lunes, 22 de octubre de 2012

El lobo y el hombre




Gheorghe Zamfir, toda la música.
                                         

 

                                                                       Homo homini lupus
                                                                           Tomás Hobbes

 

“El hombre es lobo para el hombre”, decía don Tomás. ¿Nada más? Si las relaciones entre los hombres fueran tal como las pintaba Hobbes, tendría razón Sartre cuando dice que “el infierno son los otros”. Yo creo que hay otras posibilidades. Sin ir más lejos, hay don y hay solidaridad, por suerte. Si no hubiera otras posibilidades, más nos valdría marcharnos al desierto a vivir en soledad como los anacoretas de antaño.
 
¿Qué otras posibilidades tenemos, además de ser “lobos”? Yo sostengo que la de ser “humanos”, sin pretensiones de originalidad, faltaba más. Sólo que hay un pequeño inconveniente: No está nada claro, al menos para mí, qué es eso de ser “humano”. Hay distintas opiniones —como en toda otra cuestión acerca de la vida— que tornan confuso el concepto. Mira, te pongo un ejemplo:

 En tiempos del último gobierno argentino de facto,  los dictadores de ocasión inventaron un slogan perverso para contestar a los organismos internacionales que condenaban la salvaje violación de los derechos humanos comprobadas en el país. “Los argentinos somos derechos y humanos”, pregonaban con cinismo. No me queda claro qué querían decir con tal relato, como no sea aquello de “miente, miente, que siempre algo queda”, porque en la realidad de los hechos los argentinos civiles quizá eran derechos y humanos, pero no lo militares argentinos, quienes demostraron ser torcidos y bestias como el que más. Para ser derechos debían haber respetado la ley, lo cual no hicieron. Y para ser humanos les faltó la condición mínima: El respeto a la dignidad de las personas. Ni hablemos de las demás condiciones que hacen que alguien pueda llamarse “humano”, según mi parecer

 Si te parece y dispones de unos minutos, te propongo que reflexionemos sobre qué es eso de  ser “humano”. El asunto no está muy claro  porque parece obvio que cualquiera persona es “humana” por el sólo hecho de pertenecer al género. Pero no me animaría a considerar humanos  a quienes torturan, asesinan, violan  o explotan a otros. Más bien los llamaría bestias salvajes, sin confundirlos con los animales, que no tienen nada de bestias, porque carecen de perversidad.

 “Humanidad”   es un concepto ambiguo que viene definido de distintas maneras según la idea de “hombre-mujer” de cada quien, de cada cultura y de la ciencia en que se lo considere. No voy a aburrirte con las mil y una opiniones diferentes y contradictorias. Por otra parte no estoy al tanto de  todas. Abusando de tu buena voluntad te diré la mía, que espero te resulte de utilidad. Soy conciente de que tal vez no compartas mi opinión, pero te invito a que veas si lo que pienso tiene algún pie  —o al menos si tiene cabeza. Como verás, no diré nada nuevo sino que me limitaré a rescatar algo tal vez olvidado.
 
¿En qué radica la humanidad, esa que tenemos en mente cuando decimos que tal o cual persona  es “muy humana” o juzgamos a otras como inhumanas?
 
Seguramente no lo hacemos teniendo en cuenta su pertenencia al género biológico, porque en ese sentido nadie puede ser tachado de “inhumano”. Tampoco tenemos en cuenta su nivel cultural, porque alguien muy culto puede ser a la vez muy inhumano y otro muy tosco ser un ejemplo de humanidad. Lo que me parece que tenemos en mente son sus cualidades “morales”, es decir, su excelencia como persona. El problema es determinar cuáles son esas cualidades, porque  cada época, cada cultura y hasta cada individuo tiene su propia lista, y así nos encontramos con que lo excelente para unos es estúpido para otros. Por ejemplo, Nietzsche desdeñaba la humildad y exaltaba la soberbia, justo al revés de los cristianos. Para los griegos de la antigüedad el hombre cabal era el valeroso y hábil en el manejos de las armas. Como ves, el contenido de la excelencia humana es variable y circunstanciado.

 Entonces, ¿Qué contenido le daremos a lo que llamamos “humanidad” como excelencia personal?¿Qué valores hacen a la excelencia humana?
 
En una primera aproximación diría que no cualquier valor, sino sólo aquellos que lo califican como un buen ser humano.  Por ejemplo, la gracia y la elegancia no hacen a un buen ser humano, ni la buena salud, ni el poder, ni el éxito, ni la fama, ni la inteligencia, ni la libertad, ni la fortuna, ni la simpatía, ni la habilidad, ni el virtuosismo, ni el talento, ni el buen gusto, ni el saber, ni la locuacidad…Todos esos valores podrían convertir a una persona en  muy afortunada,  pero no la convertirían en un buen ser humano, incluso podrían estar presentes en un canalla.
 
A mi criterio, la excelencia humana está en otra cosa o, mejor, en otros valores.
 
Te diré mi parecer. Verás fácilmente que mi opinión tiene más años que Matusalén y que remite a la  tradición espiritual de la humanidad, lo cual no me avergüenza. No soy amigo de vanguardias cuyo único mérito es el de ser vanguardia; más bien procuro rescatar el pensamiento de fondo en que se expresa el ser humano de todos los tiempos, traspasando la hojarasca de la palabra novedosa.
 
Se me ocurre que “humanidad” es una manera de relacionarnos con los demás, que adoptamos libremente. A ver si alcanzo a explicarlo breve y claramente.

Mi relación con los demás puede adoptar cuatro modos distintos: la malevolencia, la indiferencia, la justicia y la benevolencia.

En la malevolencia odio a los demás; en la indiferencia los ignoro; en la justicia les doy sólo lo que les corresponde; en la benevolencia amo a los demás, me comprometo  con ellos y me pongo a su disposición.
 
Creo que nadie consideraría humano a quien odia o a quien ignora a los demás. Sí al que es justo, aunque el justo es humano de un modo tacaño, mezquino. La justicia es una actitud positiva, pero es la mínima en cuanto a humanidad. Sólo la benevolencia amorosa nos hace plenamente humanos.

 Trataré de fundamentar este modo de entender la humanidad
 
Verás, según su naturaleza el ser humano, entre otras cosas, se rige por la ley del más fuerte, lo mismo que los animales. Si el hombre sigue el camino de la naturaleza tratará a sus semejantes con despotismo y altanería, les impondrá su voluntad y su parecer, atropellará sus derechos, les quitará lo que les pertenece, los usará para su provecho…  será un perfecto animal, será el odio en persona.

Si decide “hacer la suya”, zafar de responsabilidades, vivir su vida y que los demás se arreglen como puedan, mirar para otro lado, hacer del “no te metas” su norma de vida, eludir los compromisos, “no me concierne, no es mi problema”… será un perfecto egoísta que vivirá para mirarse el ombligo y no le importará si los demás se mueren de hambre.    
 
Pero si sigue el camino de la justicia y la benevolencia comenzará por respetar los derechos de los demás y, superando la justicia, procurará favorecer su desarrollo personal, estará siempre a disposición del débil y del pobre, saldrá en defensa  del que sufre injusticia, buscará realizaciones que hagan del mundo un hogar para todos los hombres…   será un ejemplo viviente del ideal moral que hace que vivir valga la pena
 
En resumen: ¿A quién calificaremos de  “humano” y le dedicaremos nuestra admiración absoluta?
 
A muchos  hombres y mujeres  desconocidos. Son los que empeñan su vida desinteresadamente por el bien del prójimo. Tal empeño tiene muchos rostros:

Son los que se compadecen  y tienden la mano al que sufre.

Los que ponen su talento y su esfuerzo para mejorar las condiciones de vida de la humanidad.

Los que luchan por la justicia y por la libertad de los hombres y mujeres. Y los que trabajan por la paz. Los que resisten al mal que atropella a sus semejantes. Los que se levantan para defender al débil y al pobre…

Los que denuncian  la corrupción, los solidarios con el necesitado, los que  promueven al pobre, los que trabajan por la inclusión del excluido…

 Hay muchos hombres y mujeres que tienen esta disposición hacia el bien de los demás. Algunos lo han hecho de modo eminente. Por eso son  ejemplos de humanidad. Menciono sólo algunos que me vienen a la memoria.

 El doctor Maradona, que puso su talento y su voluntad al servicio de otros seres humanos sin esperar recompensa alguna y murió pobre pero orgulloso de haber llenado sus días de sentido.

Iqbal Masih, que dio su vida luchando contra la explotación de los niños.

Luis Orione, que dedicó su vida a la atención de los desvalidos profundos.

Henri Dunant, que en Solferino se compadeció de los heridos en el campo de batalla y dedicó el resto de su vida a crear la Cruz Roja.

Alfred Sabin, quien renunció a sus derechos de patente para que su descubrimiento tuviera rápida aplicación.

La Madre Teresa, que atendió con amor a los pobres de Calcuta.

Martin Luther King, mártir de la inclusión de los negros.

Nelson Mandela, quien luchó incansablemente por los derechos de los negros sudafricanos
 
Ha habido y hay muchos más seres humanos excelentes. Gracias a ellos el mundo sigue andando y progresando hacia niveles de mayor humanidad. Son héroes anónimos que no aparecen en los medios masivos ni reciben el Premio Nóbel de la Paz. Pero son ellos los que nos abren la posibilidad de la esperanza.

 ¿Qué podemos esperar?

 En medio de la cultura  deshumanizante que nos rodea y nos acosa con sus falsos valores, los hombres y mujeres capaces de justicia y amor  son como las primicias de una nueva sociedad.

Vemos nacer esa nueva sociedad en los jóvenes que se suman a los programas solidarios.

 La vemos en los adultos comprometidos con la justicia  y la resistencia a la maldad.

Y en los indignados de todo el orbe, en  sus líderes e inspiradores.
 
Quien dijo que ya no quedaban relatos estaba ciego o miraba las sombras de la caverna. Los que trabajan por la justicia y el bien son el nuevo relato viviente. No son relatos en palabras o en ideas, sino en carne viva. Están ahí, entre nosotros. Hay que leer en ellos el futuro que viene.

 
Gracias por tu amable atención

                                                                                   Raúl Czejer

 

 

 

 

 

 

 

martes, 9 de octubre de 2012

Cultura brutal




                                                        

                                                         Cultura del corazón

 

                                                                   “Crea en mí un corazón puro”

                                                                               Biblia. Salmo 50

                                                       “El sueño de la razón produce monstruos”

                                                                           Francisco de Goya

 

 

A veces, en esas tardes propicias para la divagación, me pongo a mirar el mundo y a plantearme  cuestiones inútiles que me proveen la excusa para pensar ociosamente. En una de esas ocasiones se me ocurrió preguntarme: ¿Cómo puede ser que gente tan culta sea a la vez tan bestia?  La cuestión venía a cuento de las tropelías y rapiñas que  países de la OTAN están perpetrando desde hace tiempo en el Medio Oriente.

A ver si puedo aclarar el por qué de mi sorpresa. Para ello permíteme apelar a  un ejemplo vernáculo de culta brutalidad.

 

Tuvimos en mi país un presidente muy inteligente, culto y civilizado según el modelo occidental. Fue, además, escritor muy reconocido dentro y fuera de Argentina. Tal vez habrás oído nombrar a “Facundo o Civilización y Barbarie”, escrito con gran estilo y fuerza expresiva, tanto que aún hoy, transcurrido más de un siglo y medio, lo puedes leer con gusto y provecho. Fue gran propulsor de la educación, por lo que el 11 de septiembre, día en que murió, se celebra en mi país el día del maestro. Pues bien, uno podría esperar que un personaje tan instruido fuera también una persona muy humana, porque siempre se pensó que la cultura occidental era la forma de vivir propia de las personas excelentes. Lamentablemente no fue así en el caso de Domingo Sarmiento, sino todo lo contrario. Discriminó a los gauchos argentinos de una forma feroz, tanto que llegó a decir “no ahorren sangre de gauchos, que sólo sirve para abonar la tierra”. Siendo ministro de guerra ordenó la muerte sin juicio de los opositores al modelo europeo, que él quería imponer a sangre y fuego en Argentina. “Si mata gente (el coronel Sandes), cállese la boca —escribía al presidente de entonces—. Son animales bípedos (los gauchos), de tan perversa condición que no sé qué se puede obtener con tratarlos mejor”. ¡Todo una pinturita el escritor y maestro de América!

 

No es el único caso. Tú mismo puedes citar muchos otros que conoces. Recuerdo el caso de Sarmiento porque es un ejemplo paradigmático, grotesco diría, de contradicción  entre cultura sofisticada y brutalidad en una misma persona.

¿Qué clase de cultura es la que puede convivir con semejante monstruosidad?

 

Tal vez nos resulta sorprendente tal contradicción porque estamos inclinados a pensar que si uno incorpora a su forma de vida una cultura y una civilización consideradas excelentes uno se convierte en una persona excelente. Pero a poco que uno observe lo que pasa en el mundo se da cuenta de que su presuposición está equivocada. Te propongo un breve paneo a vuelo de pájaro.

 

En las guerras tribales africanas los hutus cortaban los pechos a las mujeres tutsis sólo para divertirse y calzar mejor las cajas de cerveza. Tal aberrante brutalidad fue condenada  con razón por nosotros, los occidentales, en nombre de los derechos humanos. Implícita en ese juicio estaba la idea de que en occidente, teniendo  una cultura y civilización pretendidamente superior, nunca se llegaría a cometer semejante barbaridad. “No se puede esperar otra cosa de  esa gente bruta. Les falta una cultura como la nuestra, por eso son tan bestias”, pensábamos. Pero quedamos perplejos cuando los milicianos serbios, occidentales, gente de  nuestro mismo palo, obligaron a un anciano croata a comerse el hígado de su nieto,  aún vivo, durante la guerra de los Balcanes. A los serbios no les faltaba cultura ni civilización avanzada occidental, sin embargo demostraron ser tan bestias como los hutus,  de civilización elemental  y con una cultura distinta del modelo occidental.

 

¿Y qué diremos de las salvajadas perpetradas por los nazis, los fascistas, los falangistas, los republicanos españoles, los comunistas soviéticos y cubanos, los colonialistas, los explotadores, los imperialistas, los esclavistas, los campos de concentración, las cámaras de gas, el latrocinio  en todos los continentes, los genocidios, las torturas, las desapariciones forzadas?  Todas preciosuras que supieron procrear la cultura y la civilización occidental.

 

Me vienen a la memoria los civilizados europeos y los naturales indoamericanos y no me quedan dudas de qué lado estaba la barbarie, ya que  los civilizados demostraron ser más bestiales que los indígenas.

 

 Pienso en Vicente “Chacho” Peñaloza, agreste caudillo de las montoneras  en tiempos de la guerra civil argentina, quien cumplió con su palabra de deponer las armas y murió lanceado traicioneramente por el civilizado comandante Irrazával. ¿Cuál de los dos se comportó más humanamente, cuál demostró mayor barbarie moral?

 

Pienso en todas las dictaduras que se han sucedido en la occidental Latinoamérica,  que violaron y continúan violando sistemáticamente todos los derechos humanos

 

Recuerdo con tristeza  los treinta mil desparecidos, torturados, fusilados sin juicio que durante la dictadura militar en Argentina sufrieron el mayor acto de barbarie moral que se haya perpetrado en el país. Los militares genocidas no eran incultos ni incivilizados. Se pensaban y se decían defensores de la cultura occidental-cristiana.

 

¿Y qué decir del brutal régimen del “apartheid”, en Sudáfrica, impuesto por los blancos de origen europeo,  gente culta  pero bestial?

 

 

El “Che” Guevara tampoco era un occidental bruto e incivilizado. Sin embargo masacró sin juicio justo  a cientos de cubanos por ser opositores a la revolución. Era un bárbaro moral  que justificaba las atrocidades en nombre de la “revolución”. “Fusilamientos, sí, hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario”, confesaba con frialdad ante las Naciones Unidas en 1964. Más de quinientas personas cayeron bajo las balas, sentenciados por él mismo después de un juicio sumarísimo.

 

Por todo el ancho  mundo occidental campea la barbarie humana. Tanto en pueblos más primitivos  como en los más  civilizados.

 

Si hasta parece mentira que en la cuna de la civilización occidental y de la cultura que se cree superior —en Europa, precisamente en Gante, Bélgica— pueda existir un museo de la tortura con una exposición espeluznante de instrumentos que parecen salidos del infierno.

 

¿O será tal vez que nuestra cultura y nuestra civilización son las que han salido del infierno de tal modo que les son connaturales el latrocinio y el atropello? ¿No sería necesario crear una contracultura y una nueva civilización, basadas en principios distintos de los que sustentan a la cultura y la civilización modernas? Inquietante hipótesis que  valdría la pena investigar.

 

Cada civilización tiene la cultura subjetiva y objetiva que la sustenta. En una cultura materialista  como la occidental  los sujetos y los productos culturales son mercancías cuyo valor depende de la oferta y la demanda. En esta cultura materialista el sujeto no tiene dignidad, sino precio.

 

Tal vez ha llegado la hora de pensar si la cultura que nos sustenta es todo lo excelente —en términos de humanidad— que suponíamos. Sinceramente, cuando me dicen que el aborto es un avance de la cultura actual pongo en duda que  tal cultura sea realmente humanizante

 

Tampoco los pueblos de cultura y civilización árabes están exentos de salvajismo. Basta con recordar los actos de terrorismo perpetrados en todos los continentes.

 

La barbarie moral no es relativa a una cultura determinada, sino absoluta respecto de cualquier cultura y civilización porque se refiere a la ética mínima  de todo ser humano. Este tipo de barbarie puede darse en cualquier cultura y civilización, primitiva o avanzada, simple o compleja. No hay cultura ni civilización que inmunice contra la barbarie, pero pueden favorecerla o ponerle freno.

 

Rosa Luxemburgo pensó que la alternativa de hierro para el ser humano era socialismo o barbarie. La historia mostró que el socialismo no inmuniza contra la bestialidad. El socialismo que vimos ponerse en práctica se mostró tan bárbaro como el individualismo capitalista. Sueños de la razón.

 

Esto significa que la barbarie moral es independiente del nivel de civilización y de los sistemas políticos y que la humanización va por otro camino. Humanización no significa civilización ni sistema político determinado. Es una cuestión que pasa por las personas individuales. Las personas se humanizan o se bestializan, según sus opciones de vida, no los sistemas o las culturas, que no tienen corazón. En cualquier sociedad el hombre puede vivir como ser humano o como ave de rapiña

 

 “El proceso de humanización  no ha terminado aún”, dice Eudald Carbonell. Tiene razón si creemos que la humanización es progresiva y si se entiende humanización como progreso de la  libertad y el pensamiento. Carbonell se muestra así como un creyente en la fe de la modernidad, aunque pregona la superación de toda fe y toda creencia. Pero no todos los hombres tienen esa misma fe. Hay quienes creen que más bien la humanidad está retrocediendo hacia estadios de mayor ferocidad y que el progreso de la libertad y el conocimiento proveen al ser humano de más oportunidades y mejores instrumentos de crueldad. Piénsese en la matanza de niños por nacer, prolijamente realizada con métodos muy científicos pero con corazón ciego  para el amor  de un inocente e indefenso ser humano. Por eso creo que la humanización  pasa por el corazón del hombre, no por su conocimiento y su libertad, por muy socializados que estén.

 

Corazón o barbarie, he ahí la disyuntiva. Tal vez  Rousseau y Levi Strauss se referían a esto cuando alababan al buen salvaje. Tal vez encontraran en ellos un corazón bueno que no encontraban en los hombres civilizados, que se creen que son más humanos que los demás sólo porque saben más y son más libres para hacer lo que se les da la gana. Quizá hallaron en los indígenas solidaridad, compromiso, compasión, piedad, respeto, lealtad, fe, confianza, sinceridad, valores todos que realzan el corazón del hombre y lo convierten en un bien para los demás, aunque sea ignorante,  tosco y viva en chozas.

 

Pero la cultura y la civilización condicionan fuertemente al ser humano. Rousseau ya lo había señalado. Si la civilización occidental ha dado muestras de ser  caldo de cultivo para la ferocidad humana quiere decir que hay en ella componentes que la propician. A mi juicio, el materialismo es el principal causante de tal ferocidad. Para recuperar la humanidad en los corazones será necesario, entonces, un cambio de cultura y de civilización, la creación de un nuevo mundo, basado en la fe en los valores espirituales.