jueves, 12 de septiembre de 2013

Etica evanescente



La ética en la posmodernidad.
Por Raúl Kerbs
La modernidad predominó en el pensamiento occidental durante varios siglos, despojando a la moralidad de toda referencia religiosa trascendente. "¡No necesitamos a Dios!" era su proclama. Aunque la modernidad intentó crear un orden social sin tener en cuenta restricciones normativas de origen religioso, retuvo ciertos valores como el trabajo, el ahorro y la postergación de la satisfacción inmediata en favor de un beneficio a largo plazo. Aunque el origen de estos valores estaba en un punto de referencia exterior a los individuos, no era precisamente esa la preocupación de la modernidad. Su meta estaba más bien en la expresión de un deseo individual. Pero cuando el modernismo alcanzó su punto de maduración, cuando el subjetivismo destruyó el objetivismo, surgió un momento casi anárquico en la historia humana y con él una nueva moralidad individualista, festiva, centrada en el placer, anclada en el presente, ciega con respecto al pasado e indiferente con el futuro. El "ahora" era su éxtasis. Como resultado de esto, surgió un clima contrario a todo límite para la libertad individual.
Esta nueva moralidad es el centro de la ética posmoderna.
La ética posmoderna
En la base de la ética posmoderna hay una crisis de autoridad1. Esta crisis involucra las instituciones tradicionales (familia, escuela, iglesia, estado, justicia, policía) por medio de las cuales la modernidad trató de organizar una sociedad racional y progresista. Esta crisis se manifiesta de diversas maneras: la adoración de la juventud y el consentimiento de sus caprichos2; el dinero como símbolo de éxito y felicidad; una economía donde "ser" es comparar, consumir, usar y tirar; la identidad definida por las adquisiciones del mercado y no por las ideologías3. En otras palabras, la imagen domina la realidad. Ser alguien es aparecer en alguna pantalla o en un web site.4 Lo que aparece define lo que es, casi nadie se preocupa por lo que "realmente" es: la imagen pública es el nuevo objeto de adoración5.
Nuestra cultura posmoderna ha perdido el amor por la verdad.
En contraste con la ética del trabajo y el ahorro, propia de la modernidad, la ética actual afirma el valor del consumo6, el tiempo libre y el ocio7. Pero esto no podría funcionar sin la exaltación del individualismo, la devaluación de la caridad y la indiferencia hacia el bien público.8 La búsqueda de gratificación, de placer y de realización privada es el ideal supremo. La adoración de la independencia personal y de la diversidad de estilos de vida se ha transformado en algo importante. El pluralismo provee una multiplicidad de valores, con muchas opciones individuales, pero ninguna de ellas auténtica. Las diferencias ideológicas y religiosas son tratadas superficialmente como modas.9 La cultura de la libertad personal, el pasarlo bien, lo natural, el humor, la sinceridad y la libertad de expresión emergen hoy como algo sagrado.10 Lo irracional se ligitima a través de los afectos, la intuición, el sentimiento, la carnalidad, la sensualidad y la creatividad.11 Todo esto ocurre en el marco de un axioma aceptado por casi todo el mundo: un mínimo de austeridad y un máximo de deseo, menos disciplina y más comprensión.12
Al mismo tiempo, los medios masivos de comunicación e información determinan la opinión pública, los modelos de conducta y de consumo. Los medios reemplazan las interpretaciones religiosas y éticas por una información puntual, directa y objetiva y colocan la realidad más allá del bien y del mal.14 Paradójicamente, la influencia de los medios aumenta cuando se produce una crisis de la comunicación. Las personas sólo hablan de sí mismas, quieren ser escuchadas, pero no quieren escuchar. Se busca una comunicación sin compromiso. De ahí la búsqueda de la participación distante, los amigos invisibles, las amistades del e-mail y del chat.15
Una nueva forma para la moral
¿Qué forma adopta la moral en el contexto sociocultural de la posmodernidad?
De acuerdo con Lipovetsky, con el surgimiento del posmodernismo a mediados del siglo veinte, ha surgido la nueva era del pos-deber. Esta era renuncia al deber absoluto en el ámbito de la ética.16 Ha aparecido una ética que proclama el derecho individual a la autonomía, a la felicidad y a la realización personal. La posmodernidad es una era de pos-deber porque descarta los valores incondicionales, como el servicio a los demás y la renuncia a uno mismo.
Sin embargo, nuestra sociedad no excluye la legislación represiva y virtuosa (contra las drogas, el aborto, la corrupción, la evasión, la pena de muerte, la protección de los niños, la higiene y la dieta saludable).17 La posmodernidad no propone un caos sino que reorienta la preocupación ética a través de un compromiso débil, efímero, con valores que no interfieren con la libertad individual: no es hedonista sino neohedonista. Esta mezcla de deber y de negación del deber en la ética posmoderna es necesaria porque el individualismo indiscriminado atentaría contra las condiciones necesarias para la búsqueda del placer y la realización individual.
Se necesita una ética que prescriba algunos deberes para controlar el individualismo sin proscribirlo: no un individualismo sino un neoindividualismo. La preocupación moral posmoderna no expresa valores sino más bien indignación contra las limitaciones a la libertad. El objeto no es la virtud sino más bien obtener respeto.(18) Se prohíbe todo aquello que podría limitar los derechos individuales. He ahí por qué la nueva moralidad puede coexistir con el consumo, el placer y la búsqueda individual de satisfacción privada. Se trata de una moral indolora, débil, donde todo vale, pero donde el deber incondicional y el sacrificio han muerto. La moral posmoderna ha dejado atrás tanto el moralismo como el antimoralismo.19
Pero todo esto resulta en una moralidad ambigua. Por un lado tenemos un individualismo sin reglas, manifestado en la exclusión social, el endeudamiento familiar, familias sin padres, padres sin familias, analfabetismo, los desposeídos, ghettos, refugiados, marginales, drogadictos, violencia, delincuencia, explotación, delitos financieros, corrupción política y económica, búsqueda inescrupulosa de poder, ingeniería genética, experimentación con seres humanos, etcétera. Por otro lado, cunde por la sociedad un espíritu de vigilancia hipermoralista listo para denunciar todos los atentados contra la libertad humana y el derecho a la autonomía individual: una preocupación ética por los derechos humanos, disculpas por los errores del pasado, protección del medio ambiente, campañas contra las drogas, el tabaco, la pornografía, el aborto, el acoso sexual, la corrupción y la discriminación; tribunales éticos, marchas de silencio, protección contra el abuso de niños, movimientos en favor de los refugiados, los pobres, el tercer mundo, etcétera. 20
En este contexto, la moralidad neohedonista de la posmodernidad se traduce en demandas que corren en direcciones opuestas. Por un lado, tenemos normas: hay que comer en forma saludable, cuidar la figura, combatir las arrugas, mantenerse delgado, valorar lo espiritual, no agitarse, hacer deportes, buscar la excelencia y controlar la violencia, entre otras cosas. Por otro lado, encontramos una promoción del placer y de la vida fácil, la exoneración de la responsabilidad moral, la exaltación del consumo y de la imagen, la valoración del cuerpo en detrimento de lo espiritual. Como resultado, hay depresión, sentimiento de vacío, soledad, falta de sentido, estrés, corrupción, violencia, indiferencia, cinismo, etcétera. 21
La moralidad posmoderna en la vida cotidiana
Para comprender cómo la moral posmoderna impacta en la vida cotidiana, consideremos dos listas que el posmodernismo nos propone: una lista de "deberes" morales y una lista de "permisos" morales:
Lista 1: Deberes morales típicos de la "ética" posmoderna:
  • No discriminar ningún estilo de vida.
  • Asistir a los conciertos de beneficio y solidaridad.
  • Marcar un número para hacer una donación.
  • Llevar una calcomanía contra el racismo.
  • Participar de una marcha contra la impunidad.
  • Correr una maratón por la vida sana.
  • Usar preservativo.
  • Prohibido prohibir (cada uno es libre de disponer de su propia vida).
  • Llevar una cinta roja contra la discriminación de los homosexuales.
  • Ser ecologista.
  • Donar los órganos.
  • Reglamentar los lugares de trabajo contra el acoso sexual.
  • Fidelidad (durante el tiempo que dura el amor, pero después...).
  • Condenar toda forma de violencia.
  • No intentar convertir a una persona a otra religión.
Lista 2: Permisos morales de la ética posmoderna:
  • Sexo libre, a condición de no acosar y de cuidarse del SIDA.
  • Es mejor ser corrupto que pasar por estúpido.
  • Fumar, pero no en los sectores para no fumadores.
  • Romper todo compromiso con una regla, persona o causa que interfiera con la realización personal.
  • Prostitución, pero sólo en la "zona roja".
  • Mentir, pero no en época de campaña política.
  • Divorcio, pero sólo para favorecer la realización personal.
  • Infidelidad, pero sólo cuando se terminó el amor.
  • Aborto, pero sólo para realizar la planificación familiar.
  • Probar de todo para explorarse a sí mismo y descubrir todas las posibilidades de realización personal.
  • Religión "a la carta", adaptada a los compromisos que cada uno quiera asumir.
  • Beber, pero no en exceso.
  • Cosechar éxito, fama y dinero, caiga quien caiga.
  • Pasar bien el momento, sin preocuparse por el futuro.
  • Poder pensar siempre "aquí no pasa nada".
"Código de conciencia" de un posmoralista
La ética posmoderna no termina con estas listas ridículas y absurdas. La búsqueda posmoderna de libertad absoluta produce su propio código de conciencia. En una atmósfera de neoindividualismo, los elementos ideológicos, socioculturales y éticos se unen para crear una nueva especie de conciencia posmoderna. Esta conciencia se podría expresar mediante los siguientes "principios":
  • No debo discriminar nada, porque hay que exhibir un look abierto y porque no hay ninguna verdad absoluta.
  • Debo donar dinero para las campañas de solidaridad porque me repugna ver niños hambrientos.
  • Debo ir a la marcha contra la impunidad para que los culpables no se salgan con la suya.
  • Debo llevar una vida sana porque mi cuerpo es mi máquina de cosechar éxitos y placeres.
  • Debo interesarme por alguna forma de religión porque me podría dar energía.
  • Debo manifestar preocupaciones por temas serios para no aparentar ser un burgués materialista y conformista.
  • No debo estar en contra de ningún estilo de vida porque todo vale y nada funciona.
Evaluación crítica: una moralidad cínica
Después de considerar todo esto, alguien podría objetar que la ética posmoderna no es totalmente perversa. En efecto, en la preocupación posmoderna por los problemas que amenazan actualmente la vida humana hay elementos rescatables. El estilo de vida saludable, el cuidado del medio ambiente, la lucha contra la violencia y la discriminación son aspectos valiosos. Además, el posmodernismo pone de manifiesto los fracasos éticos teóricos y prácticos del pasado. Pero no nos dejemos engañar. En su núcleo más íntimo, la ética posmoderna no tiene una motivación moral. En realidad, persigue la búsqueda individualista de realización y autonomía personal. Mientras que la motivación de toda ética auténtica es superar el mal con el bien, el posmodernismo está desprovisto de inspiración moral. Sólo quiere combatir el exceso del mal pero no desea erradicar el mal. Lucha contra ciertas manifestaciones del mal sin reconocer la raíz del mal. Su meta es el logro de la autonomía individual, que es justamente aquello que el concepto bíblico del pecado condena.
¿Cómo puede un sistema moral luchar contra el mal, si en su fundamento mismo hay una búsqueda del yo, lo cual es, bíblicamente hablando, la fuente del mal? ¿Es posible lograr la felicidad con el tipo de moral que defiende la posmodernidad? Si la felicidad es la búsqueda de autonomía, realización personal, satisfacción de los deseos inmediatos, control de la libertad individual excesiva, pero sin una verdadera apertura del alma al prójimo y a Dios, entonces en este tipo de moral la búsqueda de felicidad consiste en perpetuar las cosas tal como siempre han sido. Más de lo mismo: una mezcla de vida y muerte, placer y dolor, éxito y fracaso, felicidad y tristeza. Pero esto ignora lo que hay detrás de la búsqueda humana de felicidad: el deseo de otra cosa, de algo totalmente diferente, algo que suprima estas antítesis. Esto "totalmente diferente" está ausente en la búsqueda posmoderna de felicidad. La ética posmoderna se conforma con muy poco; propone una meta demasiado baja. Ella argumenta que, debido a que la moralidad tradicional, incluyendo la ética cristiana, no han mejorado al hombre, es mejor proponer una meta más baja y aceptar al hombre tal como es.
Sin embargo, esta actitud de resignación supone que el cristianismo ha sido realmente aplicado y que ha fracasado, y sobre esta base propone que debemos juzgar como agotado el potencial cristiano de hacer una contribución a la humanidad. Pero esta presuposición contradice el principio posmoderno de que no existe una verdad absoluta. "No hay verdad absoluta", dice el posmodernismo por un lado. Sin embargo, por otro lado presume que la moral tradicional está agotada, que el hombre ya no puede ser mejorado, que un cambio radical es imposible y que debemos resignarnos. ¿Quién es capaz de saber esto y cómo puede saberlo? Pareciera que la posmodernidad se las ha arreglado para saber con seguridad algunas cosas acerca de la naturaleza humana y del futuro, conocimiento que niega las ideologías y religiones del pasado. Por eso nos parece una postura cínica que afirma (implícitamente) por un lado lo que niega (explícitamente) por el otro.
Raúl Kerbs, doctorado en filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, enseña filosofía en la Universidad Adventista del Plata, Argentina. Email: kerbsra@infovia.com.ar
Notas y referencias
1. Kenneth Gergen, El yo saturado. Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo (Barcelona: Paidós, 1992) pp. 164-168.
2. Beatriz Sarlo, Escenas de la vida posmoderna. Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina (Buenos Aires: Ariel, 1994) pp. 38-43.
3. Sarlo, pp. 27-33.
4. Gilles Lipovetsky, El imperio de lo efímero (Barcelona: Anagrama, 1990), pp. 225-231.
5. Sarlo, pp. 27-33.
6. Lipovetsky, pp. 225-231.
7. Gilles Lipovetsky, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo (Barcelona: Anagrama, 1986), p. 14.
8. Lipovetsky, El imperio de lo efímero, pp. 201, 202.
9. Id, pp. 313-315.
10. Lipovetsky, La era del vacío, pp. 7-11.
11. Lipovetsky, El imperio de lo efímero, p. 196.
12. Lipovetsky, La era del vacío, p. 7.
13. Lipovetsky, El imperio de lo efímero, p. 251.
14. Id, pp. 256-258.
15. Id, pp. 321-324.
16. Gilles Lipovetsky, El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos (Barcelona: Anagrama, 1994), pp. 9-12, 46.
17. Lipovetsky, El crepúsculo del deber, p. 13.
18. Id, capítulos II y III.
19. Id, pp. 47-49.
20. Id, pp. 14, 15, 55, 56, 208, 209.
21. Id, pp. 55 y siguientes.

Con algunas diferencias, estoy en general de acuerdo con la pintura que nos presenta el autor sobre el talante del ethos predominante en la actualidad, sin que sea el único ni el más humanizante, a mi juicio. Creo que es ésta la visión de un fenómeno crepuscular. Los pensadores son como el búho de Minerva: levantan su vuelo cuando el mundo al que se refieren ya está desapareciendo.

Gracias por tu amable atención
                                                                                Raúl Czejer

sábado, 20 de julio de 2013

Al amigo desconocido




Me complace saludarte en este día, estimado amigo, y desearte que se cumplan tus mejores esperanzas.
Gracias por tu mable atención.

                                                                           Raul Czejer

jueves, 20 de junio de 2013

Elegía de la seriedad




Decididamente he de decir que la seriedad está fuera de moda. La onda es ser divertido en todo momento y situación.

Hoy el tipo serio pasa por aburrido y goza del menosprecio de la gente, porque, según dicen, no sabe vivir en sociedad y parece no darse cuenta  de que los demás no quieren oír de temas  comprometedores, sino hablar de trivialidades o chacotear sobre los asuntos más importantes, deslizándose sobre la superficie de las cosas, nunca profundizando, Dios libre y guarde.
 
“En las conversaciones no debes sacar temas de religión, de moral o de política”, reza el mandato social impuesto por la gente divertida.

Pero el tipo serio no hace caso de mandatos sociales que no comparte y se empecina en reiterar su manía de hablar de las patrañas de la democracia  o de la intolerancia para con las hormigas, o de otros temas que él cree significativos para la vida humana, mientras la concurrencia está empeñada en filosofar sobre las hazañas que realiza con  la pelota  un tal Messi o sobre cuál será el color de falda preferido por las damas en el próximo verano.

El tipo serio toma las cosas en serio. Por ejemplo, llega a un velorio y se posiciona como quien asiste a una tragedia. “No somos nada”,  dice compungido mirando la cara impávida del difunto homenajeado. Ante tal supuesta desubicación las gentes divertidas le tiran flit como a alimaña apestosa y se preguntan en un ataque de indignación:

—¿Cómo se atreve este individuo a arruinar el clima de este evento con expresiones  tan bajoneras? ¿No sabe tomar las cosas en joda? ¿A quién se le ocurre asistir a un velorio con cara de aguafiestas? ¡Qué desubicado, che, ponerse a  lamentar la muerte  del difunto! Si quiere llorar que vaya a llorar a  la cancha, cuando su cuadro pierde el campeonato, y llore a moco tendido, pero no aquí, que la estamos pasando requetedivertidos. Y si quiere filosofar, que piense esto: ¿Qué perdimos aquí? Nada más que a un tipo como hay millones semejantes. Festejemos que haya un comensal menos en la mesa. Total, nada vale la pena. Por cuatro días locos que vamos a vivir… lo mejor es pasarla bien y no hacerse problemas —sentencian los divertidos con suficiencia de gurú de Samarcanda.

Pero el tipo serio nació serio y no hay quien lo saque de su seriedad. Bien ubicado en que se trata de un velorio, insiste en propinar sus aforismos a los presentes, que chacotean sobre el baile del caño en el programa más visto de la televisión, entre risas apenas contenidas. “Así es la vida” — dice como replicando palabras agoreras de  Casandra— “Unos  van y otros vienen. Ninguno es necesario”.
Ante tal espécimen  las gentes divertidas huyen despavoridas como alma que lleva el diablo, no sea que se les pegue un cachito de su seriedad como si fuera una sarna, condenándolos al ostracismo social, que sería para ellos el peor de los castigos.

Al tipo divertido no le vengan con pálidas ni con rollos existenciales. No le gusta que le hables de tu dolor de juanete, porque es cosa tuya, che. Arreglátelas como puedas y hablemos de cosas lindas. A propósito,¿viste el nuevo modelo de zapatilla que sacó Nike? —te espeta, ignorando que con tu dolor de juanete no podés ni calzar una pantufla.

No hay nada que hacer. El tipo serio no calza en la cultura jocosa y se siente como sapo de otro charco. Por eso  se queda solo en medio de la multitud y remedia su soledad conversando consigo mismo. Cuando  hasta sí mismo lo abandona, busca como Diógenes un hombre serio que sepa hablar de temas serios pero sólo encuentra tipos divertidos obedientes de las reglas de buena convivencia: “Serás divertido o no serás nada” “Ser o no ser divertido, he ahí la cuestión”. “Pálidas, go home”.

Debo reconocer con orgullo inveterado que yo soy un tipo serio, para mi bien o para mi mal. Pero, como el alacrán del cuento, no podía ir contra mi naturaleza y seguía inclaudicable en mi patético camino, como el caballero de la triste figura, empeñado en vencer a los molinos de viento y  restaurar en el mundo los valores de antaño.

Hasta que un día dije ¡Basta!
Ante tal avalancha de incorregible divertimento que me rodeaba por todos lados y me intoxicaba de frivolidad, decidí poner distancia y refugiarme en la murtra de Catalonia, en medio de la nada, a dialogar con las piedras, que en su callado silencio son incapaces de tomar las cosas a la chacota.

                                                                          Raul Czejer

 Una pregunta que viene al caso:

¿Es la frivolidad una virtud?
 
La frivolidad es la gran virtud postmoderna. Consiste en no tomarse nada excesivamente en serio, en evitar la confrontación dialéctica, en optar por una cultura de la representación por contraposición a la autenticidad como actitud vital. La frivolidad se relaciona íntimamente con la actitud superficial y epidérmica, con la práctica generalizada de la broma y de la boutade, en definitiva, es la antítesis a la profundidad de espíritu y a la seriedad como actitudes vitales.
Algunos filósofos postmodernos, apologistas del denominado pensiero debole, consideran que es la gran virtud que debemos enseñar a los niños en las escuelas, que es fundamental para evitar la caída en formas de fanatismos, intolerancias o fundamentalismos, que se debe cultivar, para ello, un pensamiento frágil, desprovisto de ideas fuertes, de sentimientos que tengan hondura o de creencias excesivamente vividas. La frivolidad tiene que presidir la vida pública, las instituciones educativas y, como no, los ámbitos de comunicación de masas.
Esta tesis, muy extendida y muy practicada, se está imponiendo sutilmente en distintos entornos, de tal modo que todo lo que tiene peso, sustancia, ideología, forma de convicción o de creencia, o bien tenga la expresión de un sentimiento intenso u hondo, debe ser ecualizado y tamizado por la virtud de la frivolidad.
En ocasiones, se la compara con la templanza, que es virtud cardinal en los tratados de moral tradicional y que, junto a la justicia, la prudencia y la fortaleza se consideraba uno de los cimientos de la construcción moral de la persona. Pero, la frivolidad nada tiene que ver con la templanza, porque la frivolidad es una elocuente expresión moral del relativismo y del permisivismo postmoderno, mientras que la templanza es la capacidad de dominar y de controlar la expresividad del pensamiento, de la vida emocional y del lenguaje, considerando las consecuencias que ello tiene para uno mismo y para el otro.
La templaza nunca jamás es una casualidad, sino que es el resultado de un esfuerzo articulado a lo largo de tiempo, de un entrenamiento espiritual que debe mucho a la tradición estoica de la tranquillitas animae. La templanza no se contrapone a las creencias ni a las convicciones, sino que regula racionalmente la expresión o manifestación de las mismas.
La apología de la frivolidad es, sin embargo, contradictoria. Se explica por reacción al fanatismo y a la barbarie, pero la solución a tales lacras sociales no pasa por el cultivo de la frivolidad, que es su opuesto, sino, por el cultivo de auténticas virtudes, entre ellas, la de la prudencia. Frente a tales manifestaciones, no basta con la tibieza moral, no basta con una actitud tímida y permisiva, sino que se debe adoptar una actitud beligerantemente activa, pero, eso sí, sin sucumbir a ningún tipo de violencia, ni físico, ni psíquico.
Es evidente que las convicciones pueden ser peligrosas y que un ser humano nutrido por determinadas convicciones de orden político, social, religioso o económico puede convertirse en un arma mortífera, pero no toda convicción es igualmente peligrosa. Además, la sociedad abierta, el mundo civilizado, el Estado de derecho, sólo pueden subsistir como tales si los ciudadanos que los integran viven en su interioridad una constelación de convicciones fundamentales como el respeto a la vida, a la libertad, a la igualdad, como el sentido de tolerancia y de solidaridad para con los grupos más vulnerables del cuerpo social.
La frivolidad no puede ser considerada como una virtud, porque no es un hábito que perfeccione al individuo, sino un mal hábito que, en ocasiones, tiene graves consecuencias. Acaso, ¿Se puede frivolizar el valor de la vida humana? ¿O el valor de la libertad de expresión, de pensamiento, de creencias o de asociación? ¿Se puede frivolizar el deber de tolerar al otro? ¿Se puede frivolizar o banalizar el mal del inocente, el sufrimiento de un ser humano? ¿Se puede banalizar la muerte de un ser amado?
La frivolidad puede tolerarse cuando lo que está en juego no afecta las estructuras, ni los ejes fundamentales del tipo de sociedades que hemos construido, pero cuando uno se ríe o banaliza determinados núcleos conceptuales o valores esenciales de la vida democrática, la frivolidad se convierte en una pesadilla. Para el frívolo no tiene sentido la diferencia entre lo esencial y lo accidental, entre lo categórico y lo anecdótico, pues todo ello forma parte del mismo universo insoportablemente leve. Y, sin embargo, no es así, pues no todo tiene el mismo valor en la vida humana. Además, el frívolo incurre en una contradicción lógica. Si es consecuente con su actitud, debe evitar de caer en la defensa beligerante de la frivolidad; tiene que ser igualmente frívolo y aceptar que otro pueda considerar frívolamente su frivolidad. Paradójicamente, se desarrollan apologías de la frivolidad con una intensidad y celo que no dejan de maravillarnos.
La sociedad futura depende, esencialmente, de los procesos educativos que ahora y aquí tienen lugar, en las familias y en las escuelas. No debemos permitir, de ningún modo, la extensión de la frivolidad, ni la imposición de un pensamiento débil a las generaciones venideras, sino que debemos comunicar las convicciones elementales, los valores morales mínimos, debemos garantizar su arraigo y su apropiación, pues sólo, de este modo, se puede esperar razonablemente calidad social, moral y política para nuestras sociedades futuras.    
                                                                                Francesc Torralba Roselló . www.forumlibertas.com
                                 Gracias a www.fluvium.org


Gracias por tu amable atención. Te saludo con todo afecto.         
                                                                 Raul Czejer
 
 
 
 

jueves, 13 de junio de 2013

Una religión para los pobres.



Dios se levanta en la asamblea y juzga a los señores de la tierra:
"¿Hasta cuándo juzgarán injustamente
y favorecerán a los malvados?
¡Defiendan al desvalido y al huérfano,
hagan justicia al oprimido y al pobre;
libren al débil y al indigente,
rescátenlos del poder de los impíos!"

                                                            Biblia. Salmo 28


"La religión es el opio de los pueblos", sentenció Carlos Marx en un rapto de genialidad y de delirio. Sabía lo que decía e ignoraba lo que no decía. Tenía razón al denunciar a la religiones que inducen a los pobres a la resignación, pero estaba muy equivocado al suponer que toda religión les inculca  esperar   el cielo, donde se remediarían los males que padecen en la tierra.
"Hay muchas más cosas en el cielo y la tierra que las que supone tu filosofía", le diría a Marx, aún reconociendo la parte de verdad que descubre su sentencia. El hecho que él no supo percibir es que hay religiones y religiones. Las hay narcotizantes y evasivas y las hay solidarias con los pobres e  involucradas en la lucha histórica por su reivindicación.

Yo creo que el cristianismo es de esta clase, en su versión para mí más auténtica:  la que proclamó Jesús de Galilea cuando decía "el reino de Dios es anunciado a los pobres", queriendo significar que con su presencia se inauguraba un mundo a la medida de Dios,no del hombre,  donde el pobre se vería rescatado de su miseria,  y convocaba a todo persona de buena voluntad a tomar el arado y a trabajar por ese mundo, con fe y esperanza trascendente.  

Desde entonces, muchas cosas han cambiado  en la condición de los pobres gracias a la lenta pero constante aplicación al derecho y las costumbres de los valores e ideales impulsados por el cristianismo, aunque muchos de sus promotores no hayan sido concientes de la fuente de su inspiración. Hasta me animaría a decir que el mismísimo Carlos  Marx coincide en lo esencial con las motivaciones más profundas del evangelio de Jesús. Lo mismo sucede con muchos marxistas que luchan por la justicia social: son buscadores del reino de Dios aunque renieguen de él, aunque muy posiblemente sólo renieguen de las organizaciones religiosas denominadas "cristianas",  demasiado imbuídas del espíritu del mundo y solidarias con el poder que oprime a los pobres.

 La religión bíblica nunca fue en su esencia una religión desentendida de la situación de los pobres, como lo atestigua el salmo 28 y muchos otros pasajes de sus textos religiosos.  A modo de ejemplo, permíteme citarte otro muy significativo, tomado de los escritos proféticos.

“Y cuando me extendéis vuestras manos, aparto mis ojos de vosotros; y aunque mul­tipliquéis las plegarias, no os escucho, pues vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, apartad vuestra maldad de delante de mis ojos, cesad de obrar mal, aprended a obrar bien, aspirad a la justicia y ayudad a los oprimidos ”.
Biblia. Isaías , capítulo 1

Así lo han entendido muchos cristianos, clérigos o laicos, en los largos dos milenios transcurridos desde que el maestro de Galilea lanzó su propuesta al mundo. Reconozco que no todos interpretan así al cristianismo y los respeto, pero creo que no hacen justicia al mensaje de Jesús.

Permíteme citar un ejemplo de religioso que entendió muy bien en qué consiste la vida cristiana y su misión de pastor. Lo he nombrado muchas veces, porque lo admiro como persona y como cura pobre para los pobres: Luis Orione. Si su ejemplo resultare para ti inspirador, aunque no compartes la fe cristiana, me daría por cumplido.


Lo que sigue fue publicado en la edición n° 47 de Revista Don Orione , junio de 2009


 
La poetisa Ada Negri, considerada por muchos como la primera escritora italiana proveniente de la clase obrera, había escrito que en los arrozales muere la poesía. Una de las tantas marcas de una sociedad inhumana donde la tierra, lejos de pertenecer y dar vida a quienes la trabajan, está enajenada, en manos de poderosos que la explotan y consumen de la misma manera que a sus trabajadores. Porque nada puede detener al afán de acumulación y enriquecimiento, nada, ni siquiera la muerte.

En la Italia de la primera posguerra, gran cantidad de hombres, y especialmente mujeres, eran llevados a trabajar a los arrozales. Lo hacían en condiciones tan degradantes que, junto a las palabras poéticas, centenares de mujeres por año dejaban de existir en aquellos campos rebosantes de arroz.

Semejante explotación y destrucción, no pasó por alto en la vida de un  religioso comprometido con los pobres, Luis Orione. Durante los primeros meses de 1919 se acercó a las víctimas de aquella sufriente realidad. Buscó darles ánimo y fortaleza, aunque no dejó de generar conciencia y denunciar el terrible atropello a un derecho humano tan fundamental como ganarse el pan dignamente.

Fue así que, con coraje y claridad de ideas, Luis Orione escribió una carta a modo de proclama, dirigida a los trabajadores de los arrozales. También estaba destinada a todo aquel que quisiese escuchar su pensamiento, verdadera llamada a una condición social más igualitaria.

Tal vez, no faltará quien se sorprenda al leer de puño y letra de un sacerdote católico palabras como proletariado, reivindicación, medidas de fuerza y varias, que suenan menos poéticas que tantas otras de sus expresiones. Sin embargo, éstas manifiestan su compromiso espiritual y social, el que lo llevó a rescatar niños de entre los escombros de los terremotos de Messina y La Mársica. El mismo espíritu que lo llevó a crear diversas instituciones  para acoger a los más pobres  de la sociedad, en quienes su fe le hacía ver el rostro de Dios.

Imaginando por un instante a Luis Orione viviendo hoy en nuestro país, seguro tendría palabras semejantes para las actuales víctimas de la explotación del sistema: las comunidades de pueblos originarios que deben trabajar en las tierras que les han sido arrebatadas; los que sufren las terribles consecuencias del uso de agrotóxicos; los empleados sometidos a condiciones laborales injustas por empresas transnacionales… y la lista podría continuar.

Si como dice la poetisa, en los arrozales muere la poesía, en las palabras de Luis. Orione, nace una vez más la esperanza, capaz de ponerse de pie ante las adversidades: “¡Trabajadores y trabajadoras de los arrozales, llegó la hora de su reivindicación!”


 ¡Proletariado de los arrozales, de pie!


( 18 de mayo de 1919)

Se abre un horizonte nuevo; a la luz de la civilización cristiana, que apuesta siempre al progreso, nace una nueva conciencia social, como flor del Evangelio.

Trabajadores y trabajadoras de los arrozales, en nombre de Cristo, que nació pobre, vivió pobre, murió pobre y entre pobres, que trabajó como ustedes y que amó a los pobres y a los trabajadores, en nombre de Cristo, ha llegado la hora de su reivindicación.

El trabajo debe ser limitado y adecuado a sus fuerzas y sexo. El salario debe tener relación con su esfuerzo y con sus necesidades; las condiciones de trabajo deben ser menos penosas, más humanas, más cristianas. Es un derecho, ¡Su derecho!

Nosotros, como católicos y como ciudadanos, emprenderemos éste año la batalla por las ocho horas en los arrozales.

No se dejen explotar por los capataces, no se dejen intimidar por las amenazas de los patrones, no se presten a ciertas maniobras que siempre terminan perjudicando al trabajador. Y si no hay más remedio, tomen medidas de fuerza; dentro de la legalidad, claro, pero háganlo. Únanse contra los rompehuelgas y no se dejen engañar por un horario que supere las ocho horas en los arrozales.

Únanse y sean solidarios. Si todos los pueblos de la diócesis que proporcionan trabajadores a los arrozales se unen en una red organizada y firme, sólida y cristiana, los llevaremos a una victoria segura.

Por sus reivindicaciones, por la justicia intrínseca de su santa causa, no nos quedaremos quietos. No, no dejaremos en paz, ni de noche ni de día, a los explotadores de la gente pobre, que va a sacrificarse en los inundados pantanos de los arrozales y en la malaria, que se ve obligada a alejarse de la familia para ganarse el pan.

¡Hermanos! ¡Con la bendición de Dios y de la Iglesia, trabajaremos por ustedes, y triunfaremos con ustedes!

Todos encontrarán trabajo, todos tendrán un salario justo, y asistencia moral y religiosa; descanso en los días de fiesta; control de sus derechos laborales (salarios, horarios, asistencia médica), alojamiento digno. Los defenderemos en todo lo que sea justo: haremos realidad sus legítimas aspiraciones y utilizando las leyes pertinentes vigilaremos, acompañaremos, animaremos.

“¡La unión hace la fuerza!” Tenemos que romper toda cadena que quita la libertad de hijos de Dios; tenemos que abolir toda esclavitud: debe cesar toda servidumbre, y para siempre.

En nombre de Cristo debe suprimirse la explotación del hombre por el hombre. La fuerza divina de éste nombre y su conducta honrada de trabajadores cristianos, les ayudará a conquistar cada uno de sus derechos, así como los llevará a cumplir sus deberes.

¡Proletariado de los arrozales, de pie! Abran los ojos y vean la aurora brillante que ya se insinúa: ¡es para ti, es tu día!

¡Adelante proletariado, adelante, llevando contigo la fuerza moral de tu fe y de tu trabajo, una era se abre: el mundo se renueva!

El Señor es tu Dios, está contigo: camina en la luz de Dios y nadie podrá jamás detener tu marcha triunfal.

Por tu interés, por tu dignidad, por tu alma. ¡Proletariado de los arrozales! ¡De pie y adelante!

                                                                                                                                   Luis Orione

Gracias por tu amable atención    
                                                     Raul Czejer

























 

lunes, 6 de mayo de 2013

Bondad, justicia, caridad




 Si a mí me mandasen disponer por orden de precedencia la caridad, la justicia y la bondad, el primer lugar se lo daría a la bondad, el segundo a la justicia y el tercero a la caridad. Porque la bondad, por sí sola, ya dispensa la justicia y la caridad, porque la justicia justa ya contiene en sí caridad suficiente. La caridad es lo que resta cuando no hay bondad ni justicia.
             José Saramago: Fragmento de “Cuadernos de Lanzarote “(1993-1995)

Sin ánimo de polemizar con don José Saramago, quisiera exponer a tu  consideración mi parecer acerca de las ideas  por él expuestas en el párrafo trascripto. No le des importancia al costado crítico, sino a algunas observaciones sobre el tema que me parece importante puntualizar. Si te resultaren  útiles, me daré por bien pagado.

Verás que mi punto de vista es distinto de l de Saramago: Ambos miramos el tema en cuestión desde  conceptos de caridad que difieren diametralmente.  A ver si puedo exponerlo claramente.
 Yo creo que caridad no es lo mismo que limosna o beneficencia, como la entienden Saramago y por lo general la opinión pública. Porque caridad es amor al prójimo, amor que busca  ser con el otro, unirse a él solidariamente, comprometerse con él  para marchar juntos  hacia un destino común.. La caridad es la fuente interna de donde se originan las buenas acciones que buscan promover a todo ser humano, respetar sus derechos, aliviar su dolor, subvenir a las necesidades para él inalcanzables, restañar sus heridas del cuerpo y del alma, acompañarlo en la soledad y el abandono, solidarizarse con sus causas justas y muchas cosas más del mismo tenor. Sin caridad toda obra buena se vuelve hipocresía porque obedece a cálculos egoístas, simulando una bondad que no existe.
La beneficencia puede nacer de la caridad —y de hecho en muchas ocasiones nace de corazones generosos—, pero también de otras motivaciones, como por ejemplo, el afán de figurar o los cargos de conciencia. Esto no quiere decir que los que realizan acciones benéficas lo hagan siempre por motivos espurios como lo suponen los denostadores de la caridad.
 Discrepo con el orden de precedencia que postula Saramago.  Yo creo que todo nace de la caridad, la que se concreta en la justicia como mínimo debido y se explaya en la bondad, superando lo debido por justicia.
Bondad significa “inclinación natural a hacer el bien”.  Saramago dice que la bondad, por sí sola, ya dispensa la justicia y la caridad. Me parece que olvida algo: En todo ser humano conviven un ángel y un demonio, por lo cual aun el hombre más bueno puede caer en injusticia. Por eso no basta la bondad  para que se obre con justicia, sino que hace falta  que la conciencia la exija como un deber y que la autoridad  la concrete en leyes justas y controle su cumplimiento.
 “La justicia justa ya contiene en sí caridad suficiente”, dice el escritor. No me queda claro qué entiende por “justicia justa”, de modo que no veo qué significa  eso de  que tiene “caridad suficiente”. Ensayando una interpretación diría que  justicia justa es la que  reconoce y respeta integralmente los derechos de las personas, con lo cual cumple con el deber de caridad mínima que se le debe a los demás. Que este mínimo de caridad sea suficiente  es discutible, porque las personas sufrimos infortunios y necesidades que no atienden el derecho y la justicia. Pongamos por ejemplo: ¿Qué derecho me asiste de ser contenido ante la muerte de un hijo? Ante esta necesidad de consuelo fracasa la justicia y quien suele dar respuesta es la caridad de un corazón bondadoso.
 “La caridad es lo que resta cuando no hay bondad ni justicia”, dice Saramago, trasuntando un pobre concepto acerca de lo que significa caridad. Yo creo que la cosa es al revés: La caridad, entendida como amor al prójimo, es el alma de la bondad, la justicia y la solidaridad. La justicia es caridad cristalizada en derechos. La bondad es caridad hecha hábito. La solidaridad es caridad hecha compromiso con la justicia social. Entenderla como un residuo de baja calidad que disimula la falta de bondad y de justicia es juzgarla desde el prejuicio de una ideología que, como toda ideología, es pensamiento en pugna que busca descalificar a su adversario. Por otra parte, en el curso de la historia la caridad ha  dado nacimiento a nuevas  exigencias de la justicia: Muchos de los que hoy son   derechos fueron originariamente  actos de generosidad  de personas caritativas. Es por lo menos sugestivo que el creador del concepto y la expresión “justicia social” y el primer promotor de cambios en ese sentido  haya sido un sacerdote jesuita del siglo diecinueve.
 Con todo respeto por el insigne escritor, yo prefiero adherirme a la idea de San Agustín: “Ten caridad en tu corazón y haz lo que quieras”. Yo lo entiendo así: Si tienes un corazón caritativo, serás necesariamente bondadoso (buscarás el bien de todos) y justo (respetarás lo que se le debe a cada uno según sus derechos). Si no fuera así, simplemente no tendrías caridad sino egoísmo, indiferencia u odio. Más que un resto miserable, la caridad es el alma de la justicia y la bondad. Sin esa virtud, la bondad y la justicia no tienen calidad humana. Cuando no hay caridad la justicia  es mero cumplimiento de normas externas y la bondad, hipocresía.
Al menos así lo veo yo, aunque bien puede suceder que me equivoque.
Gracias por tu amable atención
                                                                                                        Raúl Czejer
 


viernes, 19 de abril de 2013

Todo es relativo, excepto lo que yo digo




 

                                      
“El hombre es la norma de todas las cosas”   Protágoras (Grecia, siglo 5° a.C.)
 “Nada es verdad ni es mentira. Toda cosa es del color del  cristal con que se mira”  Calderón de la Barca: “La vida es sueño”
 “No habiendo ninguna certidumbre meridiana, ningún "metarrelato" en pie, no hay sino discursos diversos y alternativos en un ámbito sumamente pluralista en el que el sujeto adquiere el protagonismo al tener que elegir entre opciones igualmente infundadas” Gianni Vattimo
 
¿Será verdad lo de Protágoras, Calderón y Vattimo? Se me ocurre pensar que si ellos tienen razón, lo que dicen es falso.
 
Muchas veces   he escuchado decir  que sobre lo  bueno y lo malo  hay una gran dispersión de pareceres, pareceres que  son cambiantes y contradictorios entre sí. En otras palabras, lo que para un sujeto es malo resulta que es bueno para otro; o lo que en una cultura es visto como bueno  en otra se lo juzga como malo.
El hecho es innegable y conocido desde antiguo; ya  Herodoto lo había señalado y los sofistas lo tomaron apresuradamente como justificación  de sus posiciones, escépticas, nihilistas  o relativistas acerca del bien y del mal.
 Permíteme desarrollar someramente las visiones de estos pensadores acerca de la moralidad.
El escéptico es alguien que reconoce la existencia de las normas morales, pero niega que puedan ser fundamentadas o demostradas como justas, es decir, niega su validez, porque —dice— es imposible distinguir entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto,  ni hallar un criterio para preferir  una opción sobre otra ya que ninguna se puede probar como mejor. El escéptico no cree que pueda demostrarse la verdad ni la bondad de nada porque no es posible admitir ningún criterio válido  que nos permita discernir entre lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, por lo cual  se mantiene en la duda como el burro de Buridán,  suspende el juicio y no tiene razones para emprender un curso de acción determinado con preferencia sobre otros. Si en la vida práctica aplicara su filosofía, quedaría paralizado como el burro de la leyenda y moriría de inanición. Por fortuna el escéptico es intelectual, pero no bobo.
 El nihilista, a su vez, extremando su escepticismo  niega la existencia de normas y valores morales. No cree en la bondad ni en el deber. El nihilismo ha sobrevivido al paso de los siglos como un rescoldo bajo las cenizas y en el presente ha resucitado para formar parte de la mentalidad postmoderna. Se habla de “muerte de Dios”, de “crepúsculo del deber”, de “pensamiento débil”, de  “muerte de los ideales”; se asiste al desprestigio de principios, instituciones, jerarquías y autoridades; “todo lo sólido se desvanece en el aire”, “caminante, no hay camino”— se dice—; se rescata del polvo a un pensador nihilista como Nietzsche y se lo venera como a un profeta…y, lo que es más preocupante, los principios morales no son tenidos en cuenta en la vida pública y privada: amoralismo práctico, adscribiéndose la gente a un cínico pragmatismo: Cultura de muerte y de vacío, como lo expresan estos textos:
 "El nihilismo tiene, a saber, literalmente una sola verdad que decir: que al final la nada prevalece y que el mundo no tiene significado." Helmut Thielicke: El Nihilismo: Su origen y naturaleza.
 El Macbeth de Shakespeare  resume elocuentemente la perspectiva existencial del nihilismo, desdeñando la vida:
¡Apágate, apágate, corta vela! La vida no es sino una sombra pasajera, un mal actor que se pavonea y que teme su hora sobre el escenario. Y luego no se escucha más.  Es un cuento contado por un idiota, lleno de sonidos y furia, sin ningún significado
 Por último, el relativista reduce la validez a la vigencia: son válidas para cada cultura —y sólo para ella—  las normas  que la mayoría  cree que deben cumplirse, aunque de hecho no las cumpla. No hay normas válidas universalmente.
 Escepticismo, relativismo y nihilismo son las musas inspiradoras  del ethos occidental postmoderno: cinismo desengañado y vacío espiritual.
 Si todo quedara en dar cuenta del hecho de la variedad de opiniones  o del ocaso de los valores morales, la cosa no sería preocupante, porque ni los hechos ni  las modas culturales crean la verdad y puede esperarse que algún día esos valores  vuelvan a ser respetados y considerados como válidos para el universo del género humano. Pero estas formas de pensar —afirman—no es meramente una cuestión de hecho, sino que obedece a la naturaleza de las cosas, más precisamente, al tenor de los juicios morales. Este es el punto crucial. Para estas personas lo esencial no es que de hecho asistimos al ocaso y la banalización de los valores morales, sino que no puede ser de otra manera. Por consiguiente, lo más sensato  —dicen— es adscribirse a un sano escepticismo o, por lo menos, a un lúcido relativismo, aunque suene paradójico.
 ¿En qué se fundamentan para afirmar  la coherencia de sus posturas?
 Ninguna de ellas representa una postura de avanzada, más bien significa  retroceder a una antigua manera de entender lo moral. En efecto, fueron los sofistas de la Grecia antigua los que inauguraron esta tradición. Desecharon la idea de que existan cualidades morales objetivas que califiquen  a las personas y que, por ende,  puedan ser objeto de conocimiento racional, como lo enseñaba Sócrates. Lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo son sólo productos del convencionalismo social y del parecer de cada uno.
Heredera de esa tradición, en el siglo XX  la filosofía analítica ha hecho resucitar la idea de que las palabras y enunciados  morales no dicen nada sobre la realidad objetiva sino que sólo expresan estados de ánimo del sujeto.   
 En consecuencia,  los juicios morales  no pueden ser  verdaderos ni falsos  —y por lo tanto válidos para todos— porque no son verificables. Sólo expresan sentimientos, actitudes y emociones del sujeto que emite el juicio, estados que están afectados por diversos factores, ninguno de los cuales es idéntico a los que afectan a otros sujetos.
 Por ejemplo, según esta postura el enunciado “matar es malo” no es  verdadero ni falso, sino un enunciado  que en boca de determinado individuo expresa el rechazo   que siente por la acción de matar. Puede pensarse con toda razón que debe de haber sujetos a quienes el matar le caiga fantástico sin que  implique para ellos algún problema de conciencia. Se sigue de esto que, si matar o no matar depende del sentimiento de cada uno, nadie puede ser juzgado por hacerlo o dejar de hacerlo ya que sobre gustos no hay disputa.
 Otro ejemplo: ¿Abortar es bueno o es malo?  Estas personas contestarían que no es ni bueno ni malo en sí o que es tanto bueno como malo, pero no objetivamente ni lo uno ni lo otro. Ninguna de las alternativas tiene fundamento, de modo que la mujer tiene que optar según su sensibilidad, a solas con su libertad  Que si la mujer que se lo plantea  lo siente como aceptable, abortar está bien para ella, es decir, concuerda con su sentido moral; si, en cambio, lo siente como detestable, abortar está mal. El planteo de si está bien objetivamente o no, no tiene sentido en esta manera de entender los juicios morales.  No hay hechos ni verdades morales. No hay personas malas ni buenas, ni acciones malas ni buenas. Sólo hay personas auténticas o inauténticas y que son juzgadas por otros sin razón como malas o como buenas según la sensibilidad de cada uno.
 Resumiendo: El argumento que sostiene la postura de escépticos, nihilistas y relativistas morales  es la tesis de que bondad y maldad no son valores objetivos de los actos humanos —los cuales serían moralmente indiferentes—, sino que bondad y maldad son valoraciones del sujeto acerca de las personas y sus acciones. Desde este punto de vista, el hecho de la dispersión de pareceres  es perfectamente lógico.
Si esto fuera así, se justificarían  sus opiniones y seríamos unos ilusos lo que creemos en los valores morales. Nos asiste el derecho de preguntarnos:¿Es así?
Veamos.
Antes que nada debo decir que no estoy de acuerdo con el postulado de los sofistas. Mi propio postulado es que los juicios morales se refieren a realidades objetivas presentes en las personas y en sus acciones y que en consecuencia hay juicios morales verdaderos y falsos. Y que como tales son válidos para todos, aunque puede suceder que haya sujetos que no alcancen  a verlo claramente.
Abusando de tu paciencia,  voy a tratar de explicarlo.
Los actos humanos son acciones  libres y concientes. Por experiencia interna y externa nos consta que esta clase de acciones tienen existencia en la vida real. Como somos nosotros mismos los que las producimos, y porque lo decidimos libremente nos sabemos  responsables de implantarlos en la realidad y de las consecuencias que acarrean para los demás y para nosotros mismos. La realidad se vuelve más penosa o más agradable en mayor o menor medida gracias al tenor de nuestras acciones. No da lo mismo para la vida humana en el planeta que todos arrojemos nuestros desechos a la calle contaminando el ambiente y perjudicando a todo el mundo  o que los dirijamos a donde no perjudiquen a los demás. No es lo mismo para la vida humana que todos nos dediquemos a la rapiña o que nos ganemos el pan con el sudor de la frente. Quiero decir, las acciones humanas son cosas reales y sus efectos benéficos o perjudiciales para la vida son también reales. La realidad se ensucia y la vida se vuelve más corta y miserable.
La acción deliberada y dirigida a  beneficiar la vida porta un valor que cualquier ser humano reconoce y aplaude: el valor moral o, si se quiere, la bondad. Así mismo, la acción humana que perjudica a la vida porta un antivalor que todo el mundo reprueba: la inmoralidad o  la maldad.
El valor moral es tan real como la acción que califica. Bondad o maldad de las acciones humanas no son entelequias o fantasías: son realidades operantes en la vida real, tanto que crean un mundo feliz o un mundo infernal.
Cuando falta la bondad en los seres humanos y sus acciones, se siente su ausencia  y se sufre la presencia de la maldad. Cuando las acciones humanas están llenas de maldad en todas sus formas, la vida se vuelve insoportable y se “clama al cielo” por una liberación. Tanta es la consistencia del mal moral que hasta se lo ha imaginado como un ángel de las tinieblas, como un semidiós  que atribula a los hombres y busca su desgracia. El horror que sentimos ante las acciones perversas no son más que la confirmación de la cuasi sustantividad del mal moral.
El valor moral —como todas las clases de valores— es una cualidad objetiva  que se manifiesta en el encuentro de la realidad con el sujeto. El ser humano no crea el valor, sólo lo siente, como el ojo no crea la luz. No todos los seres humanos tienen la misma capacidad de visión ni todos la misma sensibilidad para los valores. Por eso se dan diversas opiniones frente al valor moral de las acciones humanas y parece que fuera relativo El valor negativo de “matar” es invariable; lo que varía es la conciencia de los hombres y la imputabilidad de tal acción debido a las circunstancias. El ciego no ve no porque no exista la luz, sino porque a él le falta sensibilidad. Creo que a escépticos, nihilistas y relativistas les pasa algo semejante, con todo respeto.
Gracias por tu amable atención
                                                                                          Raul Czejer