miércoles, 17 de septiembre de 2014

¿Por qué no hablar de Dios?







No se debe hablar de  Dios.

“Pero el diario no hablaba de ti”: Joaquín Sabina, cantautor.

“De Dios no se debe hablar, salvo en la vida privada”. Dicho de otro modo, un poco más general: De todo se puede hablar en el espacio público, pero no de religión y de moral. Queda mal, sabes…? Se trata de uno de los mandatos no escritos   que hay que respetar para vivir en sociedad y salvarse  del ominoso mote de "desubicado". ¡Dios libre y guarde!

Como no me gusta que me digan lo que tengo que pensar, seguiré el consejo de Kant –atrévete a pensar por ti mismo- y trataré de ver si se justifica tal mandato. Sé que nada cambiará porque yo lo apruebe o deje de hacerlo. Modestamente, sólo pretendo saber qué postura es la más razonable para mi propio gobierno. Y si resulta que fuera más razonable ser en esto un desubicado, pues habrá que serlo. Como decía Aristóteles: " Amicus Plato, sed magis amica veritas".

Lo primero que se me ocurre pensar es que hay un cierto pacto de ocultamiento del tema "dios" en los medios de comunicación y, en general, en la industria cultural.

Mira lo que dice Fabián Enao Ocampo respecto de la censura que opera en la compañía Disney:

“Una de las preguntas que se hacían muchas personas quedó resuelta hace unos días con las declaraciones de dos músicos que realizan arreglos sonoros para la compañía Walt Disney; el dúo de compositores Robert López y Kristen Anderson-López, creadores de la música de la película Frozen, señalaron que Disney no sólo evita los temas religiosos en sus películas, sino que la palabra “Dios” está prohibida, no se puede mencionar en ninguna de las producciones de esa compañía.


Los compositores, han grabado varias veces para esa corporación y muchas de sus canciones han sido un éxito. La canción “Let It Go”, que ganó el Oscar y ayudó a la película “Frozen” El reino del hielo logró llegar a la cima de las listas de Estados Unidos.

Es curioso, dicen los compositores, la única cosa que deben evitar en Disney son los temas religiosos y la palabra Dios. Pero la compañía no prohíbe a las personas que sean religiosas, se puede hablar de Dios dentro de la empresa; pero no se puede poner la palabra en las películas. Incluso en películas que se realizan en Navidad no hay referencias a Jesús y su nacimiento; es decir se habla de la Navidad pero nunca de que se conmemora un nacimiento ni de qué nacimiento se trata

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Me pregunto entonces:

¿Por qué no hablar de Dios, prescindiendo del lugar en que se lo haga? ¿Qué derecho le asiste al dueño de una compañía cinematográfica para prohibir a sus empleados que mencionen a Dios en sus producciones? ¿Y la libertad del artista? Por qué, en una sociedad abierta y democrática, tiene que haber temas prohibidos para mencionarlos en público? ¿No hay acaso libertad de expresión? ¿No consiste tal prohibición en un caso de censura previa? Me resulta extraño que haya todavía temas tabú en una sociedad que se precia de ser ilustrada y tolerante.

Creo que no hay justificación para discriminar a Dios en el discurso público, pero tal vez haya factores que lo explican. Veamos:

 Es verdad que las religiones con sus dioses han sido motivadoras de barbaridades sin fin y de divisiones y enfrentamientos entre los hombres. Como hoy se busca la unidad y la paz entre todos los pueblos, resulta que los medios masivos y la intelectualidad fundamentalista en su vanguardismo, en lugar de propiciar la tolerancia y la convivencia entre las distintas confesiones, adoptaron la solución simplista de mandar al ostracismo a Dios y a la religión, tirando al bebé junto con el agua de la tina, creyendo que se puede echarlos  como quien
arroja  de costado un papel viejo.

Te invito a leer la siguiente reflexión de Hans Kung sobre este tema.
 

¿Sigue siendo válida la crítica de la religión de la época moderna?
"No he olvidado esa crítica de la religión: la he estudiado durante años, con apasionamiento y, en verdad, no sin simpatía por los grandes representantes de esa corriente, desde Feuerbach, pasando por Marx, hasta Nietzsche y Freud.
Tenían y tienen todos ellos demasiada razón en muchas cosas como para que hoy se los siga ignorando (o
(19) se los ignore de nuevo) impunemente.
Pues si se analiza el perfil de la personalidad de ciertos piadosos «creyentes» -y desde luego no sólo
creyentes cristianos- no será posible negar, con Ludwig Feuerbach, que la fe en Dios puede alienar y atrofiar al
hombre al haber provisto el hombre a Dios de todos los tesoros interiores que él mismo posee.
¡Esos hombres que creen en Dios son demasiado poco humanos, demasiado poco hombres como para que
los que no creen se contagien de esa fe en Dios! Sí, se puede comprender al republicano que fue Feuerbach cuando
quería que los hombres, en lugar de candidatos al más allá, fuesen estudiantes de este mundo terrenal: en lugar de
ayudas de cámara, religiosos y políticos, de la monarquía y de la aristocracia celestial y terrenal, ciudadanos
conscientes de su propio valor.
Por otra parte, desde Feuerbach hemos aprendido dos cosas:
1. El hecho de que Dios sea solamente el reflejo, personificado y proyectado al exterior, del hombre, un reflejo
sin contenido real, es algo que Feuerbach nunca pudo probar, sólo afirmar.
Hoy hay un número incontable de personas que son ciudadanos de la tierra, libres y conscientes de sí
mismos, precisamente por creer en Dios como fundamento y garantía de su libertad y de su emancipación.
2. El humanismo-sin-Dios también ha tenido con harta frecuencia consecuencias inhumanas, y en las terribles
experiencias de nuestro siglo -dos guerras mundiales, Gulag, Holocausto, bomba atómica- muchas veces ha
resultado ser bien corto el camino que lleva del humanismo sin Dios a la bestialidad.
Pero a esto cabe preguntar: lo dicho sobre esos hombres libres y conscientes de sí mismos que creen en
Dios
¿no es aplicable todo lo más a las sociedades prósperas de occidente, pero no a un continente como
Latinoamérica?
¿No se ha recurrido allí, y con razón, a las ideas de Karl Marx para analizar esas condiciones de vida
inhumanas, imputables en buena parte a la religión y a la Iglesia?
Marx quiso transformar la crítica del cielo en crítica de la tierra, la crítica de la religión en crítica del derecho,
la crítica de la teología en crítica de la política.
Quien conozca las condiciones de vida inhumanas que imperan en los países latinoamericanos apenas
podrá negar que el Dios de los cristianos, allí imperante, ha sido en gran parte el Dios de los que imperan:
consolando con la esperanza en la otra vida, perturbando la lucidez de conciencia, adornando con flores las
cadenas, en lugar de romperlas.
Entretanto, sin embargo, incluso los más doctrinarios se han rendido ante el hecho evidente de que, pese a
lo acertado de sus análisis, las soluciones marxistas -supresión de la propiedad privada y socialización de la
industria, la agricultura, la educación y la cultura han desembocado en una explotación sin precedentes de los
pueblos y (20) en una destrucción de la moral y de la naturaleza.
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Y, por otra parte, en una perspectiva de conjunto, esa desaparición automática de la religión que preveía
Marx no ha llegado a realizarse.
En lugar de la religión, ha sido la revolución, durante algún tiempo, el opio del pueblo: desde el Elba hasta
Vladivostock, y también en Cuba, en Vietnam, en Camboya y en China.
Pero ahora se ha visto que, desde Europa Oriental y la RDA, a través de Sudáfrica y hasta Sudamérica y las
Filipinas, la religión no sólo puede ser un medio de consolación y de vanas promesas sino también -así fue ya en el
movimiento norteamericano en pro de los derechos cívicos- un catalizador de la liberación social: y ello sin emplear
la violencia revolucionaria, cuya consecuencia es el círculo vicioso del aumento de la violencia.
«Cierto», dirán, llegados a este punto, algunos coetáneos, «la fe en Dios puede catalizar la liberación
exterior, social.
¿Pero la liberación, más urgente aún, interior, psíquica, la liberación del miedo, de la falta de madurez y
libertad?».
Lo admito: tenía plenamente razón Sigmund Freud cuando criticaba la prepotencia, el abuso de poder de las
Iglesias, cuando criticaba las formas aberrantes de la religión, la ceguera ante la realidad, el autoengaño, las
tentativas de evasión y la represión de la sexualidad, y cuando también criticó muy directamente la imagen autoritaria
tradicional de Dios.
Detrás de la ambivalencia de esa imagen de Dios se trasluce muchas veces la imagen, que se remonta a la
primera infancia, del padre o de la madre, proyectada a la esfera metafísica, al más allá o al porvenir.
E incluso todavía hoy, en familias religiosas, los padres siguen sirviéndose a veces de un justiciero Padre-
Dios como método educativo para disciplinar a los hijos, lo que entraña a largo plazo consecuencias negativas para
la religiosidad de los adolescentes.
La fe en Dios aparece así como un retorno a las estructuras infantiles, como regresión a los deseos de la
infancia.
Desde entonces, por otra parte, se ha comprobado que no sólo cabe reprimir la sexualidad sino también la
religiosidad;
que los deseos más remotos, más intensos, más urgentes, de la humanidad, deseos que, según Freud,
constituyen la fuerza de la religión, no deberían ser descalificados como meras ilusiones;
que en una época de desorientación general, en que muchos no le ven sentido a la vida, es precisamente la
fe en Dios lo que puede ayudar a dar su pleno y definitivo sentido a la vida y a la muerte, y también, por otra parte, a
encontrar normas éticas absolutas y una patria espiritual.
De ese modo, la fe en Dios puede tener, precisamente en el plano psíquico, una función no esclavizante sino
liberadora, no perjudicial sino curativa, no debilitadora sino estabilizante. (21)
De todo esto resulta claramente que quien hoy cree en Dios -definido por lo pronto, de manera general,
como la realidad más real, trascendental-inmanente, que todo lo abarca y todo lo gobierna, en el hombre y en el
mundo- no tiene por qué retroceder a la Edad Media ni a la Reforma ni a la propia infancia, sino que puede ser
perfectamente un hombre de hoy entre hombres de hoy: justamente en la actual transición, dolorosamente lenta, a la
postmodernidad.
He aquí, pues, resumida, mi respuesta a la crítica moderna de la religión:
- La fe en Dios muchas veces ha sido y es, sin duda, autoritaria, tiránica y reaccionaria. Puede producir
miedo, inmadurez, estrechez de miras, intolerancia, injusticia, frustración y abstinencia social, puede llegar a legitimar
y a inspirar inmoralidad, abusos sociales y guerras en un pueblo o entre los pueblos. Pero:
- La fe en Dios ha resultado ser otra vez, precisamente en los últimos años y de manera creciente,
liberadora, humanitaria y orientada hacia el futuro. La fe en Dios puede propagar confianza en la vida, madurez,
magnanimidad, tolerancia, solidaridad, compromiso creativo y social, puede fomentar la renovación espiritual, lasreformas sociales y la paz mundial".

 

Veamos, abusando de tu paciencia, otro punto de vista.

“De Dios es imposible decir nada”

“A Dios nadie lo ha visto nunca”: Juan, autor del cuarto evangelio.

En un rapto de inspiración., Ludwig Wittgenstein escribió en su “Tractatus” uno de sus aforismos más conocidos: “De lo que no se puede hablar, es mejor no decir nada”.

Eso de lo que “no se puede hablar” era para este gurú del empirismo lógico todo aquello que no se puede sentir, tocar, comprobar, única manera, según él, de que nos conste la verdad de lo que decimos. No tiene sentido hablar de lo que no se puede verificar ni falsar.

En consecuencia, hablar de Dios sería para él un entretenimiento ocioso, puesto que acerca de él es imposible verificar nada, ya que por definición trasciende a todo lo que podemos ver y comprobar. Estaríamos hablando “de balde” sobre algo de lo que no sabemos nada de nada.

Sin embargo, a despecho de la famosa máxima de don Ludwig, sobre Dios se ha escrito y se ha hablado como de ningún otro asunto en el mundo, y se sigue hablando, aunque los fundamentalistas de la ciencia y los intelectuales agnósticos miren el fenómeno con ojos de sospecha, “como con bronca y junando”,  como dice un tango famoso. Aún más: millones de seres humanos le hablan a Dios y depositan en él su confianza. Hay quienes mueren por él o le consagran la vida entera. ¿Acaso son tontos o ingenuos? No lo creo. Grandes hombres que han contribuido a mejorar la vida de los seres humanos se han jugado por el prójimo afirmándose en su fe en Dios, única justificación del sacrificio de la propia vida por el bien del otro.

Podemos decir con total imparcialidad que hablar de Dios no es más que un resabio del pasado y una especie de discurso primitivo acerca de las cosas? Mmm…no lo creo. Más bien me decanto por la opinión de que “hay muchas más cosas en el saber humano que lo que supone la filosofía de los que dicen “sólo creo en lo que veo”. ¿Acaso no hablan del amor? ¿Lo podrían comprobar, medir y pesar? ¿No hablan de felicidad, de libertad, de justicia? ¿Podemos decir que son pura fantasía? Sin embargo, ¿quién las ha visto alguna vez pasar frente a su puerta?

 
Descarto, sin más, la postura de  positivistas y  agnósticos, por corta de miras y francamente deshumanizadora. Creo que viven de un relato que atrasa cien años  y que es aceptado sólo por una minoría. El agnosticismo es nada más un fenómeno reducido a europeos  y europeizados,  que no comparte la mayoría de la humanidad.

 

Un enorme suceso: ¿¡Dios ha muerto!?


"Los muertos que vos matais gozan de buena salud": José Zorrilla. "Don Juan Tenorio"

"Quiero empezar nuestra reflexión con una escena que nos presentó Nietzsche hace más de cien años. En su libro "La gaya ciencia", este filósofo tan perspicaz hizo gritar a un hombre loco:«¡Busco a Dios!, ¡Busco a  Dios!... ¿A dónde se ha ido Dios?» ... Os lo voy a decir...«¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros le hemos matado!... Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos». ... Aquí, el loco se calló y volvió a mirar a su auditorio: también ellos callaban y le miraban perplejos. Finalmente, arrojó su farol al suelo, de tal modo que se rompió en pedazos, y se apagó. «Vengo demasiado pronto —dijo entonces—, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los oídos de los hombres».

Hoy, un siglo más tarde, podemos constatar que este "enorme suceso" sí ha llegado a los oídos de gran parte de nuestros contemporáneos, para los que "Dios" no es nada más que una palabra vacía. Se habla de un actual "analfabetismo religioso".

Jutta Burggraf , teóloga


Nietzsche creyó constatar la muerte de Dios en la vida de los hombres. Pero no es fácil echar Dios; de alguna manera él se las arregla para volver a la escena: Cuando se lo expulsa por la puerta, entra por la ventana. Nietzsche mismo fue un ejemplo vivo. Al final de su vida escribió este alucinante poema, una oración en que pide al Dios desconocido que vuelva a nacer  en su alma atormentada:

"Vuelve a mí, ¡con todos tus mártires!
Vuelve a mí, ¡al último solitario!
Mis lágrimas, a torrentes,
discurren en cauce hacia Ti,
y enciende en mí el fuego
de mi corazón
¡Oh, vuelve, mi Dios desconocido!
Mi dolor, mi última suerte, ¡mi felicidad!".



Gracias por tu amable atención. Te saludo con todo afecto.
                                                                                                 Raul Czejer