domingo, 22 de mayo de 2011

A pesar de todo



                                                 Dios se lo pague                                 


En la soledad de la catedral, arrodillada en el último banco, una mujer ya anciana rezaba. Un rayo de luz  cruzaba el recinto en penumbras y dibujaba en el piso del presbiterio un arabesco multicolor. Por las ventanitas entreabiertas se colaban los cantos de los pájaros que jugueteaban en el parque contiguo. Desde el órgano del coro bajaba la “Tocata y Fuga como una catarata de sonidos deslumbrantes, tal vez ensayada para el casamiento de esa noche. Era la hora de la siesta, cuando todos en el pueblo se refugian en la sombra de las casas buscando un alivio ante el calor abrasador del verano. Las gruesas paredes de la iglesia ofrecían una buena defensa y mantenían un ambiente fresco y recogido, donde era posible concentrarse en la oración. El reloj del campanario acababa de dar las tres.
La viejecita era a todas luces muy pobre. Había dejado en el suelo una bolsa de arpillera donde seguramente llevaba las pocas cosas que tenía. Era evidente que vivía en la calle, como tantos otros seres humanos que han quedado estancados en un remanso de la corriente. Muy en voz baja musitaba una plegaria, sencilla y concreta.
—Oh, Señor. ¡Si tan solo tuviese un cuartito donde dormir!
Sumida en su invocación no escuchó los pasos sigilosos que se acercaban desde la puerta de la iglesia. Sólo cuando un objeto duro y frío se apoyó en su cabeza se dio cuenta de que no estaba sola en la nave del templo.
—¡Dame la plata o te quemo! —le dijo alguien a sus espaldas. Ella giró la cabeza para  ver quién la estaba amenazando. Lo vio pobre y desesperado.
—Mirá, m’hijo: yo tengo menos plata que vos, pero si te sirve de algo, ahí en el mono tengo un monederito con algunos pesos. Llevátelos y dejame con mis rezos.
El ladrón rápidamente se apoderó del monedero y salió. La viejita se sentó y  se quedó pensativa.
—Y ahora, ¿quién me va devolver lo que me robaron? —se decía mientras meditaba cuál era el camino más conveniente para recuperar lo perdido. La policía, ni hablar; no le harían caso —pensó—. De pronto se hizo la luz.
—Ya sé. Voy a reclamar que el obispo se haga cargo de mi pérdida, ya que sucedió aquí en su casa. Probablemente tenga un seguro por responsabilidad civil.
El obispo estaba durmiendo su siesta clerical, así que debió esperar hasta que se hicieran las cinco de la tarde.
La recibió en su despacho, con la cara  recién lavada para espantar el sueño de sus ojos. La escuchó atentamente, meditó unos instantes y con toda naturalidad y sin vergüenza dictaminó:
—Mire, hija mía. Usted sabe que el templo es la casa de Dios, por lo tanto su reclamo debe dirigirlo a quien es dueño del lugar.
La anciana era pobre pero no tonta; la calle le había enseñado a lidiar con  mañosos y caraduras.
—Tiene usted razón, monseñor. Ahora que me acuerdo… usted nos dice siempre que todos somos hijos de Dios, ¿no?
—Así es.
—Bueno. Esta es la casa de Dios y yo soy su hija, así que en parte esta casa me pertenece. Por lo tanto voy a acomodar mis petates en aquel cuartito que veo vacío y dormiré allí hasta que encuentre otra cosa.
—¡!
—¡No  —se decía la anciana, acomodando sus cosas —, si yo sabía que Dios me iba a escuchar cuando le pedía un cuartito para dormir! 

                                                                                                     Raúl Czejer



A pesar de todas las contradicciones que nos presenta la vida, siempre podemos hallar en la opaca realidad  una hendija  por la que podemos avizorar un futuro mejor, desplegando las alas del alma para ver más allá de lo circunstancial.






                                                                                                     

1 comentario:

  1. BRAVO POR LAS MELODÍAS!!!!!
    SEÑOR.... DAME MAS FE!PARA VIVIR Y PEDIR....

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