miércoles, 26 de octubre de 2011

Dueños de nada


                

   

“Podrán cortar las flores pero no podrán detener la primavera”


En vano los hombres, amontonados por centenares y miles sobre una estrecha extensión, procuraban mutilar la tierra sobre la cual se apretujaban; en vano la cubrían de piedras a fin de que nada pudiese germinar en ellas; en vano arrancaban todas las briznas de hierba y ensuciaban el aire con el carbón y el petróleo; en vano cortaban los árboles y ponían en fuga a los animales y a los pájaros; la primavera era la primavera incluso en la ciudad.



El sol calentaba, brotaba la hierba y verdeaba en todos los sitios donde no la habían arrancado, tanto en los céspedes de los jardines como entre las grietas del pavimento; los chopos, los álamos y los cerezos desplegaban sus brillantes y perfumadas hojas; los tilos hinchaban sus botones a punto de abrirse, los chovas, los gorriones y las palomas trabajaban gozosamente en sus nidos, y las moscas, calentadas por el sol, bordoneaban en las paredes. Todo estaba radiante.



Únicamente los hombres, los adultos continuaban atormentándose y tendiéndose trampas mutuamente. Consideraban que no era aquella mañana de primavera, aquella belleza divina del mundo creado para la felicidad de todos los seres vivientes, belleza que predisponía para la paz, a la unión y al amor, lo que era sagrado e importante; lo importante para ellos era imaginar el mayor número posible de medios para convertirse en amos los unos de los otros.


                                                                                          León Tolstoi
                                                                                                    



                             El complejo de Dios de la modernidad.

La crisis actual no es solo una crisis de escasez creciente de recursos y de servicios naturales. Es fundamentalmente la crisis de un tipo de civilización que ha colocado al ser humano como «señor y dueño» de la naturaleza (Descartes). Ésta, para él, no tiene espíritu ni propósito y por eso puede hacer lo que quiera con ella.

Según el fundador del paradigma moderno de la tecnociencia, Francis Bacon, el ser humano debe torturarla hasta que nos entregue todos sus secretos. De esta actitud se ha derivado una relación de agresión y de verdadera guerra contra la naturaleza salvaje que debía ser dominada y «civilizada». Surgió así también la proyección arrogante del ser humano como el «Dios» que domina y organiza todo.

Debemos reconocer que el cristianismo ayudó a legitimar y a reforzar esta comprensión. El Génesis dice claramente: «llenad la Tierra y sujetadla y dominad sobre todo lo que vive y se mueve sobre ella» (1,28). Después se afirma que el ser humano fue hecho «a imagen y semejanza de Dios» (Gn 1,26). El sentido bíblico de esta expresión es que el ser humano es lugarteniente de Dios, y como Éste es el señor del universo, el ser humano es el señor de la Tierra. Él goza de una dignidad que es solo suya: la de estar por encima de los demás seres. De aquí se generó el antropocentrismo, una de las causas de la crisis ecológica. Finalmente, el monoteísmo estricto suprimió el carácter sagrado de todas las cosas y lo concentró sólo en Dios. El mundo, al no poseer nada de sagrado, no necesita ser respetado. Podemos modelarlo a nuestro gusto. La moderna civilización de la tecnociencia ha ocupado todos los espacios con sus aparatos y ha podido penetrar en el corazón de la materia, de la vida y del universo. Todo venía envuelto con el aura del «progreso», una especie de recuperación del paraíso, en otro tiempo perdido, pero ahora reconstruido y ofrecido a todos.

Esta visión gloriosa empezó a derrumbarse en el siglo XX con las dos guerras mundiales y otras coloniales que produjeron doscientos millones de víctimas. Cuando se perpetró el mayor acto terrorista de la historia, las bombas atómicas lanzadas sobre Japón por el ejército estadounidense, que mataron a miles de personas y destruyeron la naturaleza, la humanidad se llevó un susto del cual no se ha repuesto hasta hoy. Con las armas atómicas, biológicas y químicas construidas después, nos hemos dado cuenta de que no necesitamos a Dios para hacer realidad el Apocalipsis.

No somos Dios y querer serlo nos lleva a la locura. La idea del hombre queriendo ser «Dios» se ha transformado en una pesadilla. Pero él se esconde todavía detrás del «tina» (there is no alternative) neoliberal: «no hay alternativa, este mundo es definitivo». Ridículo. Démonos cuenta de que «el saber cómo poder» (Bacon) cuando se realiza sin conciencia y sin límites puede autodestruirnos. ¿Qué poder tenemos sobre la naturaleza? ¿Quién domina un tsunami? ¿Quién controla el volcán chileno Puyehe? ¿Quién frena la furia de las inundaciones en las ciudades serranas de Río? ¿Quién impide el efecto letal de las partículas atómicas de uranio, de cesio y de otros elementos, liberadas por las catástrofes de Chernobyl y de Fukushima? Como dijo Heidegger en su última entrevista a Der Spiegel: «sólo un Dios podrá salvarnos».

Tenemos que aceptarnos como simples criaturas junto con todas las demás de la comunidad de vida. Tenemos el mismo origen común: el polvo de la Tierra. No somos la corona de la creación, sino un eslabón de la corriente de la vida, con una diferencia, la de ser conscientes y con la misión de «guardar y cuidar el jardín del Edén» (Gn 2,15), es decir, de mantener las condiciones de sostenibilidad de todos los ecosistemas que componen la Tierra.

Si partimos de la Biblia para legitimar la dominación de la Tierra, tenemos que volver a ella para aprender a respetarla y a cuidarla. La Tierra generó a todos. Dios ordenó: «Que la Tierra produzca seres vivos, según su especie» (Gn 1,24). Ella, por lo tanto, no es inerte; es generadora, es madre. La alianza de Dios no es solo con los seres humanos. Después del tsunami del diluvio, Dios rehizo la alianza «con nuestra descendencia y con todos los seres vivos» (Gn 9,10). Sin ellos, somos una familia menguada.

La historia muestra que la arrogancia de «ser Dios», sin nunca poder serlo, sólo nos trae desgracias. Bástenos ser simples criaturas con la misión de cuidar y respetar a la Madre Tierra.

                                                                       Leonardo Boff
                                                           Teólogo, filósofo y escritor

   Gracias a    En Positivo
   Fuente: Adital




sábado, 15 de octubre de 2011

Dia de la Madre






En Argentina se celebra hoy el Día de la Madre, como sucede en muchos otros países en distintas fechas.
Saludo con todo afecto a todas las mamás, sin distinción de nacionalidad,  a las que viven en el país y a las que residen en otras partes del mundo.
Como creyente, pido a Dios que las acompañe en su vida y les dé paz y felicidad, como así mismo a las mamás que ya no están junto a nosotros.




Evocación

Ven para acá, me dijo dulcemente
mi madre cierto día;
(aún parece que escucho en el ambiente
de su voz la celeste melodía).


Ven, y dime qué causas tan extrañas
te arrancan esa lágrima, hijo mío,
que cuelga de tus trémulas pestañas,
como gota cuajada de rocío.


Tú tienes una pena y me la ocultas.
¿No sabes que la madre más sencilla
sabe leer en el alma de sus hijos
como tú en la cartilla?


¿Quieres que te adivine lo que sientes?
Ven para acá, pilluelo,
que con un par de besos en la frente
disiparé las nubes de tu cielo.


Yo prorrumpí a llorar. Nada, le dije;
la causa de mis lágrimas ignoro,
pero de vez en cuando se me oprime
el corazón, y lloro.


Ella inclinó la frente, pensativa,
se turbó su pupila,
y, enjugando sus ojos y los míos,
me dijo más tranquila:


- LLama siempre a tu madre cuando sufras,
que vendrá, muerta o viva;
si está en el mundo, a compartir tus penas,
y si no, a consolarte desde arriba...


Y lo hago así cuando la suerte ruda,
como hoy, perturba de mi hogar la calma:
¡ Invoco el nombre de mi madre amada,
y, entonces, siento que se ensancha el alma !


Olegario Victor Andrade
(Poeta argentino, 1839-1882)



                                                                  

lunes, 10 de octubre de 2011

Sueños de juventud

                                                Filantropía

Un día en Buenos Aires, calle Florida y un encuentro casual de dos amigos de la juventud.
—¡Hola, Bocha!…
—¡Oooh! ¿Cómo te va, Flaco? ¡Gusto de verte, che!
—¡Qué sorpresa encontrarte, en plena calle Florida y con el mundo de gente que hay a esta hora! ¿Cómo estás? ¡Tanto tiempo! ¿Todo bien?
—Por suerte y gracias a Dios —toco madera— por ahora todo bien. Bue…siempre hay cosas que te joden un poco, pero qué se le va a hacer.
—Y sí…no se puede pretender que nunca nos pase nada. Che, ¿Tomamos un café y charlamos un rato? ¿Tenés un tiempito?
—Estoy camino a casa, pero puedo avisar a la patrona que me demoraré algún ratito
—Dale.
—Holáaa… ¿Eugenia? Soy yo. Quería avisarte que voy a llegar un poco más tarde…No,no. Me encontré con un amigo de la infancia… ¿No hay problema? Bueno, un beso.
—Che, pero qué término tan antiguo, ¡patrona!
—Vos sabés que en las parejas reina el hombre pero manda la mujer
—Ah, no, no… ¡En mi casa mando yo!
—Sí, ya sé: vos tenés la última palabra. Conozco cómo termina el chiste. Ja,ja…
—Y bue, así son las cosas. Todo sea por la paz del hogar. ¿Nos sentamos aquí? ¿Te parece bien?
—Bueno. Qué lindo lugar éste, ¿no?
—¿Viste qué buena onda? Era hasta hace poco un clásico bar de Buenos Aires. Los herederos lo vendieron y los nuevos dueños le dieron este aire francés que tiene ahora. Hasta el nombre es franchute. Fijate: “Le Petit Pingouin”. No sé, tal vez lo han puesto en honor de los mandamás de turno. ¿Qué tomás? ¿Café?
—No. El café me cae mal. Mejor un whisky.
—¡Mozo! Dos whiskies, por favor. ¡Cuánto tiempo, Bocha! ¿En qué andás, che?
—Por ahora a pie, pero en cualquier momento me motorizo
—¡Ja,ja! ¡Mirá que sos jodón! No perdés tu buen humor. Hacés bien. Dicen que la risa ayuda a la buena salud
—Y sí. Motivos para amargarnos sobran. Mejor es ver las cosas por su costado ridículo y reírse hasta de uno mismo.
—Hablando de eso: ¿A qué te dedicás? Vos ibas a ser ingeniero agrónomo, te acordás? Querías dedicarte a producir alimentos para toda la humanidad, para que no haya más hambre en el mundo
—Soy ingeniero agrónomo.
—Pero por lo visto estás en otra cosa
—No del todo. Estoy trabajando en el Ministerio de Agricultura y Ganadería como inspector de chiqueros.
—¿Inspector de chiqueros? ¿Qué es eso?
—Cuido que los chanchos sean bien tratados.
—¿Y para qué los cuidás?
—Para que lleguen sanitos al matadero
—Ah, ¡qué misión tan humanitaria!
—No sólo eso. Es un trabajo que tiene antecesores ilustres.
—¿Cómo es eso?
—El mismísimo Jorge Luis Borges fue inspector de chiqueros
—Ah, “así, pos, sí”, como decía el Chapulín. Es todo un honor, che.
—Ya me han dado tres medallas de honor en reconocimiento de mi eficiencia
—¿Ah sí? Contame, contame
—No permito que ningún chancho llegue escuálido y enfermizo a la fábrica de chorizos
—¿Y qué hacen con los escuálidos?
—Los vendemos a precio de costo para que los consuman los pobres
—Ah, sos un campeón del humanitarismo. Con razón lo de las medallas.
—Y bue, uno hace lo que puede; hay que tener conciencia social, che. Y vos… ¿en qué andás? Contame.
—¿Te acordás que yo siempre quise ser médico?
—Si, vos querías dedicarte a curar enfermos porque era un trabajo muy humanitario. Tu héroe era el Dr. Maradona
—Exactamente. Estudié y por suerte estoy en lo que me gusta.
—¿Trabajás en algún hospital?
—No, no. Hay que mantener a la familia y en el hospital pagan poco, si te pagan. Trabajo en mi consultorio.
—¡Qué bueno! Te felicito. ¿Y te va bien, che?
—No me puedo quejar. Atiendo un paciente cada diez minutos, diez horas por día.
—¿Cuántos pacientes atendés en total a la semana?
—Y…unos seiscientos, setecientos
—¿Y de todos sabés su historia clínica? ¿Conocés personalmente a cada uno?
—No, ni hace falta. ¿Para qué está la computadora?
—Ah, vos sos un médico informatizado. ¡Qué moderno, che!
—Claro. Así mi trabajo humanitario se extiende a más enfermos.
—¿Y la Academia de Medicina no te ha dado una medalla en reconocimiento de tu eficiencia humanitarista?
—No; ni la espero. Yo lo hago todo por los enfermos
—Ah, claro. Hay que ser desinteresado, che.
—Por supuesto.
—Bueno, me tengo que ir. Un gusto charlar con vos. ¡Adelante con la medicina informática! Chau, Flaco, hasta cualquier momento. Suerte
—Que te vaya bien, Bocha. ¡Duro con los chanchos raquíticos!

Buenos Aires, indiferente, sigue su ritmo normal. No ha pasado nada. ¿O será verdad lo del efecto mariposa?

                                                                                   Raúl Czejer

 La juventud es la edad de los sueños y las esperanzas. Luego viene la realidad, nos despierta, nos amolda a su imagen y semejanza y nos deja sin ilusiones. Pero siempre es posible reanimar las  utopías y soñar otra realidad. Se empieza diciendo basta.