lunes, 31 de diciembre de 2012

Vivir el futuro






Y detener cada momento, parar el sol, parar el viento, vivir aquí la eternidad.
           Georges Moustaki :   Canción “Le meteque” (versión en español)

Desventurado aquel que se inquieta siempre por el porvenir
         Séneca : Ensayo “De la brevedad de la vida”

Carpe diem quam minimum credula postero
          Horacio : Poema “Carpe diem”

"Vive la vida de tal suerte que viva quede en la muerte"
                     Teresa de Jesús

 Desde que Horacio lanzó a rodar la frase “carpe diem” ésta se viene repitiendo siglo tras siglo, interpretada de distintas maneras según los contextos culturales. En nuestro siglo ha vuelto a tener vigencia, formando parte de lo que se ha dado en llamar “mentalidad postmoderna”.

 
En su poema Horacio nos aconsejaba que no pretendamos saber el tiempo de vida que nos resta, pues ello es imposible. Más sabio es aprovechar cada momento del poco o mucho tiempo que nos otorgue el destino,  viviendo cada día fugitivo como el último, limitando nuestra esperanza al breve lapso de la vida y sin confiar nada al incierto mañana.

 Dicho de otro modo: No sacrifiques el presente en aras del mañana, porque el mañana es incierto y puede que  no  haya tal mañana o que nunca suceda lo que esperas, o deseas, o temes.

Horacio parafraseaba con palabras poéticas el consejo que estoicos y epicúreos —desde perspectivas distintas— venían enseñando desde hacía dos o tres  siglos y que él había aprendido durante su educación en Grecia.

 ¿Pero qué quiere decir Horacio con eso de “carpe diem”?

Según lo veo, caben dos interpretaciones. Por lo general se ha entendido la palabra “diem” como referida al día que estamos viviendo y “mañana”, a los días venideros.  Pero es posible otra mirada. A ver si lo puedo explicar.

“Diem” también puede referirse a la vida presente, en contraposición a una hipotética vida futura posterior a la muerte —en la que creemos muchos, por diversas razones. Desde esta perspectiva, “carpe diem” significaría “aprovecha la vida presente y no confíes nada a una incierta vida posterior”. En otras palabras: no sacrifiques nada de la única vida que tienes en manos en aras de una conjetural que vendría después de la muerte.

 Esta interpretación parece plausible si tenemos en cuenta el consejo del poema a que limitemos nuestra esperanza al breve lapso de la vida. Por otra parte, la filosofía de la finitud de la existencia que Horacio profesaba, en la que  había sido formado por los epicúreos en Grecia, nos autoriza a pensar que el poeta se estaba refiriendo a la vida terrenal —la única en la que él creía— y no al mero día presente.

 Permíteme un breve comentario sobre cada una de estas dos interpretaciones.

Si la entendemos de la primera forma, la frase es sugerente y tentadora, porque nos invita a vivir cada día de la vida como si fuera  el último, sin  inquietudes ni proyectos para los días venideros que nos distraiga de lo que tenemos entre manos

 Curiosamente el consejo de Horacio concuerda de alguna manera con una de las enseñanzas de Jesús: “No se preocupen por el mañana”, decía el maestro de Galilea.

 Pero uno y otro hablaban desde  mundos espirituales distintos.

 Jesús no se preocupaba por el mañana porque ponía toda su confianza en Dios y sabía que de él sólo le vendría lo mejor. Jesús está convencido de que el futuro es el tiempo de la justicia, que los hombres de buena voluntad van construyendo desde el presente  y que Dios llevará a su plena realización. Por eso no tiene que preocuparse por lo porvenir. Su futuro es el tiempo del triunfo del bien sobre el mal en el mundo definitivo.

 Horacio, en cambio, imbuido del materialismo epicúreo, carece de perspectiva  trascendente y está encerrado en el tiempo actual como única realidad. Nos propone entonces una existencia sin dimensión metafísica, como si fuera una sucesión de vivencias instantáneas que surgen sin razón y se agotan en la nada. El tiempo actual no tiene impacto en el futuro final, porque tal futuro —diría— no existe. Horacio es incapaz de desear un mundo mejor y de vivir para ello, para lo que vendrá o para los que vendrán.

El consejo de Horacio es resbaloso. Si me permites el atrevimiento, diría que es  miserable por su egoísmo, insensato por sus resultados  e inaplicable en el contexto de la vida humana.

Si bien los simples mortales no tenemos conocimiento del futuro,  podemos conjeturar con bastante seguridad lo que nos va a suceder, porque hay males inexorables que nos esperan a la vuelta del camino. Horacio nos diría que no   hagamos  nada  en el presente para prevenir los males que probable o seguramente nos deparará el porvenir. Vivamos la vida hoy, ya que no sabemos si habrá futuro.

¿Es prudente tal modo de pensar?

 Vaya a saber por qué caminos me viene a la mente el relato bíblico de José y su interpretación del sueño de las vacas flacas. En el sueño del faraón José supo ver el futuro, que caería como un ladrón sobre los desprevenidos que se entretenían “cantando al sol” y pudo aconsejar al monarca cómo anticiparse a los males que sobrevendrían. El faraón tuvo fe en la palabra de José  y tomó los recaudos necesarios para conjurar la amenaza que se cernía sobre su pueblo.

 También recuerdo la fábula de la cigarra y la hormiga: Una disfrutaba del día; la otra se preparaba para el mañana incierto, sin importarle  la mirada sardónica de la cigarra postmoderna. Cuando vino la malaria, que siempre llega, a la “piola” se la comieron los piojos y a la “boba” le llegó el momento de cantar y brincar con los amigos.

 La decadente prédica postmoderna ha puesto nuevamente de moda la onda de vivir el presente, vinculándola con la filosofía budista.  Aprovechando este viento de cola, todos los consejeros profesionales y los gurús  del saber vivir la recomiendan a troche y moche como  camino seguro a la felicidad.

 El fenómeno es comprensible si se lo ubica en el contexto de la mentalidad hedonista  y cínica , descreída de todo lo que suene a  metarrelato sacrificial, mentalidad  que se ha generalizado en la sociedad contemporánea.

 Vive tu vida, que es la única que vivirás —predican como si fueran apóstoles de una fe—, y que los que vendrán se las arreglen como puedan. Egoísmo insolidario e irresponsable del hedonista, que vive para su gusto y su placer. Poco serio. No digo más.

Hablemos, mejor, del segundo modo de entender el término “diem”: la vida presente. Aquí caben dos conjeturas: la presente es la única vida que viviremos  versus hay otra vida después que acabe la presente.

 La presente nos consta; la posterior es objeto de fe para muchos seres humanos.

 El consejo de Horacio va a resultar sensato o insensato, según la fe que se tenga en la vida futura.

Si no hubiera tal vida posterior, tendría razón Horacio. ¿Para qué sacrificar nuestra vida en aras de nobles ideales que el tiempo habrá de devorar? Si el tiempo presente no es rescatado por el tiempo definitivo de nada vale el reconocimiento de los hombres al sacrificio de los mártires por la humanidad,  la patria o  la revolución,  porque todas estas cosas y su memoria se extinguen como un dibujo trazado en la arena donde van a morir las olas del mar.
 
Pero es insensato vivir la vida  presente de cualquier manera si este presente impactara en nuestro destino definitivo. Al respecto cabría conjeturar que el tiempo definitivo será el tiempo de la justicia, que de alguna manera pondrá las cosas en su lugar. No habrá sido, entonces, lo mismo ser derecho que torcido, leal que traidor. Como en el cuento, habrá sido inteligente vivir la vida en vistas del futuro e insensato vivirla encerrado en el presente.
 
Auguro para ti un  año 2013 vivido de tal manera que no lo extinga el paso del tiempo
 
Gracias por tu amable atención.
                                                                         Raul Czejer
                                                                                   
                                                  
 
 
 


 

 

 

 

 

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