Gheorghe Zamfir, toda la música.
Homo homini lupus
Tomás Hobbes
Tomás Hobbes
“El hombre
es lobo para el hombre”, decía don Tomás. ¿Nada más? Si las relaciones entre
los hombres fueran tal como las pintaba Hobbes, tendría razón Sartre cuando
dice que “el infierno son los otros”. Yo creo que hay otras posibilidades. Sin
ir más lejos, hay don y hay solidaridad, por suerte. Si no hubiera otras
posibilidades, más nos valdría marcharnos al desierto a vivir en soledad como
los anacoretas de antaño.
¿Qué otras
posibilidades tenemos, además de ser “lobos”? Yo sostengo que la de ser “humanos”,
sin pretensiones de originalidad, faltaba más. Sólo que hay un pequeño
inconveniente: No está nada claro, al menos para mí, qué es eso de ser “humano”.
Hay distintas opiniones —como en toda otra cuestión acerca de la vida— que tornan
confuso el concepto. Mira, te pongo un ejemplo:
¿En qué
radica la humanidad, esa que tenemos
en mente cuando decimos que tal o cual persona
es “muy humana” o juzgamos a otras como inhumanas?
Seguramente no lo hacemos teniendo en cuenta su pertenencia al género
biológico, porque en ese sentido nadie puede ser tachado de “inhumano”. Tampoco
tenemos en cuenta su nivel cultural, porque alguien muy culto puede ser a la
vez muy inhumano y otro muy tosco ser un ejemplo de humanidad. Lo que me
parece que tenemos en mente son sus cualidades “morales”, es decir, su
excelencia como persona. El problema es determinar cuáles son esas cualidades,
porque cada época, cada cultura y hasta
cada individuo tiene su propia lista, y así nos encontramos con que lo
excelente para unos es estúpido para otros. Por ejemplo, Nietzsche desdeñaba la
humildad y exaltaba la soberbia, justo al revés de los cristianos. Para los
griegos de la antigüedad el hombre cabal era el valeroso y hábil en el manejos
de las armas. Como ves, el contenido de la excelencia humana es variable y
circunstanciado.
En una primera aproximación diría que no
cualquier valor, sino sólo aquellos que lo califican como un buen ser
humano. Por ejemplo, la gracia y la
elegancia no hacen a un buen ser humano, ni la buena salud, ni el poder, ni el
éxito, ni la fama, ni la inteligencia, ni la libertad, ni la fortuna, ni la
simpatía, ni la habilidad, ni el virtuosismo, ni el talento, ni el buen gusto,
ni el saber, ni la locuacidad…Todos esos valores podrían convertir a una
persona en muy afortunada, pero no la convertirían en un buen ser
humano, incluso podrían estar presentes en un canalla.
A mi
criterio, la excelencia humana está en otra cosa o, mejor, en otros valores.
Te diré mi
parecer. Verás fácilmente que mi opinión tiene más años que Matusalén y que
remite a la tradición espiritual de la humanidad, lo cual no me
avergüenza. No soy amigo de vanguardias cuyo único mérito es el de ser
vanguardia; más bien procuro rescatar el pensamiento de fondo en que se expresa
el ser humano de todos los tiempos, traspasando la hojarasca de la palabra
novedosa.
Se me
ocurre que “humanidad” es una manera de relacionarnos con los demás, que
adoptamos libremente. A ver si alcanzo a explicarlo breve y claramente.
Mi relación
con los demás puede adoptar cuatro modos distintos: la malevolencia, la indiferencia,
la justicia y la benevolencia.
En la
malevolencia odio a los demás; en la indiferencia los ignoro; en la justicia
les doy sólo lo que les corresponde; en la benevolencia amo a los demás, me comprometo con ellos y me pongo a su disposición.
Creo que
nadie consideraría humano a quien
odia o a quien ignora a los demás. Sí al que es justo, aunque el justo es
humano de un modo tacaño, mezquino. La justicia es una actitud positiva, pero
es la mínima en cuanto a humanidad. Sólo la benevolencia amorosa nos hace plenamente
humanos.
Verás,
según su naturaleza el ser humano, entre otras cosas, se rige por la ley del
más fuerte, lo mismo que los animales. Si el hombre sigue el camino de la
naturaleza tratará a sus semejantes con despotismo y altanería, les impondrá su
voluntad y su parecer, atropellará sus derechos, les quitará lo que les
pertenece, los usará para su provecho… será un perfecto animal, será el odio en
persona.
Si decide
“hacer la suya”, zafar de responsabilidades, vivir su vida y que los demás se
arreglen como puedan, mirar para otro lado, hacer del “no te metas” su norma de
vida, eludir los compromisos, “no me concierne, no es mi problema”… será un
perfecto egoísta que vivirá para mirarse el ombligo y no le importará si los
demás se mueren de hambre.
Pero si
sigue el camino de la justicia y la benevolencia comenzará por respetar los
derechos de los demás y, superando la justicia, procurará favorecer su
desarrollo personal, estará siempre a disposición del débil y del pobre, saldrá
en defensa del que sufre injusticia,
buscará realizaciones que hagan del mundo un hogar para todos los hombres… será un
ejemplo viviente del ideal moral que hace que vivir valga la pena
En resumen:
¿A quién calificaremos de “humano” y le
dedicaremos nuestra admiración absoluta?
A muchos hombres y mujeres desconocidos. Son los que empeñan su vida
desinteresadamente por el bien del prójimo. Tal empeño tiene muchos rostros:
Son los que
se compadecen y tienden la mano al que
sufre.
Los que
ponen su talento y su esfuerzo para mejorar las condiciones de vida de la
humanidad.
Los que
luchan por la justicia y por la libertad de los hombres y mujeres. Y los que
trabajan por la paz. Los que resisten al mal que atropella a sus semejantes.
Los que se levantan para defender al débil y al pobre…
Los que
denuncian la corrupción, los solidarios
con el necesitado, los que promueven al
pobre, los que trabajan por la inclusión del excluido…
Iqbal
Masih, que dio su vida luchando contra la explotación de los niños.
Luis
Orione, que dedicó su vida a la atención de los desvalidos profundos.
Henri
Dunant, que en Solferino se compadeció de los heridos en el campo de batalla y
dedicó el resto de su vida a crear la Cruz
Roja.
Alfred
Sabin, quien renunció a sus derechos de patente para que su descubrimiento
tuviera rápida aplicación.
Martin
Luther King, mártir de la inclusión de los negros.
Nelson
Mandela, quien luchó incansablemente por los derechos de los negros
sudafricanos
Ha habido y
hay muchos más seres humanos excelentes. Gracias a ellos el mundo sigue andando
y progresando hacia niveles de mayor humanidad. Son héroes anónimos que no
aparecen en los medios masivos ni reciben el Premio Nóbel de la
Paz. Pero son ellos los que nos abren la
posibilidad de la esperanza.
Vemos nacer esa nueva sociedad
en los jóvenes que se suman a los programas solidarios.
La vemos en los adultos comprometidos con la
justicia y la resistencia a la maldad.
Y en los indignados de todo el orbe, en sus líderes e inspiradores.
Quien dijo
que ya no quedaban relatos estaba ciego o miraba las sombras de la caverna. Los
que trabajan por la justicia y el bien son el nuevo relato viviente. No son relatos
en palabras o en ideas, sino en carne viva. Están ahí, entre nosotros. Hay que
leer en ellos el futuro que viene.
Raúl Czejer