¿Será verdad lo de Protágoras, Calderón y Vattimo? Se me ocurre
pensar que si ellos tienen razón, lo que dicen es falso.
Muchas veces he escuchado decir que sobre lo
bueno y lo malo hay una gran
dispersión de pareceres, pareceres que
son cambiantes y contradictorios entre sí. En otras palabras, lo que
para un sujeto es malo resulta que es bueno para otro; o lo que en una cultura
es visto como bueno en otra se lo juzga
como malo.
El hecho es innegable y conocido desde antiguo; ya Herodoto lo había señalado y los sofistas lo
tomaron apresuradamente como justificación de sus posiciones, escépticas, nihilistas o relativistas acerca del bien y del mal.
El escéptico es alguien que reconoce
la existencia de las normas morales, pero niega que puedan ser fundamentadas o
demostradas como justas, es decir, niega su validez, porque —dice— es
imposible distinguir entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, ni hallar un criterio para preferir una opción sobre otra ya que ninguna se puede
probar como mejor. El escéptico no cree que pueda demostrarse la verdad ni la
bondad de nada porque no es posible admitir ningún criterio válido que nos permita discernir entre lo verdadero
y lo falso, lo bueno y
lo malo, por lo cual se mantiene en la
duda como el burro de Buridán, suspende
el juicio y no tiene razones para emprender un curso de acción determinado con
preferencia sobre otros. Si en la vida práctica aplicara su filosofía, quedaría
paralizado como el burro de la leyenda y moriría de inanición. Por fortuna el
escéptico es intelectual, pero no bobo.
¡Apágate, apágate, corta vela! La
vida no es sino una sombra pasajera, un mal actor que se pavonea y que teme su
hora sobre el escenario. Y luego no se escucha más. Es un cuento contado por un idiota, lleno de
sonidos y furia, sin ningún significado
Heredera de esa tradición, en el siglo XX la filosofía analítica ha hecho resucitar la
idea de que las palabras y
enunciados morales no dicen nada sobre
la realidad objetiva sino que sólo expresan estados de ánimo del sujeto.
Si esto fuera así, se justificarían sus opiniones y seríamos unos ilusos lo que
creemos en los valores morales. Nos asiste el derecho de preguntarnos:¿Es así?
Veamos.
Antes que nada debo decir que no estoy de acuerdo
con el postulado de los sofistas. Mi propio postulado es que los juicios
morales se refieren a realidades
objetivas presentes en las personas y en sus acciones y que en consecuencia hay
juicios morales verdaderos y falsos. Y que como tales son válidos para todos,
aunque puede suceder que haya sujetos que no alcancen a verlo claramente.
Abusando de tu paciencia, voy a tratar de explicarlo.
Los actos humanos son acciones libres y concientes. Por experiencia interna y
externa nos consta que esta clase de acciones tienen existencia en la vida real.
Como somos nosotros mismos los que las producimos, y porque lo decidimos
libremente nos sabemos responsables de
implantarlos en la realidad y de las consecuencias que acarrean para los demás
y para nosotros mismos. La realidad se vuelve más penosa o más agradable en
mayor o menor medida gracias al tenor de nuestras acciones. No da lo mismo para
la vida humana en el planeta que todos arrojemos nuestros desechos a la calle contaminando
el ambiente y perjudicando a todo el mundo
o que los dirijamos a donde no perjudiquen a los demás. No es lo mismo
para la vida humana que todos nos dediquemos a la rapiña o que nos ganemos el
pan con el sudor de la frente. Quiero decir, las acciones humanas son cosas
reales y sus efectos benéficos o perjudiciales para la vida son también reales.
La realidad se ensucia y la vida se vuelve más corta y miserable.
La acción deliberada y dirigida a beneficiar la vida porta un valor que
cualquier ser humano reconoce y aplaude: el valor moral o, si se quiere, la
bondad. Así mismo, la acción humana que perjudica a la vida porta un antivalor
que todo el mundo reprueba: la inmoralidad o
la maldad.
El valor moral es tan real como la acción que
califica. Bondad o maldad de las acciones humanas no son entelequias o
fantasías: son realidades operantes en la vida real, tanto que crean un mundo
feliz o un mundo infernal.
Cuando falta la bondad en los seres humanos y sus
acciones, se siente su ausencia y se
sufre la presencia de la maldad. Cuando las acciones humanas están llenas de
maldad en todas sus formas, la vida se vuelve insoportable y se “clama al
cielo” por una liberación. Tanta es la consistencia del mal moral que hasta se
lo ha imaginado como un ángel de las tinieblas, como un semidiós que atribula a los hombres y busca su
desgracia. El horror que sentimos ante las acciones perversas no son más que la
confirmación de la cuasi sustantividad del mal moral.
El valor moral —como todas las clases de valores—
es una cualidad objetiva que se
manifiesta en el encuentro de la realidad con el sujeto. El ser humano no crea
el valor, sólo lo siente, como el ojo no crea la luz. No todos los seres
humanos tienen la misma capacidad de visión ni todos la misma sensibilidad para
los valores. Por eso se dan diversas opiniones frente al valor moral de las
acciones humanas y parece que fuera relativo El valor negativo de “matar” es
invariable; lo que varía es la conciencia de los hombres y la imputabilidad de
tal acción debido a las circunstancias. El ciego no ve no porque no exista la
luz, sino porque a él le falta sensibilidad. Creo que a escépticos, nihilistas
y relativistas les pasa algo semejante, con todo respeto.
Gracias por tu amable atención
Raul
Czejer