viernes, 24 de junio de 2011

Cambiar de mundo




                                  Victoria cambia su mundo

Victoria era  una mujer  entrada en la segunda madurez, esa edad en que los hijos ya se han ido a vivir por cuenta propia y se comienza a hacer un balance del camino recorrido. Aparentaba, empero, ser más joven de lo que denunciaba su documento de identidad. Una férrea disciplina de regímenes y ejercicios la mantenían delgada como bailarina de ballet, erguido el pecho y esbelta como una palmera. Porte arrogante y mirada altiva,  exigente consigo misma y con los demás, no se perdonaba ni perdonaba errores.  Súper responsable y dedicada totalmente a su trabajo se desempeñaba como jefa de personal  de una empresa financiera, cargo al que había accedido después de una lucha encarnizada con los otros aspirantes.  Formada en la escuela de la competitividad y la eficiencia su única preocupación era hacer bien su tarea, así tuviera que masacrar a los que se interponían en su camino. Lograr status y prestigio era toda su ambición.  Individualista por convicción, nunca le habían interesado los problemas de los demás y pensaba que cada uno tenía que arreglárselas como pudiera. Se consideraba una típica "self-made woman" y estaba convencida de que si ella había podido, cualquiera podría hacer lo mismo. Para lograr éxito profesional había sacrificado su vida social y   descuidado sus afectos.  Familiares y   amigos se habían ido distanciando a causa de la rigidez de sus opiniones y la severidad de su carácter. Se sentía respetada, pero no querida. Vivía  acompañada por un gato en un departamento demasiado grande que acentuaba su soledad, con cuartos colmados de insoportable silencio que procuraba espantar con música ligera. 

 Pero algo se había quebrado en su interior. En las horas muertas miraba el río distante y se preguntaba si todo había valido la pena.

Cuando dejaba la empresa para retornar a su hogar, sentía un vacío que le iba ganando el alma. Hacía ya un tiempo  que había empezado a dudar del propósito que orientara su vida desde la juventud. Revisaba su pasado y sólo veía años que amontonaban ruinas sobre ruinas. Pesadumbre, arrepentimiento y malhumor definían su estado de ánimo. Sentía que se  había consagrado  a su trabajo por  demasiados tiempo  y que ésa había sido una decisión equivocada. Su mundo se había reducido a la empresa y ya no se sentía feliz en ese mundo. Estaba harta: harta de sí misma, de sus errores, de su soledad  y de hacerle el caldo gordo a accionistas insaciables. Tenía la sensación de que debía buscar un cambio de frente pero la rutina y la comodidad la retenían amarrada a su oficina. Algo debía suceder que la sacara del marasmo en que se encontraba empantanada. El vaso estaba lleno, pero  faltaba la gota que lo hiciera desbordar.

Esa mañana estaba de mal humor, como tantos otros días en que el estrés no la había dejado dormir. Tenía en agenda una entrevista con el delegado gremial, personaje que no le caía simpático por lo exagerado de sus reclamos y poca disposición para un diálogo coherente. Aficionado al chiste fácil, dificultaba la negociación con continuas interrupciones. Era un tipo complicado  al que convenía tener de amigo. La gerencia le había indicado que lo tratara con guantes de seda, porque no quería problemas con el personal. Pero Victoria estaba harta y ya no sabía de guantes de seda

Verídico Contreras llegó puntualmente, sabedor de que a la jefa no le gustaba estar esperando.
—Buenos días, su señoría —dijo Contreras al entrar, intentando ser simpático.
—Déjese de pavadas, Contreras. Entre y siéntese —replicó la jefa con voz de hielo.
—Discúlpeme, señoría, pero a la pavada la dejé en el gallinero de mi casa —contestó Contreras, molesto por el recibimiento—. ¿Sabe qué difícil es traer a esos  pavos en el colectivo? Además, aquí no tengo dónde dejarlos. A propósito: ¿no debería la empresa habilitar un lugar apropiado para guardar mis pavos?
---¿Acaso me está tomando el pelo?
—De ninguna manera. En cuestión de tomar, me gusta tomar mate, café o un buen vino, pero pelo, no. No los puedo tragar y se me quedan entre la boca y el garguero.
—Mire, Contreras, mejor lo dejamos ahí.
—¿Dónde quiere que lo deje y qué cosa?. ¿Sobre su escritorio? ¿En el suelo? Usted me confunde.
—¿Usted me quiere volver loca?
—Noo…eso es imposible. Para volverse loco no hay que serlo previamente.
—Voy a hacer como que no lo escuché. A ver, Contreras, vamos al grano.
—Está bien, pero dígame qué grano. ¿De maíz? ¿De alpiste? Si no me lo aclara…
—¿Usted siempre se va a ir por las ramas?
—No me ofenda. Yo no soy un mono, para andarme por las ramas
—No quise decir eso, sino que nos centremos en el motivo de su venida. ¿Qué lo trae por aquí?
—Hasta la esquina me trajo el colectivo; y aquí adentro, mis piernas. Me hace bien caminar, pero vivo un poco lejos, ¿sabe?
—¡Usted me está haciendo perder el tiempo!
—Señoría, me extraña que diga eso. El tiempo no se pierde. Se va al pasado y queda allí para que los historiadores lo estudien y muchos lo lamenten.
—Acabemos con esto. ¿Qué se le ofrece?
—Me han ofrecido muchas cosas. Hoy nomás en el colectivo subió un vendedor a ofrecer gorritos de Boca. ¿Vio, señoría, que el domingo juega Boca?
—Mire, Contreras, ya colmó mi paciencia. Mándese a mudar.
—Yo no necesito mudarme, señoría. Esto muy contento con la casa que tengo
—A ver si ahora me entiende: ¡Váyase al carajo!
—Me pide algo imposible. Usted sabe que los carajos ya no existen. De todos modos me voy, a ver si lo encuentro en la oficina del gerente. Addío, señoría. Bai, bai
Victoria abrió la puerta de su despacho y con un gesto y sin decir  palabra le indicó que saliera. El estampido de la puerta al cerrarse resonó en todo el recinto de la empresa.

—¡Esto es el colmo! —exclamó, casi con furia. Se sentó, respiró como le habían enseñado para liberar tensiones y,  una vez que recobró la calma, se puso a pensar si su trabajo tenía algún sentido y si no era hora de pensar en otra cosa. Odiaba ese papel de amortiguador entre el personal y la empresa; se sentía presionada de ambos lados, lo que se traducía en un estrés crónico y contracturas de su espalda que buscaba aliviar con sesiones diarias de  yoga y  de masajes
—¿Qué estoy haciendo acá? ¿Tengo que aguantarme que me tomen el pelo? ¿Necesito seguir poniendo la cara ante los empleados para defender políticas de  explotación por parte de los dueños?—se preguntaba.
Sintió que  su trabajo en la empresa ya no era vida para ella y que era hora de cambiar.
Evaluó pros y contras y al terminar el día estaba decidida: Dejaría la empresa y se dedicaría a administración de personal por cuenta propia. Se ilusionaba pensando que así tendría tiempo libre para  los afectos y la vida social, que tanto había descuidado, y  mirar alrededor. Por primera vez en mucho tiempo el trabajo no sería su prioridad absoluta y podría mirar las cosas con otro propósito. Ella aún no lo sabía, pero un nuevo mundo comenzaba a desplegarse ante sus ojos

Al presentar la renuncia sintió que se liberaba de una opresión de largos años y que volvía a ser dueña de su vida. Ya nadie  iba a venir a  tomarle el pelo con respuestas disparatadas a preguntas obvias. Ya no quería pelear con nadie para defender intereses de otros a quienes ni siquiera conocía.

 Esa tarde, cuando contemplaba las velas blancas que surcaban el río lejano, se sacó los anteojos, aflojó el rostro y desarmó su espíritu. Tomó el teléfono y marcó un número.


                                                                                                Raúl Czejer


El mundo humano es creación de los hombres y mujeres, hecho a su imagen y semejanza. Por eso, cambiar el mundo exige un cambio del corazón . Si el capitalismo se impone en el mundo es porque hunde sus raíces en lo peor del ser humano, que sigue siendo más fuerte que sus mejores disposiciones.





La desesperanza puede ganarnos el alma si sólo miramos la realidad que está patente a los ojos. Pero ésa no es la única realidad, porque  los seres humanos de buen corazón no dejan de sembrar las semillas de un mundo nuevo, que dará sus frutos en el futuro. Sólo hay que tener fe en el triunfo final del bien.









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