Una invitación a ver la vida con optimismo, responsabilidad y sentido trascendente -comoquiera se entienda esta palabra- a la vista de la realidad cotidiana:verdad y falsedad, justicia y opresión, encuentro y desencuentro.
Victoria erauna mujer entrada en la segunda madurez, esa edad en que los hijos ya se han ido a vivir por cuenta propia y se comienza a hacer un balance del camino recorrido. Aparentaba, empero, ser más joven de lo que denunciaba su documento de identidad. Una férrea disciplina de regímenes y ejercicios la mantenían delgada como bailarina de ballet, erguido el pecho y esbelta como una palmera. Porte arrogante y mirada altiva, exigente consigo misma y con los demás, no se perdonaba ni perdonaba errores. Súper responsable y dedicada totalmente a su trabajo se desempeñaba como jefa de personalde una empresa financiera, cargo al que había accedido después de una lucha encarnizada con los otros aspirantes. Formada en la escuela de la competitividad y la eficiencia su única preocupación era hacer bien su tarea, así tuviera que masacrar a los que se interponían en su camino. Lograr status y prestigio era toda su ambición. Individualista por convicción, nunca le habían interesado los problemas de los demás y pensaba que cada uno tenía que arreglárselas como pudiera. Se consideraba una típica "self-made woman" y estaba convencida de que si ella había podido, cualquiera podría hacer lo mismo. Para lograr éxito profesional había sacrificado su vida social y descuidado sus afectos. Familiares yamigos se habían ido distanciando a causa de la rigidez de sus opiniones y la severidad de su carácter. Se sentía respetada, pero no querida. Vivíaacompañada por un gato en un departamento demasiado grande que acentuaba su soledad, con cuartos colmados de insoportable silencio que procuraba espantar con música ligera.
Pero algo se había quebrado en su interior. En las horas muertas miraba el río distante y se preguntaba si todo había valido la pena.
Cuando dejaba la empresa para retornar a su hogar, sentía un vacío que le iba ganando el alma. Hacía ya un tiempo que había empezado a dudar del propósito que orientara su vida desde la juventud. Revisaba su pasado y sólo veía años que amontonaban ruinas sobre ruinas. Pesadumbre, arrepentimiento y malhumor definían su estado de ánimo. Sentía que se había consagradoa su trabajo por demasiados tiempoy que ésa había sido una decisión equivocada. Su mundo se había reducido a la empresa y ya no se sentía feliz en ese mundo. Estaba harta: harta de sí misma, de sus errores, de su soledady de hacerle el caldo gordo a accionistas insaciables. Tenía la sensación de que debía buscar un cambio de frente pero la rutina y la comodidad la retenían amarrada a su oficina. Algo debía suceder que la sacara del marasmo en que se encontraba empantanada. El vaso estaba lleno, pero faltaba la gota que lo hiciera desbordar.
Esa mañana estaba de mal humor, como tantos otros días en que el estrés no la había dejado dormir. Tenía en agenda una entrevista con el delegado gremial, personaje que no le caía simpático por lo exagerado de sus reclamos y poca disposición para un diálogo coherente. Aficionado al chiste fácil, dificultaba la negociación con continuas interrupciones. Era un tipo complicado al que convenía tener de amigo. La gerencia le había indicado que lo tratara con guantes de seda, porque no quería problemas con el personal. Pero Victoria estaba harta y ya no sabía de guantes de seda
Verídico Contreras llegó puntualmente, sabedor de que a la jefa no le gustaba estar esperando.
—Buenos días, su señoría —dijo Contreras al entrar, intentando ser simpático.
—Déjese de pavadas, Contreras. Entre y siéntese —replicó la jefa con voz de hielo.
—Discúlpeme, señoría, pero a la pavada la dejé en el gallinero de mi casa —contestó Contreras, molesto por el recibimiento—. ¿Sabe qué difícil es traer a esos pavos en el colectivo? Además, aquí no tengo dónde dejarlos. A propósito: ¿no debería la empresa habilitar un lugar apropiado para guardar mis pavos?
---¿Acaso me está tomando el pelo?
—De ninguna manera. En cuestión de tomar, me gusta tomar mate, café o un buen vino, pero pelo, no. No los puedo tragar y se me quedan entre la boca y el garguero.
—Mire, Contreras, mejor lo dejamos ahí.
—¿Dónde quiere que lo deje y qué cosa?. ¿Sobre su escritorio? ¿En el suelo? Usted me confunde.
—¿Usted me quiere volver loca?
—Noo…eso es imposible. Para volverse loco no hay que serlo previamente.
—Voy a hacer como que no lo escuché. A ver, Contreras, vamos al grano.
—Está bien, pero dígame qué grano. ¿De maíz? ¿De alpiste? Si no me lo aclara…
—¿Usted siempre se va a ir por las ramas?
—No me ofenda. Yo no soy un mono, para andarme por las ramas
—No quise decir eso, sino que nos centremos en el motivo de su venida. ¿Qué lo trae por aquí?
—Hasta la esquina me trajo el colectivo; y aquí adentro, mis piernas. Me hace bien caminar, pero vivo un poco lejos, ¿sabe?
—¡Usted me está haciendo perder el tiempo!
—Señoría, me extraña que diga eso. El tiempo no se pierde. Se va al pasado y queda allí para que los historiadores lo estudien y muchos lo lamenten.
—Acabemos con esto. ¿Qué se le ofrece?
—Me han ofrecido muchas cosas. Hoy nomás en el colectivo subió un vendedor a ofrecer gorritos de Boca. ¿Vio, señoría, que el domingo juega Boca?
—Mire, Contreras, ya colmó mi paciencia. Mándese a mudar.
—Yo no necesito mudarme, señoría. Esto muy contento con la casa que tengo
—A ver si ahora me entiende: ¡Váyase al carajo!
—Me pide algo imposible. Usted sabe que los carajos ya no existen. De todos modos me voy, a ver si lo encuentro en la oficina del gerente. Addío, señoría. Bai, bai
Victoria abrió la puerta de su despacho y con un gesto y sin decir palabra le indicó que saliera. El estampido de la puerta al cerrarse resonó en todo el recinto de la empresa.
—¡Esto es el colmo! —exclamó, casi con furia. Se sentó, respiró como le habían enseñado para liberar tensiones y, una vez que recobró la calma, se puso a pensar si su trabajo tenía algún sentido y si no era hora de pensar en otra cosa. Odiaba ese papel de amortiguador entre el personal y la empresa; se sentía presionada de ambos lados, lo que se traducía en un estrés crónico y contracturas de su espalda que buscaba aliviar con sesiones diarias deyoga yde masajes
—¿Qué estoy haciendo acá? ¿Tengo que aguantarme que me tomen el pelo? ¿Necesito seguir poniendo la cara ante los empleados para defender políticas de explotación por parte de los dueños?—se preguntaba.
Sintió que su trabajo en la empresa ya no era vida para ella y que era hora de cambiar.
Evaluó pros y contras y al terminar el día estaba decidida: Dejaría la empresa y se dedicaría a administración de personal por cuenta propia. Se ilusionaba pensando que así tendría tiempo libre para los afectos y la vida social, que tanto había descuidado, y mirar alrededor. Por primera vez en mucho tiempo el trabajo no sería su prioridad absoluta y podría mirar las cosas con otro propósito. Ella aún no lo sabía, pero un nuevo mundo comenzaba a desplegarse ante sus ojos
Al presentar la renuncia sintió que se liberaba de una opresión de largos años y que volvía a ser dueña de su vida. Ya nadieiba a venir atomarle el pelo con respuestas disparatadas a preguntas obvias. Ya no quería pelear con nadie para defender intereses de otros a quienes ni siquiera conocía.
Esa tarde, cuando contemplaba las velas blancas que surcaban el río lejano, se sacó los anteojos, aflojó el rostro y desarmó su espíritu. Tomó el teléfono y marcó un número.
Raúl Czejer
El mundo humano es creación de los hombres y mujeres, hecho a su imagen y semejanza. Por eso, cambiar el mundo exige un cambio del corazón . Si el capitalismo se impone en el mundo es porque hunde sus raíces en lo peor del ser humano, que sigue siendo más fuerte que sus mejores disposiciones.
La desesperanza puede ganarnos el alma si sólo miramos la realidad que está patente a los ojos. Pero ésa no es la única realidad, porque los seres humanos de buen corazón no dejan de sembrar las semillas de un mundo nuevo, que dará sus frutos en el futuro. Sólo hay que tener fe en el triunfo final del bien.
“Desprecio la caridad, por la vergüenza que encierra”, dice Atahualpa Yupanqui en “Milonga del Solitario”. Expresa así el poeta un concepto que se ha generalizado en la opinión pública, sobre todo en sus niveles más intelectuales, y que recalcan los comunicadores de los medios masivos. La misma idea encontramos en Eduardo Galeano, quien dice, contraponiendo caridad y solidaridad: “La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo”.
La caridad humilla y avergûenza, afirman. Vemos así que lo que muchos entienden como un acto de bondad, otros muchoslo entienden como un acto perverso que ofende al que recibe la acción caritativa.
Yo fui educado en ambientes donde se tenía en alta consideración a la caridad y sigo considerándola como un valor que califica a la persona en lo que tiene de más propio, su humanidad. Pero debo admitir que los muchos que la consideran despreciable tienen seguramente buenas razones para ello, de modo que, para ser honesto conmigo mismo, me debo un esclarecimiento y un cambio de convicciones si esas razones así lo aconsejaran.
Con todo el respeto y la admiración que me merecenEduardo Galeano, don Atahualpa y los comunicadores sociales, me atrevo a decir que no me resulta claro lo que quieren expresar.
Si toda forma de caridad fuera tal como estos autores la consideran, habría que dejar de lado cualquier tipo de acción benéfica personal, desmontar toda organización que se dedique a actividades de ayuda a los necesitados —como Red Solidaria, Cáritas, Médicos sin Fronteras y tantas otras—, condenar al Dr. Maradona por inmoral, ya que habría humillado a los aborígenes de Formosa cuando los curaba de sus males y se preocupaba por su promoción, y acusar a la madre Teresa de inhumanidad por acoger y consolar a los moribundos de Calcuta.
Todo lo cual me suena un poco raro, y no creo que sea esto lo que piensan los mencionados comunicadores, por lo que me animo a conjeturar que en el aserto de que la caridad es humillante y que sólo la solidaridad es respetuosa se esconde un malentendido que me gustaría desentrañar.
Por de pronto uno puede imaginar que la supuesta confusión se origina en el significado ambiguo de los dos términos implicados, caridad y solidaridad, por lo que me parece que la clarificación de estos conceptos ayudaría a deshacer el malentendido
En el caso de la caridad, las ideas están más claras, pero no así en el caso del concepto de solidaridad. Esta es una palabra que se aplica a distintas realidades, según la óptica de quien la considera. No hablan de lo mismo un anarquista que un neoliberal o un católico. De allí que muchos denominan “acción solidaria” a lo queotros califican de “acto de caridad”.
Mi intención es buscar un punto de equilibrio entre ambas formas de tender una mano al necesitado. No condenando a una en beneficio de la otra; por el contrario, vinculando solidaridady caridad. No sé si lo lograré, pero creo que vale la pena intentarlo.
Mi hipótesis es que la solidaridad es una exigencia de la justicia, la cual es la exigencia mínima del amor al prójimo. En otras palabras, no se puede ser un hombre justo sin ser un hombre solidario; y no se puede decir que uno ama al prójimo si no se es un hombre justo. El cumplimiento de las exigencias de la justicia es el piso de la caridad, aunque no su techo.
Por ejemplo, donar los órganos, ¿es una acción solidaria o una acción caritativa? Mi hipótesis es que si es solidaria es necesariamente justa y caritativa. La solidaridad es una forma de la justicia, la cual es una forma de la caridad, aunque ésta tiene muchas otras formas de expresarse.
Si la solidaridad es una forma de la justicia, entonces es una obligación y un derecho para todo ser humano. Las formas de la caridad que van más allá de la justicia dependen, cambio, del libre arbitrio de cada uno.
No quiero aburrir al lector con una serie de definiciones sesudas quepueden encontrarse en los autores que se dedican a estos temas. Simplemente daré mi opinión, sin pretensiones de que sea la más acertada. Sólo espero que sirva para pensar el asunto sin confusiones y aclarar lo que quieren decir Yupanqui, Galeano y los comunicadores sociales. Puede que mi interpretación no sea la correcta; pido desde ya disculpas a todos los amigos lectores.
Caridad es amor de benevolencia. Es, sencillamente, amor al prójimo, quienquiera sea.Es decir, disposición para hacer el bien a cualquier ser humano, al margen de si tiene derecho a ello. La caridad se opone al odio, la malevolencia y la indiferencia para con otro ser humano.
¿Cómo describiremos a la persona caritativa? Es aquel que siempre está dispuesto a favorecer el crecimiento y la felicidad del otro como sujeto libre, que procura no ponerle obstáculos y sí ofrecerle caminos de realización. El que es caritativo no ejerce poder sobre los demás sino que se pone a su servicio. Es compasivo, sabe perdonar, evita la ofensa, la envidia, la humillación, la maledicencia, el engaño. El que ama al otro jamás le hará daño. Por eso decía Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. La caridad así entendida es el alma de la vida moral, es decir, de una vida propiamente humana.
¿Debemos decir que las acciones caritativas, de cualquier clase que sean, humillan necesariamente al otro ser humano? ¿Si evito maldecirlo, lo humillo? ¿Si le dono un órgano, lo humillo? ¿Si lo veo tirado a un costado del camino y me detengo para socorrerlo, lo humillo? ¿O para comportarme humanamente debo actuar como los transeúntes que pasan ante las puertas de la catedral de Buenos Aires y ni siquiera miran a los que duermen tapados con cartones en colchones sucios y destrozados? Y si hago como esos jóvenes que se organizan para acercarles cada noche una comida caliente, ¿humillo a esos pobres? ¿los ofendo y les falto el respeto? Me cuesta creerlo. Seguramente ni Yupanqui ni Galeano quieren decir esto.
La caridad tiene muchas formas de actuar y todas nacen de un corazón bueno, generoso y compasivo que trata al otro con consideración, respeto y solicitud. Cuando se realizan por otros motivos o faltando el respeto al prójimo, dejan de ser caridad y se transforman en hipocresía o maltrato. Posiblemente la objeción de Yupanqui yGaleano se refiera a formas desvirtuadas de caridad
Cuando estos autores censuran la caridad están suponiendo que sólo se da entre un ser humano que tiene posibilidades de donar y otro que padece necesidad. Esa suposición indica que cuando condenan la caridad, la están considerando de la manera que se la entiende comúnmente, como acción de dar algo a un necesitado, por desprendimiento, porque a uno le está sobrando o por cualquier otro motivo. Me reduciré, en consecuencia, a considerar su críticaa esta forma de acción caritativa: la donación,beneficencia, o limosna
Ellos dirían que esta forma de caridad humilla al pobre y le falta el respeto porque se ejerce “verticalmente y desde arriba”. Están suponiendo que toda acción que se ejerce de arriba hacia abajo es necesariamente humillante para el inferior de modo que sólo la interacción entre iguales es respetuosa para ambos. Este aserto es muy discutible, porque conocemos muchas formas de acciones que se ejercen “desde arriba” y que no son para nada humillantes por el solo hecho de ser verticales. Ejemplo: Un maestro con sus alumnos.
Si la donación fuera humillante sólo por ejercerse “desde arriba”, entonces, si un pobre le pide ayuda a un rico éste debería negársela, para no humillarlo. Y el pobre debería agradecerle que no se haya atrevido a faltarle el respeto dándole una ayuda vergonzante. Y si se la da, debería reclamar justicia por haber sido ofendido. Todo esto me parece extraño, y no creo que Yupanqui ni Galeano quieran llegar a semejantes extremos.
El punto central de la objeción radica en que “la donación es humillante”. Humillar es hacer sentir al otro su inferioridad. Humillarse es bajar la cabeza y someterse al poder del superior. Si esto sucediera en la beneficencia, ya no sería un acto de caridad sino un acto de poder y Galeano tendría razón. Pero deberíamos ver si no se puede dar, y en qué condiciones, una donación caritativa, como acto de amor, no como acto de poder. Tal vez esta búsqueda nos acerque a lo que dicen Yupanqui y Galeano.
Para que la donación no se desvirtúe y no sea humillante tiene que apelar a la libertad del necesitado. Si la beneficencia se impone, ya deja de ser caridad. El que pide o recibe el donativo tiene que hacerlo porque quiere y tiene que tener la posibilidad concreta de no pedirlo o de rechazarlo. Si se ve obligado a pedirlo orecibirlo, entonces la donación ha sido impuesta, no por el que realiza el acto de donar, sino por la situación de miseria del que lo pide o recibe. Y esto es un punto crucial en esta cuestión.
Hay que preguntarse si la condición de indigente no ha sido previamente impuesta al pobre por el sistema de tal modo que lo obliga a pedir limosna. Y preguntarse si con la limosna no estoy colaborando en mantener un sistema injusto al aliviar el sufrimiento que causa ese mismo sistema. En tal caso, el acto de donar se convertiría en su cómplice inconciente. El sistema desvirtuaría el carácter caritativo de la donación convirtiéndolo en un acto perverso. Más aún, lo usaría en beneficio de la injusticia.
Si el pobre tiene que aceptar la limosna para poder sobrevivir, en razón de las condiciones en que se encuentra, entonces la donación no es la forma adecuada de ayudarlo; más aún, diría que a la postre lo perjudica, porque lo mantiene encerrado en esa situación. La donación puede aceptarse entonces como respuesta coyuntural ante la emergencia, pero nunca como una respuesta estructural que cambie la condición del indigente actual o potencial, porque sencillamente no la cambia o, peor aún, la consolida. Y creo que lo que Yupanqui y Galeano reclaman es una respuesta estructural ante situaciones de injusticia.
Aquí entra a jugar su papel la solidaridad, entendida como determinación firme de procurar y mantener respuestas estructurales dirigidas a prevenir y/o resolver situaciones de injusticia que padeceno pueden padecer individuos o sectores sociales.Así entendida, la solidaridad es un comportamiento tendiente a lograr y mantener una respuesta social, organizada por la ley, que garantice los derechos de las personas; no individual, como lo es el acto de donar por propia iniciativa, cuando quiero y cuanto quiero
Desde esta perspectiva, ¿quien sería el solidario? Aquel que lucha por la causa de los que padecen o padecerán situaciones de injusticia, entendido ampliamente, y el que se adhiere o solidariza con la solución del problema..
A ver si sirve este ejemplo para explicarme mejor: Hasta hace poco la donación de órganos en Argentina dependía de la generosidad de la persona individual y los muchos necesitados de recibir un trasplante estaban a merced de este gesto humanitario; no tenían un derecho a la donación reconocido por la ley. Hubo quienes impulsaron un cambio estructural y lograron un avance significativo: La figura legal del donante presunto: Es donante todo aquel que no se niegue expresamente. Con este cambio la oferta de órganos ya no dependió exclusivamente de la voluntad expresa del occiso. Los que se ocuparon de promover el cambio, se comportaron solidariamente conlos necesitados de trasplante,asumiendo su causa como propia. El donante que se integra al sistema solidario, también actúa solidariamente. El que se mantiene al margen, actúa individualistamente. Tal vez, si se da la ocasión, decida por cuenta propia donar sus órganos, según las circunstancias y a su criterio.
Permítanme poner un ejemplo. Martin Luther King exponía cierta vez ante sus seguidores la parábola del Buen Samaritano, y les decía que lo que aquel hombre había hecho era una acción caritativa, y que estaba bien para aquel tiempo y en aquella cultura, pero que no bastaba para el presente. Lo que hoy tiene que hacer un hombre de bien —les explicaba— es propiciar la seguridad en los caminos de modo que nadie se vea en peligro de ser asaltado. Y lo ponía como ejemplo de acción solidaria: Quien lucha para que se logre esa seguridad, está asumiendo la causa de los que corren riesgo de ser asaltados como si fuera causa propia. Está luchando por el bien de todos los compañeros que forman la sociedad, incluso por el bien de él mismo. Lo contrario de la actitud solidaria es la actitud individualista: “Que cada uno cuide de sí mismo. Yo voy a contratar una guardia privada y así me protegeré de los atracos. A mí no me va a pasar nada. Los demás, que se jodan”.
Pensar por todos; pensar por uno mismo: He ahí la disyuntiva. El solidario lucha por todos, un todo que lo incluye. Trabaja por y propicia la creación de estructuras de solidaridad. El solidario privilegia el interés de la comunidad por encima del interés personal. El individualista sólo mira y procura lo que le conviene. Si hay una elección de autoridades, el solidario votará a quien proponga un programa de progreso en el bienestar de todos; el individualista votará a quien favorezca su bienestar, aunque perjudique a la mayoría.
Les pongo un ejemplo de comportamiento insolidario: En Argentina, en la década del 90, el dólar estaba muy barato, de modo que era muy fácil para los sectores de ingresos medios viajar al exterior. Mucha gente aprovechó la oportunidad de un viaje de placer y dilapidó esos dólares baratos por todo el hemisferio norte. Pero esos dólares eran prestados por los bancos extranjeros; así se colaboró a la generación de una deuda colosal para el país, que debieron pagar todos los argentinos, aun los más pobres, que no habían viajado ni podían hacerlo. Se socializó el gasto superfluo de una minoría, como si fuera una solidaridad a la inversa: Socializar las pérdidas y privatizar los beneficios.
Permítanme poner otro ejemplo. Entre los siglos diecinueve y veinte, vivió un sacerdote católico que era hijo de un obrero socialista. Era Luis Orione. Siendo aún joven en 1919 y ya ordenado sacerdote, tomó conciencia de la explotación a que estaban siendo sometidos los obreros de los arrozales. El no era uno de esos obreros, pero sí era su conciudadano y por lo tanto juzgó que su problema le concernía. Podría haber adoptado una postura individualista y decir: “Qué me importa que los exploten, no es mi problema. A mí no me explotan”. Pero se solidarizó con los obreros, se hizo uno con ellos en tanto conciudadanos, asumió su problema como propio y comenzó una campaña para la formación de un sindicato de trabajadores de los arrozales a fin de que, unidos, defendieran su dignidad y lograran un cambio estructural que eliminara la explotación. Su proclama comenzaba diciendo: “¡Proletarios de los arrozales, de pie!”.
El Estado de Bienestar intentó, durante el siglo veinte, crear las instituciones que previeran y previnieran las contingencias diversas a que están expuestas las personas y los grupos durante su vida y resolvieran situaciones de injusticia. Mucho se ha avanzado en ese sentido, pero queda aún mucho por hacer. Lamentablemente, el avance de las políticas neoliberales en los últimos veinte años desmontó buena parte de lo logrado, y va por más. Primero en los países periféricos y ahora en los centrales, el neoliberalismo sigue devastando los sistemas de solidaridad y propiciando el “sálvese quien pueda”.
Yo creo que Galeano y Yupanqui critican la caridad entendida como donación voluntaria porque procuran propiciar las relaciones de ayuda mutua que se da en los sistemas solidarios, que ellos prefieren a causa de sus posiciones filosóficas, todo lo cual me parece totalmente legítimo y respetable y que comparto plenamente.
Entiendo que ellos quieren decir que la donación voluntaria, de lo que sea,produce un alivio de los efectos que producen la falta de respuestas solidarias a los males sociales. Vale para las emergencias y las urgencias. Pero no basta y hasta puede ser contraproducente si es la única respuesta, porque colabora con el sistema injusto.En cambio, la solidaridad ataca las causas de esos males y da respuestas orgánicas a problemas orgánicos que causan daño y sufrimiento a las personas.
Pero la solidaridad y la justicia nunca serán perfectas, porque su ideal es el amor al prójimo.
Supongamos que un lejano día la humanidad alcance la sociedad ideal, totalmente solidaria y justa. Todos los riesgos y contingencias que sufran las personas estarán previstos y prevenidos por el sistema social. No habrá indigentes que se vean obligados a aceptar limosnas, ni desocupados, ni sin techo, ni explotados…Pero todo y siempre tiene su límite. No hay sociedad que pueda salvar al hombre del fracaso ni del dolor ni de la perspectiva de la muerte. Ante estas y otras contingencias-límite la caridad tiene una palabra que decir y tiene que tomar la posta: La contención, el consuelo, el afecto, la apertura de horizontes nuevos.
La caridad, entonces, viene a cumplir una función subsidiaria respecto de la solidaridad: Lo que alcanzan a resolver los sistemas solidarios, no debe hacerlo la caridad, pero sí debe ocuparse de las situaciones dolorosas a las que los sistemas solidarios no alcanzan a dar respuesta.
Por otra parte, esa sociedad ideal inspirada en el respeto y el amor al otro a que aspiran Yupanqui, Galeano y mucha otra gente de buen corazón que se solidariza con los que sufren injusticia es un horizonteque nos invita a caminar pero que nunca se alcanza, como dice Galeano. Siempre habrá una brecha entre la aspiración y la realización. En esa brecha actúa la caridad.
Gracias por leer esta exposición
Raúl Czejer
Ejemplos de solidaridad hay en todas partes y de todas las edades. Son seres humanos como nosotros que entienden que las situaciones de injusticia les conciernen y que están llamados a hacer algo.
Cantar podemos cantar en soledad y para nosotros mismos, o cantar junto con todos y para todos los seres humanos
Nada del mundo es amable para un hombre si no hay alguien que lo ame. San Agustín
Esperando a María
Atanasio ya se estaba impacientando. Hacía una hora interminable que esperaba a María, apoyado en un árbol del patio desprovisto de hojas por lo avanzado del otoño. De a ratos descansaba un pie y luego el otro, como le habían enseñado en la colimba para cuando había que cubrir largas horas de guardia. Había cambiado de pie innumerables veces y María, nada, seguía sin aparecer. No quería sentarse en el suelo por no ensuciar su pantalón recién comprado en el almacén del pueblo y porque no le parecía muy galante aguardar en esa posición que pondría en evidencia queestaba harto de esperar. Se entretuvo mirando las vacas que pastaban en el campo tranquilo y para distraerse del lento transcurrir del tiempo se dio a ponerle un nombre a cada una, que la distinguiera y expresara su personalidad.
Pero se habían acabado las vacas y María seguía sin aparecer. Decidió entonces ponerle un nombrea cada perro del patio, a cada uno según sus cualidades. Y siguió con los árboles cercanos y los que se perdían en la lejanía, y con los pajaritos que habían hecho sus nidos entre las ramas de los árboles o en la punta de algún poste. Y siguió y siguió con obstinación hasta que ya no quedó cosa por nombrar en todo el horizonte de sus ojos.
Mientras, el tiempo pasaba y Maríano aparecía. La desazón y la duda sobre su amor fueron ganándole el corazón y su mundo comenzó a derrumbarse.
Cuando esa mañana venía por el camino con la expectativa de verla, se sentía feliz y todo le parecía radiante. El sol lucía en todo su esplendor y la brisa fresca le acariciaba el rostro. El campo, que se extendía como una alfombra más allá del alambrado, lo elevaba a un reino mágico de lejanías y distancias. El mundo le mostraba su rostro más amable y le llenaba el corazón. La vida le sonreía
Pero ahora todo había cambiado. María se obstinaba en no aparecer y élestaba perdiendo las esperanzas de tenerla. Lo invadió la angustia. El solhabía perdido su esplendor y la brisa su frescura. El campo sólo era una tierra dura y chata donde había que deslomarse trabajando todo el día. No se sentía a gusto en ese mundo presentido sin el amor de María.
Para alejar sus malos pensamientos, se entretuvoen pensar un nombre para sí, uno propio, que él eligiera y lo definiera cabalmente. Su nombre de pila no le parecía apropiado, porque no decía nada sobre él y sólo remitía a un personaje antiguo que nada teníaque ver con la realidad de su vida. Había averiguado que Atanasio significaba “inmortal”, pero él se sabía tan mortal como cualquiera.
—¿Cuál es ese nombre que expresaría lo que soy?—se preguntaba—. Antes tengo que saber quién soy yo —se dijo—; si no lo sé, no me podré definir y no tendré un nombre propio sino un nombre inadecuado.
Por más que pensaba y pensaba no lograba saber quién era, porque se sentíauno más del montón, comoesa hormiga que se entretenía picándole la mano. No encontraba en él nada personal que lo distinguiera de los demás.
—Soy un don nadie —se dijo con desánimo—. Con razón María no me quierever. Ella es tan personal, tan crítica y exigente que mi amor le queda chico.
Cuando ya le parecía que él tenía menos entidad que un pajarito y que nunca tendría el amor de María, ella apareció en el vano de la puerta.
—¿Quién sos vos? Vos sos aquel a quien yo amo —le respondió María con voz de brisa y mirada de cielo.
Sintió que todo comenzó a resucitar. Volvió el encanto al sol y al viento y la vida a sonreírle
Desde entonces Atanasio supo que tenía un nombre propio y que ese nombre lo hacía feliz.
Raúl Czejer
Autor: Vicente Huerta | Fuente: Arvo.net El amor en el cine
"Amar realmente no es desear a alguien, sino desear el bien para alguien, hacerle feliz, darle lo que necesita en cada momento. Las personas sólo son felices cuando experimentan el amor, pero un amor que prioritariamente es dar.
El amor en el cine
EL AMOR DE BENEVOLENCIA EN EL CINE
El cine se ha convertido hoy en una formidable medio de transmisión cultural. Valores, modelos de conducta, personajes, historias o simplemente imágenes, iconos más o menos significativos, van constituyendo hoy —como hiciera en otra época la literatura— nuestra “imagen del mundo”. Por eso resulta siempre interesante pararse a reflexionar sobre él. Resulta curioso observar cómo, por encima de crisis de todo tipo, emergen en la pantalla una y otra vez los grandes valores del humanismo cristiano. Amar es hacer feliz a alguien.
Código desconocido (Haneke, 2000) nos plantea varias historias que se entrecruzan a raíz de un incidente ocurrido en un boulevard de París. Una de esas historias, quizá la principal, nos muestra la relación entre un fotógrafo-corresponsal de guerra y una joven actriz, Anne (Juliette Binoche). Como ocurre con el resto, las vidas de estos dos jóvenes —que luchan duramente por salir adelante en lo profesional— es más bien doliente y llena de carencias. Sus vidas de ven rodeadas por una sociedad inclemente, que parece querer contagiar su dureza a todos los que la habitan. Un buen día escucha el llanto de la hija de unos vecinos y sospecha que se están dando malos tratos a la niñita, como luego se confirmará. Se plantea una duda moral ¿debe hacer algo?
En una antológica secuencia, mientras recorre un supermercado acompañada de su novio, le plantea esta inquietud. El novio le contesta que no es su problema y ella, muy alterada, le reprocha su actitud egoísta. En el calor de la discusión ella le pregunta a él si ha hecho feliz a alguien alguna vez:
— ¿A quién has hecho feliz? Contéstame: ¿has hecho feliz a alguien?
La pregunta es contundente y —aunque en forma de reproche— va al núcleo del problema, porque lo que falta en las relaciones que nos va planteando el film, unas relaciones que parecen absurdas, como si estuvieran cifradas en un “código desconocido”, es precisamente el amor. Quizá ese joven fotógrafo pensaba que amaba a su novia porque la deseaba, deseaba su compañía, su presencia física tras largas ausencias obligadas, pero nunca se había planteado que amar realmente no es desear a alguien, sino desear el bien para alguien, hacerle feliz, darle lo que necesita en cada momento. Las personas sólo son felices cuando experimentan el amor, pero un amor que prioritariamente es dar. Sólo una larga depuración del egoísmo, una perseverante apertura a los demás, a sus problemas e inquietudes, una generosa disposición de entrega, puede hacer real una amor que hasta entonces no era más que un código desconocido. Amar es dar
En La habitación de Marvin (Zaks, 1997) se nos ofrece una aguda reflexión sobre la vida familiar y el sacrificio por los seres queridos. Marvin es un hombre mayor, enfermo; obligado a estar postrado, e incapaz de hablar; respira gracias a la botella de oxígeno. Tiene dos hijas: Bessie (Diane Keaton), que dedica su vida a cuidar con abnegación de su padre y de su anciana tía Ruth; y Lee (Meryl Streep) que se fue de casa, en parte porque le parecía inútil esa vida dedicada a un enfermo incurable. Las dos hermanas han ido distanciándose. Bessie no ha tenido tiempo ni para enamorarse, ni formar su hogar. Lee no ha llegado a triunfar. Al cabo de veinte años de separación a Bessie le han detectado leucemia, y la única posibilidad de curación es por un trasplante de médula de un pariente próximo. Por ese motivo, decide acudir a su hermana.
Si la habitación de Marvin fue el lugar donde se puso de manifiesto el amor de una hija, la enfermedad de Bessie debe cumplir la misma función con el resto de la familia. Una conmovedora conversación entre las dos hermanas nos plantea una de las dimensiones más importantes del amor:
BESSIE: He tenido tanta suerte de tener a papá y a Ruth. He tenido tanto amor en mi vida... LEE: Ellos te quieren mucho... BESSIE: No. No quiero decir eso, no... Me refiero al amor que yo he tenido por ellos, he tenido tanta suerte de haber podido amar a alguien...
Toda persona conoce ese intercambio de bienes que llamamos amor, pero pocas veces se nos plantea tan directamente la importancia de “dar”. La dignidad de la persona se pone de relieve al recibir amor, pero en este caso se nos revela algo importante: hay más dignidad, y felicidad en dar que en recibir. El encuentro con el dolor es siempre una prueba importante para la persona, una oportunidad de acrecentar el temple ético. El dolor es un callejón oscuro que reclama una luz que de sentido. Además, la persona que sufre, no sólo sufre en presente; tiene memoria y tiene capacidad de anticipación; es la única criatura que sufre por adelantado. Pero la persona, con su capacidad de amar, puede convertir el sin-sentido del sufrimiento en algo con sentido. Puede decir en medio del sufrimiento: he tenido tanta suerte de haber podido amar a alguien... Amar es perdonar
La trama de Una historia verdadera (Lynch, 1999) se desarrolla en la década de los noventa. Se trata de otra película importante de aquél director que, en los años 80 nos sorprendió con ese morboso canto a la humanidad que es El hombre elefante. Alvin Straigh, un anciano de 73 años, vive en Laurens (Iowa), con una hija suya, Rose muy buena, que oculta un doloroso pasado. Rose ha perdido la custodia de sus hijos tras un incendio doméstico. Una caída, con ruptura de cadera, y otros males propios de la vejez, retienen a Alvin en casa, haciendo una vida más o menos rutinaria.
Tiene un hermano, Lylle, que vive en Wisconsin, con el que no se habla desde hace diez años. Recibe la noticia de que está enfermo, y decide visitarle y hacer las paces antes de que sea demasiado tarde. La reconciliación con su hermano va a resultar costosa. Como no tiene dinero, ni tampoco le permiten tener carnet de conducir se anima a realizar el trayecto en un pequeño tractor cortacésped. Así recorrerá 560 Km, a una velocidad de 10 Km./hora. La película es la realización de este recorrido, en el que Alvin va adentrándose en diferentes paisajes naturales y humanos, reconociendo lugares y personas, descubriendo otros, solucionando pequeños problemas, y arreglándoselas para solucionar los diversos y pequeños imprevistos de su tractor y de su salud física.
Llegará a ver a su hermano y, sin necesidad de explicaciones, el uno junto al otro, en la terraza de la casa ponen punto final a esta película. Nos quedará la luz y la sensibilidad de una trama, de una historia verdadera, que bien podría ser la nuestra, porque a todos nos puede costar olvidar afrentas pasadas. El protagonista parece olvidar sus años, sus achaques, los problemas familiares, las dificultades naturales de un viaje en solitario, los problemas técnicos de su medio de transporte, su soledad. Y va esencialmente a donde se ha propuesto, consiguiendo iluminar con el amor fraterno un rincón oscuro de su vida. Esta insólita road movie relata en realidad lo que bien podríamos llamar un verdadero y lúcido itinerario moral y existencial que conducirá a Alvin a redimirse de su pasado y a reconciliarse con la vida justo en el ocaso de sus días. Tú haces que yo quiera ser mejor
En Mejor imposible (Brooks, 1997) Jack Nicholson encarna a Melvin, un solitario y rico escritor de novelas románticas, sumamente egoísta y neurótico, esquizofrénico y obsesivo; ofende a todo el mundo de manera cruel resultando una persona francamente insoportable. Ofende a su vecino de lujoso apartamento, un joven pintor (Greg Kinnear), descaradamente homosexual. Molesta a los clientes y al servicio del restaurante al que diariamente va: sólo Carol (Helen Hunt), la sencilla camarera madre soltera que le atiende, y no quiere en absoluto otra, sabe pararle los pies. Así las cosas, entre estos tres personajes interpretados de modo sobresaliente y sus respectivos mundos, se van a crear unas relaciones de amistad y amor que, dentro de lo que cabe, harán de ellos mejores personas.
Poco a poco Melvin irá descubriendo que se ha enamorado de Carol, pero su proverbial torpeza sentimental dificulta enormemente la relación. Un día la invita a cenar en un restaurante y tras una serie de desafortunadas intervenciones consigue enfadarla de tal modo que Carol le amenaza con marcharse si Melvin no es capaz de decirle un cumplido inmediatamente:
Melvin. —Verás. Tengo una dolencia. Mi médico, un psiquiatra al que solía ir continuamente, dice que, en el cincuenta o sesenta por ciento de los casos una pastilla ayuda mucho. Yo las odio. Son muy peligrosas. Odio. Aquí utilizo la palabra odio para referirme a las pastillas, Y mi cumplido hacia ti es que aquella noche cuando viniste a mi casa y me dijiste... vale, bien, ya sabes lo que dijiste. Bien, mi cumplido para ti es que por la mañana empecé a tomar las pastillas. Carol. — No logro captar por qué es un cumplido para mi. Melvin. —Tú haces que yo quiera ser mejor persona. Carol. — Puede que sea el mejor cumplido de toda mi vida.
Ciertamente es difícil expresar mejor ese aspecto nuclear y misterioso del amor, que nos lleva a sacar de dentro lo mejor de nosotros mismos. Algo de esto podemos ver también en la reciente película Mi vida sin mí (Coixet, 2003). Ann (Sarah Polley) es una joven madre de familia que vive en una precaria situación laboral y es madre de dos niñas. De repente un diagnóstico médico que le da pocos meses de vida cambiará todos sus planes, llevándole a replantearse muchas cosas. La pregunta acerca de lo que es verdaderamente importante está implícita en toda la historia. Ann lo descubre cuando su vida se le escapa entre las manos, y entonces siente que le falta el tiempo para decir a sus hijas lo mucho que les quiere, para preparar el futuro a su familia o para visitar a su padre en la cárcel.
Ann no tiene mucha formación, no siempre acierta en el modo de plantearse las cosas, comete errores, pero tiene un gran corazón e intuye que amar es el camino. Su joven esposo, a quien oculta su enfermedad, va descubriendo esa luz que irradia del bondadoso amor de Ann, y llega a confesar en un momento de intimidad que desearía “ser mejor para ella”. Una vez más, el amor de benevolencia es bellamente puesto en imágenes de manera convincente y real en este caso con el heroísmo de una joven que siente la apremiante necesidad de dar amor a quienes le rodean. Una vez más ese amor es el catalizador que despierta en otros el afán de sacar de dentro lo mejor de uno mismo. Tener fe en las personas
Terminamos este breve recorrido con una forma peculiar de benevolencia que es la que se da entre educador y educando. Un ejemplo clásico lo tenemos en El club de los poetas muertos (Weir, 1989). Recordemos brevemente el tema que trata. El protagonista de la película es John Keating, a quien encarna con una magnífica interpretación de Robin Williams, antiguo alumno de la Academia Walton, una estricta y prestigiosa escuela privada situada en Vermont (Nueva Inglaterra). A ella vuelve en 1959, esta vez como profesor de Literatura en el curso de preparación para la Universidad. La educación que imparte este colegio de élite se basa en cuatro pilares: "Tradición, honor, disciplina, grandeza", pero Keating parece dispuesto a romper, con sus peculiares métodos pedagógicos, estos principios: quiere inculcar en sus alumnos el amor por la libertad y la búsqueda de la belleza como pautas fundamentales en el camino que conduce a la realización del ser humano.
Keating vive con intensidad y dedicación su trabajo como educador, pero sobre todo quiere a sus alumnos. No impone las cosas, sino que estimula la libertad, corriendo con ello importantes riesgos y alcanzando también satisfactorios logros. Recordemos una de las secuencias en la que se muestra una clase práctica sobre la poesía. Se trata ésta de una de las secuencias más memorables de la película. Los alumnos deben componer y recitar en público un poema original. Todo transcurre con normalidad hasta que le toca el turno al alumno tímido, que primero es invitado a vencer los respetos humanos lanzando desde la tarima un bárbaro gañido y después será "invitado" —casi obligado a viva fuerza— a recitar su poema delante de toda la clase. La secuencia muestra con gran plasticidad lo que es la esencia de toda labor educativa: ayudar a sacar de uno mismo las mejores cualidades. Para conseguir esta meta será necesario tener fe en la persona (yo creo que lleva algo dentro de usted de gran valor, dice en un determinado momento el profesor Keating) y no ahorrar esfuerzo ni sacrificio tanto por parte del educador como del educando.
El profesor Keating nos va a dejar una lección imborrable de optimismo y de fe en las personas, condición indispensable para ayudar a crecer a los demás. Queda bien sintetizada en la cita de Whitman que él mismo hace en la película:
"Oh mi yo, oh vida de sus preguntas que vuelven del desfile interminable de los desleales, de las ciudades llenas de necios ¿qué hay de bueno en estas cosas?"
Respuesta: "Que tú estás aquí, que existe la vida y la identidad, que prosigue el poderoso drama y que tú puedes contribuir con un verso... ¡QUE PROSIGUE EL PODEROSO DRAMA Y QUE TÚ PUEDES CONTRIBUIR CON UN VERSO!"
En la soledad de la catedral, arrodillada en el último banco, una mujer ya anciana rezaba. Un rayo de luzcruzaba el recinto en penumbras y dibujaba en el piso del presbiterio un arabesco multicolor. Por las ventanitas entreabiertas se colaban los cantos de los pájaros que jugueteaban en el parque contiguo. Desde el órgano del coro bajaba la “Tocata y Fuga” como una catarata de sonidos deslumbrantes, tal vez ensayada para el casamiento de esa noche. Era la hora de la siesta, cuando todos en el pueblo se refugian en la sombra de las casas buscando un alivio ante el calor abrasador del verano. Las gruesas paredes de la iglesia ofrecían una buena defensa y mantenían un ambiente fresco y recogido, donde era posible concentrarse en la oración. El reloj del campanario acababa de dar las tres.
La viejecita era a todas luces muy pobre. Había dejado en el suelo una bolsa de arpillera donde seguramente llevaba las pocas cosas que tenía. Era evidente que vivía en la calle, como tantos otros seres humanos que han quedado estancados en un remanso de la corriente. Muy en voz baja musitaba una plegaria, sencilla y concreta.
—Oh, Señor. ¡Si tan solo tuviese un cuartito donde dormir!
Sumida en su invocación no escuchó los pasos sigilosos que se acercaban desde la puerta de la iglesia. Sólo cuando un objeto duro y frío se apoyó en su cabeza se dio cuenta de que no estaba sola en la nave del templo.
—¡Dame la plata o te quemo! —le dijo alguien a sus espaldas. Ella giró la cabeza para ver quién la estaba amenazando. Lo vio pobre y desesperado.
—Mirá, m’hijo: yo tengo menos plata que vos, pero si te sirve de algo, ahí en el mono tengo un monederito con algunos pesos. Llevátelos y dejame con mis rezos.
El ladrón rápidamente se apoderó del monedero y salió. La viejita se sentó yse quedó pensativa.
—Y ahora, ¿quién me va devolver lo que me robaron? —se decía mientras meditaba cuál era el camino más conveniente para recuperar lo perdido. La policía, ni hablar; no le harían caso —pensó—. De pronto se hizo la luz.
—Ya sé. Voy a reclamar que el obispo se haga cargo de mi pérdida, ya que sucedió aquí en su casa. Probablemente tenga un seguro por responsabilidad civil.
El obispo estaba durmiendo su siesta clerical, así que debió esperar hasta que se hicieran las cinco de la tarde.
La recibió en su despacho, con la cararecién lavada para espantar el sueño de sus ojos. La escuchó atentamente, meditó unos instantes y con toda naturalidad y sin vergüenza dictaminó:
—Mire, hija mía. Usted sabe que el templo es la casa de Dios, por lo tanto su reclamo debe dirigirlo a quien es dueño del lugar.
La anciana era pobre pero no tonta; la calle le había enseñado a lidiar con mañosos y caraduras.
—Tiene usted razón, monseñor. Ahora que me acuerdo… usted nos dice siempre que todos somos hijos de Dios, ¿no?
—Así es.
—Bueno. Esta es la casa de Dios y yo soy su hija, así que en parte esta casa me pertenece. Por lo tanto voy a acomodar mis petates en aquel cuartito que veo vacío y dormiré allí hasta que encuentre otra cosa.
—¡!
—¡No —se decía la anciana, acomodando sus cosas —, si yo sabía que Dios me iba a escuchar cuando le pedía un cuartito para dormir!
Raúl Czejer
A pesar de todas las contradicciones que nos presenta la vida, siempre podemos hallar en la opaca realidad una hendija por la que podemos avizorar un futuro mejor, desplegando las alas del alma para ver más allá de lo circunstancial.
—¿Te acordás de Gregorio? ¿No? No te hagás el gil, si lo conociste bien. Vivía a la vuelta de tu casa, por la callede Salsipuedes. Un tipo bueno pero muy reservado. No jodía a nadie ni daba bola a nadie… Ah, ahora te acordaste. Bueno, resulta queGregorio un buen día desapareció del barrio y nadie supo a dónde fue a parar. Era un hombre ya mayor cuando sucedió.Recordás que vivía solo y no tenía parientes conocidos, así que nohabía a quién preguntarle sobre su paradero. Como suele suceder, las vecinas más chismosas se dieron a conjeturar las explicaciones más disparatadas: Que lo pisó un tren de carga. Que se volvió loco y fue a parar al manicomio. Que se hizo linyera y/o polizonte (ambas versiones tuvieron defensoras). Que lo chupó un ovni. Que se tomó una purga excesiva y se fue por el caño. Y cosas así que no tenían ningún fundamento en datos concretos
Vos sabés queyo no soy chismoso y que no me gusta andar averiguando vida y milagros de los demás, pero el caso de Gregorio me intrigaba. No acostumbroopinar sin hacer una investigación exhaustiva, así que anduve recabando información y creo que llegué a hacerme una idea plausible de lo que le pasó al vecino. Tuve que deducir varias cosas y otras imaginarlas, por lo que mi versión no es más que una conjetura con fundamento en testimonios de los muchachos del bar y necesitaríanuevas investigaciones que la confirmen. No me mirés con esa cara, que los muchachos saben lo que dicen…vos sabés que los argentinos somos expertos en todo tipo de temas.
Si me tenés un poco de paciencia, tecuento la historia. Si no, a otra cosa mariposa. ¿Te interesa escucharla? ¿Sí? Bueno, ahí va. La tengo escrita para publicarla en el pasquín del barrio. Te la leo y después decíme qué te pareció y si es creíble. Pensé varios títulos para el relato y me quedé con “El giro de Gregorio” porque creo que de eso se trata lo que sucedió con él.
Estando ya Gregorio más cerca del arpa que de la guitarra, se propuso llevar a cabo una transformación de su vida que lo rescatara de esa sensación de vacío que lo acuciaba, le abriera la posibilidad de una muerte reconciliado consigo mismo y lo salvara de la ominosa leyendaque algún deudo socarrón podría consignar en su epitafio: “Aquí yace Gregorio, que supo vivirochenta años. Nunca se supo para qué”.
Desde que había completado su quinta década de vida venía haciendo un balance de sí mismo preguntándose si en caso de que le tocara finar en ese instante podría decir como Cabral “muero contento”, y no encontraba en losaños transcurridos nada que lo autorizara a conclusión tan venturosa.
Había leído que uno tiene que hacer de su vida una obra de arte: algo bello y singular. Pero juzgaba que la suya no era bella ni tenía nada de singular.
La desazón lo impulsó a pensar en el origen del vacío que lo aquejaba y creyó encontrarlo en que siempre había hecho lo que mandaba la realidad y nunca lo que él mismo decidía. Tenía la sensación de haber vivido una vida que no le pertenecía y de que una realidad impersonal había vivido en su lugar.
La verdadera que élhabía seguido el río de la costumbre yhecho lo que hace el común de los mortales: Remontó barriletes en el campito, jugó partidos legendarios a la bolita, sufrió por el cuadro de sus amores, fue lustrabotas y vendedor callejero, paseó perros desesperados, militó en el socialismoy hasta se animó a vivir variosaños en un convento …pero no recordaba nada singular e importante que significara una contribución valiosa y personalal mundo que un cierto día habría de dejar yque lo rescatara del oprobio de haber vivido al cuete.
—¡Basta de boludeces! —se dijo un día en que el viento del nortecrispaba los nervios y acababa con la paciencia de la gente—. ¡Me cansé de seguir la ruta de las multitudes! Voy a retomar las riendas de mi vidayvoy a buscar mi propio camino.
Se dio, entonces, a pensar cómo debía ser su vida para quefuera loque pretendía.
Suponía que el propósito de semejante empresa estaba reservado para pocos; pero se ilusionaba con encontrar ese modo de vivir bello y especial que fuera para él un
motivo de legítimo orgullo. A su edad, ya no le interesaba el aplauso del teatro sino la aprobación de un solo espectador: él mismo.
No le resultaba fácil encontrar ese estilo original; todo lo que se le ocurría era más de lo mismo, lo que hacían todos o que él ya había hechoen el pasado. Así, los días iban
transcurriendo , todos iguales los unos a los otros, mientras los guadañazos de la Parca sonaban cada día más cerca de su oído.
—Si la montaña no viene a mí… —se dijo, parafraseando al profeta y cansado de esperar una inspiración—. Voy a salir a los caminos para buscar ese hilo conductor quepermita replantearme la vida y reivindicarme ante mis ojos. Algo se va a presentar. Sólo tengo que estar atento para que la ocasión, si se diera, no me deje haciendo señas.
No quería repetir las andanzas del Quijote, ni las correrías del Che, ni el vagabundeo de los hippies, así que no iría ni en moto ni a caballo. Tenía que ser algo singular. Descartó al auto y la bicicleta por muy vistos, al avión por burgués y al yatepor vergonzante. No olvidaba su raigambre socialista y no iba a ceder a las tentaciones del jet set.
—Ya sé —se dijo con entusiasmo—: Voya ir en monopatín. Será algo novedoso porque se han visto a muchos chicos viajar en esos vehículos de dos ruedas, pero nunca a un viejo como yo. A fin de aprovechar los vientos de cola, izaré una vela sujeta al árbol del rodado. Y para hacerlo aún más singular, voy a fijar en la punta del mástil un banderín enque ondeará este lema: “A mi Manera”. No faltarán algunos globos multicolores y un barrilete para atraer la atención de los más chicos, a más deuna corneta para abrirme paso.
En su galpón del fondo trabajó y trabajó hasta que logró un modelo de alta gama a la medida de su aspiración. Por un tiempo practicó velopatinismo para estar en forma y cuando se creyó todo un experto se dispuso a organizar su viaje.
—Voy a ir hacia el norte —se dijo después de un concienzudo estudio de los posibles recorridosy de exhaustivas consultas a cartógrafos, geógrafos y meteorólogos—.
Tomaré el camino del río cuarto, bordearé la sierra de abracadabra y desembocaré en los llanos del tigre donde reinan las larreas de flores amarillas; desde allí subiré a las
montañasazules y bajaré por la cuesta de los sueños rotosal desierto impenetrable,que me llevará a la selva donde crece el jacarandáflorido; recorreré el río de las siete
corrientesy llegaré al salto de las aguas grandes; luego descenderé por el camino de los apóstoles y en el camposanto dejaré una flor; por el río de los pájaros pintados volveré soñando que al fin puedo irme contento de esta vida. Confío que en el trayecto encontraré el camino que estoy buscando
—Vos estás loco —le dijo un amigo para alentarlo.
—No estoy loco; sólo estoy vacío —replicó.
—Con amigos así…—pensó. De todos modos no bajó los brazos y se aprestó apartir.
Una mañana de viento del sudeste se dirigió hacia el norte, bien temprano, como era su costumbre. Cruzó campos de cebada que prometían cervezas memorables y de trigos maduros que soñaban con un destino de pizza y macarrones. Transitó pueblos que lo miraron con curiosidad o indiferencia. Vadeó arroyos impensados por las cartas y al pie del cerro colorado se concedió un descanso. La noche lo encandiló de estrellas y mirando la cruz del sur se quedó dormido.
La mañana siguiente lo encontró en los llanosdonde el sol es más sol que en cualquier parte. A la hora de la siesta se recostó bajo un mistol. Allí le pareció oír el retumbar de caballos lanzados al galope y soñó con un escenario de antiguas correrías y batallas memorables que perduran en las zambas.
Desde el llano, subió a las montañas azules por senderos olvidados.Recorrió valles y quebradas y durmió a la sombra desaucesy nogales que riegan las acequias. El rumor del agua clara lo arrulló en sus sueños.
Cuando ya le parecía que nada iba a acontecer y lo iba ganando el desaliento, una gran tormenta lo sorprendió bajando por la cuesta de los sueños rotos. Se refugió en el hueco de una peña, junto a un arroyo desbordado, y al momento lo alertó un gritode socorro. Corrió a la orilla, desdeñando viento y aguacero.Desde allí las vio: En medio del arroyo, dos mujeres pugnaban por evitar que el torrente las arrastrara en su vorágine. Asidas de la rama de un chañar a duras penas podían mantenerse a flote. No dudó. Ató una cuerda a su cintura y el otro extremo a un nogal cercano y se metió en la corriente. Sabía que su vida estaba en grave riesgo, pero no había venido hasta allí para medir peligros. Comprendió que no podría salvar a las dos a la vez. Optó por la más débil y con gran esfuerzo la rescató del torrente y la llevó ala orilla. La lluvia era ya un diluvio.Volvió al arroyo que rugía amenazantey llegó a la otra mujer. La asió de la mano para atraerla hacia él y tomarla de la cinturaen el preciso momento en que una nueva embestida de la corrientelos empujaba con violencia. Lo invadió el miedo y vaciló un instante. Sintió que sus manos se deslizaban poco a poco y que ya no podía retenerla. Vio su mirada de súplica y reproche y cómo se alejabaarrastrada por el agua hasta que se perdió de vista en un recodo del arroyo. Quiso desamarrarse de la cuerda para ir tras ella, pero ya era tarde. Retornó a la orilla y se sentó a llorarmaldiciendo su impotencia. La realidad había sido más fuerte que los designios de su voluntad.
—Debí rescatar a las dos y no lo hice—se decía con desconsuelo—. No lo hice…
Bajaba con tristeza hasta el árbol para desamarrar la cuerdacuando una avalancha de agua y piedras lo sepultó en un torbellino y lo arrastró río abajo. Creyó que era el fin; se sentía desolado peroen paz. Allá quedaban una mujer agradecida que guardaría su memoria,una cuerda amarrada a un árbol y un velopatín abandonado, mudos testimonios de suarrojo.
Cuando abrió los ojos, dos hombres de a caballolo estaban observando. Le dolía todo el cuerpo y no podía incorporarse
—Debe ser el hombre que salvó a doña Juana de morir ahogada —oyó que decía uno, que parecía más viejo
—¡Cómo ha quedado el pobre cristiano! Habrá que llevar lo que queda de él al hospital del pueblo para que le arreglen los huesos.
—Hagamos una camilla con ramas y cuerdas para trasportarlo —propuso el viejo.
En el hospital lo compusieron como se pudo y le informaron que la otra mujer también había sobrevivido. Se alegró con la noticia ysintió que su pena se aliviaba. Lo trataron como a un héroe. Le entregaronun pergamino firmado por los notables del lugar. “A don Gregorio —decía—, que no dudó en arriesgar su vida por salvar a nuestras vecinas doña Juanay doña María, nuestro reconocimiento”.
Tirado inmóvil en la cama del hospital, Gregorio meditaba sobre lo que le había acontecido.
Estaba estropeado. Enyesado por los cuatro rumbos, rengo de una pierna y patitieso de la otra,tuerto y escorado hacia la izquierda, los dientes volados y cosido por todos los costados.
Pero estaba contento. Por primera vez sintió que era alguien y que había hallado su propiocamino, presintiendo que su vida cobraba significado y belleza cuando se jugaba por la vida de otro ser humano… Había encontrado el hilo de Ariadna que lo sacaría de su laberinto y lo haría merecerotro epitafio: “Aquí yace Gregorio, que supo vivir ochenta años y supo hacer de su vida un don a los demás bello y singular”.
—Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.¿Y? ¿Qué te pareció? ¿Te gustó? ¡No me mirés con esa cara de nada!¿Te parece un cuento chino? … ¿Es un chisme delirante? ¡Che…flor de amigo me mandé! Bueno, tal vez tengas razón, pero no me digas que no es un chisme bien contado.Dejá, no me digas nada. Mejor sigo con la ilusión de que es unlindo cuento, aunque puede que no sea verdad. Total… soñar no cuesta nada.
Raúl Czejer
Cuando muchos miraban para otro lado, hubo quienes se jugaron por salvar a seres humanos concretosperseguidos por el poder. Mis respetos a su memoria.
El doctor Esteban Maradona cambia de vía
El apellido Maradona es conocido por todos los argentinos y por todo el mundo por Diego, el brillante futbolista que con su magia dejó a la celeste y blanca en lo más alto. Pero aquí en Nuestras Raíces les contaremos de otro Maradona el Dr. Esteban Laureano Maradona un médico menos conocido pero que también realizó grandes proezas en su profesión y merece este reconocimiento y homenaje.
El Dr. Maradona, fue un médico que se preocupó por los más humildes y olvidados del monte formoseño, atendió a los aborígenes, a los leprosos, a los más pobres sin cobrar honorarios. Además fundó una colonia, una escuela y escribió libros. Leamos y conozcamos a este verdadero ejemplo de médico y de persona...
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Esteban Laureano Maradona nació en Esperanza (Santa Fe) el 4 de julio de 1895, de muy niño fue llevado a la estancia "Los Aromos", junto a sus hermanos, y allí, con ellos y sus padres, en contacto íntimo con la naturaleza, pasó los mejores días de su vida. Sin embargo, antes de entrar en la adolescencia, se vio obligado a dejar su paraíso, pues la familia se trasladó a vivir a Buenos Aires. En ella se recibió de médico dos décadas después, en 1928. Se instaló unos meses en la Capital Federal y luego se fue a vivir a Resistencia, capital del entonces Territorio Nacional del Chaco. Por persecuciones políticas emigró al Paraguay, y ofreció sus servicios para desempeñarse como médico en la "Guerra del Chaco", sostenida entre Bolivia y Paraguay, y que acababa de estallar. Se lo incorporó en la Armada y estuvo contento de que se le confiarán enfermos y heridos de los dos países, pues según sus palabras, "el dolor no tiene fronteras".
Terminada la guerra, volvió a la Argentina, a pesar de que el gobierno paraguayo le pidió que se quedara. En nuestro país se desempeñó primero como "camillero" pero tres años después era el Director del Hospital Naval.
En medio de un viaje en tren que lo llevaría de Formosa a Tucumán, sucedió un curioso episodio: el tren que lo transportaba se detuvo a hacer un trasbordo de pasajeros en Estanislao del Campo, un pequeño pueblito del monte formoseño, allí una parturienta se debatía por su vida y la de su hijo en un parto y siendo el único médico que andaba por el lugar se quedó atendiéndola. Los lugareños no dudaron en pedirle que se quedará en el poblado puesto que allí no había ningún médico que los atendiera. Fue así como desde ese año 1935 y durante 51 años permaneció viviendo en Estanislao del Campo.
Al poco tiempo de vivir allí, vió aparecer a los aborígenes de las cercanías. Llegaban de cuando en cuando a los comercios y viviendas de los límites del poblado, ofreciendo canjear plumas de avestruces, arcos, flechas y otras artesanías por alguna ropa o alimento que necesitaban. Eran tribus de tobas y de pilagás. Habían sido soberanos en esos montes; pero ahora deambulaban por ellos como espectros en fuga: derrotados, miserables, desnutridos, enfermos y heridos de muerte por las invasiones extranjeras, que los castigaron sin razón ni piedad. Se conmovió hasta los más profundo de su ser cuando advirtió la desventura que flagelaba el espíritu y el cuerpo de esos semejantes, y entendió que era su obligación moral aportar algún esfuerzo que contribuyera a beneficiarlos. En ese cometido, realizó gestiones ante el Gobierno del Territorio Nacional de Formosa y obtuvo que se les adjudicara una fracción de tierras fiscales. Allí, reuniendo a cerca de cuatrocientos naturales, fundó con éstos una Colonia Aborigen, a la que bautizó "Juan Bautista Alberdi", colonia que fue oficializada en 1948.
Les enseñó algunas faenas agrícolas, especialmente a cultivar el algodón, a cocer ladrillos y a construir sencillos edificios. A la vez, los atendía sanitariamente, todo, por supuesto, de manera gratuita y benéfica, hasta el extremo de invertir su propio dinero para comprarles arados y semillas. Luego edificaron una Escuela, la primera bilingüie del país, donde enseñó como maestro durante tres años, dando clases en castellano y en la lengua de esos aborígenes.
En 1981 un jurado compuesto por representantes de organismos oficiales, de entidades médicas y de laboratorios medicinales, lo distinguió con el premio al "Médico Rural Iberoamericano".
A principios de junio de 1986, cuando ya desbordaba los 91 años, se enfermó. Entonces un sobrino que residía en Rosario, el doctor José Ignacio Maradona y su esposa Amelia, lo hicieron traer para que lo asistiesen y se quedara a vivir con su familia. Cuando lo conducían pidió que no lo llevaran a un nosocomio privado; quería que lo internaran en un hospital público, "adonde va la gente pobre". Accediendo a sus deseos se lo internó en el Hospital Provincial.
Murió de vejez, poco después de despuntar la mañana del 14 de enero de 1995; le faltaban apenas unos meses para cumplir los cien años. Fue sepultado en el panteón de la familia "Maradona Villalba", en el cementerio de la ciudad de Santa Fe, junto a sus padres.
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Maradona atendió a enfermos de lepra, de mal de chagas, de cólera, de tuberculosis y de paludismo, todo sin recibir honores. El Doctor Maradona además escribió varios libros y se autodenominó "el médico más zaparrastroso que existe". Por todos estos méritos el 4 de julio, fecha en que nació, fue declarado "Día Nacional del Médico Rural".
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Nuestro folclore también lo recuerda y le rinde su homenaje, Daniel Altamirano compuso para el la canción llamada "El viaje de Maradona" en la cual cuenta la particularidad de ese viaje en tren que marcaría el destino de este gran hombre:
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EL VIAJE DE MARADONA (Daniel Altamirano)
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Dicen que viajaba a Salta
en el tren que llega a San Ramón de Orán
el que viene de Formosa
trayendo gente hasta Pirané
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Iba sumido en sus pensamientos
el hombre joven, el doctor aquel
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En Estanislao del Campo
sintió el llamado y bajó al andén
Y bajó al andén,
sin saber por quién
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Ella alumbraba, ella solita
dolor de vida alumbrándose
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El doctor con su pericia
tocó su vientre y nació un bebé
Y nació un niño, un niño hermoso
un niño indio y el tren se fue
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Y el tren se fue, dejándole,
dejándole en el andén
Y el tren se fue, dejándole
un Cristo solo en el andén
. Recitado: El Aníbal me decía, mirá…mirá che un par de libros, hojas de yerba un microscopio viejo, decime che ¡pucha que rico en voluntad era este hombre! fijate vos, fijate che, con pocas cosas hizo tanto bien, Y yo recordé a Filipa que allá en Formosa me decía él…Don Maradona un santo un Cristo nuestro, cantale che pa’ que los niños de nuestra patria sepan que hay hombres nobles, humildes, buenos ejemplos para seguir… Y yo me digo, creo que el destino sabe adónde, por qué y por quién se detiene el tren.
Esto me contó Venancio
el Intendente de Estanislao
y Los Menchos que tocaban
chamamé maceta y vea usted.
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Y el tren se fue, dejándole
un Cristo solo en el andén.