lunes, 12 de septiembre de 2011

Confianza en sí mismo

                                                           Abordaje
—Hoy tengo que abordarla —pensaba en el cuarto del hotel mientras  se afeitaba la barba crecida por varios días de abandono—. Al pan, pan, y al vino, vino. Basta ya de dilaciones y de medias tintas  —se dijo, sintiendo que había llegado el momento de afrontar la verdad.

Mientras seguía afeitándose cavilaba sobre cómo iba a encarar su discurso. ¿Iría directamente al grano o sería mejor dar un rodeo como para fundamentar su pretensión?

—Será mejor que lo escriba —pensó, después de imaginar variadas formas de encarar su propuesta—, así ordeno y aclaro mis ideas.

Se apresuró a terminar de afeitarse, tomó el cuaderno y el lápiz que siempre llevaba en su portafolios para anotar todo detalle sorprendente  que aconteciera en  las cosas cotidianas y se dispuso a componer su alocución, figurándose que la tenía presente allí, parapetada detrás de su computadora, enfundada en un tailleur gris que acentuaba la severidad de su persona y disimulando la  mirada inquisidora con unas grandes gafas multifocales.

Era un día de verano en Buenos Aires y un vaho de aire cálido y húmedo entraba por la ventana del cuarto. “Viento norte”, decía el pronosticador en la radio.

—¡Uf! ¡El viento de los locos! ¡Lindo día para inspirarse! —se lamentaba para sus adentros. Pero ya estaba decidido y no iba a permitir que un simple detalle climático frustrara su propósito. No había venido para repetir las ceremonias de un deseo secreto que nunca se había atrevido a revelar.

Pero nuevamente lo ganó la vacilación. ¿Qué clase de discurso sería el más apropiado?



—Tal vez me convenga un discurso poético, que cause impacto en sus sentimientos y ablande la dureza de su carácter, así estaría mejor dispuesta para responder positivamente a mi pedido —reflexionaba en voz alta, sin mucho convencimiento. Prontamente desechó la idea: la poesía no era su fuerte. Los intentos en ese terreno habían resultado prosaicos y demasiado intelectuales; hablaban a la cabeza más que al corazón. Además —pensaba— ella no se veía muy permeable a  sentimientos y emociones de modo que era muy difícil que por ese lado lograra el efecto deseado.



—Podría   relatarle una historia que le muestre el por qué de mi propuesta  —se decía, con más dudas que certezas, mientras evaluaba ventajas y desventajas de su idea.

Pero tampoco esta posibilidad le pareció conducente. La narrativa no era su fuerte. Había incursionado tímidamente en el género y escrito algunos relatos breves, pero allí no se sentía a gusto ni lograba decir lo que quería.



—Me parece que lo que me conviene es un discurso retórico, tipo ensayo —concluyó.

Pero debía componer un discurso muy bien fundamentado: Ella estaba  dotada de un pensamiento crítico  implacable, capaz de encontrar contradicciones y de sospechar propósitos inconfesables en las palabras más halagadoras. No sería fácil convencerla.



Mientras cavilaba de esta manera su mente iba entrando en un vértigo de palabras que, imaginaba,  debían entrar en el discurso para que fuera efectivo como el alegato de un buen abogado.

Escribió, escribió y reescribió innumerables páginas que inexorablemente fueron a parar al cesto de los papeles inservibles, mientras el tic-tac del reloj despertador que siempre lo acompañaba en sus viajes iba clausurando el tiempo segundo a segundo. En todos los discursos ensayados y pronto descartados,  un arroyo de palabras anhelantes surgidas de una mente afiebrada corría por las páginas. Ninguno, en su opinión, lograba expresar lo que él quería decirle.

Por fin, con muchas dudas, se decidió por uno.



—¡A la perinola! ¡Se me ha hecho tarde! —se dijo sobresaltado al mirar el reloj—. ¡Si pierdo esta oportunidad me corto las venas! —exageró—. La sabía muy estricta en el cumplimiento de horarios acordados, así que no  podía  permitirse una demora.

Recogió apresuradamente sus papeles, acabó de vestirse y se lanzó a la calle como alma que lleva el diablo. Durante el viaje en   ómnibus hacia el lugar convenido iría releyendo su discurso para aprenderlo casi de memoria. No era cosa de  tropezar en el momento decisivo —se decía.

Las calles con sus veredas, sus tiendas y su gente desfilaban ante sus ojos que miraban sin ver. Absorto en repasar su discurso lo repetía una y otra vez y cada vez que lo hacía encontraba nuevas fallas y debilidades argumentales que le hacían dudar de su eficacia y acrecentaban su inseguridad.

—Seguro que me va vapulear con su dialéctica de hierro y lo único que voy a lograr es que se ría de mí —se decía, mientras el ómnibus se acercaba inexorablemente a destino y crecían sus dudas esquina tras esquina.

Era un día complicado en Buenos Aires: Piquetes, manifestaciones, cortes de calles…todo bajo el sol infernal de un mediodía de enero.

—¡Maldito tránsito! —renegaba con impaciencia—. Así voy a llegar tarde.

De pronto, el ómnibus se detuvo. Como una tromba se adelantó hasta el chofer.

—¿Qué pasa, maestro? ¿Por qué se detiene? —inquirió casi con irritación.

—Sucede que hay un piquete de Quebracho que está cortando la avenida Callao —dijo con resignación el conductor—. Vamos a tener que dar un rodeo.

—¡Maldición! —exclamó con furia—. ¡Sólo esto me faltaba! ¡Me van a hacer llegar tarde!

Se encontraba a sólo cuatro cuadras del lugar del encuentro, de modo  que bajó casi corriendo del ómnibus y así recorrió el trayecto que restaba, jadeando y chorreando sudor a causa del intenso calor del día.

—Voy a llegar tarde, por culpa de esta ciudad  endemoniada, pero tal vez… —se decía, al tiempo que ingresaba al edificio.

Nuevamente lo asaltó la duda.

—¿Subo o no subo? —se preguntaba vacilante—. Mejor me vuelvo y  evito un momento bochornoso… ¡Voy a hacer el ridículo!

Ya estaba por desistir, pero casi por inercia subió al tercer piso. Levantó la mano para llamar a la puerta y en su reloj vio que habían pasado cinco minutos de la hora convenida

—¡Uuu! ¡Estoy llegando tarde! ¡Me va a mandar al carajo! Además estoy todo transpirado, ¿cómo me voy a presentar de esta manera?  ¡Maldito Quebracho!  ¡Justo hoy vienen a cortar la avenida! ¡Si no fuera por ellos habría llegado a tiempo! —protestaba en el colmo de la desesperación.

A pesar de sus temores se animó a entrar. En el recibidor del despacho lo saludó amablemente una señorita que seguramente oficiaría de secretaria.

—Buen día, señor. ¿En qué lo puedo servir?

—Tengo una entrevista con la doctora.

—Bien. En este momento está ocupada. Aguarde, por favor, un segundito.

No quiso sentarse en los cómodos sillones que amoblaban el salón. Estaba demasiado nervioso como para quedarse quieto. Simulando tranquilidad se paseaba por el recibidor observando  los cuadros que adornaban las paredes. Obsesionado en repasar mentalmente  su discurso no veía colores ni formas, mientras sentía que las manos se le humedecían y que la cara le ardía como un carbón encendido, que aumentaba su calor a medida que la aguja del reloj lo acercaba a la hora decisiva. Comenzó a sentir que le faltaba el aire, al tiempo que su corazón se aceleraba como un caballo desbocado. Lo invadió el pánico y acabó perdiendo la poca confianza que le quedaba. Salió sin saludar y se apresuró a  desandar las escaleras como temiendo arrepentirse.

No había llegado a la calle cuando en la puerta del despacho asomó una mujer joven, prolijamente enfundada en un tailleur gris, que preguntó a la secretaria

—Estoy esperando a  un señor que quedó en venir a una entrevista —dijo—. ¿No lo has visto por aquí?

—Sí; estuvo hace un ratito nomás, pero ya se retiró. No dijo por qué.

—¡Qué lástima! Parecía un hombre interesante. Tenía mucho interés en conversar con él…

                                                                                                   Raúl Czejer


"Para vencer un peligro,
salvar de cualquier abismo
-por esperencia lo afirmo-,
más que el sable y que la lanza
suele servir la confianza
que el hombre tiene en sí mismo."

                                                         José Hernández : "Martín Fierro"


             No te rindas

No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma
Aún hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
Porque lo has querido y porque te quiero
Porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron,
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar un canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas
E intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños
Porque cada día es un comienzo nuevo,
Porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.
Mario Benedetti
                                                      



viernes, 9 de septiembre de 2011

Sonreír

 

A pesar de la crudeza de la realidad, sigo creyendo que aún queda oportunidad para la sonrisa.

 

risa-chaplin riendo-bienestar-sonrisa contagiosaEl verdadero alcance de la sonrisa.

Por: En Positivo

En el minuto en que alguien sonríe se activan 17 músculos del rostro, la sonrisa es un reflejo del ser humano que ha trascendido sin importar culturas ni generaciones.
Marianne LaFrance investigó con el fin de conocer cual es el verdadero alcance de la sonrisa.
La licenciada en psicología de la Universidad de Yale de Estados Unidos publicó el libro “ Lip Service: Smiles in life, death, trust, lies, work, memory, sex and politics” (Labios al Servicio: la sonrisa en la vida, muerte, verdad, mentira, trabajo, memoria, sexo y política) en donde intenta descubrir toda la verdad sobre este gesto facial.

La sonrisa es una expresión vital en términos de comunicación.

Según la autora sonreír “puede sacarnos de apuros si nuestro interlocutor nos está demandando algo perentoriamente e incluso, bajar el nivel de animosidad” por lo que, tiene un impacto social determinante para la convivencia. La psicóloga también revela que la sonrisa es un acto de dependencia localista, es decir, depende de la zona geográfica, no en todos los lugares del mundo son igual de propensos a la sonrisa, pero en todos los lugares es reconoce como un gesto de apertura al mundo externo.
El sonreír es el resultado de un conjunto de reacciones que producen bienestar, por ejemplo; La investigación de autora demostró que ver a alguien sonreír es contagioso, el buen ánimo se traspasa, esto se produce entre personas o también con fotografías. Por otra parte, se ha comprobado que el hombre puede fingir la sonrisa, esto nos permite ocultar sensaciones de temor, ira o tristeza. ¿Cómo saber si la sonrisa es genuina o no? Según la autora, por los ojos, los ojos y los músculos de su alrededor son vitales para reconocer una verdadera sonrisa. El movimiento y reacción de estos los ojos sumado a las contracciones musculares reflejan una verdadera sonrisa.
Es imposible replicar una sonrisa genuina, según la autora los cambios corporales, la energía del cuerpo y la secreción de hormonas no se pueden producir apropósito.
Una simple sonrisa ya no es una simple mueca, ahora sabemos que es una herramienta cultural y social que permite compartir sentimientos con el entorno y que puede ser descifrable ante los ojos de cualquier ser humano.
Paz Fonseca.
http://www.enpositivo.com/la-sonrisa-y-el-impacto-social


La sonrisa en nuestra vida


A veces, sonreír es la mejor forma de contribuir a cambiar el mundo. José Luis Cortés
Afortunado el hombre que se ríe de sí mismo, ya que nunca le faltará motivo de diversión. Autor desconocido
Aprende a sonreir a la vida que ella te sonreirá a ti. Autor desconocido
Cada vez que un hombre ríe, añade un par de días a su vida. Curzio Malaparte
Conviene reír sin esperar a ser dichoso, no vaya ser que la muerte nos sorprenda sin haber reído. Jean de La Bruyére
Crecerás el día en que verdaderamente te rías por primera vez de ti mismo. Ethel Barrymore
Cuando uno es joven, sonríe en el vigor de la edad y de la inocencia; cuando se es viejo, en la riqueza de la experiencia. Juan XXIII
¡Cuántos planes para la gloria de Dios han quedado en la nada por la falta de una sonrisa o de una mirada amistosa! Padre Faber
Dios habla y, desde el fondo de sus ojos, él sonríe sobre la tierra. Kahlil Khalil Gibran
Dios me ha hecho reír y todos los que se enteren se reirán también. Gn 21,6
El dar de mala gana es grosería. Nada cuesta añadir una sonrisa. Jean de La Bruyère
El día más irremediablemente perdido es aquel en que uno no se ríe. Nicolás Sebastien Roch Chamfort
El día más perdido de todos es aquel en el que no nos hemos reído. Nicolás Sebastien Roch Chamfort
El hombre que nos hace reir tiene más votos para su propósito que el hombre que nos exige pensar. Malcom de Chazall
El hombre incapaz de reír no solamente es apto para las traiciones, las estratagemas y los fraudes, sino que su vida entera ya es una traición y una estratagema. Thomas Carlyle
El día peor empleado es aquél en que no se ha reído. Nicolás-Sebastien Roch Chamfort
Encuentra el tiempo de pensar, encuentra el tiempo de rezar, encuentra el tiempo de reír. Madre Teresa de Calcuta
Es mejor olvidarse y sonreír que recordar y entristecerse. Cristina Rossetti
Hay sonrisas que hieren como puñales. William Shakespeare
Hay sonrisas que no son de felicidad, sino un modo de llorar con bondad. Gabriela Mistral
Hazles comprender que no tienen en el mundo otro deber que la alegría. Paul Claudel
Huye de los rostros graves y solemnes que jamás se distienden en una sonrisa. Huye de los espíritus susceptibles, que por todo se ofenden. Ricardo León
Irradia tu sonrisa: esa sonrisa tiene muchos trabajos que hacer, ponla al servicio de Dios. Padre Juan García Inza
La capacidad de reír juntos es el amor. Francoise Sagan
La luz de los justos alegremente luce, la lámpara de los malos se apaga. Pr 13, 9.
La persona que no sabe sonreír no debe abrir tienda. Proverbio chino
La raza humana tiene un arma verdaderamente eficaz: la risa. Mark Twain
La revolución del amor comienza con una sonrisa. Sonríe cinco veces al día a quien en realidad no quisieras sonreír. Debes hacerlo por la paz. Beata Madre Teresa de Calcuta
La risa cura, es la obra social más barata y efectiva del mundo. Roberto Pettinato
La risa es el trapo que limpia las telarañas del corazón. Mort Walker
La risa es esa divina merced que Dios sólo al hombre se ha dignado conceder. García Morente
La risa es la distancia más corta entre dos personas. Víctor Borge
La risa es el antídoto del enojo. Juan Francisco de La Harpe
La risa que brota de un corazón alegre tiene mucho más valor y significado que el sermón más largo y profundo. Adolfo Kolping
La risa es un verdadero desintoxicante moral capaz de curar o por lo menos atenuar la mayoría de nuestros males. Y además, no hay ningún peligro si se supera la dosis. Dr. Rubinstein
La risa sirve para poner distancia entre nosotros y algún suceso, lidiar con él y dar vuelta a la hoja. Bob Newhart
La santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con alegría. Madre Teresa de Calcuta
La sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz. Proverbio escocés
La sonrisa del corazón restablece a todo el cuerpo, porque brota del amor, la sanación de los miembros. Alicia Beatriz Angélica Araujo
La sonrisa enriquece a los que la reciben, sin empobrecer a los que la dan. Frank Irving
La sonrisa es como una gota pequeña, pero en esa gotica cabe el mar. Zenaida Bacardí de Argamasilla
La sonrisa es el idioma universal de los hombres inteligentes. Tomás de Iriarte
Lo que deseas conseguir, más fácilmente lo obtendrás con una sonrisa que con la punta de la espada. William Shakespeare
María lleva la sonrisa humana y la alegría celestial, aún allí donde ha entrado el dolor. Santiago Alberione
Más ilumina una sonrisa que mil bombillas. Saetilla carmelitana
Nada hace reír más que la seriedad de la gente seria. V. G. Rossi
No dejes de sonreír... Porque es muy poco el tiempo que te dan para la "alegría" Zenaida Bacardí de Argamasilla
No hay cosas de mayor necedad que la risa necia. Cátulo
No hay ninguna cosa seria que no pueda decirse con una sonrisa. Alejandro Casona.
No hay nada más difícil que saber cuándo uno debe reírse y de lo que se debe reír. Jacinto Benavente
No llores porque ya se terminó, sonríe porque sucedió. Autor desconocido
No permita que nadie venga a usted sin irse mejor y más feliz. Sea la expresión viviente de la bondad de Dios; bondad en su cara, bondad en sus ojos, bondad en su sonrisa. Beata Madre Teresa de Calcuta

No pierdas nunca la sonrisa. La sonrisa es ese algo luminoso con lo que nos asomamos a los demás. Zenaida Bacardí de Argamasilla
Piensa que la vida es un espejo, sonríela y te sonreirá. Autor desconocido
Quien no sabe sonreír, no debe hablar de los beneficios de la sonrisa. Eusebio Gómez Navarro
Quien no sabe sonreír, no es persona seria. Luis Orione
Quienes no saben llorar con todo el corazón, tampoco saben reír. Golda Meir
Quítame el pan, si quieres, quítame el aire, pero no me quites tu risa…Niégame el pan, el aire, la luz, la primavera, pero tu risa nunca porque moriría. Pablo Neruda
Reírse es olvidar. Santos Chocano
Ríe y el mundo reirá contigo; llora y llorarás sólo. Eli Wilcox
Sé constantemente risueño, en la abnegación y la inmolación y Jesús te sonreirá siempre más. San Pío de Pietrelcina
Si alguien está tan cansado que no pueda darte una sonrisa, dale la tuya. Proverbio chino
Si dicen mal de ti con fundamento, corrígete; de lo contrario, échate a reír. Epicteto de Frigia
Si no sabes sonreír, es que no sabes vivir. Phil Bosmans
Para conseguir lo que quieras te valdrá más la sonrisa que la espada. William Shakespeare
Sonreír es querer soñar dentro del otro. Zenaida Bacardí de Argamasilla
Sonríe, a pesar de todo. Steinberg
Sonríe aunque sólo sea una sonrisa triste, porque más triste que la sonrisa triste, es la tristeza de no saber sonreír. Autor desconocido
Sonríe que Jesús te ama, y ama que Jesús sonríe. Alicia Beatriz Angélica Araujo
Toda la gente sonríe en el mismo lenguaje. Morris Mandel
Tu sonrisa puede ser el camino para llevar las almas a la fe. Padre Juan García Inza
Tu sonrisa puede ser el primer paso que lleve al pecador hacia Dios. Padre Juan García Inza
Una gran sonrisa es un bello rostro de gigante. Charles Baudelaire
Una risa vale más que cien lamentos en cualquier parte del mundo. Charles Lamb
Una sonrisa cuesta menos que la corriente eléctrica y da mas luz a la vida. J. A. Razo
Una sonrisa es descanso para la persona cansada, ánimo para la abatida y consuelo para el corazón dolorido. G. Rudaz
Una sonrisa es la semilla que crece en el corazón y florece en los labios. Autor desconocido
Una sonrisa es más barata que la luz eléctrica, pero ilumina lo mismo. Abbé Pierre
Una sonrisa no cuesta nada, pero crea mucho. Enriquece a quien la recibe, sin empobrecer a quien la da. Autor desconocido
 





domingo, 4 de septiembre de 2011

Religión y terror 2

                                                 Dies irae (segunda parte)


La estación estaba ubicada en el centro de un pequeño caserío. En las cercanías del pueblo pastaban algunas vacas lecheras, señal de la presencia de algún tambo.

Más allá de las últimas casas se abría el campo inmenso, surcado por un solo y largo sendero: dos huellas que se perdían en el horizonte. Hacia allá se encaminó el zaino, a la orden de Calixto y sin necesidad de ninguna guía, ya que de todos modos no había otro camino para elegir.

Había llovido el día anterior, de modo que el barrizal que hacía de surco mejor funcionaba de pista de patinaje que de camino. Los cascos del caballo resbalaban cada tanto, lo que aumentaba la fatiga del animal. De pronto, una de las ruedas se encajó en un profundo bache y ya no bastó la buena voluntad del equino; por más que se esforzaba no lograba desatascarla.

—Hay que bajarse a ayudar —dijo Calixto. Se refería naturalmente a nosotros, ya que él permanecía impávido, sentado chicote en mano en el pescante: No correspondía a su condición de conductor bajarse a chapalear el barro —pensé.

—Abajo, muchacho —ordenó el padre Juan, al tiempo que se arremangaba la sotana y los pantalones.

Con el barro hasta los tobillos, uno a cada lado del carro, tirábamos de los rayos de las ruedas para hacerlas girar y salir del pozo en que se encontraban, al tiempo que Calixto azuzaba al caballo. Al cabo de varios intentos, las ruedas se desatascaron y pudimos retornar al charret. En tanto el zaino, que tal vez se había ilusionado con quedarse allí a descansar, no tuvo más remedio que seguir cinchando.

El pueblito con su estación ya se había perdido de vista a nuestras espaldas. Para los cuatro rumbos que se mirara, no se divisaba más que pampa y cielo. Un campo chato y parejo se extendía como un mar, tapizado de flechillas salvajes que se agitaban a impulsos del viento. La ondulación de los pastizales, que se desplazaba por la llanura y se perdía en la inmensidad, me sugerían una imagen de la vida humana, que llega de pronto, pasa y se diluye en la infinitud del tiempo. De carácter soñador, se me ocurrió pensar que ese viaje por la soledad de la pampa y bajo la bóveda del cielo era como una mágica aventura: Alcanzar el cielo transitando por la tierra. No sabía en ese entonces que tamaña empresa es imposible, a la vez que irrenunciable. Con el pasar de los años aprendí que la tierra jamás se junta con el cielo, pero uno, viajero ilusionado hacia la estrella más lejana, persiste, abriendo nuevos y mejores caminos para los que vendrán después a vivir la misma aventura y el mismo fracaso.

Primero fue apenas una sombra en el horizonte, que se fue agrandando a medida que el charret avanzaba por la huella. Poco a poco fue adquiriendo contornos más definidos y lo que a lo lejos parecía una sombra ahora era un bosque en medio de la inmensidad del desierto. Hacia él nos dirigíamos, al paso lento del zaino y en el silencio más absoluto, apenas quebrado por las pisadas del caballo y el crujir de las maderas del carruaje. Allí, en medio de la soledad de la pampa, la arboleda parecía estar fuera del mundo, como un espectro surgido de la nada.

La huella terminaba en un gran portón que hacía de entrada. Tras el portón seguía un sendero bordeado de altísimas casuarinas. El marco del portón era un gran arco en cuya parte superior se podía ver una leyenda que decía: “Deja atrás el mundo y muere a ti mismo, tú que entras”. No logré en ese momento entender su significado, pero me acordé de que Dante Alighieri había imaginado que en la puerta del infierno un cartel recordaba a los condenados: “Lasciate ogni speranza voi ch’intrate”. Me parecía que ambas advertencias tenían una relación que no alcanzaba a entender. Con el tiempo me di cuenta de que, en aquel portón, bien podía figurar la admonición de Dante, para memoria de la perpetua amenaza del castigo eterno.

Calixto nos dejó en la entrada. Según nos dijo, el carro no debía pasar el portón, así que debíamos caminar por la calle de las casuarinas hacia el interior del bosque. No sabía en ese momento a dónde nos conduciría el camino. Anduvimos unos quince minutos, hasta que el monte se abrió dejando ver un claro muy grande y en el centro un edificio. El lugar parecía desierto. A medida que nos acercábamos a la casa, comencé a escuchar una melodía extraña y luego algo así como un canto de ultratumba, en un tono grave y solemne, entonado por un coro de muchísimas voces, todas propias de varones, a juzgar por lo bajo del registro.

— Están cantando el “Dies irae”, en canto gregoriano —me dijo el Padre Juan, que debió ver mi cara de extrañeza—. Hoy es Miércoles de Ceniza —prosiguió—, y cantan esa canción para disponerse a cuarenta días de ayunos y penitencias. La canción les recuerda el día del Juicio Final cuando, con temor y temblor, deberán enfrentar la ira de la justicia de Dios. El “Dies irae” les advierte que deben ver y vivir su vida desde el mirador del Juicio Final; nosotros lo denominamos “de un modo escatológico”. Vivir escatológicamente es vivir como si ya estuviéramos muertos y ante el juicio de Dios.

Yo no alcanzaba a comprender qué tenía que ver la “mirada escatológica” con la vocación de servicio que me había conducido hasta allí. ¿Es que debía aprender a vivir como si estuviera muerto al mundo? ¿Qué podría significar semejante forma de vivir?

Las voces venían de la capilla. Una larga fila de jóvenes, todos varones, se dirigían hacia un sacerdote. Al llegar, éste les hacía una cruz en la frente con un polvo negro mientras les decía “Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris”. El Padre Juan, advirtiendo que yo no sabía aún latín, se encargó de traducírmelas: “Recuerda, hombre, que eres polvo y que al polvo volverás” En ese momento no entendí el significado de esas palabras, pero, por el ambiente de gravedad y hondo recogimiento en que resonaban una y otra vez, me figuré que debían significar algo muy serio. Con el tiempo, comprendí que era así y comencé a vivir escatológicamente, en la espiritualidad del “Dies irae”: con temor y temblor, a la vista de la muerte y del juicio de Dios. Sin saberlo había entrado a recorrer un camino de renuncia al mundo en vista de otro mundo. Me habría de costar mucho esfuerzo abandonar ese camino para encontrar la senda de la verdadera religión.

                                                                                  Raúl Czejer


 La verdadera religión es una relación de amor entre Dios y el hombre, que tiene una única mediación: el amor del hombre por el hombre. A Dios nadie lo ha visto nunca, pero su imagen está presente ante nuestros ojos en forma de ser humano. Religión sin amor a los hombres concretos y singulares es sólo mentira o ilusión.






domingo, 21 de agosto de 2011

Camino a la felicidad




Buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro (Platón)


por En Positivo el Lunes, agosto 8, 2011


¿Sabemos lo que nos motiva?
Cuanto más aprendemos, más evolucionamos. Cada uno de nosotros se encuentra a sí mismo en su propio proceso evolutivo en el que cambian necesidades y motivaciones.
Para la gran mayoría de culturas milenarias, la mariposa representa la metamorfosis. Lo cierto es que la ciencia contemporánea ha comprobado que es el único ser vivo capaz de modificar totalmente su estructura genética. El ADN de la oruga que se envuelve en la crisálida es diferente al de la mariposa que sale de él. De ahí que este proceso natural se haya convertido en el símbolo del cambio y la transformación.

Y entonces, ¿qué es mejor? ¿La oruga, la crisálida o la mariposa? No hay mejor ni peor. Simplemente son diferentes estadios en el camino de la evolución. Y por estadios nos referimos a “las etapas o fases que forman parte de cualquier proceso de desarrollo o transformación”. Lo mismo sucede con la especie humana. Cada uno de nosotros se encuentra en un estadio evolutivo que no es ni mejor ni peor que el del resto de seres humanos.

Como las orugas, estamos llamados a seguir un proceso natural de evolución. Se realiza por medio del aprendizaje que podemos extraer de nuestras experiencias. Consciente o inconscientemente, todos avanzamos a nuestro propio ritmo y siguiendo nuestras propias pautas. Eso sí, muchos solemos quedarnos estancados en alguna fase de este camino de aprendizaje, sin convertirnos en quienes podríamos llegar a ser.

LA ESPIRAL DE LA MADUREZ


“Resistirse al cambio es ir en contra del fluir natural de la vida”
(León Tolstói)


Este proceso evolutivo no tiene nada ver con la edad física, sino con la madurez psicológica. Se sabe de individuos que al llegar a la edad adulta siguen adoptando actitudes y conductas infantiles y adolescentes. Y también de jóvenes que han asumido las riendas de su vida, dejando de culpar a los demás por las consecuencias que tienen sus decisiones y sus actos.

Cuanto menor es nuestra evolución, más egocéntricos, victimistas, ignorantes e inconscientes somos. Y como consecuencia, más sufrimos, luchamos y entramos en conflicto con los demás. Por el contrario, cuanto mayor es nuestra evolución, más altruistas, responsables, sabios y conscientes somos. Y por ende, más felices nos sentimos y mayor es nuestra capacidad de amar y de servir a los demás. A este proceso de cambio se le conoce como “la espiral de la madurez”. En la medida que aprendemos de nuestros errores, vamos avanzando por el camino que nos permite convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.

LA PIRÁMIDE DE MASLOW


“La satisfacción de una necesidad crea otra” (Abraham Maslow)


Según la pirámide de Maslow -creada por el psicólogo humanista Abraham Maslow-, los seres humanos compartimos necesidades que dan lugar a motivaciones. La principal es nuestra necesidad de “supervivencia física”, que incluye motivaciones fisiológicas, de protección y de seguridad. A nivel emocional, también necesitamos mantener “relaciones sociales” con otros seres humanos. En este punto, nuestra motivación consiste en compartir tiempo y espacio con personas cuyas creencias, valores, prioridades y aspiraciones sean similares a las nuestras. Por eso solemos agruparnos en familias, cultivar vínculos de amistad o formar parte de organizaciones sociales, profesionales, políticas, religiosas… Queremos pertenecer a un colectivo con el que sentirnos identificados.

En este sentido, también buscamos ser queridos y aceptados. Está en juego la valoración que los demás tienen de nosotros. Y es precisamente esta necesidad la que nos mueve a diferenciarnos emocionalmente del resto de miembros que componen nuestro grupo social, construyendo nuestra propia personalidad. Y puesto que solemos asociar lo que somos con lo que tenemos, y lo que tenemos con lo que valemos, en general basamos nuestra autoestima en aspectos externos como el estatus, el poder, la riqueza material, el éxito o la belleza.

EL ‘CLIC EVOLUTIVO’


“Las cosas no cambian, cambiamos nosotros”. (Henry David Thoreau)


Todas estas necesidades -de supervivencia física, de relaciones sociales y de valoración- gozan de protagonismo en nuestra existencia cuando nos guiamos por nuestro instinto de conservación físico y emocional. No en vano, la función del egocentrismo es garantizar nuestra preservación como seres humanos. De ahí que nos lleve a fijar el foco de atención en cuestiones externas, orientándonos a saciar nuestro propio interés. Eso sí, en la medida que vamos cubriendo estas necesidades se produce un punto de inflexión. Un clic evolutivo que provoca la aparición de nuevas necesidades y motivaciones. De pronto surge la necesidad de autoconocimiento. Principalmente porque intuimos que más allá de nuestro falso concepto de identidad -la máscara creada con las creencias con las que hemos sido condicionados por la sociedad- podemos reconectar con nuestra esencia.

En base a esta nueva necesidad, nuestra mayor motivación consiste en orientarnos a la transformación. De ahí que empecemos a centrar la mirada en nuestro interior. Así comprendemos que nuestra autoestima no tiene nada que ver con los aspectos externos, sino con la valoración que tenemos de nosotros mismos. Al respetarnos y amarnos, comenzamos a cultivar una serie de fortalezas como la humildad, la confianza y la libertad. El signo más evidente de que vivimos desde nuestra verdadera esencia es que ya no dependemos de lo que piensen los demás ni perdemos el tiempo alimentando miedos e inseguridades. Confiamos en la vida. La pregunta que aparece es: “¿Para qué estamos aquí?”.

ORIENTACIÓN AL BIEN COMÚN


“Buscando el bien de nuestros semejantes encontramos el nuestro” (Platón)


Con la finalidad de encontrar nuestro lugar en el mundo, iniciamos una búsqueda personal que nos abre las puertas a lo desconocido. De pronto sentimos la necesidad de entrenar el músculo del altruismo, encaminando nuestra existencia hacia el bien común. Así es como surge la motivación de trascendencia. Ya no pensamos en términos de empleo o de carrera profesional. Lo que buscamos es alinearnos con una misión que vaya más allá de nosotros mismos.

Al habernos resuelto emocionalmente, ya no nos movemos desde la carencia, sino desde la abundancia. Y esta nos inspira a entrar en la vida de los demás con vocación de servicio. Nuestra motivación es ser útiles. Así comprendemos que nosotros no somos lo más importante, sino lo que ocurre a través nuestro. Es entonces cuando amamos lo que hacemos y hacemos lo que amamos. En este estadio evolutivo surge la última de las necesidades humanas: la de unidad. Ya no solo aceptamos y respetamos al resto de seres humanos tal y como son, sino que extendemos este respeto a la naturaleza y al resto de seres vivos. Si bien pensamos de forma global, actuamos localmente. Por medio de esta conciencia ecológica hacemos lo posible para que nuestro paso por la vida deje tras de sí una huella útil, amorosa y sostenible.

El valor de un ser humano
Un joven discípulo preguntó a su maestro: “¿Cuál es el valor de un ser humano?”. El sabio sacó un diamante del bolsillo y le dijo: “Ofrece esta piedra a diferentes comerciantes del mercado y me cuentas qué tal te ha ido”. Primero entró en una frutería, y el frutero le dijo: “Te lo cambio por un racimo de uvas”. Más tarde, un carpintero le dijo: “Te ofrezco tres trozos de madera”. Fue a una bisutería, donde le cambiarían cien monedas de oro. Y finalmente, el discípulo visitó la mejor joyería de la ciudad. El joyero afirmó: “Me encantaría poder comprártelo. Pero este diamante es tan valioso que no tiene precio”.

El joven regresó con la piedra preciosa y le explicó a su maestro lo que le acababa de ocurrir. Sonriente, el sabio concluyó: “Al igual que sucede con esta piedra, para el que sabe ver, el valor de un ser humano es inconmensurable”.

Borja Vilaseca.
Fuente: El País Semanal



Desiderata (Max Ehrmann)


Anda plácidamente entre el ruido y la
prisa, y recuerda que paz puede haber en el
silencio. Vive en buenos términos con todas
las personas, todo lo que puedas sin rendirte.
Di tu verdad tranquila y claramente; escucha a
los demás, incluso al aburrido y al ignorante,
ellos también tienen su historia. Evita las
personas ruidosas y agresivas, sin vejaciones al
espíritu. Si te comparas con otros puedes
volverte vanidoso y amargo porque siempre
habrá personas más grandes y más pequeñas
que tú. Disfruta de tus logros así como de tus
planes. Mantén el interés en tu propia carrera,
aunque sea humilde; es una verdadera posesión
en las cambiantes fortunas del tiempo.
Usa la precaución en tus negocios porque el
mundo está lleno de trampas. Pero no por eso
te ciegues a la virtud que pueda existir; mucha
gente lucha por altos ideales y en todas partes
la vida está llena de heroísmo. Se tú mismo.
Especialmente no finjas afectos. Tampoco
seas cínico respecto del amor; porque frente a
toda aridez y desencanto el amor es perenne
como la hierba. Recoge mansamente el consejo
de los años, renunciando graciosamente a
las cosas de juventud. Nutre tu fuerza espiritual
para que te proteja en la desgracia repentina.
Pero no te angusties con fantasías.
Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad.
Junto con una sana disciplina, se amable contigo
mismo. Tú eres una criatura del universo, no
menos que los árboles y las estrellas; tú tienes
derecho a estar aquí. Y te resulte evidente o no,
sin duda el universo se desenvuelve como debe.
Por lo tanto, mantente en paz con Dios, de
cualquier modo que lo concibas y cualesquiera
sean tus trabajos y aspiraciones, mantén, en la
ruidosa confusión, paz con tu alma. Con todas
sus farsas, trabajos y sueños rotos, este sigue
siendo un mundo hermoso. Ten cuidado.
Esfuérzate en ser feliz.
 

 
Gracias a Grupo Educativo Presencias. Buenos Aires

miércoles, 17 de agosto de 2011

Sueños de libertad

                                                 
                                    
La libertad en el bote de la basura

Dejó a un costado el libro que había estado leyendo bajo un sauce llorón poblado de trinos, en una isla lejana del Delta, casi llegando a los Bajos del Temor, donde sólo los pescadores más audaces se atreven a adentrarse en sus aguas. Solía ir a esa isla cuando quería desprenderse del ajetreo de la ciudad para concentrarse en la lectura  de algún escritor que le ayudara a entender el significado de lo que estaba aconteciendo. Allí, en esa quietud que dejaba oír el rumor del agua, tenía la oportunidad de pensar.

Acababa de leer  “El crepúsculo del deber” y estaba deslumbrado. ¡Al fin se sentía liberado de la tiranía de la obligación!

—¿Por qué tengo que vivir regido por reglas? ¿No es la libertad mi condición y tarea esencial? —se preguntaba, sabiendo ya la respuesta.

Sintiéndose desligado de lo que juzgó como prejuicio moralista, decidió vivir como se le daba la gana. Y como hacía calor y le molestaba la ropa, se la quitó y la colgó de la rama de un ceibo, como proclama de libertad. Así, totalmente desnudo, se sintió una parte más de la naturaleza. Tal era su contento que se puso a  brincar como un cabrito.

El ruido de  un motor lo sacó de su sueño de libertad. Era la lancha de la Prefectura

—Señor —le decía alguien por un altavoz—, usted no puede andar desnudo; va contra la ley. Por favor, vístase.

Pero Ambrosio no estaba dispuesto a volver a sujetarse a órdenes y prohibiciones, así que  lo vistieron a la fuerza y fue a dar con su humanidad a la cárcel, acusado de exhibiciones obscenas. Allí volvió a desvestirse, protestando que él era libre de andar como se le ocurriera. No hubo más remedio que atarle las manos tras la espalda.

Llevado ante el juez, alegó que podía hacer y decir lo que quisiese, porque para eso era libre. Que en ese mismo momento se le estaba ocurriendo decir que usted, señor juez, tiene una cara de orto que se cae de madura, que esa es mi verdad y no tengo por qué ocultarla, y por eso se la estoy diciendo sinceramente y con todo respeto, sabiendo que con la verdad no ofendo ni temo.

Condenado  por exhibicionismo y desacato,  Ambrosio meditaba  las razones que lo habían llevado a esa situación.                                                                              .

—¿Qué delito he cometido? —se preguntaba—. ¿No es que ser humano es ser libre? Yo sólo he pretendido vivir como tal y me han reducido a la condición de fiera enjaulada. ¿O es que la libertad es puro cuento? ¿En qué me equivoqué?

Como tenía todo el tiempo del mundo a su disposición, se propuso leer qué habían pensado otros hombres sobre el tema, a ver si hallaba alguna claridad.

Leyó y leyó, y cada página y cada autor que pasaba más se embrollaba y menos entendía. Las opiniones  se contradecían y parecía que la libertad quedaba reducida a
una quimera. No alcanzaba a ver la salida de su laberinto por más que se pasara las horas cavilando. Pensó, entonces, que la libertad tal vez no existía y que sólo se trataba de una bella ilusión propia de tiempos en que no se tenía conciencia del límite. Se fue haciendo a la idea de que la libertad humana se resiente de cierta impotencia, por lo que la bandera de la independencia absoluta no tenía sentido y debía ser abandonada como emblema de una empresa descabellada: Eran tantas las influencias que sufría el sujeto que pretender determinarse en forma totalmente libre parecía una locura.
En una página de Internet había leído que uno mismo pulsa las cuerdas de su vida, pero sospechaba que se trataba de una ilusión y que en realidad uno es interpretado por quién sabe quien y vaya uno a saber según qué partitura.

No estaba solo en su celda. Compartía el reducido espacio que le tocó en suerte con dos hombres: Uno ya entrado en años que pasaba las interminables horas de prisión leyendo gruesos volúmenes que le prestaban en la biblioteca. El otro, más joven, tirado en la cucheta dormía la mayor parte del tiempo, o parecía que dormía. Respondía al nombre de Aurelio y estaba preso por sabotear la antena de televisión que una empresa de cable había levantado en el pueblo. Ambrosio observó que el más viejo tenía entre manos un libro  cuyo título le llamó la atención: “Poder y libertad en la sociedad postmoderna”. Y que sobre el banco había dejado otro, que decía en su tapa: “Poder y contrapoder en la era global”.  Le pareció que el asunto tenía que ver con su problema y que tal vez su compañero lo podría ayudar. “El diablo sabe por diablo…”, se decía como para justificarse.

—Perdone que lo interrumpa, don Anastasio —tal era el nombre del viejo—. Veo que está interesado en el tema  de la libertad en relación con el poder. Si no es molestia, me gustaría conversar sobre ese  asunto.

—Descuide. Vea, mi amigo —dijo el viejo con tranquilidad—, en cuestión de libertad y de poder hay mucho discutido  pero muy  poco acordado. Yo solamente puedo darle mi opinión. ¿Y por qué le interesa el tema?

—Mire, para ser preciso voy a referirle brevemente los motivos de mi condena.

Ambrosio contó entonces cómo había llegado a la situación en que se encontraba, mientras el viejo lo escuchaba con toda atención. Cuando concluyó el relato, Anastasio carraspeó,  limpió sus anteojos mientras  pensaba una respuesta y dijo, como dictando una sentencia:

—Por lo que usted me contó de su condena, yo creo que está preso por trasnochado, pelotudo y salame

—¡No le permito! —vociferó Ambrosio, irguiéndose y blandiendo la banqueta con la evidente intención de desarmarla contra la testa calva del viejo.

 —¡Espere, espere! Antes de tirarme la banqueta por la cabeza, escuche mis razones; me complacería que lo discutamos. ¡No sea tan cabrero, caramba! Si no le caen bien  esas palabras  lo puedo  llamar romántico, pusilánime e ingenuo, que suena más lindo.

—Tampoco me tome el pelo —protestó Ambrosio.

—Si a usted le parece,  yo le haré algunas preguntas como para empezar la charla, y luego veremos qué va saliendo —propuso el viejo en tono conciliatorio.

—Bueno, bueno —respondió Ambrosio con la expectativa de aclarar sus ideas, volviendo a sentarse y aguantando estoicamente los calificativos.

—Dígame, don Ambrosio, ¿para qué quiere ser libre?

—¿Cómo para qué? Para vivir como un ser humano, no como un animal —contestó Ambrosio, casi con fastidio.

—Según algunos, la libertad es como una maldición para el ser humano, que lo obliga a tener que decidir a cada instante para dónde rumbear; piensan que viviríamos mejor si todo ya estuviera decidido. No experimentaríamos la angustia ante el riesgo de equivocarnos ni nos imputarían los errores.

—Pero en ese caso seríamos como autómatas programados desde el inicio hasta el fin.

—¿Pero usted está seguro de que viviendo libre va ser más feliz?

—¿Y usted cree que viviendo como un animal va a ser más feliz? —retrucó Ambrosio.

—Los animales parecen estar muy satisfechos en su corral. Y la mayoría de la gente parece estar conforme con obedecer  sin chistar para evitar  problemas con los que mandan. Siguen el consejo del Viejo Vizcacha: “Hacete amigo del juez, no le des de que quejarse”.

—¿Cómo pueden sentirse felices viviendo en la sumisión?

—Les basta para ser felices con su ración diaria de entretenimiento. La libertad les molesta porque los obliga a pensar. Usted sabe que es más cómodo no pensar y dejar a otros las decisiones.

—Me parece una actitud indigna de un hombre; es comportarse como un títere.

—¡Bravo! Totalmente de acuerdo —exclamó Aurelio, demostrando que no estaba dormido y que seguía la conversación

—Además, se sienten inseguros si los demás también son libres —continuó Anastasio—. Están más tranquilos si hay muchos controles y limitaciones que lo protejan del peligro del otro y de sus propios errores.

—Mire, amigo, yo sigo creyendo que la libertad es el bien más precioso del hombre, aunque nadie más lo crea, y que hay que sacrificarlo todo para conseguirla. Libres, aunque andemos en pelotas, como decía San Martín.

—Pero en tiempos de San Martín todos amaban la libertad y se jugaban por ella, y los que morían por la libertad eran venerados como héroes Hoy debería decir: “Libre, aunque la mayoría de los hombres esté en otra cosa”.

—A mí no me interesa lo que hagan los demás: no quiero ser otra oveja del rebaño.

—Entonces tiene que estar dispuesto a crucificarse por la libertad, ante la mirada indiferente de la gente. Y clavar en su cruz  un cartel que diga: “crucificado y abandonado, pero libre”.

—Yo sigo creyendo que es mejor morir de pie que vivir de rodillas, como dijo alguien.

—Estoy de acuerdo con ésa —terció Aurelio—. Por eso estoy aquí.

—Por suerte o por desgracia, no estará solo en el calvario —continuó Anastasio—. Le pinto una escena imaginaria: ¿Ve ése que está  aquí? Puso su esperanza en la justicia. Aquél otro, creyó en la igualdad. El de más allá, se jugó por la lealtad. ¿Ve aquél de más arriba? Creyó en el amor. La gente, en tanto, mira el espectáculo, menea la cabeza y exclama: “¡Qué ilusos! Veamos si la justicia,  la igualdad,  la lealtad o el amor  vienen a bajarlos de la cruz”

—Como usted dijo, tal vez yo sea un trasnochado que sigue persiguiendo algo que los demás han arrumbado en el desván de los trastos en desuso. Pero es mi naturaleza y no la voy a traicionar a esta altura de mi vida.

—No vaya a creer que yo considere como meras utopías a todos los valores por los que antaño se jugaba la gente. No, no. Por el contrario, creo que todavía quedan causas que defender en el mundo.

—Pero usted dice que ya nadie se juega por una causa

—Así es. Creo que la crítica moderna se ha dedicado tanto a  desencantar el mundo que la gente ya no cree en nada que merezca el sacrificio de la vida. El hombre se ha quedado sin corazón  porque el corazón se quedó sin pasiones ¿Recuerda aquel poemita de Antonio Machado?

“En el corazón tenía la espina de una pasión; logré arrancármela un día: Ya no siento el corazón”

—Pero dígame, don Anastasio, de amores y corazones se habla por todos lados. Hasta hay un día de los enamorados… ¿Cómo dice que el hombre perdió el corazón?

—Tiene razón. Diría entonces que lo ha reducido a una sola dimensión.

—¿Quiere decir que la gente ya no desea otra cosa más allá de lo material y sensible?

—Tal cual. Esta realidad es la que relevan los pensadores actuales y es la que ha desmovilizado a los hombres y los ha reducido a mansos corderos que son llevados al matadero. Es, además, la que conviene al poder global. Y los  románticos utópicos como usted que aún viven persiguiendo  valores ideales están solos como Jesús en la cruz.

—Y usted, ¿dónde se para?, si me permite la pregunta.

—Yo miro lo que pasa y lo lamento, porque también soy un trasnochado; pero tengo la esperanza de que el hombre algún día saldrá de este marasmo y recuperará el corazón. Y de que habrá nuevos cielos por los que jugarse la vida.

—¿Y en qué basa su esperanza, porque el panorama que me pintó es bien sombrío?

—En que muchas personas, cada vez más, se sacrifican por otras personas concretas, que tienen  nombre y apellido, y un dolor o una necesidad. Eso me dice que aún queda un resto de corazón en el ser humano. Ya volverán los valores ideales a ser amados por el hombre.

—Ah, menos mal. Ya estaba creyendo que me había topado con alguien escéptico, cínico y amargado —suspiró  Ambrosio más animado.




La libertad en el barro de la vida

Anastasio quedó un instante pensativo. Se levantó, caminó unos pasos como para desentumecer las piernas, pues ya era un hombre viejo, y volvió a sentarse frente a Ambrosio, que lo miraba con expectación.

—¿Qué es para usted la libertad? —disparó sin anestesia y a quemarropa el viejo.

—La posibilidad de hacer lo que a uno se le da la gana, por supuesto —contestó Ambrosio, muy seguro de sí mismo y sin amilanarse ante la pregunta.

—Bueno, mire, no lo dé por supuesto. Hacer lo que a uno se le da la gana es justamente lo contrario a la libertad. La libertad es algo muy distinto, según mi parecer, que no es compartido por todos, por supuesto —sentenció Anastasio.

—No le comprendo bien. ¿Usted dice que la libertad no es esa facultad de hacer lo que nos dé la gana, sea bueno o sea malo? —preguntó Ambrosio intrigado

—Digo que es contrario a  lo que es el obrar propio del ser humano como distinto de las cosas y de los animales, de cualquier clase.

—Si me lo aclara…—dijo Ambrosio, preguntándose  en secreto: “¿A dónde quiere llegar este viejo? ¿No estará un poco chiflado de tanto leer?”

—Vea, las cosas están preprogramadas de modo que no pueden salirse de allí y los impulsos manejan al animal —continuó Anastasio, con aires de solvencia, aparentando que sabía de qué hablaba

—¿?

—Pero los humanos tenemos la posibilidad de liberarnos del poder de nuestros impulsos y pasiones. Eso es ser libre de nosotros mismos. Es el primer paso en el camino a la libertad.

Vea, don Ambrosio, las cosas obedecen ciega e inexorablemente a su naturaleza. Los humanos, en cambio, somos un bicho raro, porque podemos contrariar a la naturaleza y crear una vida y una historia distintas de las que nos impondría la naturaleza, al menos en parte. Esta capacidad de creación es propiamente la libertad. Es un margen de maniobra que nos permite ser nosotros mismos y crear nuestra propia historia, personal y social, nuestra vida, diría. 

—¿Cómo, por qué medio creamos nuestra vida?

—Por medio de nuestros actos. “Tú vives en tus actos”, dijo alguien.

—A ver si lo entiendo: ¿Con todo lo que hacemos vamos creando nuestra vida?

—No. Sólo con los actos que han nacido de nosotros mismos.

—Bueno, es que todos nuestros actos nacen de nosotros; por eso son “nuestros”.

—¿Usted lo cree? Le pongo un ejemplo extremo, a ver si me explico: Un automovilista borracho atropella y mata a una mujer y a su hijito. ¿Su acto salió de él mismo o de su borrachera? ¿No es un acto estúpido que nació de la estupidez?

—No puedo menos de admitir que nació de su estupidez, porque en esa circunstancia no tenía el control de lo que estaba haciendo.

—Exactamente. Y aquí quería llegar. La libertad individual nos posibilita controlar nuestros actos y dejar salir sólo los que nosotros queremos, pero esta capacidad está muy condicionada, entorpecida o limitada por múltiples factores. En este caso, por el alcohol.

—¿Quiere decir que si no controlamos los actos que realizamos ellos no son propiamente nuestros?

—Tal cual. Y en la medida que no lo hacemos, no vivimos, sino que nos viven

—¿Cómo que “nos” viven?

—Viven otros, los vivillos, usándonos a nosotros como instrumentos, quiero decir, a todo aquel que no es dueño de sus actos. Si me permite un lenguaje vulgar, nos forrean. En el caso del ejemplo, los que promocionan el consumo desmedido de alcohol con la promesa de que en las copas encontraremosla “felicidad”,por decir una palabra abarcadora

—¿A qué se refiere cuando habla de “múltiples factores” que limitarían o impedirían el ejercicio de la libertad?

—Hay factores internos y externos. La ignorancia (por eso alguien dijo “la verdad os hará libres”); los impulsos animales que son propios de nuestra condición de tales; las motivaciones inconcientes; los prejuicios; las pasiones propiamente humanas…Son factores internos, porque obran desde el interior del sujeto. ¿Recuerda la leyenda de Ulises y las Sirenas?

—Sí. Pero, ¿qué tiene que ver con todo esto?

—Ulises sabía que si oían el canto de las sirenas,estaban perdidos; no podrían dominar el impulso de ir hacia ellas aunque supieran que se estrellarían contra las rocas. No quiso renunciar al placer de oirlas, pero tomó las precauciones para cuando su libertad fuera anulada por la pasión.

—¿Cómo es eso de “contrariar a la naturaleza”? La verdad que no lo veo claro

—Mire, le pongo un ejemplo: Usted sabe que en la naturaleza rige la ley de la selección natural, por la que los individuos más aptos sobreviven y los débiles son eliminados, con lo cual la especie se ve fortalecida. Es un mandato natural que rige también para la vida humana. Pero dijimos que el hombre es un bicho raro y es libre de obedecer este mandato o no, según su parecer. Frente a este mandato natural, el hombre tiene la posibilidad de adoptar tres actitudes básicas: O deja al instinto correr, adoptando una conducta indiferente ante los más débiles y contribuyendo a instaurar la cultura del “sálvese quien pueda” —darwinismo social, lo llaman—, o crea una conducta distinta que signifique, o solidaridad con los más débiles, o liquidación de los más débiles. Las tres son distintas creaciones culturales que nacen de que el ser humano excede a la naturaleza.

—¿Usted me está tomando el pelo? ¿Liquidar a los más débiles es también una creación cultural?

—Sí. Es la cultura del genocidio, en la que los fuertes programan, ejecutan o consienten la eliminación de los débiles porque, dicen, degeneran a la humanidad o son un estorbo para la vida feliz. Aunque le parezca increíble, esta cultura existió y existe, defendida por publicitados “pensadores”, institucionalizada en políticas o encarnada en actitudes y comportamientos que se han hecho hábitos, como la discriminación ¿Se acuerda de Hitler? ¿Y de Nietzsche? ¿Se enteró de qué hacían los espartanos con los niños deformes? No sé qué pensará usted, pero ¿el aborto intencional no es algo semejante?

—No sé; al respecto tengo mis dudas. Pero volviendo al tema, dejar correr a la selección natural ¿es también una creación cultural? Parece más bien una animalada…

__Parece, pero véalo de esta manera. Alguien dijo que los seres humanos estamos condenados a ser libres, es decir, a elegir un modo de vida u otro. Pues bien, ante la ley de la selección natural, no podemos no elegir, porque aunque no hiciéramos nada, estaríamos optando por dejar a la naturaleza correr y estaríamos permitiendo que se establezca la cultura de la muerte de los débiles y de su explotación por los más fuertes. Alguien dijo, con razón, “Siempre somos responsables de lo que no tratamos de impedir”

—En ese caso, ¿qué pasaría con los más débiles?

—Abandonados a su suerte, serían esclavizados por los poderosos y no tendrían oportunidad de sobrevivir; quedarían eliminados por selección natural

—¿Cómo es eso?

—El fuerte sobrevive y el débil desaparece. Es dejar en libertad a la prepotencia del “hombre lobo para el hombre” o de las “aves de rapiña” y de la “bestia rubia” que preconizaba Nietzsche

—Parece cruel, ¿no?

—Natural, diría yo. El gato no es cruel porque se coma al ratón. Muchos piensan que hay que dejar correr a la naturaleza, sin interferir, ni para bien ni para mal. Que la naturaleza es sabia. Así, por ejemplo, en economía, hay que dejar que los mercados se conduzcan naturalmente, sin intervenir con políticas “distorsivas”. Si el rico se come al pobre, es ley natural y no hay nada que lamentar.

—Pero dígame, si los ricos se comen a todos los pobres, ¿a quiénes van a aprovechar después?

—No, mi amigo. Los gatos no se comen a todos los ratones. Dejan que siempre haya ratones para cazar. Del mismo modo, los ricos dejan que los pobres tengan un ingreso de subsistencia, para que puedan seguir produciendo para ellos. Los pobres que se mueren, bueno, son daños colaterales.

—Usted mencionó una cultura de la solidaridad, ¿cómo sería eso?

—Contrarrestar a la naturaleza se puede hacer de dos maneras: Obstaculizando o ayudando a la autoconstrucción de sí mismo y de los otros seres humanos.

—No lo veo muy claro…
—Vea, retomemos el ejemplo de la selección natural. Si dejo actuar a la naturaleza, en mí mismo y en los demás, colaboro en crear un mundo en que el pez gordo se come a los peces chicos, pero sin acabar con ellos. Si decido ser más duro que la naturaleza, contribuyo a crear un mundo en que los poderosos explotan o eliminan a los débiles, por pura perversidad. Pero si decido poner un freno a esa tendencia natural, contribuyo a crear un mundo en que, en lugar de que los fuertes se aprovechen de los débiles, los ayuden a vivir su vida con más plenitud.
—¿Cómo se practicaría en concreto ese freno a la selección natural?

—Primero hay que vencerse a sí mismo y luego adquirir la cultura de la solidaridad.

—¿Qué es eso de vencerse a sí mismo?

—Superar nuestro egoísmo y resistir a nuestra prepotencia natural que nos lleva a imponernos al otro, a dominarlo y explotarlo. No es fácil. Como dice el proverbio: “La cabra tira al monte".
Los humanos tendemos a dominar a los demás; ése es el programa ínsito en nuestro ser, que nos impulsa a imponernos a los más débiles. En la naturaleza impera la ley del gallinero: el de más arriba jode al de más abajo. La otra opción es la cultura de la solidaridad.
—¿Cultura de la solidaridad? No me queda claro.

—Ponernos a disposición del otro, sacrificando nuestro egoísmo. Solidario es el que asume la causa del débil como si fuera propia y obra en consecuencia. Es la cultura en que los fuertes se hacen cargo de los débiles.


—Todo eso está bien, pero no veo qué tiene que ver con mi supuesto “atolondramiento” y “pelotudez”

—Lo llamé “atolondrado” porque usted no evaluó las consecuencias de su acción antes de lanzar su exabrupto. Los demás no tienen por qué tolerar sus “ganas”.

—Bueno, bueno, pero lo de “pelotudo” me parece exagerado…

—Mire, sinceramente, si hubiera un campeonato mundial de pelotudos, usted se lo ganaría de punta a punta.

—¡Cómo se atreve! ¡Esto ya pasa de castaño oscuro, carajo!

—Bueno, si no le gusta el término, lo puedo llamar“imbécil”

—¡Mire, me lo fundamenta o aquí nomás lo acogoto!

—Imbécil es el que actúa estúpidamente, es decir con escasa inteligencia. Pues bien, ahora dígame. ¿Actuó usted con inteligencia o arremetió como un bruto, dominado por sus “ganas"
__Tenía ganas de decírselo y se lo dije

__Por eso le dije que usted actuó como un bruto impulsivo. Usted tuvo ganas de enrostrarle al juez el mote de “cara de orto” y lo largó nomás al aire como quien larga un eructo en público, haciendo al magistrado el hazmerreír de todo el tribunal.
—Bueno, visto de esa manera, tiene usted un poco de razón. ¡Pero es que el tipo tenía una cara que no me pude resistir! —exclamó Ambrosio entre risas.

—A eso lo llamo yo ser un impulsivo y falto de libertad: No saber controlarse. Justamente es la libertad es la que nos capacita para controlar nuestros impulsos y no dejarlos salir sin ton ni son

—¿Y por qué me tengo que controlar? ¿No es mejor dejar que las ganas sigan su curso? He leído por ahí que si me reprimo y me reprimo a la larga me enfermo.

—Porque si usted no se controla va a causar daño a otros y éstos se van a ocupar de controlarlo, a las buenas o a las malas. Vea dónde está por no saber contener sus ganas. Imagínese dónde estaría si le hubiese dado ganas de tocarle la cola a la secretaria del tribunal ¡Tal vez en el hospital con el ojo en compota!

—Bueno, la verdad que la mina era un camión; pero no, no se me ocurrió.

—Usted demostró falta de carácter, de personalidad, como se dice. Se dejó manejar por sus ganas. A mi juicio, dejarse manejar es ser un pelotudo, o un sometido, si le ofende menos este término

—¿Es como ser un pollerudo?

—Exacto. Pollerudo es una especie de sometido. Hay muchas formas de ser un sometido, tantas como cosas que nos pueden manejar, internas y externas.

—¡A mí no me maneja nadie! —protestó Ambrosio.

—Mire, mi amigo, se sorprendería de  saber cuántas cosas nos manejan o pretenden hacerlo. Empezando por los medios de comunicación, la publicidad y un largo etcétera.

—Bueno, admito que muchas veces no he sabido dominarme. Pero dígame, ¿por qué me llamó salame? Todavía lo tengo acá, mire —dijo Ambrosio señalando su garguero y con aire de enojado

—Por varias razones, pero no se preocupe, que los salames abundan.

—Estoy de acuerdo. Ejemplo a la vista: Aurelio —dijo el más joven, señalándose a sí mismo.

—Vea, usted se dejó dominar por sus impulsos  —continuó Anastasio— pero se animó a ser independiente ante las normas sociales. Y chocó con el poder. Su independencia molestó a la justicia, que no perdonó su atrevimiento

—¡¿Ve, ve?! Yo no soy ningún sometido, porque me atreví a enfrentar al poder…—exclamó con vehemencia Ambrosio.

—Veamos. Usted se dejó manejar por sus ganas; en ese sentido creo que es un sometido. Por su parte, en relación con el poder, es un atolondrado temerario que no midió con qué fuerzas debía confrontar.

—Bueno, bueno, ya entendí…tampoco exageremos —protestó Ambrosio.

—No se preocupe, que en todas partes se cuecen habas…ya le dije

—¿Para ser libre en la vida social hay que confrontar con el poder? ¿No basta con la propia decisión? —preguntó Ambrosio, ya interesado en el tema.

—¿Nunca escuchó el dicho popular: “El que tiene plata puede hacer lo que quiere” Ergo, el que no tiene plata no puede hacer lo que quiere. Quiero decir: Para rebelarse ante las determinaciones sociales y abrir espacios de libertad hay que tener poder. Si las fuerzas propias son menores, mejor replegarse y negociar.

—Perdóneme, pero  a eso yo lo llamo cobardía.

—Bueno, si usted cree que ir al muere es ser valiente…—dijo el viejo en tono irónico

—No me parece que agachar la cabeza sea digno de un hombre libre —protestó Ambrosio, ofuscado.

—¡Muy bien dicho, macho! —exclamó Aurelio—. No sé quien, pero alguien dijo que los árboles mueren de pie.

—Tiene razón —contestó Anastasio—. Pero no hace falta ir al muere. Puede optar por el camino de la resistencia, que es una forma de rebeldía.

—Ah, eso me gusta. ¿Cómo se hace? —preguntó Ambrosio, interesado

—Obstaculizando al poder injusto por medios tolerados. Usted podría crear un movimiento como “Nudismo Libre”.

—Yo haría  un piquete en la autopista bajo el lema “Pelotas Free”. Es más  glamoroso y divertido —propuso Aurelio

—¡Uh!...pero así pueden pasar mil años y no cambiar nada…—objetó Ambrosio

—Y… sí;  sucede que los que tienen poder  le van a dejar hacer sólo aquello que no amenace sus posiciones de privilegio. “Pueden hacer mil huelgas”, dijo uno que tenía poder—respondió Anastasio.

—¿Entonces son inútiles los movimientos de resistencia? ¡No sea derrotista, che!...

—No si se transforman en masivos. Vea lo que hicieron Gandhi,  Mandela, Luther King y tantos otros, o lo que pasó en Egipto y lo que está pasando actualmente en Europa

—¡Pero entre yo y ellos hay una distancia infinita!

—La falta de confianza en sí mismo es el primer paso en el camino del propio fracaso, leí por ahí

—Prefiero una forma más expeditiva. Gandhi  y Mandela lucharon muchísimos años…Recuerdo a Norma Pla, que luchó por los derechos de los jubilados hasta su muerte sin lograr nada…

—Puede elegir el camino de la revolución y promover la abolición  del dominio y la opresión, en todas sus formas, como quieren los libertarios; pero eso no lo puede hacer
solo. Y no sé si hoy es posible, porque dudo que muchos lo acompañen.  Le sugiero que lea a los anarquistas. Usted quiere ser libre y no podrá serlo si no enfrenta al poder, que es como una hydra de mil cabezas que se cuela en todas las relaciones entre seres humanos.

—Usted lo pinta como que poder y libertad son incompatibles y que en consecuencia hay que eliminar al poder o eliminar la libertad.

—Los libertarios le dirían que hay que eliminar el poder; los totalitarios, que hay que acabar con la libertad. Yo no creo ni una cosa ni la otra. Más bien  creo que al menos el poder político es necesario, aunque sea un mal.

—No me queda claro, disculpe. ¿Es un mal pero es necesario? ¡A mí me parece  que hay que combatir el mal en todas sus formas, qué carajo…!

—¡Aaah, gaucho! ¡Usted sí que es de mi palo! —exclamó Aurelio.

—Creo que es necesario para evitar un mal mayor, o sea, para que la vida social no sea una guerra de todos contra todos y que los poderosos no se aprovechen de los más débiles, por aquello de que “el hombre es lobo para el hombre” —opinó Anastasio.

—Pero puede suceder que el lobo sea precisamente el poder político. Lo hemos visto en muchos países —objetó Ambrosio.

—Es que el poder político que debe estar controlado, como cualquier otra clase de poder, corporativo o individual. No se debe permitir la prepotencia, venga de donde venga.

 —Si tiene que haber poder, ¿qué pinta la libertad en ese caso?...Siempre habrá prohibiciones que nos limitan.

 —Sí; nuestra libertad es siempre incompleta, porque está limitada por los poderes naturales y humanos. Pero  el poder humano, de cualquier clase, tiene que ser puesto en caja para evitar el abuso y la opresión. Hay que controlarlo para que respete la dignidad de la persona. Libertad  y poder se limitan mutuamente.

—Ahí me perdí…perdóneme.

—No hay nada que perdonar, don Ambrosio. Vea, los seres humanos tenemos libertades y derechos inalienables que hacen a nuestra calidad de personas. No se debe permitir que ningún poder ni nadie se extralimite y los anule. Para eso hay que luchar contra la opresión o la ofensa y confrontar con los poderosos y abusadores, poniendo límites a su dominio o impidiendo su extralimitación.

—¿Por qué el poder tiene que limitar la libertad, si la libertad es un derecho inalienable?

—Porque la total libertad termina en abuso de poder, a causa de que las personas generalmente no se autolimitan. Por eso las constituciones suelen decir: “Los habitantes del país gozan de los siguientes derechos, conforme a las leyes que reglamentan su ejercicio”

—¿La libertad de expresión no es uno de esos derechos?

—Sí.

—¿Entonces por qué me condenaron? Me parece que el juez abusó de su poder…

—Porque nuestro espacio de libertad termina donde comienza el territorio de la otra persona, que no puede ser invadido o avasallado. Su libertad de expresión no incluye la
libertad de ofender al juez.  Usted con sus dichos atropelló su honor y su dignidad. Como dijo alguien: “El hombre es sagrado para el hombre”…más allá de que ese señor tiene realmente la cara que usted dice.

—Bueno, admito que en lo del juez yo estuve mal y no tengo nada que reprocharle; pero encarcelarme por andar sin ropas, sinceramente…

—Tal vez sea un abuso de autoridad no permitirle que usted ande desnudo en una isla solitaria. Yo que usted inicio un movimiento de protesta para que cambien las leyes.

—Entre las cosas que leí por ahí, alguien decía que la sociedad actual ha tirado por la cabeza de los individuos todas las libertades posibles y que ya no hay espacios para nuevas conquistas. ¿Qué opina al respecto?

—No es verdad en general, ni  es igual en todos lados. Por lo demás, se trata de libertades y derechos virtuales que no se concretan en realidades. ¿De qué vale tener  libertad de opinión si la opinión está al alcance sólo de los poderosos? Hoy la libertad se juega en el terreno de las oportunidades. Allí también hay que confrontar con el poder, y es mucho más difícil arrancarle algo.

—Me parece interesante lo que dice, pero lo dejamos para otra charla, si le parece.

—Como no, con mucho gusto

—Hay algo que me intriga, don Anastasio. Usted que la tiene tan clara sobre  poder y libertad ¿por qué está en la cárcel?

—Por  pelotudo y salame

—¿?

—Loco de celos, me dejé dominar por la ira y acogoté a mi mujer. Así que ya ve, “hasta el gaucho más pintado se cae de la bicicleta”.

—Si usted lo dice…Y dígame, cuando le retorcía el pescuezo, ¿no fue capaz de controlar su ira?, ¿no tuvo en cuenta  que iba a toparse con el poder?, ¿no evaluó si sus fuerzas eran suficientes para hacerle frente? ¿no contrarió a su naturaleza impulsiva?

—No. Ya le dije, don Ambrosio: En todas partes se cuecen habas.
                                                                                                 Raúl Czejer