martes, 9 de octubre de 2012

Cultura brutal




                                                        

                                                         Cultura del corazón

 

                                                                   “Crea en mí un corazón puro”

                                                                               Biblia. Salmo 50

                                                       “El sueño de la razón produce monstruos”

                                                                           Francisco de Goya

 

 

A veces, en esas tardes propicias para la divagación, me pongo a mirar el mundo y a plantearme  cuestiones inútiles que me proveen la excusa para pensar ociosamente. En una de esas ocasiones se me ocurrió preguntarme: ¿Cómo puede ser que gente tan culta sea a la vez tan bestia?  La cuestión venía a cuento de las tropelías y rapiñas que  países de la OTAN están perpetrando desde hace tiempo en el Medio Oriente.

A ver si puedo aclarar el por qué de mi sorpresa. Para ello permíteme apelar a  un ejemplo vernáculo de culta brutalidad.

 

Tuvimos en mi país un presidente muy inteligente, culto y civilizado según el modelo occidental. Fue, además, escritor muy reconocido dentro y fuera de Argentina. Tal vez habrás oído nombrar a “Facundo o Civilización y Barbarie”, escrito con gran estilo y fuerza expresiva, tanto que aún hoy, transcurrido más de un siglo y medio, lo puedes leer con gusto y provecho. Fue gran propulsor de la educación, por lo que el 11 de septiembre, día en que murió, se celebra en mi país el día del maestro. Pues bien, uno podría esperar que un personaje tan instruido fuera también una persona muy humana, porque siempre se pensó que la cultura occidental era la forma de vivir propia de las personas excelentes. Lamentablemente no fue así en el caso de Domingo Sarmiento, sino todo lo contrario. Discriminó a los gauchos argentinos de una forma feroz, tanto que llegó a decir “no ahorren sangre de gauchos, que sólo sirve para abonar la tierra”. Siendo ministro de guerra ordenó la muerte sin juicio de los opositores al modelo europeo, que él quería imponer a sangre y fuego en Argentina. “Si mata gente (el coronel Sandes), cállese la boca —escribía al presidente de entonces—. Son animales bípedos (los gauchos), de tan perversa condición que no sé qué se puede obtener con tratarlos mejor”. ¡Todo una pinturita el escritor y maestro de América!

 

No es el único caso. Tú mismo puedes citar muchos otros que conoces. Recuerdo el caso de Sarmiento porque es un ejemplo paradigmático, grotesco diría, de contradicción  entre cultura sofisticada y brutalidad en una misma persona.

¿Qué clase de cultura es la que puede convivir con semejante monstruosidad?

 

Tal vez nos resulta sorprendente tal contradicción porque estamos inclinados a pensar que si uno incorpora a su forma de vida una cultura y una civilización consideradas excelentes uno se convierte en una persona excelente. Pero a poco que uno observe lo que pasa en el mundo se da cuenta de que su presuposición está equivocada. Te propongo un breve paneo a vuelo de pájaro.

 

En las guerras tribales africanas los hutus cortaban los pechos a las mujeres tutsis sólo para divertirse y calzar mejor las cajas de cerveza. Tal aberrante brutalidad fue condenada  con razón por nosotros, los occidentales, en nombre de los derechos humanos. Implícita en ese juicio estaba la idea de que en occidente, teniendo  una cultura y civilización pretendidamente superior, nunca se llegaría a cometer semejante barbaridad. “No se puede esperar otra cosa de  esa gente bruta. Les falta una cultura como la nuestra, por eso son tan bestias”, pensábamos. Pero quedamos perplejos cuando los milicianos serbios, occidentales, gente de  nuestro mismo palo, obligaron a un anciano croata a comerse el hígado de su nieto,  aún vivo, durante la guerra de los Balcanes. A los serbios no les faltaba cultura ni civilización avanzada occidental, sin embargo demostraron ser tan bestias como los hutus,  de civilización elemental  y con una cultura distinta del modelo occidental.

 

¿Y qué diremos de las salvajadas perpetradas por los nazis, los fascistas, los falangistas, los republicanos españoles, los comunistas soviéticos y cubanos, los colonialistas, los explotadores, los imperialistas, los esclavistas, los campos de concentración, las cámaras de gas, el latrocinio  en todos los continentes, los genocidios, las torturas, las desapariciones forzadas?  Todas preciosuras que supieron procrear la cultura y la civilización occidental.

 

Me vienen a la memoria los civilizados europeos y los naturales indoamericanos y no me quedan dudas de qué lado estaba la barbarie, ya que  los civilizados demostraron ser más bestiales que los indígenas.

 

 Pienso en Vicente “Chacho” Peñaloza, agreste caudillo de las montoneras  en tiempos de la guerra civil argentina, quien cumplió con su palabra de deponer las armas y murió lanceado traicioneramente por el civilizado comandante Irrazával. ¿Cuál de los dos se comportó más humanamente, cuál demostró mayor barbarie moral?

 

Pienso en todas las dictaduras que se han sucedido en la occidental Latinoamérica,  que violaron y continúan violando sistemáticamente todos los derechos humanos

 

Recuerdo con tristeza  los treinta mil desparecidos, torturados, fusilados sin juicio que durante la dictadura militar en Argentina sufrieron el mayor acto de barbarie moral que se haya perpetrado en el país. Los militares genocidas no eran incultos ni incivilizados. Se pensaban y se decían defensores de la cultura occidental-cristiana.

 

¿Y qué decir del brutal régimen del “apartheid”, en Sudáfrica, impuesto por los blancos de origen europeo,  gente culta  pero bestial?

 

 

El “Che” Guevara tampoco era un occidental bruto e incivilizado. Sin embargo masacró sin juicio justo  a cientos de cubanos por ser opositores a la revolución. Era un bárbaro moral  que justificaba las atrocidades en nombre de la “revolución”. “Fusilamientos, sí, hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario”, confesaba con frialdad ante las Naciones Unidas en 1964. Más de quinientas personas cayeron bajo las balas, sentenciados por él mismo después de un juicio sumarísimo.

 

Por todo el ancho  mundo occidental campea la barbarie humana. Tanto en pueblos más primitivos  como en los más  civilizados.

 

Si hasta parece mentira que en la cuna de la civilización occidental y de la cultura que se cree superior —en Europa, precisamente en Gante, Bélgica— pueda existir un museo de la tortura con una exposición espeluznante de instrumentos que parecen salidos del infierno.

 

¿O será tal vez que nuestra cultura y nuestra civilización son las que han salido del infierno de tal modo que les son connaturales el latrocinio y el atropello? ¿No sería necesario crear una contracultura y una nueva civilización, basadas en principios distintos de los que sustentan a la cultura y la civilización modernas? Inquietante hipótesis que  valdría la pena investigar.

 

Cada civilización tiene la cultura subjetiva y objetiva que la sustenta. En una cultura materialista  como la occidental  los sujetos y los productos culturales son mercancías cuyo valor depende de la oferta y la demanda. En esta cultura materialista el sujeto no tiene dignidad, sino precio.

 

Tal vez ha llegado la hora de pensar si la cultura que nos sustenta es todo lo excelente —en términos de humanidad— que suponíamos. Sinceramente, cuando me dicen que el aborto es un avance de la cultura actual pongo en duda que  tal cultura sea realmente humanizante

 

Tampoco los pueblos de cultura y civilización árabes están exentos de salvajismo. Basta con recordar los actos de terrorismo perpetrados en todos los continentes.

 

La barbarie moral no es relativa a una cultura determinada, sino absoluta respecto de cualquier cultura y civilización porque se refiere a la ética mínima  de todo ser humano. Este tipo de barbarie puede darse en cualquier cultura y civilización, primitiva o avanzada, simple o compleja. No hay cultura ni civilización que inmunice contra la barbarie, pero pueden favorecerla o ponerle freno.

 

Rosa Luxemburgo pensó que la alternativa de hierro para el ser humano era socialismo o barbarie. La historia mostró que el socialismo no inmuniza contra la bestialidad. El socialismo que vimos ponerse en práctica se mostró tan bárbaro como el individualismo capitalista. Sueños de la razón.

 

Esto significa que la barbarie moral es independiente del nivel de civilización y de los sistemas políticos y que la humanización va por otro camino. Humanización no significa civilización ni sistema político determinado. Es una cuestión que pasa por las personas individuales. Las personas se humanizan o se bestializan, según sus opciones de vida, no los sistemas o las culturas, que no tienen corazón. En cualquier sociedad el hombre puede vivir como ser humano o como ave de rapiña

 

 “El proceso de humanización  no ha terminado aún”, dice Eudald Carbonell. Tiene razón si creemos que la humanización es progresiva y si se entiende humanización como progreso de la  libertad y el pensamiento. Carbonell se muestra así como un creyente en la fe de la modernidad, aunque pregona la superación de toda fe y toda creencia. Pero no todos los hombres tienen esa misma fe. Hay quienes creen que más bien la humanidad está retrocediendo hacia estadios de mayor ferocidad y que el progreso de la libertad y el conocimiento proveen al ser humano de más oportunidades y mejores instrumentos de crueldad. Piénsese en la matanza de niños por nacer, prolijamente realizada con métodos muy científicos pero con corazón ciego  para el amor  de un inocente e indefenso ser humano. Por eso creo que la humanización  pasa por el corazón del hombre, no por su conocimiento y su libertad, por muy socializados que estén.

 

Corazón o barbarie, he ahí la disyuntiva. Tal vez  Rousseau y Levi Strauss se referían a esto cuando alababan al buen salvaje. Tal vez encontraran en ellos un corazón bueno que no encontraban en los hombres civilizados, que se creen que son más humanos que los demás sólo porque saben más y son más libres para hacer lo que se les da la gana. Quizá hallaron en los indígenas solidaridad, compromiso, compasión, piedad, respeto, lealtad, fe, confianza, sinceridad, valores todos que realzan el corazón del hombre y lo convierten en un bien para los demás, aunque sea ignorante,  tosco y viva en chozas.

 

Pero la cultura y la civilización condicionan fuertemente al ser humano. Rousseau ya lo había señalado. Si la civilización occidental ha dado muestras de ser  caldo de cultivo para la ferocidad humana quiere decir que hay en ella componentes que la propician. A mi juicio, el materialismo es el principal causante de tal ferocidad. Para recuperar la humanidad en los corazones será necesario, entonces, un cambio de cultura y de civilización, la creación de un nuevo mundo, basado en la fe en los valores espirituales.

 

 

 

 

 


                                                            




                                                                    

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