mundo feliz o un mundo infernal.
Cuando falta la bondad en los seres humanos y sus acciones, se siente su ausencia  y se sufre la presencia de la maldad. Cuando las acciones humanas están llenas de maldad en todas sus formas, la vida se vuelve insoportable y se “clama al cielo” por una liberación. Tanta es la consistencia del mal moral que hasta se lo ha imaginado como un ángel de las tinieblas, como un semidiós  que atribula a los hombres y busca su desgracia. El horror que sentimos ante las acciones perversas no son más que la confirmación de la cuasi sustantividad del mal moral.
El valor moral —como todas las clases de valores— es una cualidad objetiva  que se manifiesta en el encuentro de la realidad con el sujeto. El ser humano no crea el valor, sólo lo siente, como el ojo no crea la luz. No todos los seres humanos tienen la misma capacidad de visión ni todos la misma sensibilidad para los valores. Por eso se dan diversas opiniones frente al valor moral de las acciones humanas y parece que fuera relativo El valor negativo de “matar” es invariable; lo que varía es la conciencia de los hombres y la imputabilidad de tal acción debido a las circunstancias. El ciego no ve no porque no exista la luz, sino porque a él le falta sensibilidad. Creo que a escépticos, nihilistas y relativistas les pasa algo semejante, con todo respeto.
Gracias por tu amable atención
                                                                                          Raul Czejer

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