sábado, 14 de septiembre de 2013

Felicidad canalla





Como tantas otras veces, Gustavo Bueno nos invita a repensar  ideales ampliamente aceptados, sin mucha crítica sobre su verdadero significado.




Gustavo Bueno
Filósofo, autor de «El mito de la felicidad»

«Sobre la felicidad no se puede fundar una ética, como muchos hoy pretenden»
«Hay que distinguir entre la literatura de la felicidad, que no necesita ir escrita en libros, el «don't worry, be happy» y la felicidad ágrafa, de los que no necesitan leer nada»
Gustavo Bueno, el pasado jueves, en Oviedo, con su nuevo libro Oviedo, Javier Neira
(Fotos: Luisma Murias)
El filósofo asturiano Gustavo Bueno publica –con ochenta años cumplidos– al menos tanto como algunos departamentos de Filosofía enteros, y en cuanto a la calidad, aún más. Lo último, El mito de la felicidad, un estudio de 391 páginas en el que aborda un clásico del pensamiento con veinticinco siglos de tradición y especial actualidad. Bueno indica en esta entrevista que la felicidad es una de las ideologías más poderosas de nuestro tiempo, y contra ese molino –que es un verdadero gigante y un gigante verdadero– arremete con sabiduría, inteligencia y valentía. Especialmente esforzado se muestra con la peor apariencia actual del mito: los libros de autoayuda que inundan las librerías y que militan en la felicidad canalla, según la definición que ahora propone Bueno.
¿Cómo plantea su estudio?
—La estrategia del libro es obvia. Va contra algo. Contra los libros de autoayuda. El pasado verano me rodeé de libros de autoayuda. Algunos escritos por gente tan ilustre como Luis Rojas Marcos, el chamán de Nueva York. Así se llama a sí mismo. O Enrique Rojas, catedrático de Psiquiatría de Madrid. O el libro de Carnegie del que se han editado 21 millones de ejemplares. Por eso merece la pena tomar en serio todo esto, por el volumen. No se trata de un fenómeno superficial. No es algo coyuntural. Se trata de libros escritos para gente de pueril inteligencia. Da vergüenza pensar que haya gente así. Planteé el problema a partir de ahí: ¿qué es la felicidad?; ¿qué está ocurriendo?
Pues eso, ¿qué está ocurriendo?
—Distingo entre la literatura de la felicidad, que no necesita ir escrita en libros, el «don't worry, be happy» y la felicidad ágrafa, de los que no necesitan leer nada. Hay una encuesta del Instituto de la Juventud de España, del año pasado, en la que se dice que la población más feliz de Europa es la de los jóvenes españoles. Son los que se sienten más felices. Quizá sea así porque son lo que menos leen.
La felicidad es una aspiración general, una exigencia.
—La felicidad es la ideología de nuestro tiempo. Todo el mundo quiere ser feliz, y muchos llegan a creer que lo son. Y hay mucha gente, artistas, directores de cine, novelistas, paisanos de la calle, que, cuando se les pregunta qué buscan en la vida, responden: ser feliz. ¿Y cuándo es usted feliz? Pues, añaden, cuando vuelvo a casa del trabajo, me doy una ducha, me relajo y tal. Es curioso que se repita tanto lo de la ducha, una cosa tan vulgar. Me recuerda la sentencia de Goethe: «La felicidad es de plebeyos». Lo de la ducha es una ordinariez; se da por supuesto. Es propio de gente que antes no tuvo ducha, gente que la ha adquirido recientemente y por eso se siente feliz.
¿Y los libros que citaba antes?
—Este conjunto de ideales mínimos recuerdan al budismo zen: deseo poco, y eso poco lo quiero poco. Quienes dicen estas cosas están repitiendo fórmulas de libros de autoayuda. No es algo espontáneo. Repiten la literatura de la felicidad y sus consejos: confórmate con poco, disfruta del momento, sé quien eres. Eran las fórmulas del hedonismo, de Aristipo. La gente cree que estos ideales le salen del alma, cuando son puras repeticiones de lo que han leído. En realidad la búsqueda de la felicidad forma parte de un proyecto ideológico impresionante, inspirado por las exigencias de la sociedad de mercado pletórico. Un movimiento de muchedumbres.
¿Cuándo aparece históricamente la idea de felicidad?
—Como idea filosófica, es de Aristóteles. Hay dos grandes ideas inventadas por Aristóteles, al menos en su formato filosófico, y que han durado siglos. Y que aún siguen influyendo: la idea de Dios y la idea de felicidad. Lógico, porque la felicidad es dios, según Aristóteles. El dios de Aristóteles es el Acto Puro. No ha creado el mundo. No lo conoce. Por cierto, Aristóteles es impresionante; yo cada vez estoy más asombrado. Dice que el único ser que puede ser feliz es Dios, porque su vida consiste en pensarse a sí mismo, y ese pensarse a sí mismo eterno, autárquico, sin depender de nadie, es la felicidad. De ahí se deduce que nadie es feliz salvo Dios. Por ejemplo, en alusión a Teeteto, recuerda al matemático que se pasa el día pensando en sus teoremas y concluye que no puede ser feliz, porque tiene que comer, porque se fatiga, porque algún día se va a morir. Como mucho indica que la felicidad es una forma de contemplación. La puede lograr el sabio algunas veces cuando contempla.
La tradición desborda el mundo clásico.
—Todo cambia con el cristianismo. El cristianismo transforma ese lejano dios de Aristóteles en un Dios creador del mundo y de los hombres. Un Dios con tres personas vivas, la segunda de las cuales se hace hombre. Dios es amor, crea el mundo, crea al hombre y se encarna en el hombre. Por eso la felicidad de Dios puede ser transmitida a los hombres, y los hombres pueden ser felices en la otra vida. Es la beatitud. He leído enteros, este verano, los comentarios del padre Ramírez a la «Suma teológica». Unos comentarios sobre la felicidad en cinco volúmenes, en un latín muy difícil, titulados De homine beatitudine. El padre Ramírez presidió el Instituto Luis Vives del CSIC. Le llamaban el Soto redivivo. Le conocí, le traté. Era un frailón que se pasó toda la vida en Friburgo. El último gran tomista. Tenía una erudición tremenda. Lo traté mucho en Madrid y en Salamanca. Venía a ser entonces el Heidegger de la Iglesia católica.
Así que Santo Tomás...
—Santo Tomás recoge a Aristóteles y ofrece una idea de felicidad nueva, cristiana. La felicidad es objetiva. Una cosa es la delectación y otra la felicidad objetiva. Santo Tomás pone un ejemplo muy claro. La felicidad del avaro es el oro, no el goce del oro. Por eso la felicidad es Dios, no el goce de Dios. Si no hay algo objetivo no hay felicidad. Es el antipsicologismo. Es la idea de felicidad de Plotino y de Aristóteles, que repite Espinosa.
La ilustración vuelve a cambiar las cosas.
—En el siglo XVIII se eclipsa la idea de Dios, y entonces empieza a funcionar la felicidad subjetiva. La «religión de la felicidad» del marqués de Lassay. Es la felicidad canalla, según mi terminología. La felicidad, destituida de su dimensión filosófica, queda reducida a algo psicológico. Es el cosquilleo de Espinosa, el placer, el disfrute, el estado de bienestar.
Un cosquilleo que se ha convertido en la idea dominante.
—Eso es lo que llega a EE UU, a la famosa Constitución de EE UU. Todo ciudadano tiene el derecho y el deber de ser feliz. El «welfare», la felicidad como bienestar. Empieza a ser una obligación civil en EE UU y en todo el mundo. Séneca dice: «Todos los hombres, hermano Galión, quieren ser felices». De ahí se deduce que el que no es feliz no es hombre. Es un degenerado, un enfermo que debe ir al psiquiatra. La felicidad entendida de un modo canalla empuja a que los ciudadanos tengan pequeñas felicidades, como la ducha o el tanque de agua sobresaturada con sales. El mejor modo de convertirlos en ovejas de un rebaño, el «consumidor satisfecho». Y siempre con un componente metafísico. En los prospectos del tanque famoso se indica que si te metes allí para relajarte te sientes como en el útero materno, y después en el cosmos. En cuando al «don't worry, be happy» resulta que es una consigna de los años veinte, de un gurú llamado Meher Baba, que está antecedida de esta otra idea de carácter místico: «Da lo mejor que tengas de ti y entonces no te preocupes, se feliz». Una teoría metafísica. Para Séneca la esencia del hombre es la felicidad. El que no es feliz no vive. Y para Fichte es el poder, es Prusia, es Alemania. La gente, ahora, vincula la felicidad al destino del hombre. Si no, ¿para qué vivir? En la metafísica de Santo Tomás tiene mucho sentido, porque efectivamente el destino era el cielo o el infierno. Pero una vez que no se tiene en cuenta eso, el destino es ser feliz. Y cada cual ya es mayor para saber en qué consiste su felicidad. Si la felicidad de algunos consiste en ducharse pues muy bien, eso los convierte en rebaño, porque esa es la felicidad del plebeyo.
«Kant es el filósofo canalla por excelencia»
La subjetividad altera la idea clásica de felicidad, ¿cómo se produce ese cambio?
—Kant es el que ha elevado la felicidad canalla a categoría filosófica. Kant es el filósofo canalla por excelencia. Separa la virtud y la felicidad. Algo absurdo, nunca se dio. Dice que la felicidad es una ley de la naturaleza. Y que la virtud no necesita de la felicidad. Es más, incluso la aborrece.
Ponga algún ejemplo de felicidad canalla.
—Un ejemplo ilustrativo de la felicidad canalla es «Viridiana» de Buñuel. La escena de los ancianos decrépitos, ciegos, tuertos, en aquella casona de aristócratas. En cuanto pueden se ponen a comer y a ser felices, después componen una escena como una Última Cena y suena el «Aleluya» de Haendel. Es el ejemplo de la felicidad canalla. Otro ejemplo es el himno «Gaudeamus igitur» cantado por todos los becarios europeos, sobre todo los que tienen la beca Erasmus. Tremendo: «Alegrémonos ahora que somos jóvenes, porque cuando llegue la vejez nos tragará la tierra.» Lo peor es el «igitur», el «por tanto», ¿por tanto de qué? Como no podemos alcanzar la felicidad eterna, por lo menos aprovechemos algo de esta vida. Es lo que dice ese himno. Es la felicidad canalla.
Otro.
—La ópera de Strauss, «Electra», que pusieron en Oviedo en otoño, es otro ejemplo perfecto. Electra es infeliz pues su padre Agamenón ha sido asesinado, su hermano Orestes está lejos y ella misma se siente desgraciada, infeliz. En el libreto, que sigue el texto de Sófocles casi al pie de la letra, dice que es completamente feliz cuando su madre da los alaridos porque la está asesinando su hermano. Un tema paradójicamente vivo y apreciado en las sociedades democráticas del presente, en las cuales propiamente la madre de Electra, en lugar de asesinada, tendría que haber sido reinsertada socialmente, y en el acto final, abrazada a su hija Electra, diría: «no volveré a hacerlo».
En cualquier caso, la tradición es formidable.
—La idea de felicidad es muy tardía. No es imaginable el hombre de Atapuerca hablando de felicidad. En español es una palabra, como otras muchas, terminada en «-ad». Un sufijo hipostático. Corresponde a un pensar en vacío, parece algo muy profundo pero no es nada. Como el dicho, «todos los hombres quieren la felicidad». ¿Pero qué es eso de todos los hombres, los ha contado usted? La idea de felicidad es muy tardía. Propia de sociedades organizadas en clases. Hay una clase que está por encima. Es el caso del «Beatus ille qui procul negotiis» de Horacio. Corresponde al terrateniente romano. Pero no es que sea feliz. Es que tenía un latifundio. Y unos esclavos. El esclavo es el que quiere ser como el señor, es el que quiere ser feliz. Por eso la felicidad es de plebeyos. Como no pueden lograr el latifundio aspiran a otras cosas y se convierten en ovejas de un rebaño. O como en la actual sociedad de mercado. Un individuo que, en la sociedad de mercado, hace huelga de hambre o ascetismo de tipo calvinista es sencillamente un enfermo porque se sitúa fuera del mercado. Tiene que ingresar en el mercado, tomar una pastillita, empezar a ser feliz y convertirse en un ciudadano normal. Sobre la felicidad no se puede fundar una ética, como muchos hoy pretenden.



Fundación Gustavo Bueno
www.fgbueno.es


Gracias a la Fundación Gustavo Bueno y a tu amable atención.

Raul Czejer

jueves, 12 de septiembre de 2013

Etica evanescente



La ética en la posmodernidad.
Por Raúl Kerbs
La modernidad predominó en el pensamiento occidental durante varios siglos, despojando a la moralidad de toda referencia religiosa trascendente. "¡No necesitamos a Dios!" era su proclama. Aunque la modernidad intentó crear un orden social sin tener en cuenta restricciones normativas de origen religioso, retuvo ciertos valores como el trabajo, el ahorro y la postergación de la satisfacción inmediata en favor de un beneficio a largo plazo. Aunque el origen de estos valores estaba en un punto de referencia exterior a los individuos, no era precisamente esa la preocupación de la modernidad. Su meta estaba más bien en la expresión de un deseo individual. Pero cuando el modernismo alcanzó su punto de maduración, cuando el subjetivismo destruyó el objetivismo, surgió un momento casi anárquico en la historia humana y con él una nueva moralidad individualista, festiva, centrada en el placer, anclada en el presente, ciega con respecto al pasado e indiferente con el futuro. El "ahora" era su éxtasis. Como resultado de esto, surgió un clima contrario a todo límite para la libertad individual.
Esta nueva moralidad es el centro de la ética posmoderna.
La ética posmoderna
En la base de la ética posmoderna hay una crisis de autoridad1. Esta crisis involucra las instituciones tradicionales (familia, escuela, iglesia, estado, justicia, policía) por medio de las cuales la modernidad trató de organizar una sociedad racional y progresista. Esta crisis se manifiesta de diversas maneras: la adoración de la juventud y el consentimiento de sus caprichos2; el dinero como símbolo de éxito y felicidad; una economía donde "ser" es comparar, consumir, usar y tirar; la identidad definida por las adquisiciones del mercado y no por las ideologías3. En otras palabras, la imagen domina la realidad. Ser alguien es aparecer en alguna pantalla o en un web site.4 Lo que aparece define lo que es, casi nadie se preocupa por lo que "realmente" es: la imagen pública es el nuevo objeto de adoración5.
Nuestra cultura posmoderna ha perdido el amor por la verdad.
En contraste con la ética del trabajo y el ahorro, propia de la modernidad, la ética actual afirma el valor del consumo6, el tiempo libre y el ocio7. Pero esto no podría funcionar sin la exaltación del individualismo, la devaluación de la caridad y la indiferencia hacia el bien público.8 La búsqueda de gratificación, de placer y de realización privada es el ideal supremo. La adoración de la independencia personal y de la diversidad de estilos de vida se ha transformado en algo importante. El pluralismo provee una multiplicidad de valores, con muchas opciones individuales, pero ninguna de ellas auténtica. Las diferencias ideológicas y religiosas son tratadas superficialmente como modas.9 La cultura de la libertad personal, el pasarlo bien, lo natural, el humor, la sinceridad y la libertad de expresión emergen hoy como algo sagrado.10 Lo irracional se ligitima a través de los afectos, la intuición, el sentimiento, la carnalidad, la sensualidad y la creatividad.11 Todo esto ocurre en el marco de un axioma aceptado por casi todo el mundo: un mínimo de austeridad y un máximo de deseo, menos disciplina y más comprensión.12
Al mismo tiempo, los medios masivos de comunicación e información determinan la opinión pública, los modelos de conducta y de consumo. Los medios reemplazan las interpretaciones religiosas y éticas por una información puntual, directa y objetiva y colocan la realidad más allá del bien y del mal.14 Paradójicamente, la influencia de los medios aumenta cuando se produce una crisis de la comunicación. Las personas sólo hablan de sí mismas, quieren ser escuchadas, pero no quieren escuchar. Se busca una comunicación sin compromiso. De ahí la búsqueda de la participación distante, los amigos invisibles, las amistades del e-mail y del chat.15
Una nueva forma para la moral
¿Qué forma adopta la moral en el contexto sociocultural de la posmodernidad?
De acuerdo con Lipovetsky, con el surgimiento del posmodernismo a mediados del siglo veinte, ha surgido la nueva era del pos-deber. Esta era renuncia al deber absoluto en el ámbito de la ética.16 Ha aparecido una ética que proclama el derecho individual a la autonomía, a la felicidad y a la realización personal. La posmodernidad es una era de pos-deber porque descarta los valores incondicionales, como el servicio a los demás y la renuncia a uno mismo.
Sin embargo, nuestra sociedad no excluye la legislación represiva y virtuosa (contra las drogas, el aborto, la corrupción, la evasión, la pena de muerte, la protección de los niños, la higiene y la dieta saludable).17 La posmodernidad no propone un caos sino que reorienta la preocupación ética a través de un compromiso débil, efímero, con valores que no interfieren con la libertad individual: no es hedonista sino neohedonista. Esta mezcla de deber y de negación del deber en la ética posmoderna es necesaria porque el individualismo indiscriminado atentaría contra las condiciones necesarias para la búsqueda del placer y la realización individual.
Se necesita una ética que prescriba algunos deberes para controlar el individualismo sin proscribirlo: no un individualismo sino un neoindividualismo. La preocupación moral posmoderna no expresa valores sino más bien indignación contra las limitaciones a la libertad. El objeto no es la virtud sino más bien obtener respeto.(18) Se prohíbe todo aquello que podría limitar los derechos individuales. He ahí por qué la nueva moralidad puede coexistir con el consumo, el placer y la búsqueda individual de satisfacción privada. Se trata de una moral indolora, débil, donde todo vale, pero donde el deber incondicional y el sacrificio han muerto. La moral posmoderna ha dejado atrás tanto el moralismo como el antimoralismo.19
Pero todo esto resulta en una moralidad ambigua. Por un lado tenemos un individualismo sin reglas, manifestado en la exclusión social, el endeudamiento familiar, familias sin padres, padres sin familias, analfabetismo, los desposeídos, ghettos, refugiados, marginales, drogadictos, violencia, delincuencia, explotación, delitos financieros, corrupción política y económica, búsqueda inescrupulosa de poder, ingeniería genética, experimentación con seres humanos, etcétera. Por otro lado, cunde por la sociedad un espíritu de vigilancia hipermoralista listo para denunciar todos los atentados contra la libertad humana y el derecho a la autonomía individual: una preocupación ética por los derechos humanos, disculpas por los errores del pasado, protección del medio ambiente, campañas contra las drogas, el tabaco, la pornografía, el aborto, el acoso sexual, la corrupción y la discriminación; tribunales éticos, marchas de silencio, protección contra el abuso de niños, movimientos en favor de los refugiados, los pobres, el tercer mundo, etcétera. 20
En este contexto, la moralidad neohedonista de la posmodernidad se traduce en demandas que corren en direcciones opuestas. Por un lado, tenemos normas: hay que comer en forma saludable, cuidar la figura, combatir las arrugas, mantenerse delgado, valorar lo espiritual, no agitarse, hacer deportes, buscar la excelencia y controlar la violencia, entre otras cosas. Por otro lado, encontramos una promoción del placer y de la vida fácil, la exoneración de la responsabilidad moral, la exaltación del consumo y de la imagen, la valoración del cuerpo en detrimento de lo espiritual. Como resultado, hay depresión, sentimiento de vacío, soledad, falta de sentido, estrés, corrupción, violencia, indiferencia, cinismo, etcétera. 21
La moralidad posmoderna en la vida cotidiana
Para comprender cómo la moral posmoderna impacta en la vida cotidiana, consideremos dos listas que el posmodernismo nos propone: una lista de "deberes" morales y una lista de "permisos" morales:
Lista 1: Deberes morales típicos de la "ética" posmoderna:
  • No discriminar ningún estilo de vida.
  • Asistir a los conciertos de beneficio y solidaridad.
  • Marcar un número para hacer una donación.
  • Llevar una calcomanía contra el racismo.
  • Participar de una marcha contra la impunidad.
  • Correr una maratón por la vida sana.
  • Usar preservativo.
  • Prohibido prohibir (cada uno es libre de disponer de su propia vida).
  • Llevar una cinta roja contra la discriminación de los homosexuales.
  • Ser ecologista.
  • Donar los órganos.
  • Reglamentar los lugares de trabajo contra el acoso sexual.
  • Fidelidad (durante el tiempo que dura el amor, pero después...).
  • Condenar toda forma de violencia.
  • No intentar convertir a una persona a otra religión.
Lista 2: Permisos morales de la ética posmoderna:
  • Sexo libre, a condición de no acosar y de cuidarse del SIDA.
  • Es mejor ser corrupto que pasar por estúpido.
  • Fumar, pero no en los sectores para no fumadores.
  • Romper todo compromiso con una regla, persona o causa que interfiera con la realización personal.
  • Prostitución, pero sólo en la "zona roja".
  • Mentir, pero no en época de campaña política.
  • Divorcio, pero sólo para favorecer la realización personal.
  • Infidelidad, pero sólo cuando se terminó el amor.
  • Aborto, pero sólo para realizar la planificación familiar.
  • Probar de todo para explorarse a sí mismo y descubrir todas las posibilidades de realización personal.
  • Religión "a la carta", adaptada a los compromisos que cada uno quiera asumir.
  • Beber, pero no en exceso.
  • Cosechar éxito, fama y dinero, caiga quien caiga.
  • Pasar bien el momento, sin preocuparse por el futuro.
  • Poder pensar siempre "aquí no pasa nada".
"Código de conciencia" de un posmoralista
La ética posmoderna no termina con estas listas ridículas y absurdas. La búsqueda posmoderna de libertad absoluta produce su propio código de conciencia. En una atmósfera de neoindividualismo, los elementos ideológicos, socioculturales y éticos se unen para crear una nueva especie de conciencia posmoderna. Esta conciencia se podría expresar mediante los siguientes "principios":
  • No debo discriminar nada, porque hay que exhibir un look abierto y porque no hay ninguna verdad absoluta.
  • Debo donar dinero para las campañas de solidaridad porque me repugna ver niños hambrientos.
  • Debo ir a la marcha contra la impunidad para que los culpables no se salgan con la suya.
  • Debo llevar una vida sana porque mi cuerpo es mi máquina de cosechar éxitos y placeres.
  • Debo interesarme por alguna forma de religión porque me podría dar energía.
  • Debo manifestar preocupaciones por temas serios para no aparentar ser un burgués materialista y conformista.
  • No debo estar en contra de ningún estilo de vida porque todo vale y nada funciona.
Evaluación crítica: una moralidad cínica
Después de considerar todo esto, alguien podría objetar que la ética posmoderna no es totalmente perversa. En efecto, en la preocupación posmoderna por los problemas que amenazan actualmente la vida humana hay elementos rescatables. El estilo de vida saludable, el cuidado del medio ambiente, la lucha contra la violencia y la discriminación son aspectos valiosos. Además, el posmodernismo pone de manifiesto los fracasos éticos teóricos y prácticos del pasado. Pero no nos dejemos engañar. En su núcleo más íntimo, la ética posmoderna no tiene una motivación moral. En realidad, persigue la búsqueda individualista de realización y autonomía personal. Mientras que la motivación de toda ética auténtica es superar el mal con el bien, el posmodernismo está desprovisto de inspiración moral. Sólo quiere combatir el exceso del mal pero no desea erradicar el mal. Lucha contra ciertas manifestaciones del mal sin reconocer la raíz del mal. Su meta es el logro de la autonomía individual, que es justamente aquello que el concepto bíblico del pecado condena.
¿Cómo puede un sistema moral luchar contra el mal, si en su fundamento mismo hay una búsqueda del yo, lo cual es, bíblicamente hablando, la fuente del mal? ¿Es posible lograr la felicidad con el tipo de moral que defiende la posmodernidad? Si la felicidad es la búsqueda de autonomía, realización personal, satisfacción de los deseos inmediatos, control de la libertad individual excesiva, pero sin una verdadera apertura del alma al prójimo y a Dios, entonces en este tipo de moral la búsqueda de felicidad consiste en perpetuar las cosas tal como siempre han sido. Más de lo mismo: una mezcla de vida y muerte, placer y dolor, éxito y fracaso, felicidad y tristeza. Pero esto ignora lo que hay detrás de la búsqueda humana de felicidad: el deseo de otra cosa, de algo totalmente diferente, algo que suprima estas antítesis. Esto "totalmente diferente" está ausente en la búsqueda posmoderna de felicidad. La ética posmoderna se conforma con muy poco; propone una meta demasiado baja. Ella argumenta que, debido a que la moralidad tradicional, incluyendo la ética cristiana, no han mejorado al hombre, es mejor proponer una meta más baja y aceptar al hombre tal como es.
Sin embargo, esta actitud de resignación supone que el cristianismo ha sido realmente aplicado y que ha fracasado, y sobre esta base propone que debemos juzgar como agotado el potencial cristiano de hacer una contribución a la humanidad. Pero esta presuposición contradice el principio posmoderno de que no existe una verdad absoluta. "No hay verdad absoluta", dice el posmodernismo por un lado. Sin embargo, por otro lado presume que la moral tradicional está agotada, que el hombre ya no puede ser mejorado, que un cambio radical es imposible y que debemos resignarnos. ¿Quién es capaz de saber esto y cómo puede saberlo? Pareciera que la posmodernidad se las ha arreglado para saber con seguridad algunas cosas acerca de la naturaleza humana y del futuro, conocimiento que niega las ideologías y religiones del pasado. Por eso nos parece una postura cínica que afirma (implícitamente) por un lado lo que niega (explícitamente) por el otro.
Raúl Kerbs, doctorado en filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, enseña filosofía en la Universidad Adventista del Plata, Argentina. Email: kerbsra@infovia.com.ar
Notas y referencias
1. Kenneth Gergen, El yo saturado. Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo (Barcelona: Paidós, 1992) pp. 164-168.
2. Beatriz Sarlo, Escenas de la vida posmoderna. Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina (Buenos Aires: Ariel, 1994) pp. 38-43.
3. Sarlo, pp. 27-33.
4. Gilles Lipovetsky, El imperio de lo efímero (Barcelona: Anagrama, 1990), pp. 225-231.
5. Sarlo, pp. 27-33.
6. Lipovetsky, pp. 225-231.
7. Gilles Lipovetsky, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo (Barcelona: Anagrama, 1986), p. 14.
8. Lipovetsky, El imperio de lo efímero, pp. 201, 202.
9. Id, pp. 313-315.
10. Lipovetsky, La era del vacío, pp. 7-11.
11. Lipovetsky, El imperio de lo efímero, p. 196.
12. Lipovetsky, La era del vacío, p. 7.
13. Lipovetsky, El imperio de lo efímero, p. 251.
14. Id, pp. 256-258.
15. Id, pp. 321-324.
16. Gilles Lipovetsky, El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos (Barcelona: Anagrama, 1994), pp. 9-12, 46.
17. Lipovetsky, El crepúsculo del deber, p. 13.
18. Id, capítulos II y III.
19. Id, pp. 47-49.
20. Id, pp. 14, 15, 55, 56, 208, 209.
21. Id, pp. 55 y siguientes.

Con algunas diferencias, estoy en general de acuerdo con la pintura que nos presenta el autor sobre el talante del ethos predominante en la actualidad, sin que sea el único ni el más humanizante, a mi juicio. Creo que es ésta la visión de un fenómeno crepuscular. Los pensadores son como el búho de Minerva: levantan su vuelo cuando el mundo al que se refieren ya está desapareciendo.

Gracias por tu amable atención
                                                                                Raúl Czejer