Una invitación a ver la vida con optimismo, responsabilidad y sentido trascendente -comoquiera se entienda esta palabra- a la vista de la realidad cotidiana:verdad y falsedad, justicia y opresión, encuentro y desencuentro.
viernes, 11 de enero de 2013
Ideales, ¡go home!
"Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino
la indiferencia de los buenos” Martin Luther King
Un día de esos en que lo inspiraban la
genialidad y el delirio, Nietzsche proclamó la muerte de Dios a manos de los
hombres y desató una caza de brujas que aún perdura. “Mueran los ideales. Viva
el mundo real”, fue su lema y su programa. A la cabeza de una horda de
abolladores de quimeras, no dejó títere
con cabeza y abolió el mundo del más
allá, decretando que la única realidad es el mundo y la vida del más acá.
El “efecto Nietzsche” produjo una legión de
corifeos que se dio a repetir sus ideas interpretándolas y aplicándolas como se
le ocurría a cada uno y según su conveniencia. Uno tras otro fueron cayendo los
ídolos con pies de barro con que se había ilusionado la modernidad que
suplantaría al dios ya muerto: la patria, la ciencia, el progreso, la revolución,
el socialismo, la democracia, la justicia, el deber, los principios, los
derechos humanos…Hoy se ha acabado la orgía deconstructora y ya no queda nada
en pie. Ya no hay ideales que justifiquen la vida y los hombres se
encuentraninmersos en un nihilismo sin
precedentes. ¿Cómo hacer, entonces, para ser feliz, si ya no hay nada que
valorice la vida?
Antes de que apareciera el “loco de Turín”blandiendosu martillo deconstructor, los hombres se ilusionaban con un mundo
perfecto en el que no existirían las fealdades que hallamos en el mundo real y
en nombre de tal mundo perfecto condenaban la vida presente como rastrera e
indigna del hombre y la sacrificaban en su honor. Pero llegó Nietzsche e
instaló una nueva ilusión: Vivir la eternidad en esta vida.
“La vida tiene valor en sí misma y no necesita
nada de fuera de ella para justificarse”, nos diría Herr Nietzsche. Hay que
amar la vida como es. “Amar también lo feo, porque lo feo es necesario y es
parte de la vida real”, decía, y rechazaba todo juicio peyorativo sobre la
realidad emitido desde un punto de vista ideal.
Siguiendo las huellas del profeta de Turín,
André Compte Sponville nos aconseja “Esperar un poco menos, amar un poco más”: Amar
la realidad tal como es en el momento
actual, sin añorarparaísos perdidos ni
desear mundos mejores.Porque la nostalgia de lo que ya no es y el
anhelo de lo que aún no es nos dispersa en el tiempo y nos impide concentrarnos
en vivir a fondo lo que tenemos entre manos, que es sólo la realidad presente,
con sus luces y sombras.
“La vida es eso que pasa a nuestro lado
mientras estamos ocupados en otra cosa”, decía John Lennon. ¿Qué será esa “otra cosa”? Es estar ocupado en
luchar por utopías. Es negar la vida real en función de paraísos soñados. Es
despreciar y rechazar la vida tal como es, con sus fealdades y miserias y
aspirar a conjeturales nuevos cielos y nuevas tierras.
¿Suena
lindo, no? Pero sospecho que la serpiente acecha bajo las palabras bonitas.
¿Cómo le caería el consejo de amar la realidad
tal como es a aquel que padece hambre y miseria? Tal vez nos diría “Vení vos y
ponete en mi lugar. Después me contás si seguís pensando lo mismo”. No creo que
ni Compte Sponville, ni Nietzsche, ni Lennon, ni los antiguos estoicos
aceptarían dejar sus cómodas posiciones de burgueses satisfechos para abrazarse
con amor al espanto de la indigencia.
¿Qué habría pasado con la humanidad si desde su
aparición se hubiera ajustado al principio de amar la realidad tal como es? Se
me hace que todavía viviríamos en las cavernas y de la caza y la pesca. Porque todas las mejoras en las condiciones de
vida de la humanidad fueron anticipadas por la imaginación y el deseo de un
mundo mejor y realizadas por los hombres capaces de sacrificio por el porvenir.
Para vivir de la agricultura y dejarse de deambular de aquí para allá hubo que
aprender a transformar la realidad insatisfactoria y a tener esperanza en que
el futuro daría sus frutos. “Cuando siembra el hombre va llorando pero canta
cuando recoge la cosecha”, leemos en los salmos de la Biblia. Llora porque no sabe
cuál va ser el resultado de su sacrificio, pero tiene fe en la naturaleza de las
cosas y espera la recompensa por haber creído en el futuro.
Se me ocurre conjeturar, entonces, que la prédica postmoderna de amar la realidad
tal como es obedece al propósito inconfesado de desarmar los espíritus a fin de
que cesen los reclamos, los conflictos, las exigencias, las indignaciones y
acepte cada uno con alegría la suerte que le ha tocado.
O tal vez los espíritus se han desarmado por su
cuenta y lo que hacen los corifeos del postmodernismo es sólo levantar acta de
lo que pasa en nuestra sociedad decadente y presentarlo como lo que debe ser.
Dirían: “La gente ya no cree ni aspira a
mundos mejores, y es bueno que así sea, porque serán más felices”.
Si es verdad que la gente se ha bajado de los
grandes relatos y sólose dedica a
disfrutar la vida, ello se debe a lasdecepciones que le han propinado esos mismos relatos. Pero eso no significa que
todo relato deba ser decepcionante. La causa de la libertad y la felicidad de
los seres humanos siempre será justificadora de una vida dedicada a promoverla,
porque corresponde al deseo básico de todo ser humano. Pero la libertad y la
felicidad no se consiguen con el abandono de las causas nobles, porque así la
vida se queda sin sentido, y no es posible levantar el sinsentido mediante el
mero disfrute de las cosas lindas y la
resignación ante las feas.
Creo que esta valoración absoluta de la vida
tal como es significa otro ídolo con pies de barro que viene a reemplazar a los
valores derrumbados. Es sólo una nueva quimera. Porque la realidad es
totalmente insatisfactoria, salvo en unos pocos momentos de felicidad en que
parece que se abrieran las puertas del cielo. No por nada los hombres de todos
los tiempos aspiraron a un mundo mejor, en el más acá o en el más allá. Los que
creemos que debe ser en el más acá y en el más allá lo hacemos en vista de la radical finitud
del mundo y de la historia que no puede satisfacer la natural aspiración al infinito que alienta el corazón del ser humano.
Está reconocido por la filosofía de la
existencia que el hombre es esencialmente un deber que se cumple necesariamente. Ese deber consiste en crear un
mundo cada vez más humano mediante la realización histórica de los valores
trascendentes. Si por su decisión deja de hacerlo y se dedica a disfrutar la
vida, crea de todos modos un mundo, pero inhumano, porque deja que reine la
opresión o que los niños se mueran de hambre u otras canalladas por el estilo.
Si el hombre es esencialmente un deber, es
inmoralque pretenda vivir encerrado en
la realidad factual aceptándola tal como es, porque el deber del hombre es
hacer que algo valioso suceda en el mundo. Si se encierra en la realidad, deja
de lado su humanidad y se convierte en un cerdo contento con su chiquero.
Me parece que la propuesta de aceptar la
realidad tal como es se puede dar la mano con aquellos que dicen que la
historia se terminó. Ambas miradas son sospechosas de promover la aceptación
del estado de cosas flagrantemente injusto que significa la civilización
capitalista.
“El mundo que tenemos es el mejor de los mundos
posibles”, decía Leibniz. ¿Para qué andar imaginando cambios? Todo cambio sería
para peor.
Yo prefiero seguir el consejo de Francisco de
Asís: “Dame resignación para aceptar las cosas que no se pueden cambiar, valor
para cambiar las que se deben cambiar y sabiduría para distinguir unas de
otras”.
Gracias por tu amable atención.
Raúl Czejer
"Yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles", dice Antonio Machado. Su amor a los mundos ideales lo alentó a comprometerse con la lucha por el cambio de la realidad.
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