jueves, 20 de junio de 2013

Elegía de la seriedad




Decididamente he de decir que la seriedad está fuera de moda. La onda es ser divertido en todo momento y situación.

Hoy el tipo serio pasa por aburrido y goza del menosprecio de la gente, porque, según dicen, no sabe vivir en sociedad y parece no darse cuenta  de que los demás no quieren oír de temas  comprometedores, sino hablar de trivialidades o chacotear sobre los asuntos más importantes, deslizándose sobre la superficie de las cosas, nunca profundizando, Dios libre y guarde.
 
“En las conversaciones no debes sacar temas de religión, de moral o de política”, reza el mandato social impuesto por la gente divertida.

Pero el tipo serio no hace caso de mandatos sociales que no comparte y se empecina en reiterar su manía de hablar de las patrañas de la democracia  o de la intolerancia para con las hormigas, o de otros temas que él cree significativos para la vida humana, mientras la concurrencia está empeñada en filosofar sobre las hazañas que realiza con  la pelota  un tal Messi o sobre cuál será el color de falda preferido por las damas en el próximo verano.

El tipo serio toma las cosas en serio. Por ejemplo, llega a un velorio y se posiciona como quien asiste a una tragedia. “No somos nada”,  dice compungido mirando la cara impávida del difunto homenajeado. Ante tal supuesta desubicación las gentes divertidas le tiran flit como a alimaña apestosa y se preguntan en un ataque de indignación:

—¿Cómo se atreve este individuo a arruinar el clima de este evento con expresiones  tan bajoneras? ¿No sabe tomar las cosas en joda? ¿A quién se le ocurre asistir a un velorio con cara de aguafiestas? ¡Qué desubicado, che, ponerse a  lamentar la muerte  del difunto! Si quiere llorar que vaya a llorar a  la cancha, cuando su cuadro pierde el campeonato, y llore a moco tendido, pero no aquí, que la estamos pasando requetedivertidos. Y si quiere filosofar, que piense esto: ¿Qué perdimos aquí? Nada más que a un tipo como hay millones semejantes. Festejemos que haya un comensal menos en la mesa. Total, nada vale la pena. Por cuatro días locos que vamos a vivir… lo mejor es pasarla bien y no hacerse problemas —sentencian los divertidos con suficiencia de gurú de Samarcanda.

Pero el tipo serio nació serio y no hay quien lo saque de su seriedad. Bien ubicado en que se trata de un velorio, insiste en propinar sus aforismos a los presentes, que chacotean sobre el baile del caño en el programa más visto de la televisión, entre risas apenas contenidas. “Así es la vida” — dice como replicando palabras agoreras de  Casandra— “Unos  van y otros vienen. Ninguno es necesario”.
Ante tal espécimen  las gentes divertidas huyen despavoridas como alma que lleva el diablo, no sea que se les pegue un cachito de su seriedad como si fuera una sarna, condenándolos al ostracismo social, que sería para ellos el peor de los castigos.

Al tipo divertido no le vengan con pálidas ni con rollos existenciales. No le gusta que le hables de tu dolor de juanete, porque es cosa tuya, che. Arreglátelas como puedas y hablemos de cosas lindas. A propósito,¿viste el nuevo modelo de zapatilla que sacó Nike? —te espeta, ignorando que con tu dolor de juanete no podés ni calzar una pantufla.

No hay nada que hacer. El tipo serio no calza en la cultura jocosa y se siente como sapo de otro charco. Por eso  se queda solo en medio de la multitud y remedia su soledad conversando consigo mismo. Cuando  hasta sí mismo lo abandona, busca como Diógenes un hombre serio que sepa hablar de temas serios pero sólo encuentra tipos divertidos obedientes de las reglas de buena convivencia: “Serás divertido o no serás nada” “Ser o no ser divertido, he ahí la cuestión”. “Pálidas, go home”.

Debo reconocer con orgullo inveterado que yo soy un tipo serio, para mi bien o para mi mal. Pero, como el alacrán del cuento, no podía ir contra mi naturaleza y seguía inclaudicable en mi patético camino, como el caballero de la triste figura, empeñado en vencer a los molinos de viento y  restaurar en el mundo los valores de antaño.

Hasta que un día dije ¡Basta!
Ante tal avalancha de incorregible divertimento que me rodeaba por todos lados y me intoxicaba de frivolidad, decidí poner distancia y refugiarme en la murtra de Catalonia, en medio de la nada, a dialogar con las piedras, que en su callado silencio son incapaces de tomar las cosas a la chacota.

                                                                          Raul Czejer

 Una pregunta que viene al caso:

¿Es la frivolidad una virtud?
 
La frivolidad es la gran virtud postmoderna. Consiste en no tomarse nada excesivamente en serio, en evitar la confrontación dialéctica, en optar por una cultura de la representación por contraposición a la autenticidad como actitud vital. La frivolidad se relaciona íntimamente con la actitud superficial y epidérmica, con la práctica generalizada de la broma y de la boutade, en definitiva, es la antítesis a la profundidad de espíritu y a la seriedad como actitudes vitales.
Algunos filósofos postmodernos, apologistas del denominado pensiero debole, consideran que es la gran virtud que debemos enseñar a los niños en las escuelas, que es fundamental para evitar la caída en formas de fanatismos, intolerancias o fundamentalismos, que se debe cultivar, para ello, un pensamiento frágil, desprovisto de ideas fuertes, de sentimientos que tengan hondura o de creencias excesivamente vividas. La frivolidad tiene que presidir la vida pública, las instituciones educativas y, como no, los ámbitos de comunicación de masas.
Esta tesis, muy extendida y muy practicada, se está imponiendo sutilmente en distintos entornos, de tal modo que todo lo que tiene peso, sustancia, ideología, forma de convicción o de creencia, o bien tenga la expresión de un sentimiento intenso u hondo, debe ser ecualizado y tamizado por la virtud de la frivolidad.
En ocasiones, se la compara con la templanza, que es virtud cardinal en los tratados de moral tradicional y que, junto a la justicia, la prudencia y la fortaleza se consideraba uno de los cimientos de la construcción moral de la persona. Pero, la frivolidad nada tiene que ver con la templanza, porque la frivolidad es una elocuente expresión moral del relativismo y del permisivismo postmoderno, mientras que la templanza es la capacidad de dominar y de controlar la expresividad del pensamiento, de la vida emocional y del lenguaje, considerando las consecuencias que ello tiene para uno mismo y para el otro.
La templaza nunca jamás es una casualidad, sino que es el resultado de un esfuerzo articulado a lo largo de tiempo, de un entrenamiento espiritual que debe mucho a la tradición estoica de la tranquillitas animae. La templanza no se contrapone a las creencias ni a las convicciones, sino que regula racionalmente la expresión o manifestación de las mismas.
La apología de la frivolidad es, sin embargo, contradictoria. Se explica por reacción al fanatismo y a la barbarie, pero la solución a tales lacras sociales no pasa por el cultivo de la frivolidad, que es su opuesto, sino, por el cultivo de auténticas virtudes, entre ellas, la de la prudencia. Frente a tales manifestaciones, no basta con la tibieza moral, no basta con una actitud tímida y permisiva, sino que se debe adoptar una actitud beligerantemente activa, pero, eso sí, sin sucumbir a ningún tipo de violencia, ni físico, ni psíquico.
Es evidente que las convicciones pueden ser peligrosas y que un ser humano nutrido por determinadas convicciones de orden político, social, religioso o económico puede convertirse en un arma mortífera, pero no toda convicción es igualmente peligrosa. Además, la sociedad abierta, el mundo civilizado, el Estado de derecho, sólo pueden subsistir como tales si los ciudadanos que los integran viven en su interioridad una constelación de convicciones fundamentales como el respeto a la vida, a la libertad, a la igualdad, como el sentido de tolerancia y de solidaridad para con los grupos más vulnerables del cuerpo social.
La frivolidad no puede ser considerada como una virtud, porque no es un hábito que perfeccione al individuo, sino un mal hábito que, en ocasiones, tiene graves consecuencias. Acaso, ¿Se puede frivolizar el valor de la vida humana? ¿O el valor de la libertad de expresión, de pensamiento, de creencias o de asociación? ¿Se puede frivolizar el deber de tolerar al otro? ¿Se puede frivolizar o banalizar el mal del inocente, el sufrimiento de un ser humano? ¿Se puede banalizar la muerte de un ser amado?
La frivolidad puede tolerarse cuando lo que está en juego no afecta las estructuras, ni los ejes fundamentales del tipo de sociedades que hemos construido, pero cuando uno se ríe o banaliza determinados núcleos conceptuales o valores esenciales de la vida democrática, la frivolidad se convierte en una pesadilla. Para el frívolo no tiene sentido la diferencia entre lo esencial y lo accidental, entre lo categórico y lo anecdótico, pues todo ello forma parte del mismo universo insoportablemente leve. Y, sin embargo, no es así, pues no todo tiene el mismo valor en la vida humana. Además, el frívolo incurre en una contradicción lógica. Si es consecuente con su actitud, debe evitar de caer en la defensa beligerante de la frivolidad; tiene que ser igualmente frívolo y aceptar que otro pueda considerar frívolamente su frivolidad. Paradójicamente, se desarrollan apologías de la frivolidad con una intensidad y celo que no dejan de maravillarnos.
La sociedad futura depende, esencialmente, de los procesos educativos que ahora y aquí tienen lugar, en las familias y en las escuelas. No debemos permitir, de ningún modo, la extensión de la frivolidad, ni la imposición de un pensamiento débil a las generaciones venideras, sino que debemos comunicar las convicciones elementales, los valores morales mínimos, debemos garantizar su arraigo y su apropiación, pues sólo, de este modo, se puede esperar razonablemente calidad social, moral y política para nuestras sociedades futuras.    
                                                                                Francesc Torralba Roselló . www.forumlibertas.com
                                 Gracias a www.fluvium.org


Gracias por tu amable atención. Te saludo con todo afecto.         
                                                                 Raul Czejer
 
 
 
 

jueves, 13 de junio de 2013

Una religión para los pobres.



Dios se levanta en la asamblea y juzga a los señores de la tierra:
"¿Hasta cuándo juzgarán injustamente
y favorecerán a los malvados?
¡Defiendan al desvalido y al huérfano,
hagan justicia al oprimido y al pobre;
libren al débil y al indigente,
rescátenlos del poder de los impíos!"

                                                            Biblia. Salmo 28


"La religión es el opio de los pueblos", sentenció Carlos Marx en un rapto de genialidad y de delirio. Sabía lo que decía e ignoraba lo que no decía. Tenía razón al denunciar a la religiones que inducen a los pobres a la resignación, pero estaba muy equivocado al suponer que toda religión les inculca  esperar   el cielo, donde se remediarían los males que padecen en la tierra.
"Hay muchas más cosas en el cielo y la tierra que las que supone tu filosofía", le diría a Marx, aún reconociendo la parte de verdad que descubre su sentencia. El hecho que él no supo percibir es que hay religiones y religiones. Las hay narcotizantes y evasivas y las hay solidarias con los pobres e  involucradas en la lucha histórica por su reivindicación.

Yo creo que el cristianismo es de esta clase, en su versión para mí más auténtica:  la que proclamó Jesús de Galilea cuando decía "el reino de Dios es anunciado a los pobres", queriendo significar que con su presencia se inauguraba un mundo a la medida de Dios,no del hombre,  donde el pobre se vería rescatado de su miseria,  y convocaba a todo persona de buena voluntad a tomar el arado y a trabajar por ese mundo, con fe y esperanza trascendente.  

Desde entonces, muchas cosas han cambiado  en la condición de los pobres gracias a la lenta pero constante aplicación al derecho y las costumbres de los valores e ideales impulsados por el cristianismo, aunque muchos de sus promotores no hayan sido concientes de la fuente de su inspiración. Hasta me animaría a decir que el mismísimo Carlos  Marx coincide en lo esencial con las motivaciones más profundas del evangelio de Jesús. Lo mismo sucede con muchos marxistas que luchan por la justicia social: son buscadores del reino de Dios aunque renieguen de él, aunque muy posiblemente sólo renieguen de las organizaciones religiosas denominadas "cristianas",  demasiado imbuídas del espíritu del mundo y solidarias con el poder que oprime a los pobres.

 La religión bíblica nunca fue en su esencia una religión desentendida de la situación de los pobres, como lo atestigua el salmo 28 y muchos otros pasajes de sus textos religiosos.  A modo de ejemplo, permíteme citarte otro muy significativo, tomado de los escritos proféticos.

“Y cuando me extendéis vuestras manos, aparto mis ojos de vosotros; y aunque mul­tipliquéis las plegarias, no os escucho, pues vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, apartad vuestra maldad de delante de mis ojos, cesad de obrar mal, aprended a obrar bien, aspirad a la justicia y ayudad a los oprimidos ”.
Biblia. Isaías , capítulo 1

Así lo han entendido muchos cristianos, clérigos o laicos, en los largos dos milenios transcurridos desde que el maestro de Galilea lanzó su propuesta al mundo. Reconozco que no todos interpretan así al cristianismo y los respeto, pero creo que no hacen justicia al mensaje de Jesús.

Permíteme citar un ejemplo de religioso que entendió muy bien en qué consiste la vida cristiana y su misión de pastor. Lo he nombrado muchas veces, porque lo admiro como persona y como cura pobre para los pobres: Luis Orione. Si su ejemplo resultare para ti inspirador, aunque no compartes la fe cristiana, me daría por cumplido.


Lo que sigue fue publicado en la edición n° 47 de Revista Don Orione , junio de 2009


 
La poetisa Ada Negri, considerada por muchos como la primera escritora italiana proveniente de la clase obrera, había escrito que en los arrozales muere la poesía. Una de las tantas marcas de una sociedad inhumana donde la tierra, lejos de pertenecer y dar vida a quienes la trabajan, está enajenada, en manos de poderosos que la explotan y consumen de la misma manera que a sus trabajadores. Porque nada puede detener al afán de acumulación y enriquecimiento, nada, ni siquiera la muerte.

En la Italia de la primera posguerra, gran cantidad de hombres, y especialmente mujeres, eran llevados a trabajar a los arrozales. Lo hacían en condiciones tan degradantes que, junto a las palabras poéticas, centenares de mujeres por año dejaban de existir en aquellos campos rebosantes de arroz.

Semejante explotación y destrucción, no pasó por alto en la vida de un  religioso comprometido con los pobres, Luis Orione. Durante los primeros meses de 1919 se acercó a las víctimas de aquella sufriente realidad. Buscó darles ánimo y fortaleza, aunque no dejó de generar conciencia y denunciar el terrible atropello a un derecho humano tan fundamental como ganarse el pan dignamente.

Fue así que, con coraje y claridad de ideas, Luis Orione escribió una carta a modo de proclama, dirigida a los trabajadores de los arrozales. También estaba destinada a todo aquel que quisiese escuchar su pensamiento, verdadera llamada a una condición social más igualitaria.

Tal vez, no faltará quien se sorprenda al leer de puño y letra de un sacerdote católico palabras como proletariado, reivindicación, medidas de fuerza y varias, que suenan menos poéticas que tantas otras de sus expresiones. Sin embargo, éstas manifiestan su compromiso espiritual y social, el que lo llevó a rescatar niños de entre los escombros de los terremotos de Messina y La Mársica. El mismo espíritu que lo llevó a crear diversas instituciones  para acoger a los más pobres  de la sociedad, en quienes su fe le hacía ver el rostro de Dios.

Imaginando por un instante a Luis Orione viviendo hoy en nuestro país, seguro tendría palabras semejantes para las actuales víctimas de la explotación del sistema: las comunidades de pueblos originarios que deben trabajar en las tierras que les han sido arrebatadas; los que sufren las terribles consecuencias del uso de agrotóxicos; los empleados sometidos a condiciones laborales injustas por empresas transnacionales… y la lista podría continuar.

Si como dice la poetisa, en los arrozales muere la poesía, en las palabras de Luis. Orione, nace una vez más la esperanza, capaz de ponerse de pie ante las adversidades: “¡Trabajadores y trabajadoras de los arrozales, llegó la hora de su reivindicación!”


 ¡Proletariado de los arrozales, de pie!


( 18 de mayo de 1919)

Se abre un horizonte nuevo; a la luz de la civilización cristiana, que apuesta siempre al progreso, nace una nueva conciencia social, como flor del Evangelio.

Trabajadores y trabajadoras de los arrozales, en nombre de Cristo, que nació pobre, vivió pobre, murió pobre y entre pobres, que trabajó como ustedes y que amó a los pobres y a los trabajadores, en nombre de Cristo, ha llegado la hora de su reivindicación.

El trabajo debe ser limitado y adecuado a sus fuerzas y sexo. El salario debe tener relación con su esfuerzo y con sus necesidades; las condiciones de trabajo deben ser menos penosas, más humanas, más cristianas. Es un derecho, ¡Su derecho!

Nosotros, como católicos y como ciudadanos, emprenderemos éste año la batalla por las ocho horas en los arrozales.

No se dejen explotar por los capataces, no se dejen intimidar por las amenazas de los patrones, no se presten a ciertas maniobras que siempre terminan perjudicando al trabajador. Y si no hay más remedio, tomen medidas de fuerza; dentro de la legalidad, claro, pero háganlo. Únanse contra los rompehuelgas y no se dejen engañar por un horario que supere las ocho horas en los arrozales.

Únanse y sean solidarios. Si todos los pueblos de la diócesis que proporcionan trabajadores a los arrozales se unen en una red organizada y firme, sólida y cristiana, los llevaremos a una victoria segura.

Por sus reivindicaciones, por la justicia intrínseca de su santa causa, no nos quedaremos quietos. No, no dejaremos en paz, ni de noche ni de día, a los explotadores de la gente pobre, que va a sacrificarse en los inundados pantanos de los arrozales y en la malaria, que se ve obligada a alejarse de la familia para ganarse el pan.

¡Hermanos! ¡Con la bendición de Dios y de la Iglesia, trabajaremos por ustedes, y triunfaremos con ustedes!

Todos encontrarán trabajo, todos tendrán un salario justo, y asistencia moral y religiosa; descanso en los días de fiesta; control de sus derechos laborales (salarios, horarios, asistencia médica), alojamiento digno. Los defenderemos en todo lo que sea justo: haremos realidad sus legítimas aspiraciones y utilizando las leyes pertinentes vigilaremos, acompañaremos, animaremos.

“¡La unión hace la fuerza!” Tenemos que romper toda cadena que quita la libertad de hijos de Dios; tenemos que abolir toda esclavitud: debe cesar toda servidumbre, y para siempre.

En nombre de Cristo debe suprimirse la explotación del hombre por el hombre. La fuerza divina de éste nombre y su conducta honrada de trabajadores cristianos, les ayudará a conquistar cada uno de sus derechos, así como los llevará a cumplir sus deberes.

¡Proletariado de los arrozales, de pie! Abran los ojos y vean la aurora brillante que ya se insinúa: ¡es para ti, es tu día!

¡Adelante proletariado, adelante, llevando contigo la fuerza moral de tu fe y de tu trabajo, una era se abre: el mundo se renueva!

El Señor es tu Dios, está contigo: camina en la luz de Dios y nadie podrá jamás detener tu marcha triunfal.

Por tu interés, por tu dignidad, por tu alma. ¡Proletariado de los arrozales! ¡De pie y adelante!

                                                                                                                                   Luis Orione

Gracias por tu amable atención    
                                                     Raul Czejer

























 

lunes, 6 de mayo de 2013

Bondad, justicia, caridad




 Si a mí me mandasen disponer por orden de precedencia la caridad, la justicia y la bondad, el primer lugar se lo daría a la bondad, el segundo a la justicia y el tercero a la caridad. Porque la bondad, por sí sola, ya dispensa la justicia y la caridad, porque la justicia justa ya contiene en sí caridad suficiente. La caridad es lo que resta cuando no hay bondad ni justicia.
             José Saramago: Fragmento de “Cuadernos de Lanzarote “(1993-1995)

Sin ánimo de polemizar con don José Saramago, quisiera exponer a tu  consideración mi parecer acerca de las ideas  por él expuestas en el párrafo trascripto. No le des importancia al costado crítico, sino a algunas observaciones sobre el tema que me parece importante puntualizar. Si te resultaren  útiles, me daré por bien pagado.

Verás que mi punto de vista es distinto de l de Saramago: Ambos miramos el tema en cuestión desde  conceptos de caridad que difieren diametralmente.  A ver si puedo exponerlo claramente.
 Yo creo que caridad no es lo mismo que limosna o beneficencia, como la entienden Saramago y por lo general la opinión pública. Porque caridad es amor al prójimo, amor que busca  ser con el otro, unirse a él solidariamente, comprometerse con él  para marchar juntos  hacia un destino común.. La caridad es la fuente interna de donde se originan las buenas acciones que buscan promover a todo ser humano, respetar sus derechos, aliviar su dolor, subvenir a las necesidades para él inalcanzables, restañar sus heridas del cuerpo y del alma, acompañarlo en la soledad y el abandono, solidarizarse con sus causas justas y muchas cosas más del mismo tenor. Sin caridad toda obra buena se vuelve hipocresía porque obedece a cálculos egoístas, simulando una bondad que no existe.
La beneficencia puede nacer de la caridad —y de hecho en muchas ocasiones nace de corazones generosos—, pero también de otras motivaciones, como por ejemplo, el afán de figurar o los cargos de conciencia. Esto no quiere decir que los que realizan acciones benéficas lo hagan siempre por motivos espurios como lo suponen los denostadores de la caridad.
 Discrepo con el orden de precedencia que postula Saramago.  Yo creo que todo nace de la caridad, la que se concreta en la justicia como mínimo debido y se explaya en la bondad, superando lo debido por justicia.
Bondad significa “inclinación natural a hacer el bien”.  Saramago dice que la bondad, por sí sola, ya dispensa la justicia y la caridad. Me parece que olvida algo: En todo ser humano conviven un ángel y un demonio, por lo cual aun el hombre más bueno puede caer en injusticia. Por eso no basta la bondad  para que se obre con justicia, sino que hace falta  que la conciencia la exija como un deber y que la autoridad  la concrete en leyes justas y controle su cumplimiento.
 “La justicia justa ya contiene en sí caridad suficiente”, dice el escritor. No me queda claro qué entiende por “justicia justa”, de modo que no veo qué significa  eso de  que tiene “caridad suficiente”. Ensayando una interpretación diría que  justicia justa es la que  reconoce y respeta integralmente los derechos de las personas, con lo cual cumple con el deber de caridad mínima que se le debe a los demás. Que este mínimo de caridad sea suficiente  es discutible, porque las personas sufrimos infortunios y necesidades que no atienden el derecho y la justicia. Pongamos por ejemplo: ¿Qué derecho me asiste de ser contenido ante la muerte de un hijo? Ante esta necesidad de consuelo fracasa la justicia y quien suele dar respuesta es la caridad de un corazón bondadoso.
 “La caridad es lo que resta cuando no hay bondad ni justicia”, dice Saramago, trasuntando un pobre concepto acerca de lo que significa caridad. Yo creo que la cosa es al revés: La caridad, entendida como amor al prójimo, es el alma de la bondad, la justicia y la solidaridad. La justicia es caridad cristalizada en derechos. La bondad es caridad hecha hábito. La solidaridad es caridad hecha compromiso con la justicia social. Entenderla como un residuo de baja calidad que disimula la falta de bondad y de justicia es juzgarla desde el prejuicio de una ideología que, como toda ideología, es pensamiento en pugna que busca descalificar a su adversario. Por otra parte, en el curso de la historia la caridad ha  dado nacimiento a nuevas  exigencias de la justicia: Muchos de los que hoy son   derechos fueron originariamente  actos de generosidad  de personas caritativas. Es por lo menos sugestivo que el creador del concepto y la expresión “justicia social” y el primer promotor de cambios en ese sentido  haya sido un sacerdote jesuita del siglo diecinueve.
 Con todo respeto por el insigne escritor, yo prefiero adherirme a la idea de San Agustín: “Ten caridad en tu corazón y haz lo que quieras”. Yo lo entiendo así: Si tienes un corazón caritativo, serás necesariamente bondadoso (buscarás el bien de todos) y justo (respetarás lo que se le debe a cada uno según sus derechos). Si no fuera así, simplemente no tendrías caridad sino egoísmo, indiferencia u odio. Más que un resto miserable, la caridad es el alma de la justicia y la bondad. Sin esa virtud, la bondad y la justicia no tienen calidad humana. Cuando no hay caridad la justicia  es mero cumplimiento de normas externas y la bondad, hipocresía.
Al menos así lo veo yo, aunque bien puede suceder que me equivoque.
Gracias por tu amable atención
                                                                                                        Raúl Czejer
 


viernes, 19 de abril de 2013

Todo es relativo, excepto lo que yo digo




 

                                      
“El hombre es la norma de todas las cosas”   Protágoras (Grecia, siglo 5° a.C.)
 “Nada es verdad ni es mentira. Toda cosa es del color del  cristal con que se mira”  Calderón de la Barca: “La vida es sueño”
 “No habiendo ninguna certidumbre meridiana, ningún "metarrelato" en pie, no hay sino discursos diversos y alternativos en un ámbito sumamente pluralista en el que el sujeto adquiere el protagonismo al tener que elegir entre opciones igualmente infundadas” Gianni Vattimo
 
¿Será verdad lo de Protágoras, Calderón y Vattimo? Se me ocurre pensar que si ellos tienen razón, lo que dicen es falso.
 
Muchas veces   he escuchado decir  que sobre lo  bueno y lo malo  hay una gran dispersión de pareceres, pareceres que  son cambiantes y contradictorios entre sí. En otras palabras, lo que para un sujeto es malo resulta que es bueno para otro; o lo que en una cultura es visto como bueno  en otra se lo juzga como malo.
El hecho es innegable y conocido desde antiguo; ya  Herodoto lo había señalado y los sofistas lo tomaron apresuradamente como justificación  de sus posiciones, escépticas, nihilistas  o relativistas acerca del bien y del mal.
 Permíteme desarrollar someramente las visiones de estos pensadores acerca de la moralidad.
El escéptico es alguien que reconoce la existencia de las normas morales, pero niega que puedan ser fundamentadas o demostradas como justas, es decir, niega su validez, porque —dice— es imposible distinguir entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto,  ni hallar un criterio para preferir  una opción sobre otra ya que ninguna se puede probar como mejor. El escéptico no cree que pueda demostrarse la verdad ni la bondad de nada porque no es posible admitir ningún criterio válido  que nos permita discernir entre lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, por lo cual  se mantiene en la duda como el burro de Buridán,  suspende el juicio y no tiene razones para emprender un curso de acción determinado con preferencia sobre otros. Si en la vida práctica aplicara su filosofía, quedaría paralizado como el burro de la leyenda y moriría de inanición. Por fortuna el escéptico es intelectual, pero no bobo.
 El nihilista, a su vez, extremando su escepticismo  niega la existencia de normas y valores morales. No cree en la bondad ni en el deber. El nihilismo ha sobrevivido al paso de los siglos como un rescoldo bajo las cenizas y en el presente ha resucitado para formar parte de la mentalidad postmoderna. Se habla de “muerte de Dios”, de “crepúsculo del deber”, de “pensamiento débil”, de  “muerte de los ideales”; se asiste al desprestigio de principios, instituciones, jerarquías y autoridades; “todo lo sólido se desvanece en el aire”, “caminante, no hay camino”— se dice—; se rescata del polvo a un pensador nihilista como Nietzsche y se lo venera como a un profeta…y, lo que es más preocupante, los principios morales no son tenidos en cuenta en la vida pública y privada: amoralismo práctico, adscribiéndose la gente a un cínico pragmatismo: Cultura de muerte y de vacío, como lo expresan estos textos:
 "El nihilismo tiene, a saber, literalmente una sola verdad que decir: que al final la nada prevalece y que el mundo no tiene significado." Helmut Thielicke: El Nihilismo: Su origen y naturaleza.
 El Macbeth de Shakespeare  resume elocuentemente la perspectiva existencial del nihilismo, desdeñando la vida:
¡Apágate, apágate, corta vela! La vida no es sino una sombra pasajera, un mal actor que se pavonea y que teme su hora sobre el escenario. Y luego no se escucha más.  Es un cuento contado por un idiota, lleno de sonidos y furia, sin ningún significado
 Por último, el relativista reduce la validez a la vigencia: son válidas para cada cultura —y sólo para ella—  las normas  que la mayoría  cree que deben cumplirse, aunque de hecho no las cumpla. No hay normas válidas universalmente.
 Escepticismo, relativismo y nihilismo son las musas inspiradoras  del ethos occidental postmoderno: cinismo desengañado y vacío espiritual.
 Si todo quedara en dar cuenta del hecho de la variedad de opiniones  o del ocaso de los valores morales, la cosa no sería preocupante, porque ni los hechos ni  las modas culturales crean la verdad y puede esperarse que algún día esos valores  vuelvan a ser respetados y considerados como válidos para el universo del género humano. Pero estas formas de pensar —afirman—no es meramente una cuestión de hecho, sino que obedece a la naturaleza de las cosas, más precisamente, al tenor de los juicios morales. Este es el punto crucial. Para estas personas lo esencial no es que de hecho asistimos al ocaso y la banalización de los valores morales, sino que no puede ser de otra manera. Por consiguiente, lo más sensato  —dicen— es adscribirse a un sano escepticismo o, por lo menos, a un lúcido relativismo, aunque suene paradójico.
 ¿En qué se fundamentan para afirmar  la coherencia de sus posturas?
 Ninguna de ellas representa una postura de avanzada, más bien significa  retroceder a una antigua manera de entender lo moral. En efecto, fueron los sofistas de la Grecia antigua los que inauguraron esta tradición. Desecharon la idea de que existan cualidades morales objetivas que califiquen  a las personas y que, por ende,  puedan ser objeto de conocimiento racional, como lo enseñaba Sócrates. Lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo son sólo productos del convencionalismo social y del parecer de cada uno.
Heredera de esa tradición, en el siglo XX  la filosofía analítica ha hecho resucitar la idea de que las palabras y enunciados  morales no dicen nada sobre la realidad objetiva sino que sólo expresan estados de ánimo del sujeto.   
 En consecuencia,  los juicios morales  no pueden ser  verdaderos ni falsos  —y por lo tanto válidos para todos— porque no son verificables. Sólo expresan sentimientos, actitudes y emociones del sujeto que emite el juicio, estados que están afectados por diversos factores, ninguno de los cuales es idéntico a los que afectan a otros sujetos.
 Por ejemplo, según esta postura el enunciado “matar es malo” no es  verdadero ni falso, sino un enunciado  que en boca de determinado individuo expresa el rechazo   que siente por la acción de matar. Puede pensarse con toda razón que debe de haber sujetos a quienes el matar le caiga fantástico sin que  implique para ellos algún problema de conciencia. Se sigue de esto que, si matar o no matar depende del sentimiento de cada uno, nadie puede ser juzgado por hacerlo o dejar de hacerlo ya que sobre gustos no hay disputa.
 Otro ejemplo: ¿Abortar es bueno o es malo?  Estas personas contestarían que no es ni bueno ni malo en sí o que es tanto bueno como malo, pero no objetivamente ni lo uno ni lo otro. Ninguna de las alternativas tiene fundamento, de modo que la mujer tiene que optar según su sensibilidad, a solas con su libertad  Que si la mujer que se lo plantea  lo siente como aceptable, abortar está bien para ella, es decir, concuerda con su sentido moral; si, en cambio, lo siente como detestable, abortar está mal. El planteo de si está bien objetivamente o no, no tiene sentido en esta manera de entender los juicios morales.  No hay hechos ni verdades morales. No hay personas malas ni buenas, ni acciones malas ni buenas. Sólo hay personas auténticas o inauténticas y que son juzgadas por otros sin razón como malas o como buenas según la sensibilidad de cada uno.
 Resumiendo: El argumento que sostiene la postura de escépticos, nihilistas y relativistas morales  es la tesis de que bondad y maldad no son valores objetivos de los actos humanos —los cuales serían moralmente indiferentes—, sino que bondad y maldad son valoraciones del sujeto acerca de las personas y sus acciones. Desde este punto de vista, el hecho de la dispersión de pareceres  es perfectamente lógico.
Si esto fuera así, se justificarían  sus opiniones y seríamos unos ilusos lo que creemos en los valores morales. Nos asiste el derecho de preguntarnos:¿Es así?
Veamos.
Antes que nada debo decir que no estoy de acuerdo con el postulado de los sofistas. Mi propio postulado es que los juicios morales se refieren a realidades objetivas presentes en las personas y en sus acciones y que en consecuencia hay juicios morales verdaderos y falsos. Y que como tales son válidos para todos, aunque puede suceder que haya sujetos que no alcancen  a verlo claramente.
Abusando de tu paciencia,  voy a tratar de explicarlo.
Los actos humanos son acciones  libres y concientes. Por experiencia interna y externa nos consta que esta clase de acciones tienen existencia en la vida real. Como somos nosotros mismos los que las producimos, y porque lo decidimos libremente nos sabemos  responsables de implantarlos en la realidad y de las consecuencias que acarrean para los demás y para nosotros mismos. La realidad se vuelve más penosa o más agradable en mayor o menor medida gracias al tenor de nuestras acciones. No da lo mismo para la vida humana en el planeta que todos arrojemos nuestros desechos a la calle contaminando el ambiente y perjudicando a todo el mundo  o que los dirijamos a donde no perjudiquen a los demás. No es lo mismo para la vida humana que todos nos dediquemos a la rapiña o que nos ganemos el pan con el sudor de la frente. Quiero decir, las acciones humanas son cosas reales y sus efectos benéficos o perjudiciales para la vida son también reales. La realidad se ensucia y la vida se vuelve más corta y miserable.
La acción deliberada y dirigida a  beneficiar la vida porta un valor que cualquier ser humano reconoce y aplaude: el valor moral o, si se quiere, la bondad. Así mismo, la acción humana que perjudica a la vida porta un antivalor que todo el mundo reprueba: la inmoralidad o  la maldad.
El valor moral es tan real como la acción que califica. Bondad o maldad de las acciones humanas no son entelequias o fantasías: son realidades operantes en la vida real, tanto que crean un mundo feliz o un mundo infernal.
Cuando falta la bondad en los seres humanos y sus acciones, se siente su ausencia  y se sufre la presencia de la maldad. Cuando las acciones humanas están llenas de maldad en todas sus formas, la vida se vuelve insoportable y se “clama al cielo” por una liberación. Tanta es la consistencia del mal moral que hasta se lo ha imaginado como un ángel de las tinieblas, como un semidiós  que atribula a los hombres y busca su desgracia. El horror que sentimos ante las acciones perversas no son más que la confirmación de la cuasi sustantividad del mal moral.
El valor moral —como todas las clases de valores— es una cualidad objetiva  que se manifiesta en el encuentro de la realidad con el sujeto. El ser humano no crea el valor, sólo lo siente, como el ojo no crea la luz. No todos los seres humanos tienen la misma capacidad de visión ni todos la misma sensibilidad para los valores. Por eso se dan diversas opiniones frente al valor moral de las acciones humanas y parece que fuera relativo El valor negativo de “matar” es invariable; lo que varía es la conciencia de los hombres y la imputabilidad de tal acción debido a las circunstancias. El ciego no ve no porque no exista la luz, sino porque a él le falta sensibilidad. Creo que a escépticos, nihilistas y relativistas les pasa algo semejante, con todo respeto.
Gracias por tu amable atención
                                                                                          Raul Czejer

sábado, 30 de marzo de 2013

El discreto encanto del relativismo (Primera parte)






“¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela.”
                                                                                                         Antonio Machado

Algo duro  don Antonio. Sepamos comprenderlo: En su tiempo aún no habían cundido el pensamiento débil y la verdad relativa. Hoy sí, y no sé si celebrarlo o ponerme a llorar.

                                                                                                         
Verdades en pugna.
 (Diálogo de sordos en el fin del mundo)

                                    
Dos filósofos del estaño discuten sobre cuál es la verdad verdadera, en un bar del fin del mundo. Han pasado unas cuantas horas y unas cuantas copas polemizando sobre la verdad, pero no logran ponerse de acuerdo. Uno cree que si la verdad es la verdad de todos, no es verdad; el otro, que si la verdad es sólo personal, no es verdad. Yo los escucho con curiosidad por saber si logran sacar algo en limpio.  Aquí te cuento lo que están diciendo. A uno llamaré “El relativista”; al otro, “El absolutista”.

El relativista: Ser relativista es muy piola, che. Intentálo. No hace falta que te hagás problema por averiguar  si algo    está bien o está mal en la realidad objetiva —que vaya uno a saber cuál es, si es que la hay—, sino si a vos te parece bien o no. Por ejemplo, si tenés ganas de violar a una mujer, basta que vos lo veas bien y ya está; estás habilitado. Nadie puede juzgarte,  porque tu verdad es la que vale para vos.

 El absolutista:  Pero che, todo el mundo condena la violación. Por algo debe ser.
 
El relativista: Los demás que piensen lo que quieran. Si creen que nunca deben violar a una mujer, pues que no lo hagan. Pero no por eso van a ser mejores que vos. Nada más serán distintos. Y entre diferentes lo que corresponde es la tolerancia, no la descalificación o la condena en nombre de no sé qué principio absoluto. ¿Por qué va a prevalecer  el criterio de los demás por sobre el tuyo, si no hay un criterio patrón con que medir los criterios de cada uno?

 El absolutista: ¿Te parece, che?  A mí me parece que una cosa es la realidad y otra cosa son las opiniones de cada uno. La violación es un mal real, no  una acción ni buena ni mala  cuya índole moral dependa de la mirada del sujeto. Las opiniones no pueden cambiar la realidad. Quien  no vea que la violación es un mal real, simplemente es un obtuso moral.

 El relativista: ¿Por qué va a ser la violación una realidad mala independientemente de quien la juzgue?  ¿En qué entidad real radica su maldad?

 El absolutista:  En que es un daño físico y psicológico que un individuo le hace a otro.

El relativista: ¿Y por qué dañar al otro va a ser intrínsecamente malo? La bondad o maldad depende de la intención del sujeto y de la situación. Según las circunstancias, dañar a otro puede ser bueno. Un cirujano que corta la pierna gangrenada de  un sujeto  realiza un acto de bondad. Ya ves, la bondad es relativa a la situación.

 El absolutista:  Admito que me expresé mal. Quise decir que la inmoralidad de nuestros actos consiste en destruir la subjetividad del otro. Por ejemplo, la violación significa tratar al otro como una cosa, como un útil para mi placer, agraviando su dignidad y su libertad.

 El relativista:  Mirá, yo creo que no hay realidades malas o buenas. La realidad es lo que vemos y ni yo ni nadie vemos la maldad ni la bondad de los actos humanos, sino sólo su realidad física. Los calificativos de bueno o malo son sólo expresión del agrado o desagrado que tales actos nos causan. Cada quien lo siente distinto, por eso la bondad o la maldad es relativa al sentir de cada sujeto.

El absolutista:  Te concedo que la realidad es lo que vemos, pero lo que vemos no es sólo su realidad física, sino también la realidad ideal y la axiológica. Para ello estamos dotados de sentidos, inteligencia y sensibilidad o intuición emocional. Por la sensibilidad vemos los valores de las cosas, su hermosura, su bondad o su maldad etc. Frente a los valores morales esa sensibilidad se llama conciencia moral. Así como se cultiva la conciencia intelectual para que sepa ver la idealidad de las cosas naturales, se puede y se debe cultivar la conciencia moral para que sea más sensible a la calidad moral de las acciones humanas. La calidad moral de las acciones es siempre la misma; lo que varía de sujeto a sujeto es la capacidad de su conciencia. Sucede como con las matemáticas: sus teoremas son inmutables y unívocos, pero la comprensión de tales teoremas varía de sujeto a sujeto según la capacidad de su inteligencia.

 El relativista: La sensibilidad no puede ver lo que no hay en las cosas. Es meramente una reacción afectiva de cada sujeto frente a situaciones de la vida. Nos gustan o no nos gustan ciertas cosas y, como dicen, sobre gustos no hay disputa

 El absolutista: Decíme, flaco, Hitler hizo matar a seis millones de judíos. ¿Cómo te impresiona a vos? ¿Lo sentís como agradable o como desagradable? ¿Te gusta o no te gusta?

 El relativista: Lo siento como horroroso, pero no tengo derecho a juzgar a Hitler porque no sé cómo lo sentía él. De hecho, hay quienes aplauden tal matanza.

 El absolutista: ¿Y por qué te parece que casi toda la humanidad la siente como horrorosa? ¿No será porque el hecho mismo de esa matanza es una realidad espantosa que causa  sentimientos de horror a quienquiera que tenga noticia de lo ocurrido?

 El relativista:  No todos lo sienten así. Ya te dije: Hay quienes levantarían un monumento en honor de Hitler. Quiere decir que la “espantosidad” de sus acciones no es una realidad tangible.

 El absolutista: Es que la percepción del bien o del mal de las acciones humanas requiere tener una conciencia cultivada, tanto o más cultivada que la conciencia intelectual. Si esos admiradores de Hitler reflexionaran tal vez verían la perversidad de la “limpieza étnica”.

 El relativista: ¿Ver la perversidad? Eso parece platónico. Como si la perversidad fuera una entidad fantasmal, un espectro, que podemos alcanzar a “ver”. ¿Quién ha visto alguna vez a la perversidad?

 El absolutista:  ¿Y quién ha visto alguna vez a la ley de gravitación? No la vemos, pero sabemos que es algo real ¿Alguien alguna vez vio las leyes de la estática? No. Pero si un constructor de puentes no las tuviera en cuenta, correría el riesgo de ver su puente derrumbado. Lo mismo sucede con los valores morales que califican a las personas. No los vemos ni los tocamos con los sentidos corporales, pero los vemos con los ojos de la sensibilidad, metafóricamente, con los ojos del corazón o intuición emocional. El corazón no crea el valor, sólo lo aprecia, como el ojo no crea la luz, sólo la ve. Porque tenemos corazón, sensibilidad, el mundo puede desplegar ante nosotros su concierto de valores, como la luz nos puede ofrecer su espectáculo de colores porque tenemos ojos para verlos. A la inversa,  porque el mundo es valioso  nosotros podemos sentir amor, aprecio, arrobamiento, éxtasis…

 El relativista: No es lo mismo. Las leyes físicas operan en el mundo físico, lo cual no sucede con las leyes morales,  que sólo operan en la conciencia de los sujetos. Las leyes físicas determinan a las cosas reales de modo inexorable, unívoco y universal;  las reglas morales, en cambio,  exigen a cada sujeto  de modo distinto, o exigen acá pero no exigen allá. Por eso cada uno tiene una opinión distinta de qué es perverso y en qué medida lo obliga.

 El absolutista: La obligación moral es una experiencia universal de los seres humanos; puede variar su contenido pero todo sujeto normal se siente obligado por algunas cosas que exigen ser respetadas. Esta universalidad ha de responder a algo real. Ha de haber algo en ciertas acciones que suscita el mismo rechazo en todos los seres humanos. Por ejemplo, ha de haber algo disvalioso objetivo   en el mentir que  motiva su rechazo universal. Es su valor moral, que es tan objetivo como su realidad física.
 
 
Continuará.....................................................................

 Te cuento: Los muchachos siguieron discutiendo hasta que el bar cerró y nos tuvimos que ir a casa, sin que los contendientes alcancen  el mínimo consenso. Quedaron en seguir la disputa otro día, para ver si logran  encontrar la quinta pata al gato.  Cuando suceda te cuento.

 Gracias por tu amable atención.
                                                                              Raul Czejer